45

Julia se apartó un poco para verle la cara, preparándose para lo que estaba a punto de llegar. El movimiento llevó el aroma de su cabello hasta la nariz de Gabriel.

—Tu pelo… está distinto —murmuró.

—Tal vez un poco más largo.

—Ya no huele a vainilla.

—Cambié de champú —replicó ella, secamente.

—¿Por qué? —Gabriel cambió de postura para eliminar la distancia entre los dos.

—Porque me recordaba a ti.

—¿Por eso no llevas los pendientes? —le preguntó él, acariciándole la oreja.

—Sí.

La miró, herido.

Ella apartó la vista.

—Te quiero, Julianne. No importa lo que pienses de mí. Todo lo que hice lo hice para protegerte.

Julia se volvió para tumbarse de lado, sin tocarlo.

—«Yo soy el que te es fiel, Beatriz» —citó Gabriel, con los ojos brillantes de emoción—. Por favor, recuérdalo en todo momento mientras te cuento lo que pasó.

Y, suspirando hondo, elevó una rápida plegaria antes de empezar a hablar.

—Cuando nos presentamos ante los miembros del comité, había centrado mis esperanzas en que tanto tú como yo nos mantendríamos en silencio, obligándolos a mostrar las pruebas que tenían contra nosotros. Pero pronto quedó claro que no iban a detenerse hasta que no encontraran algo incriminatorio.

»Metí la pata al enviar la nota de Katherine al Registro. Estaban preocupados por si habías recibido trato de favor y pensaban dejar tu nota en suspenso hasta haberlo investigado todo.

—¿Pueden hacer eso?

—Sí, está contemplado en las normas de la universidad. Y sin el expediente completo, no habrías podido graduarte.

Julia parpadeó al comprender las implicaciones de lo que estaba oyendo.

—Me habría quedado sin Harvard —susurró.

—Te habrías quedado sin Harvard este año, pero probablemente para siempre, porque la suspensión del expediente habría despertado sus sospechas. Aunque no hubieran podido descubrir nada, ¿para qué iban a darle la plaza a alguien sospechoso, con tantísimas solicitudes como reciben al año?

Julia permaneció inmóvil, sintiendo el peso de sus palabras como una carga.

Gabriel se rascó la barbilla, inquieto.

—Tenía miedo de que los miembros del comité arruinaran tu futuro. No podía consentirlo. Había sido culpa mía. Había sido yo quien te había asegurado que estaríamos a salvo siempre y cuando no nos acostáramos. Fui yo quien te invitó a ir a Italia. Debí haber esperado. Mi egoísmo fue lo que nos metió en líos. —Mirándola a los ojos, bajó la voz y añadió—: Siento lo de la última noche. Debí haber hablado contigo, pero estaba tan asustado que no podía razonar. No merecías que te tratara así.

—Me sentí tan sola a la mañana siguiente…

—No se me podía haber ocurrido una manera peor de lidiar con mi ansiedad. Pero espero que entiendas que no fue sólo… un polvo para descargar tensiones. Siempre que he estado contigo ha sido con amor. Siempre. Lo juro.

Julia bajó la vista.

—Para mí también. Nunca ha habido nadie más en mi vida, ni antes ni después.

Gabriel cerró los ojos, dejando que el alivio le relajara los músculos. Aunque ella se había sentido furiosa y traicionada, su frustración no la había llevado a los brazos de otro hombre. No había perdido la fe en él por completo.

—Gracias —susurró, respirando hondo antes de continuar—: Cuando confesaste ante el comité y vi su reacción, supe que estábamos perdidos. Mi abogado estaba preparado para negarlo todo, esperando que me excusaran o que dictaran una resolución que pudiera luego impugnar en los tribunales, pero tu confesión les dio la confirmación que necesitaban.

—Habíamos acordado que presentaríamos un frente unido, Gabriel, ¿lo has olvidado? —dijo ella, subiendo el tono de voz.

—Lo acepté, no lo niego, pero también te dije que no permitiría que nadie te hiciera daño ni pusiera en peligro tu carrera. Y esa promesa tenía prioridad.

—Un acuerdo también es una promesa.

Él se echó hacia adelante.

—Estaban amenazando tu futuro. ¿Creías que me iba a quedar allí quieto, mirando sin hacer nada?

Al ver que ella no respondía, insistió.

—¿Acaso tú te quedaste sin hacer nada cuando amenazaron con demandarme?

Julia reaccionó al fin, levantando la vista hacia él.

—Ya sabes que no. Les supliqué. Pero no quisieron escucharme.

—Exacto. ¿De quién crees que tomé ejemplo?

Ella negó con la cabeza, pero no le llevó la contraria.

—Si los dos rompimos las reglas, ¿por qué no nos castigaron a los dos?

—Yo soy el profesor; mi responsabilidad era mayor. Y la profesora Chakravartty te defendió desde el primer momento. No cree en la posibilidad de que una relación entre un profesor y un alumno pueda ser consentida. Y, por desgracia, encontraron tu correo electrónico.

—Así que fue culpa mía.

Gabriel le acarició suavemente la mejilla.

—No. Yo te convencí de que sería seguro romper las reglas. Y luego, en vez de asumir la responsabilidad de mis actos, me escondí detrás de mi abogado. Tú fuiste la única con el suficiente valor para levantarte y decir la verdad. Pero una vez la verdad hubo salido a la luz, tuve que confesar.

»Acepté mi castigo sin protestar a cambio de que aceleraran la resolución del caso. Los miembros del comité estuvieron encantados de cerrar el asunto sin una demanda judicial de por medio y aceptaron, prometiéndome clemencia.

Julia lo miró afligida.

—Por desgracia —continuó él—, su idea de clemencia y la mía son muy distintas. Esperaba una reprimenda oficial, no que me obligaran a tomarme una excedencia. —Se frotó la cara con las manos—. Jeremy estaba furioso por verse obligado a prescindir de mí, aunque fuera sólo durante un semestre. Había causado un escándalo que perjudicaba la imagen del departamento entero. Christa amenazaba con ponerle una demanda a la universidad. Todo era un embrollo considerable y yo estaba en el centro de la polémica.

—Estábamos juntos, Gabriel. Yo también conocía las normas cuando las rompí.

Él esbozó una sonrisa triste.

—Las normas están destinadas a proteger a los estudiantes, porque el profesor ocupa una posición de poder.

—El único poder que ejerciste sobre mí fue el del amor.

—Gracias.

La besó dulcemente. Tenía el corazón a rebosar de sentimientos. En ningún momento ella lo había mirado con la expresión de los miembros del comité. No se había apartado asqueada de él cuando la había besado. Al contrario, sus labios le habían dado la bienvenida. Tenía la esperanza de que, al final de la conversación, Julia siguiera a su lado.

—Cuando llamaron a Jeremy, le rogué que nos ayudara. Le prometí que haría cualquier cosa.

—¿Cualquier cosa?

Gabriel se removió, incómodo.

—No me imaginaba que fuera a ponerse del lado del comité, ni que me exigiría que rompiera toda relación contigo. Fue una promesa hecha en un momento de desesperación.

—¿Qué dijo él?

—Convenció al comité para que cambiaran mi suspensión administrativa por una excedencia, para que así el nombre del departamento no se viera perjudicado. También se me prohibió calificar trabajos de alumnas durante un plazo de tres años.

—Lo siento. No tenía ni idea.

Él apretó mucho los labios.

—Me dijeron que cesara toda relación contigo inmediatamente y me avisaron de que si violaba esa condición, el acuerdo quedaría sin validez y reabrirían la investigación. Sobre los dos. —Se detuvo buscando las palabras adecuadas.

—Si me consideraban la víctima —lo interrumpió Julia—. ¿Por qué amenazar con seguir investigándome?

Los ojos de Gabriel brillaron con frialdad.

—El doctor Aras sospechaba que estabas diciendo la verdad, que nuestra relación era consentida y que yo pretendía salvar tu reputación. No iba a tolerar que saliéramos de allí juntos y riéndonos de todos a sus espaldas. Por eso te envié el correo. Sabía que él lo vería.

—Ese correo fue muy cruel.

Gabriel frunció el cejo.

—Ya lo sé, pero pensé que, al enviártelo desde mi cuenta de la universidad a tu cuenta de la universidad, te percatarías de que estaba escrito de cara a la galería. ¿Alguna vez te he hablado en ese tono?

Ella lo miró desafiante.

—Quiero decir… ¿alguna vez te he hablado en ese tono desde que sé quién eres?

—¿Las autoridades universitarias pueden prohibirte verme?

Gabriel se encogió de hombros.

—Lo hicieron. La amenaza de Christa pendía sobre la cabeza de todos. Jeremy pensó que si me tomaba una excedencia, podría convencerla a ella de que retirara la demanda. Y lo cierto es que lo consiguió. Pero no olvides que me había amenazado con no mover un dedo para ayudarnos si seguíamos viéndonos.

—Eso es chantaje.

—Eso es política académica. Si la demanda de Christa hubiera llegado a la justicia ordinaria, el perjuicio al prestigio de la universidad habría sido irreparable. Jeremy habría perdido la posibilidad de atraer a los mejores profesores y alumnos al departamento, porque se correría la voz de que no era un lugar seguro. No quería verme envuelto en un escándalo de ese tipo, ni quería que tú tuvieras que acudir a un tribunal, aunque sólo fuera como testigo.

Carraspeó. Julia era consciente de que estaba pasando un mal rato, pero no obstante siguió hablando:

—Acepté sus condiciones. Jeremy y David insistieron en que te entrevistarían al final del semestre para asegurarse de que habíamos roto el contacto. No tenía elección.

Julia jugueteó con el dobladillo de su vestido.

—¿Por qué no me avisaste? ¿Por qué no pediste un receso para explicarme lo que estaba pasando? Éramos una pareja, Gabriel. Se suponía que hacíamos las cosas juntos.

Él tragó saliva con dificultad.

—¿Qué habría pasado si te hubiera llevado aparte y te hubiera contado lo que pensaba hacer?

—No te lo habría permitido.

—Exactamente. No podía permitir que lo lanzaras todo por la borda. No habría podido vivir con ese peso sobre mi conciencia. Sólo podía esperar que pudieras perdonarme… algún día.

Julia lo miró, asombrada.

—¿Fuiste capaz de arriesgarlo todo sin estar seguro de si podría perdonarte?

—Sí.

Ella notó que los ojos volvían a llenársele de lágrimas, pero se las secó.

—Ojalá me lo hubieras contado.

—Quería hacerlo, pero le había prometido a Jeremy que no volvería a acercarme a ti. Traté de hablar contigo antes de que él saliera al pasillo, pero John y Soraya no paraban de meterse por medio.

—Lo sé, pero…

Gabriel la interrumpió.

—Si te hubiera dicho que era temporal, los miembros del comité se habrían dado cuenta sólo mirándote a la cara. Se habrían dado cuenta de que no teníamos ninguna intención de cumplir la promesa. Y yo había dado mi palabra.

—Pero pensabas romperla.

—Sí, pensaba romperla —reconoció, mirando hacia afuera.

—No entiendo nada, Gabriel. Les hiciste todo tipo de promesas, pero las rompiste. Me escribiste un mensaje en un libro, lo dejaste en mi casillero…

—Pensaba hacer más cosas. Pensaba escribirte un correo explicándote la situación, diciéndote que sólo teníamos que esperar hasta el final del curso. Cuando tú te hubieras graduado y yo hubiera renunciado a la plaza, podríamos reanudar la relación. Siempre y cuando tú así lo quisieras —bajó la voz—. Sabía que te estarían vigilando. Y que te entrevistarían para saber si había roto mi promesa. Me preocupaba tu incapacidad para mentir.

—Eso son tonterías —protestó Julia con rabia—. Podrías haberme dicho que fingiera estar deprimida. No soy una gran actriz, pero algo habría podido hacer.

—Había otros… factores.

Ella cerró los ojos.

—Cuando tropecé… me miraste como si me odiaras. Parecía que sintieras repugnancia por mí.

—Julia, por favor. —Gabriel le agarró una mano y la estrechó contra su pecho—. Esa mirada no iba dirigida a ti. Estaba asqueado, pero por la vista, por todo lo que estaba pasando. Te juro que tú no tenías nada que ver con lo que sentía en ese momento.

Ella soltó unas cuantas lágrimas, aliviada al haber logrado respuestas para muchas de sus preguntas. Aunque faltaban algunas de las respuestas más importantes.

—Odio que estés llorando por mi culpa —manifestó Gabriel con pesar, acariciándole la espalda.

Julia se secó los ojos con el dorso de la mano.

—Tengo que volver a casa.

—Puedes quedarte aquí esta noche —propuso él, cautelosamente.

Ella no sabía qué hacer. Si se quedaba, tal vez perdiera la distancia que necesitaba para acabar de preguntarle todo lo que quería saber, aunque volver a su apartamento frío y oscuro le parecía una decisión cobarde. Sabía que si permitía que su cuerpo se acurrucase junto al de Gabriel, éste arrastraría también a su mente y a su corazón.

—Debería marcharme —dijo finalmente, suspirando—, pero ahora mismo no me veo capaz de levantarme.

—Pues quédate. Quédate aquí, entre mis brazos. —La besó en la frente y le susurró varias veces que la amaba.

Muy lentamente, se separó de ella y fue a buscar un par de mantas, aprovechando de paso para apagar las velas. Dejó encendidas las candelitas de las lámparas marroquíes, que llenaban de luz y color las paredes de la tienda. El aire brillaba a su alrededor.

Crearon un nido en el centro del futón. Gabriel se tumbó de espaldas y Julia se acurrucó a su lado. Él no hizo nada para contener el profundo suspiro de alivio que se escapó de sus labios mientras le rodeaba los hombros con un brazo.

—¿Gabriel?

—¿Sí?

Él le acarició el pelo lentamente, disfrutando de la suavidad de los mechones que se deslizaban entre sus dedos. Trató de deleitarse con su nuevo aroma, pero se encontró añorando el antiguo.

—Te… te he echado mucho de menos.

—Gracias —dijo él, abrazándola con fuerza y sintiendo un gran alivio.

—Por las noches no podía dormir deseando que estuvieras a mi lado.

Los ojos de Gabriel se llenaron de lágrimas al oír la vulnerabilidad en su voz. Era vulnerable pero valiente al mismo tiempo. Si alguna vez había tenido alguna duda sobre si la amaría y la admiraría eternamente, esa duda se desvaneció en ese preciso instante.

—Yo también lo deseaba.

Julia suspiró y pocos segundos después, los dos antiguos amantes, agotados, se quedaron dormidos.