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De madrugada, Rachel y Julia seguían echadas en el sofá, en pijama y bata, bebiendo vino y riendo sin poderse contener. Scott, Tammy y Quinn se habían marchado temprano y Aaron llevaba horas durmiendo. Lo oían roncar en la habitación.

Animada por el vino, Julia le contó a su amiga lo que había pasado durante la vista. Aunque le costó mucho, Rachel resistió la tentación de interrumpirla hasta que acabó de hablar.

—No creo que Gabriel te haya dejado por el trabajo. No necesita el dinero y siempre puede trabajar en otro sitio. Lo que no entiendo es por qué no ha sido más explícito. Podía haber hablado contigo a la salida y decirte: «Te quiero, pero tenemos que esperar». Conociéndolo, seguramente te habría recitado algo en pentámetros yámbicos —añadió, con la risa floja por el alcohol.

—Mencionó algo sobre Eloísa, pero la verdad, no me animó mucho. Abelardo mantuvo en secreto su relación con ella para no perder el trabajo. Y luego la mandó a un convento.

Rachel le lanzó un cojín a la cabeza.

—Gabriel nunca te enviaría a un convento. Te quiere. Y me niego a aceptar otra cosa.

Abrazando el cojín, Julia se tumbó de lado.

—Si me quisiera, no me habría abandonado. Ni habría roto conmigo con un correo electrónico.

—¿De verdad crees que ha estado jugando contigo todos estos meses?

—No, pero eso ya no tiene importancia.

Rachel bostezó ruidosamente.

—No entiendo lo que ha hecho, pero está claro que la ha cagado. Me pregunto si no estaría tratando de protegerte de alguna manera.

—¿Qué le costaba avisarme?

—Eso es lo que no entiendo. Podría habernos pedido a cualquiera de nosotros que te pasáramos un mensaje. O haberte escrito una carta. ¿Por qué no le dijo al comité que se metieran sus condiciones por donde les cupieran?

Julia se movió y, mirando al techo, se hizo la misma pregunta que su amiga.

—¿Quieres que lo llamemos?

—No.

—¿Por qué no? Si ve que soy yo, igual contesta.

—Es muy tarde y estoy borracha. No es el mejor momento para mantener una conversación. Además, me dijo que no me pusiera en contacto con él.

Rachel levantó el teléfono y lo sacudió ante los ojos de Julia.

—Si tú estás sufriendo, él también.

—Le dejé un mensaje diciendo que, si algún día quiere hablar conmigo, que lo haga cara a cara. No voy a llamarlo más. —Vació el vaso de un trago. Al cabo de unos segundos, añadió—: Tal vez venga a la graduación.

Suspiró, melancólica. Por muy enfadada y frustrada que se sintiera, seguía deseando a Gabriel.

—¿Cuándo es la graduación?

—El once de junio.

Rachel maldijo disimuladamente. Era muy cerca de la boda.

Tras unos minutos en silencio, Julia dio voz a uno de sus mayores miedos.

—¿Rachel?

—¿Ajá?

—¿Y si se acuesta con ella?

Durante unos momentos, su amiga no dijo nada. Tan callada se quedó que Julia empezó a repetir la pregunta, pero en ese momento Rachel la interrumpió.

—Puedo imaginarme que se acueste con cualquier otra persona. Pero no que se acueste con ella y espere que tú lo perdones luego.

—Si te enteras de que está con otra, por favor, avísame. Prefiero enterarme por ti que por otra persona.

***

—Cariño, abre los ojos.

La voz de Gabriel era cálida y sugerente mientras se movía en su interior, apoyándose en los antebrazos para no aplastarla. Se inclinó para besarle la parte interior del brazo, a la altura del bíceps, y succionó suavemente. Lo suficiente para provocarla y tal vez dejarle una ligera marca. Sabía que se volvía loca cada vez que lo hacía.

—No puedo —dijo Julia entre jadeos. Cada vez que él se movía, despertaba las sensaciones más intensas y maravillosas en su interior.

Hasta que se detuvo en seco.

Ella abrió los ojos.

Él le acarició la nariz con la suya.

—Necesito verte. —Su mirada era intensa pero amable, como si estuviera manteniendo el deseo a raya momentáneamente.

—Me cuesta mucho mantener los ojos abiertos —protestó ella, gimiendo cuando él volvió a moverse en su interior.

—Inténtalo. Hazlo por mí, Julia. —La besó con delicadeza—. Te quiero tanto…

—Pero entonces, ¿por qué me abandonaste?

Gabriel la miró entornando los ojos, consternado.

—No lo hice.

***

Esa misma noche, Gabriel estaba tumbado en el centro de la cama, con los ojos cerrados, mientras ella le besaba el pecho. Ella se detuvo para dedicarle una atención especial al tatuaje, antes de seguir descendiendo hacia su abdomen. Él maldijo en voz baja al notar las uñas que le recorrían los músculos bien definidos, antes de que una lengua se hundiera en su ombligo.

«Hacía tanto tiempo…»

Eso fue lo que pensó al notar que una mano le acariciaba el pubis antes de agarrarle el miembro con fuerza. Gabriel levantó las caderas. Ella lo acariciaba mientras él gemía y suplicaba. Julia lo excitó acariciándole los muslos con su larga y sedosa melena, antes de metérselo en la boca, tan húmeda y cálida.

Con una exclamación de sorpresa, Gabriel se abandonó a las sensaciones, antes de enredar los dedos en su pelo.

Al recordar, se quedó paralizado.

Una sensación de miedo se le instaló en el estómago al pensar en la última vez que lo habían intentado. Entonces la soltó inmediatamente, temiendo haberla asustado.

—Lo siento —se excusó, acariciándole la mejilla con un dedo—. Casi se me olvida.

Una mano helada sujetó la suya, obligándolo a agarrarla por la cabeza una vez más.

—¿Casi se te olvida el qué? —se burló ella—. ¿Cómo se disfruta de una mamada?

Gabriel abrió los ojos y vio, horrorizado, que los ojos que lo miraban divertidos no eran castaños, sino azules.

Paulina, completamente desnuda, estaba acuclillada a su lado, sonriendo triunfalmente y a punto de volver a metérselo en la boca. Maldiciendo a gritos, Gabriel se apartó y se sentó, apoyándose en el cabezal, sin perderla de vista.

Echándose a reír ante su reacción, ella le señaló la nariz, indicándole sin palabras que se limpiara los restos de cocaína.

«¿Qué he hecho?»

Gabriel se frotó la cara con ambas manos. Al darse cuenta de la magnitud de su depravación, sintió náuseas y vomitó al lado de la cama. Cuando se recuperó un poco, alargó la mano para mostrarle a Paulina el anillo, pero no llevaba ninguno.

El anillo de boda había desaparecido.

Paulina se rió con más fuerza y avanzó hacia él como un felino, con la mirada salvaje y frotándose contra su cuerpo.