33

Un viernes de mediados de abril por la tarde, Julia llegó al piso de Rachel y Aaron en Filadelfia. La primera idea era que Rachel viajara a Toronto y le llevara el vestido de dama de honor, pero a ésta se le habían complicado las cosas en el trabajo. Como Rachel estaba tratando de guardarse días de vacaciones para poderse ir de luna de miel, Julia accedió a salir de su agujero de hobbit.

Su amiga la recibió con un abrazo y la acompañó hasta el salón. Julia miró la carpeta llena de muestras de tela.

—¿Ya has acabado con los preparativos de la boda?

Rachel negó con la cabeza.

—No, no del todo. Pero ahora no quiero hablar de la boda, quiero que hablemos de ti —dijo, mirándola con preocupación—. Lo tuyo con Gabriel ha sido un golpe muy fuerte. Nos ha pillado a todos por sorpresa.

—Ya. —Julia hizo una mueca de dolor—. A mí también.

—No contesta al teléfono ni responde a los correos electrónicos. Créeme, lo hemos intentado. Scott me mandó una copia del correo que le envió y te aseguro que no se mordió la lengua. ¿Sabías que Gabriel estuvo en Selinsgrove hace un par de semanas?

—¿En Selinsgrove? —repitió Julia, sorprendida—. Pensaba que estaba en Italia.

—¿Qué te hacía pensar eso?

—Creía que habría ido allí a escribir su libro. Y, de paso, a esconderse de mí.

—Menudo idiota. —Su amiga maldijo en voz baja—. ¿No se ha puesto en contacto contigo?

—Sólo me envió un correo notificándome que lo nuestro había terminado. —Buscando en su bolso, sacó unas llaves y un pase de seguridad—. Son de Gabriel.

Rachel se los quedó mirando confusa.

—¿Qué se supone que tengo que hacer con eso?

—Guardarlo. O dárselo a tu padre. Se lo habría enviado por correo, pero como no quiere que me ponga en contacto con él…

Rachel lo dejó sobre una de las carpetas de muestras. Luego, pensándolo mejor, lo guardó en un cajón del comedor, que cerró con una palabrota.

—Sé que estuvo en la antigua casa de mis padres porque una de las vecinas llamó a mi padre para quejarse. Al parecer, Gabriel escuchaba música hasta las tantas de la noche y merodeaba por los alrededores.

La mente de Julia se desplazó al huerto de manzanos. Tenía cierta lógica que hubiera ido a buscar consuelo al único lugar en el mundo donde había encontrado la paz: su paraíso. Aunque, dada la implicación de Julia con aquel lugar, le extrañaba un poco. Negando con la cabeza, trató de no pensar en ello.

Rachel se volvió hacia ella.

—No entiendo por qué ha hecho una cosa así. Gabriel te quiere. No es de esos hombres que se enamoran fácilmente, ni de los que pronuncian palabras de amor si no las sienten. Ese tipo de sentimiento no desaparece de la noche a la mañana.

—Es posible que me quisiera. Pero parece evidente que no tanto como a su trabajo. O tal vez haya decidido volver con ella.

—¿Con Paulina? ¿Está metida en esto? No sabía nada. —Los ojos de Rachel se encendieron de indignación.

—Hasta hace poco más de un año, seguían viéndose.

—¿Qué?

—En Navidad discutimos por ella y… otras cosas y me confesó que su historia era más reciente de lo que yo pensaba.

—Nunca había oído hablar de ella hasta que se presentó en casa de mis padres.

—Yo sabía que existía, pero Gabriel me hizo creer que las cosas habían acabado entre ellos en Harvard. Aunque, en realidad, se habían seguido viendo.

—¿No creerás en serio que te ha dejado por ella? Después de Florencia. Después de lo que habéis vivido.

—Yo ya me lo creo todo —replicó Julia con frialdad.

Rachel gruñó y se tapó los ojos con las manos.

—Qué desastre. Mi padre está muy disgustado, igual que Scott. Cuando se enteró de que Gabriel estaba en Selinsgrove, quería ir allí para hacerlo entrar en razón a puñetazos.

—¿Y lo hizo?

—Tammy necesitaba que se quedara con el niño, así que Scott decidió que ya le patearía el culo otro día.

Julia sonrió con ironía.

—Puedo imaginarme la conversación.

—Scott está loco por Tammy. Están tan acaramelados que da hasta rabia.

—Me alegro de que vengan a cenar.

Su amiga miró la hora.

—Creo que debería empezar a preparar la comida. Llegarán pronto para darle de cenar a Quinn antes. La vida de Scott ha dado un vuelco. Todo gira alrededor del niño.

Julia la siguió hasta la cocina.

—¿Qué opina tu padre de Tammy?

Rachel rebuscó en la nevera.

—Le gusta y adora al bebé. Cualquiera diría que es su nieto de verdad. —Dejó los ingredientes para la ensalada sobre la encimera y añadió—: ¿De verdad crees que Gabriel volvería con Paulina?

Aunque no quería decirlo en voz alta, sí, Julia lo creía posible. Había cambiado mucho por ella, pero ahora que ya no estaban juntos era posible que regresara a sus viejas costumbres.

—Ya sabes lo que dicen: más vale malo conocido que bueno por conocer.

—No creo que ella estuviera muy contenta con esa definición. —Rachel se apoyó en la encimera—. ¿No crees que en la universidad lo obligaron a apartarse de ti?

—Probablemente. Lo que no entiendo es que él lo aceptara. ¿Cómo se puede obligar a nadie a abandonar una ciudad? ¿Van a decirle también lo que tiene que hacer durante su excedencia? Si Gabriel quisiera hablar conmigo, me llamaría por teléfono. Y no lo ha hecho. La universidad le ha puesto en bandeja la excusa que necesitaba para romper conmigo. Probablemente ya lo tenía planeado desde el principio.

Julia se cruzó de brazos. Era más fácil dar voz a sus miedos con Rachel que a solas en la oscuridad.

—Qué desastre —repitió su amiga, volviéndose para lavarse las manos.