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Tom se plantó frente a la puerta de Julia el día después de su graduación, llevando una camiseta gris con la palabra «Harvard» grabada en el pecho.

—¿Papá?

—Estoy tan orgulloso de ti… —afirmó con voz ronca, antes de darle un abrazo.

Padre e hija disfrutaron de un instante de tranquilidad antes de que alguien subiera los escalones a su espalda.

—Ah, buenos días. He traído el desayuno. —Paul llevaba una bandeja con tres cafés con leche y donuts. Parecía algo incómodo por haber interrumpido un momento de intimidad familiar, pero cuando Tom lo recibió con un apretón de manos y Julia con un abrazo, se relajó.

Tras desayunar en la mesita plegable, los dos hombres empezaron a planificar la mejor manera de embalarlo todo para el traslado. Por suerte, Paul había convencido a Sarah, la persona que le subarrendaba el apartamento a Julia, para que ésta pudiera instalarse en el piso el 15 de junio.

—Katherine Picton me invitó a comer hoy, pero no es necesario que vaya —comentó Julia de pasada.

No quería dejar a su padre y a su amigo trabajando, mientras ella iba de visita.

—No tienes muchas cosas, Jules —dijo Tom, mirando a su alrededor—. Mientras tú recoges la ropa, nosotros nos ocuparemos de los libros. Estoy seguro de que a la hora de comer ya habremos terminado o poco nos faltará. —Con una sonrisa, le revolvió el pelo antes de irse hacia el pequeño baño.

—No tienes por qué ocuparte de esto —replicó Julia al quedarse a solas con Paul—. Papá y yo podemos hacerlo solos.

Él frunció el cejo.

—¿Cuándo vas a aceptar que estoy aquí porque me apetece? Yo no soy de los que se marchan, Julia. No cuando hay una razón tan buena para quedarse.

Ella se tensó, incómoda, y clavó la vista en el café con leche.

—Si la profesora Picton te ha invitado a comer, será que quiere decirte algo. Será mejor que vayas. —Le apretó la mano—. Tu padre y yo nos encargaremos de todo.

Julia soltó el aire lentamente y sonrió agradecida.

***

Había unos cuantos objetos personales que a Julia no le apetecía que vieran ni su padre ni Paul, así que los guardó en su mochila L. L. Bean. Aunque no eran los típicos objetos que una joven desea mantener lejos de la vista de su padre. Se trataba de un diario, unos pendientes de brillantes y algunas cosas relacionadas con sus sesiones de terapia.

Nicole estaba encantada por la mejoría de Julia. Durante la última sesión, le había dado el nombre de otra terapeuta de cerca de Harvard. Nicole no sólo la había ayudado a soportar un duro golpe, sino que ahora la dejaba en buenas manos para seguir el viaje.

Julia se puso un vestido sencillo pero bonito y unas sandalias bajas para ir a casa de la profesora Picton, pensando que la ocasión merecía algo mejor que unos vaqueros. Llevaba la mochila al hombro y en las manos una lata de lo que le habían asegurado que era un buen té Darjeeling.

El té y ella fueron recibidos con la contención propia de la profesora Picton, que la hizo pasar inmediatamente al comedor. El almuerzo, a base de ensalada de gambas, sopa fría de pepino y un vino sauvignon blanco, fue muy agradable.

—¿Cómo van las lecturas? —preguntó Katherine, mirándola por encima del plato de sopa.

—Despacio pero segura. Voy a leer todo lo que usted me sugirió, pero acabo de empezar.

—La profesora Marinelli ya está deseando conocerte. Estaría bien que fueras a presentarte cuando llegues a Cambridge.

—Lo haré. Muchas gracias.

—Sería muy beneficioso para ti que establecieras relación con el resto de los especialistas en Dante de la zona, especialmente los de la Universidad de Boston. —Katherine sonrió enigmáticamente—. Pero estoy segura de que acabarás conociéndolos a todos, aunque no quieras. Si ves que no te los presentan, prométeme que te dejarás caer por el Departamento de Estudios en Lenguas Romances de esa universidad antes de setiembre.

—Lo haré, muchas gracias. No sé qué habría hecho… —Emocionada, Julia no pudo seguir hablando.

La profesora la sorprendió consolándola con unas palmaditas en la mano. El gesto fue torpe, como si la distinguida solterona estuviera acariciando la cabeza de un niño lloroso, pero no sin sentimiento.

—Te has graduado con honores. Tu proyecto es sólido y puede ser una buena base para tu tesis. Seguiré tu carrera con interés. Creo que serás muy feliz en Cambridge.

—Gracias.

Cuando llegó el momento de despedirse, Julia alargó la mano, pero Katherine volvió a sorprenderla al darle un abrazo contenido pero cálido.

—Has sido una buena alumna. Ahora, ve a Harvard y haz que me sienta orgullosa de ti. Y mándame un correo electrónico de vez en cuando contándome cómo te van las cosas. —Separándose un poco de ella para mirarla a la cara, añadió—: Es posible que dé una conferencia en Boston en otoño. Espero que nos veamos allí.

Ella asintió.

Mientras caminaba hacia su pequeño apartamento de Madison Avenue, iba mirando maravillada el regalo que le había hecho la profesora Picton. Era una rara edición, antigua y gastada, de La Vita Nuova de Dante, que había pertenecido a Dorothy L. Sayers, que había sido amiga del director de tesis de Katherine en Oxford. En los márgenes había anotaciones de puño y letra de Sayers. Julia lo conservaría siempre. Sería su tesoro.

No importaba el daño que Gabriel le había causado. Al convencer a Katherine Picton para que fuera su directora de proyecto le había hecho un favor tan grande que no podría devolvérselo nunca.

«El amor es tener un gesto amable con alguien sin esperar recibir nada a cambio», pensó.

***

A la mañana siguiente, Julia, Tom y Paul lo cargaron todo en la camioneta que habían alquilado y condujeron ocho horas hasta llegar a la granja Norris, que se encontraba a las afueras de Burlington, en Vermont. Los Mitchell fueron tan bien recibidos que se dejaron tentar para pasar unos cuantos días allí. Ted Norris, el padre de Paul, convenció a Tom para que fuesen juntos de pesca.

Julia dudaba que cualquier otro argumento hubiera conseguido alterar el rígido programa de su padre, pero eso fue antes de probar la comida que preparaba Louise. La madre de Paul era una cocinera extraordinaria. Lo hacía todo ella, incluso los donuts.

El 15 de junio, la noche antes de que los Mitchell y Paul siguieran su viaje hacia Cambridge, Paul estaba en la cama, pero no podía dormir. Su padre lo había ido a buscar pasada la medianoche a causa de una emergencia bovina. Cuando finalmente pudo volver a acostarse, estaba demasiado agitado para conciliar el sueño.

En su mente compartían espacio dos mujeres. Allison, su ex novia, estaba de visita en la granja cuando él llegó con los Mitchell. No era de extrañar, ya que seguían siendo amigos, pero Paul sabía que, al menos en parte, Allison había ido para echarle un vistazo a su rival. Él le había hablado de Julia en Navidad, así que conocía su existencia y el papel que jugaba en su vida. Allison sabía que Julia le despertaba unos sentimientos que, al menos en Navidad, no eran correspondidos.

Por suerte, fue amable con Julia y ésta estuvo, como siempre, tímida pero encantadora. Paul se había sentido bastante incómodo mientras su pasado y su posible futuro charlaban delante de él.

Cuando Allison lo llamó más tarde por teléfono para decirle que Julia era encantadora, no había sabido qué responder. Por supuesto, seguía sintiendo algo por Allison. Eran amigos desde mucho antes de empezar a salir. La quería, pero ella había roto la relación, él había seguido adelante con su vida y había conocido a Julia. ¿Por qué tenía que sentirse culpable?

Mientras Paul se planteaba su compleja (aunque al mismo tiempo inexistente) vida amorosa, Julia luchaba contra el insomnio. Cuando se hartó de dar vueltas en la cama, decidió bajar a hurtadillas a la cocina por un vaso de leche.

Y allí se encontró a Paul, sentado a la mesa, tomando una generosa ración de helado.

—Hola —la saludó él, mirándola discretamente pero con admiración.

Julia se le acercó, vestida con una vieja camiseta del instituto de Selinsgrove y unos shorts con «St. Joe’s» cosido descaradamente en el culo.

(A los ojos de Paul, era Helena de Troya con ropa de deporte).

—¿Tú tampoco puedes dormir? —le preguntó Julia, acercando una silla para sentarse a su lado.

—Papá tenía un problema con una de las vacas. ¿Un poco de Heath Bar Crunch? —preguntó él, ofreciéndole una cucharada grande de helado Ben & Jerry’s.

Ella no se pudo negar. Era su sabor favorito. Con cuidado, cogió la cuchara y se la metió en la boca.

—Hum —gimió, con los ojos cerrados. Al acabar, le devolvió la cuchara a Paul, resistiendo el impulso de lamerla.

Él la dejó en el tazón y se levantó. Julia parpadeó y se echó hacia atrás en la silla.

—Julia —susurró Paul, tirando de sus brazos para que se levantara. Le echó el pelo hacia atrás, fijándose en que ella no hacía ningún gesto de rechazo. Estaban muy cerca, casi rozándose. Él le dedicó una ardiente mirada—. No quiero que nos despidamos.

La sonrisa de Julia fue un poco forzada.

—No tenemos que hacerlo. Seguiremos en contacto por teléfono y correos electrónicos. Y nos podemos ver siempre que vayas a Boston.

—Creo que no me has entendido.

Ella se liberó de sus manos y dio un paso atrás.

—Es por Allison, ¿verdad? No quiero crear problemas entre vosotros. Papá y yo nos las apañaremos perfectamente solos.

Julia esperó su respuesta, pero en vez de aliviado, Paul cada vez parecía más preocupado.

—Allison no tiene nada que ver en esto.

—¿No?

—¿De verdad tienes que hacerme esa pregunta? —Dio un paso hacia ella—. ¿De verdad no lo sabes?

Julia apartó la vista.

—Paul, yo…

—Deja que termine de hablar —la interrumpió—. Por una vez, deja que te diga lo que siento. —Respiró hondo y esperó a que volviera a mirarlo a los ojos antes de continuar—: Estoy enamorado de ti. No quiero separarme de ti porque te quiero. La idea de tener que dejarte en Cambridge me está matando.

Ella inspiró lentamente y empezó a negar con la cabeza.

—Déjame terminar, por favor. Sé que tú no estás enamorada de mí. Sé que es demasiado pronto, pero ¿crees que podrías…, algún día… en el futuro…?

Julia cerró los ojos. Un futuro que nunca había considerado se abrió ante ella. Era una auténtica encrucijada de posibilidades. Se planteó cómo sería compartir la vida con Paul. Que fuera él el hombre que la besara, que la abrazara; el hombre que la llevara a la cama y le hiciera el amor, con dulzura y delicadeza. No le cabía ninguna duda de que Paul sería muy dulce.

Querría que se casaran, por supuesto, y que tuvieran hijos. Pero se sentiría orgulloso de su carrera académica y la apoyaría en todo momento.

Se sorprendió al darse cuenta de que las imágenes no le resultaban desagradables. Era un buen futuro. Tendría una vida satisfactoria junto a un hombre decente, que nunca movería un dedo para perjudicarla. Podría tener una buena vida a su lado.

Cuando abrió los ojos, Paul le levantó la barbilla.

—No habrá dramas, ni peleas, ni antiguas novias como la profesora Dolor. Te trataré con respeto y nunca, nunca te abandonaré.

»Elígeme —susurró, mirándola con sentimiento—. Elígeme y te daré una vida feliz. Nunca más tendrás que irte a dormir llorando.

Al oírlo, Julia no pudo controlar las lágrimas. Sabía que le estaba diciendo la verdad, pero reconocer esa verdad y desearla eran cosas muy distintas.

—No soy como él. No soy como una hoguera que lo quema todo y luego se apaga. Soy constante. Me he contenido porque sabía que necesitabas un amigo, pero por una vez quiero decirte lo que siento en realidad.

Tomando su silencio como prueba de aceptación, la abrazó. Inclinándose sobre ella, unió sus labios a los suyos y expresó toda su pasión en un beso.

La boca de Paul era cálida y acogedora y lo que empezó como un beso suave, en seguida se cargó de deseo.

Tras un instante de vacilación, ella se abrió a él. La lengua de Paul aprovechó la duda para penetrar en su boca, mientras le sujetaba la cabeza con ambas manos. Pero Julia no se sintió amenazada en ningún momento. En los gestos de él no había ningún intento de dominación, no había nada grosero ni abrumador.

La besó sin perder el control en ningún momento. Después, lentamente, se separó y le dio un suave beso en los labios antes de susurrarle al oído:

—Te quiero, Julia. Di que serás mía y no te arrepentirás.

Ella lo abrazó con más fuerza, mientras las lágrimas le rodaban por las mejillas.