Visto en perspectiva, que Gabriel se olvidara de mencionar que no iba a terapia no tenía importancia. O eso pensó Julia. Discutieron un poco al respecto, pero estaban demasiado preocupados por los problemas con la universidad como para prestarle más atención.
Un día de la semana siguiente, Gabriel recibió una fría nota de Jeremy comunicándole que se había entrevistado con la señora Jenkins y con Paul. Aparte de esa nota, no tuvieron ninguna otra comunicación de la universidad.
David Aras pasó la noche del viernes solo en el despacho de su casa, con una botella de whisky Jameson. No era algo tan excepcional. Como responsable de Estudios de Posgrado, a menudo se llevaba trabajo a casa. Pero esa noche se encontraba metido en una situación tan compleja como delicada.
La demanda por acoso sexual de la señorita Peterson había sido puesta en duda por más de un testigo. Sin embargo, la demanda por fraude académico contra la señorita Mitchell lo había alertado sobre un posible caso de confraternización entre Julia y el profesor Emerson. El problema era que las pruebas eran contradictorias.
Según la información que le había proporcionado el profesor Martin, Paul Norris había pintado un retrato inmaculado de la señorita Mitchell. Mientras el whisky le quemaba la garganta, David se preguntaba si el señor Norris vería alas en la espalda de todas las mujeres con las que se relacionaba o si sólo tenía debilidad por las jóvenes de Selinsgrove, Pensilvania.
(Dondequiera que estuviera eso).
Según el señor Norris y la señora Jenkins, la señorita Mitchell era una joven tímida, a la que el profesor Emerson tenía manía. Paul Norris afirmó que el profesor había discutido públicamente con ella en uno de sus seminarios.
Después de la discusión, Emerson le había pedido a la profesora Picton que supervisara el proyecto de la señorita Mitchell, dado que la joven era una amiga de la familia y podía haber conflicto.
Eso había sido una sorpresa.
El profesor Emerson no se había opuesto a la admisión de la señorita Mitchell al programa y eso que sabía que él era el único especialista en Dante. Si el conflicto de intereses era tan evidente, ¿por qué no se había manifestado antes en contra? ¿O por qué no se lo había comentado al profesor Martin al inicio del semestre?
Los expedientes del profesor Emerson y de la señorita Mitchell no tenían sentido. Y a David no le gustaban las cosas que no tenían sentido. (En su universo, las cosas eran siempre lógicas y sensatas).
Mientras le daba vueltas a las pruebas, insertó un dispositivo USB en el ordenador. Abrió la única carpeta que contenía y empezó a revisar el listado de correos electrónicos del profesor Emerson, que el Departamento de Información y Tecnología le había facilitado. Ajustó los parámetros para que se mostraran solamente los mensajes enviados o recibidos a o por la señorita Mitchell, la señorita Peterson, el señor Norris y la profesora Picton.
La búsqueda pronto dio frutos. El primer correo enviado por el profesor Emerson a la señorita Mitchell tenía fecha de octubre de 2009.
Querida señorita Mitchell:
Necesito hablar con usted sobre un tema bastante urgente.
Por favor, contácteme lo antes posible. Puede llamarme al siguiente número de móvil: 416-555-0739.
Saludos,
Prof. Gabriel O. Emerson
Profesor
Departamento de Estudios Italianos / Centro de Estudios Medievales
Universidad de Toronto
El segundo mail era la respuesta de la señorita Mitchell a ese mensaje:
Dr. Emerson:
Deje de acosarme.
Ya no quiero nada con usted. No quiero conocerlo. Si no me deja en paz, me veré obligada a presentar una demanda por acoso. Y eso es lo que haré si se pone en contacto con mi padre. Inmediatamente.
Si cree que voy a permitir que algo tan insignificante me aparte de mis estudios, está muy equivocado. Necesito otro director de proyecto, no un billete de vuelta.
Saludos,
Señorita Julia H. Mitchell
Humilde estudiante de máster,
que pasa de rodillas más tiempo que cualquier puta.
Posdata: Devolveré la beca M. P. Emerson la semana que viene. Felicidades, profesor Abelardo. Nadie me ha humillado tanto como usted el domingo pasado.
El doctor Aras enderezó la espalda y releyó los dos correos, examinando cada palabra.
Aunque tenía una vaga idea de quién era Pedro Abelardo, lo buscó en Google para refrescarse la memoria. Eligió una biografía que le pareció fiable y empezó a leer.
«Quod erat demonstrandum», pensó.