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A medida que el semestre avanzaba, la presión para completar el proyecto de tesis fue en aumento. Katherine Picton le pidió a Julia que le entregara los capítulos más rápidamente. Cuanto antes tuviera capítulos completos, más fácil le sería hablarle a Greg Matthews, el catedrático del Departamento de Lenguas Románicas y de Literatura en Harvard, en caso de que éste se interesara por su solicitud.

Pero Julia no podía concentrarse en su trabajo cuando Gabriel estaba cerca. Cuando le explicó que sus ojos azules, combinados con la pirotecnia sexual y con la química que vibraba entre ellos, le impedían concentrarse en temas académicos, él se sintió muy halagado.

Así que la feliz pareja llegó a un compromiso. Se llamarían por teléfono, se enviarían mensajes de texto o correos electrónicos, pero aparte de una comida o una cena entre semana, Julia viviría en su apartamento. Los viernes por la noche, se trasladaría a casa de Gabriel para pasar el fin de semana juntos.

Un miércoles por la noche de mediados de enero, Julia lo llamó por teléfono una vez hubo acabado el trabajo.

—Hoy ha sido un día duro —dijo. Sonaba cansada.

—¿Qué ha pasado?

—La profesora Picton me ha hecho repetir tres cuartas partes de un capítulo, porque la ha parecido que estaba ofreciendo una visión demasiado romántica de Dante.

—¡Uf!

—Ella odia a los románticos, así que ya te puedes imaginar cómo se ha puesto. Me ha soltado un sermón larguísimo. Me he sentido muy idiota.

—Tú no tienes nada de idiota —la animó Gabriel, riéndose—. A veces, la profesora Picton me hace sentir idiota a mí también.

—Me cuesta de creer.

—Deberías haberme visto la primera vez que fui a su casa. Estaba más nervioso que el día que leí la tesis. Casi me olvidé de ponerme los pantalones.

Julia se echó a reír.

—Me imagino que si hubieras llegado sin pantalones habría estado encantada.

—Por suerte, no tuve que averiguarlo.

—Me ha dicho que mi fuerte ética del trabajo suple mis ocasionales carencias de razonamiento.

—Eso es un gran halago, viniendo de ella. Para Katherine, casi nadie es capaz de razonar correctamente. Cuando habla del mundo actual, lo define como una sociedad de monos vestidos con ropa.

Gruñendo, Julia se tumbó en la cama.

—¿Sería mucho pedir que de vez en cuando me dijera que le gusta mi proyecto? ¿O que estoy haciendo un buen trabajo?

—Katherine nunca te dirá que le gusta tu trabajo. Cree que ese tipo de comentarios son condescendientes. Los viejos y presumidos profesores formados en Oxford son así. No hay nada que hacer.

—Tú no eres así, profesor Emerson.

Gabriel sintió que el miembro se le ponía alerta al oír el cambio en su tono de voz.

—Oh, sí, soy así, señorita Mitchell. Lo que pasa es que se ha olvidado.

—Porque ahora me tratas muy bien. Eres muy dulce conmigo.

—Por supuesto —susurró él—, pero es que ahora ya no eres mi alumna, eres mi amante. —Con una sonrisa traviesa, añadió—: Bueno, puedo seguir siendo tu maestro en el arte del amor, si quieres.

Ella se echó a reír y él se unió a su risa.

—He acabado de leer el libro que me dejaste, A Severe Mercy.

—Qué rápida. ¿Cómo lo has hecho?

—Por las noches me siento sola y leo para conciliar el sueño.

—No tienes por qué sentirte sola. Hay taxis. Ven a mi casa y yo te haré compañía.

Julia puso los ojos en blanco.

—Sí, profesor.

—De acuerdo, señorita Mitchell. ¿Qué le ha parecido el libro?

—No acabo de entender qué era lo que le gustaba tanto a Grace.

—¿Por qué?

—Bueno, es una historia de amor romántico, pero cuando se convierten al cristianismo, los protagonistas deciden que su sentimiento era pagano, que se habían vuelto ídolos el uno para el otro. Me ha parecido muy triste.

—Lo siento. No he leído el libro, pero Grace hablaba de él a menudo.

—¿Cómo puede ser pagano el amor, Gabriel? No lo entiendo.

—¿Y tú me lo preguntas? Pensaba que yo era el pagano en esta relación.

—No eres pagano. Me lo dijiste.

Él suspiró, pensativo.

—Cierto, lo hice. Sabes tan bien como yo que, para Dante, Dios es la única realidad que puede satisfacer los deseos del alma. Es su manera implícita de criticar la relación entre Paolo y Francesca. Para él, éstos renuncian a un bien superior, el amor de Dios, por el amor a otro ser humano. Por supuesto, eso es un pecado.

—Paolo y Francesca eran adúlteros. No deberían haberse enamorado.

—Es verdad, pero aunque no hubieran estado casados, la crítica de Dante sería la misma. Si se aman tanto que se olvidan de todo lo demás, su amor es pagano. Se convierten en ídolos el uno para el otro. Y su sentimiento también adquiere carácter de idolatría. Y eso no es muy inteligente por su parte, ya que ningún ser humano puede hacer feliz del todo a otro ser humano. Todos somos demasiado imperfectos.

Julia estaba atónita. Aunque algunas de las cosas que él acababa de decir ya las sabía, no había esperado escucharlas de labios de Gabriel.

Al parecer, el amor que ella sentía era pagano y ni siquiera se había dado cuenta. Pero es que, además, si Gabriel creía en lo que acababa de decir, la visión que él tenía de su relación era mucho menos intensa y positiva que la suya. Era una auténtica sorpresa.

—Julianne, ¿sigues ahí?

Ella carraspeó.

—Sí.

—No es más que una teoría. No tiene nada que ver con nosotros.

Su puntualización no logró tranquilizarla. Gabriel era consciente de que había convertido a Julianne, su Beatriz, en su ídolo y por mucha retórica que usara ahora, esa verdad no cambiaba. Dada la cantidad de tiempo que llevaba siguiendo un programa de doce pasos que lo ayudara a centrarse en un poder superior que no fuera él mismo, sus amantes o su familia, no podía decir lo contrario.

—Pero entonces, ¿qué era lo que le gustaba a Grace de este libro? Sigo sin entenderlo.

—No lo sé —admitió él—. Tal vez cuando se enamoró de Richard lo vio como a un salvador. Se casó con ella y se marcharon juntos, cabalgando hacia el anochecer de Selinsgrove.

—Richard es un buen hombre —murmuró Julia.

—Lo es. Pero no es un dios. Si Grace se hubiera casado con él pensando que todos sus problemas desaparecerían gracias a su perfección, su relación no habría durado. Tarde o temprano se habría desencantado y lo habría abandonado para buscar a otra persona que la hiciera feliz.

»Tal vez la razón del éxito de su matrimonio fuera que sus expectativas eran realistas. No esperaban que el otro fuera la respuesta a todas sus necesidades. También explicaría que la espiritualidad fuera importante en la vida de ambos.

—Puede ser. Este libro es muy distinto de la novela de Graham Greene que tú estabas leyendo.

—No tan distintos.

—Tu novela hablaba de una aventura amorosa y un hombre que odia a Dios. Lo busqué en Wikipedia.

Gabriel reprimió las ganas de gruñir.

—No busques cosas en Wikipedia, Julianne. Ya sabes que esa página es poco de fiar.

—Sí, profesor Emerson —canturreó ella.

Gabriel resopló.

—¿Por qué crees que el protagonista de Greene odia a Dios? Porque su amante lo abandonó, cambiándolo por Él. Las dos novelas tratan de amores paganos, Julianne. Lo único distinto es el final.

—Ni siquiera el final es tan distinto.

Gabriel sonrió.

—Creo que es un poco tarde para mantener esta conversación. Tú debes de estar cansada y a mí me quedan papeles por mirar.

—Te quiero. Locamente.

Algo en la voz de Julia hizo que se le acelerara el corazón.

—Yo también te quiero. Te quiero demasiado, estoy seguro, pero no sé amarte de otra manera. —Sus palabras finales no fueron más que un susurro, pero se quedaron colgando entre ellos como una amenaza.

—Yo tampoco sé amarte de otra manera —murmuró ella.

—En ese caso, que Dios se apiade de nosotros.

***

Si le hubieran preguntado a Gabriel si quería ir a terapia, habría dicho que no. Odiaba hablar sobre sus sentimientos o sobre su infancia casi tanto como hablar sobre lo sucedido con Paulina. Tampoco le apetecía nada hablar de sus adicciones ni sobre la profesora Singer ni sobre la infinidad de otras mujeres que había conocido.

Pero quería una relación duradera con Julia y quería que ella se sintiera fuerte. Quería que floreciera del todo, no sólo parcialmente. En el fondo, tenía miedo de que por su culpa Julia no pudiera acabar de florecer, precisamente por ser él como era.

Por eso se había jurado hacer todo lo que estuviera en su mano para ayudarla, incluso si para lograrlo tenía que cambiar de hábitos y centrarse en las necesidades de ella y no en las suyas. Le pareció que le vendría bien oír una opinión experta sobre hasta dónde llegaba su egoísmo y unos cuantos consejos prácticos para superarlo. Por todo ello, había dejado las dudas y la vergüenza a un lado y había decidido acudir a terapia una vez a la semana.

A medida que enero iba avanzando, tanto Gabriel como Julia se dieron cuenta de que habían tenido suerte con sus respectivos terapeutas. Los doctores Nicole y Winston Nakamura eran un matrimonio que trabajaba con sus pacientes en un plano psicológico y personal, integrando esos aspectos con consideraciones existenciales y espirituales.

A Nicole le preocupaba la naturaleza de la relación de Julia con su novio. Le preocupaba que la diferencia de poder en esa relación, unida a la fuerte personalidad de Gabriel y a la falta de autoestima de ella, convirtiera su sentimiento en un riesgo para la salud mental de su paciente.

Pero Julia afirmaba que estaba enamorada de Gabriel y que era muy feliz a su lado. Era innegable que su relación le aportaba mucho placer y también mucha seguridad. Pero tanto la extraña historia de su encuentro y su reencuentro como el historial de adicciones de él hacían sonar todas las alarmas de Nicole. Y el hecho de que Julia no viera nada preocupante en todo ello le parecía lo más preocupante de todo.

Winston, por su parte, no se mordió la lengua. Informó a Gabriel de que estaba poniendo en peligro su rehabilitación al beber alcohol y saltarse las reuniones de Narcóticos Anónimos. Lo que se suponía que iba a ser una toma de contacto, acabó siendo una confrontación directa, que terminó con Gabriel saliendo malhumorado de la consulta.

Sin embargo, a la semana siguiente regresó a la terapia y prometió que volvería a las sesiones de Narcóticos Anónimos. Y de hecho llegó a ir un par de veces, pero luego no volvió más.