26

«Algo huele a podrido en Dinamarca». Soraya se apoyó en el lavabo del servicio de señoras mientras su clienta lloraba sentada en una silla. Sacó la BlackBerry de la cartera y revisó los correos recibidos antes de volver a guardar el aparato.

—Conozco a John. Si de él hubiera dependido, Gabriel no habría abierto la boca. Le habría puesto una demanda a la universidad y habría tratado de demostrar que todo había sido culpa tuya. Nunca habría aceptado este resultado. —Miró a su clienta con severidad—. ¿Sabes si hay algo? ¿Algún secreto que Gabriel no quiere que salga a la luz? ¿Algo extremadamente dañino para su imagen?

Julia negó con vehemencia. Había consumido drogas, pero eso quedaba en el pasado, igual que su promiscuidad y su experiencia con la profesora Singer. Por supuesto, estaba la insignificante cuestión de los grabados de Botticelli comprados en el mercado negro, pero a ella no se le ocurriría contarle esa información a nadie y menos aún a Soraya.

—¿Estás segura? —insistió la abogada, con los ojos entornados.

—No hay ningún secreto. —Julia sorbió por la nariz y se sonó con un pañuelo de papel.

Soraya se apartó la melena oscura por encima del hombro.

—En ese caso, debe de ocultarte algo a ti también. No puedo imaginar qué podría ser más negativo para su imagen que una relación inadecuada con una alumna. Pensaba que no os habíais acostado hasta el final del semestre.

—Y así es.

—Entonces, ¿por qué les ha dicho que estabais juntos mientras aún eras su alumna?

—¿Crees que lo despedirán?

—No. —Soraya soltó el aire con fuerza—. Emerson tiene plaza fija y el catedrático lo apoya. Se notaba en su lenguaje corporal. Aunque David Aras es un cabrón pretencioso. ¿Quién sabe lo que pasa por su cabeza?

—¿No crees que Gabriel haya mentido para protegerme?

La abogada reprimió una sonrisa condescendiente. No hubiera sido adecuado sonreír en ese momento.

—Los seres humanos somos egoístas. Se estaba protegiendo a sí mismo. O bien trataba de ocultar algún secreto que no quería que saliera a la luz o bien ha intercambiado la confesión por clemencia. Gabriel se ha rebelado contra John y se ha negado a que éste lo defendiera de los cargos. De no ser así, aún estaríamos sentadas en esa sala.

Julia se acercó al lavabo y se lavó las manos y la cara, tratando de ponerse un poco presentable.

Soraya la miró negando con la cabeza.

—No quiero ser cruel pero, francamente, no creo que se merezca tus lágrimas.

—¿A qué te refieres?

—Estoy segura de que has sido una distracción excitante, un contraste interesante con sus otras mujeres. Supongo que te habrá dicho cosas bonitas para que te acostaras con él y mantuvieras la boca cerrada. Pero no puedes fiarte de hombres como ése. Nunca cambian. —Al ver la expresión horrorizada de Julia, siguió hablando—: No pensaba decírtelo, pero una amiga mía se enrolló con él un par de veces. Se conocieron en una discoteca hará un año y acabaron follando en el lavabo.

»Un día, el otoño pasado, la llamó por teléfono y volvieron a enrollarse, pero después no volvió a llamarla nunca más. Fue como si hubiera desaparecido del mapa. —Soraya la miró fijamente—. ¿Por qué ibas a querer estar con alguien así? Probablemente se haya estado tirando a otras mujeres a tus espaldas mientras estaba contigo.

—No lo conoces. No lo juzgues —lo defendió ella, en voz baja pero agresiva.

La abogada se encogió de hombros y buscó el pintalabios en el bolso.

Julia cerró los ojos y respiró hondo, tratando de procesar la nueva información.

«Gabriel y yo empezamos a vernos en otoño. ¿Se estaba acostando con otras mujeres mientras me enviaba flores y correos electrónicos? ¿Me mintió sobre Paulina?»

No sabía qué creer. El corazón le decía que lo creyera a él, pero no podía negar que Soraya había plantado la semilla de la duda en su mente.

Salieron al pasillo y, al acercarse a la escalera, se encontraron con John y Gabriel. Ninguno de los dos parecía contento.

—¡Gabriel! —llamó Julia.

John le dirigió una mirada hostil.

—Larguémonos de aquí, Gabriel. No pueden verte con ella.

Julia lo miró. Los ojos de él ya no reflejaban disgusto ni rechazo, pero sí ansiedad.

—¿No has causado ya bastante daño? —le espetó John, cuando ella dio un paso inseguro en dirección a ellos.

—No le hables así. —Gabriel se interpuso entre los dos, protegiéndola con su cuerpo, aunque sin mirarla a la cara.

—David y sus secuaces están a punto de salir por esa puerta —los interrumpió Soraya—. Y yo preferiría estar lejos de aquí cuando lo hagan. Así que si tenéis que deciros algo, que sea rápido.

—Por encima de mi cadáver —protestó John—. Las cosas ya se han complicado bastante. Larguémonos.

Con una mirada de advertencia a su abogado, Gabriel se volvió hacia Julia.

—¿Qué pasa? ¿Por qué les has dicho que nuestra relación fue inadecuada? —preguntó ella, mirando sus ojos oscuros y atormentados.

—«No eras consciente de tu aflicción» —le susurró Gabriel al oído, inclinándose hacia ella.

—¿Qué se supone que quiere decir eso?

—Se supone que acaba de salvarte el culo, ¡eso quiere decir! —los interrumpió John, señalándola con un dedo y mirándola con desprecio—. ¿Y se puede saber qué tratabas de hacer vomitando sentimientos durante toda la vista? Sabía que eras inocente, pero no me imaginaba que además fueras estúpida.

—John, aparta ese dedo de la cara de la señorita Mitchell o te lo arrancaré de la mano. —La voz de Gabriel, apenas un susurro, era tan amenazadora que provocaba escalofríos—. Nunca te dirijas a ella en ese tono. ¿Está claro?

El abogado cerró la boca.

Soraya aprovechó la oportunidad para atacarlo.

—Mi clienta está mejor lejos de cualquiera de los dos. No finjas que no pensabas acusarla de todo para salvar a tu cliente, maldito cobarde.

John maldijo entre dientes, pero no se defendió.

Julia miró a Gabriel a los ojos, pero él había vuelto a colocarse la máscara de indiferencia.

—¿Por qué ha dicho el doctor Aras que iban a protegerme de ti?

—Tenemos que irnos. Ya. —John trató de llevarse de allí a Gabriel al oír ruido cerca de la puerta de la sala.

—¿Te han despedido? —preguntó Julia con voz temblorosa.

Dirigiéndole una mirada afligida, él negó con la cabeza.

—Buen trabajo, John. Seguro que estás muy orgulloso de ti mismo —se burló la abogada—. ¿Has tenido que venderle tu alma a David? ¿O sólo tu cuerpo?

—Chúpamela, Soraya.

—Entonces, ¿conservas el trabajo pero no puedes hablar conmigo? ¿Y qué me dices de anoche, Gabriel? —Julia alargó una mano temblorosa para acariciarlo, pero él se apartó de su alcance, negando con la cabeza y mirando de reojo a John y Soraya.

»Me prometiste que nunca me follarías, pero ¿qué fue lo de anoche? Ni una palabra, ni un «te quiero», ni una nota antes de marcharte. ¿Era eso? ¿Un polvo de despedida? —El susurro de ella se convirtió en un sollozo—. ¿Quién es el follaángeles ahora?

Gabriel hizo una mueca de dolor.

Fue algo más que una mueca. Fue como si acabara de recibir un puñetazo. Cerró los ojos y gimió débilmente, mientras se apoyaba en los talones y apretaba mucho los puños.

Todos vieron como palidecía de golpe.

—Eso me ha dolido, Julianne —murmuró.

—¿Conservas el trabajo a cambio de no hablar conmigo? ¿Cómo has podido acceder a eso? —gritó ella.

Él abrió los ojos, que le brillaban como dos zafiros.

—¿Me crees capaz de presentarme en tu casa, echarte un polvo y dejarte sin decirte adiós?

Gabriel estaba apretando los puños con tanta fuerza que le temblaban.

—¿Me estabas dejando? —Julia volvió a sollozar.

Él le dirigió una mirada intensa como un rayo láser, como si estuviera tratando de comunicarse con ella sin palabras. Inclinándose hacia adelante hasta que sus narices estuvieron casi juntas, susurró:

—No te follé. Nunca te he follado. —Y apartándose un poco, continuó—: Estabas a punto de tirar tu futuro por la borda. Tantos años de duro trabajo, tantos sacrificios… Iban a arrebatártelo todo y no habrías podido recuperarlo. No iba a quedarme de brazos cruzados viendo cómo te suicidabas académicamente. Te dije que bajaría a los infiernos a rescatarte si hacía falta y eso es lo que acabo de hacer. —Alzando la barbilla, añadió—: Y volvería a hacerlo.

Julia dio un paso hacia él y le clavó un dedo en el pecho.

—¿Quién te da derecho a decidir por mí? Es mi vida y son mis sueños. Si yo quiero renunciar a ellos, ¿quién demonios eres tú para impedírmelo? Se suponía que me amabas, Gabriel. Se suponía que tenías que ayudarme a caminar por mí misma. Y en vez de eso, llegas a un acuerdo con ellos. Tu trabajo a cambio de nuestra relación.

—¿Queréis acabar de una vez? —los interrumpió Soraya—. El doctor Aras está a punto de salir. Vámonos, Julia. Ahora mismo.

Mientras tiraba del codo de su clienta, John se interponía entre los amantes.

—¿Eso es todo? ¿Te dicen que tienes que dejarme y me dejas? ¿Desde cuándo sigues las normas establecidas, Gabriel? —le echó en cara Julia, furiosa.

La expresión de la cara de él cambió inmediatamente.

—No he tenido elección, Eloísa. Las circunstancias nos han superado.

—Pensaba que mi nombre era Beatriz. Pero claro, Abelardo abandonó a Eloísa para no perder su trabajo, así que supongo que el nuevo apodo es más adecuado —le espetó ella, mientras se apartaba un poco.

En ese momento, el profesor Martin salió al pasillo. Frunciendo el cejo, se acercó a ellos.

Bajando aún más la voz, Gabriel dijo:

—Lee mi sexta carta. Párrafo cuarto.

Julia negó con la cabeza.

—Ya no soy tu alumna, profesor. Ya no puedes ponerme deberes.

Soraya se la llevó casi a rastras. Y luego, ambas mujeres bajaron la escalera a la carrera, mientras los miembros del comité salían al pasillo.