Una tarde, a finales de agosto, Jude entró en la casa, como siempre sudoroso y bronceado por el sol, y encontró un mensaje de Nan en el contestador. Le decía que tenía una información importante para él y que la llamara en cuanto pudiera. En ese momento podía, y la llamó a su oficina. Se sentó en el borde del viejo escritorio de Danny mientras la secretaria de Nan le ponía al habla con su jefa.
—Me temo que no tengo mucho que decirte sobre esa persona, George Ruger —informó Nan sin ningún preámbulo—. Querías saber si su nombre figura en algún proceso penal del año pasado, y la respuesta es que parece que no. Tal vez si me dieras más información, como cuál es exactamente la razón de tu interés por él…
—No. No te preocupes —dijo Jude.
Así que Ruger no había hecho ningún tipo de denuncia ante las autoridades; no le sorprendía. Si pensara acusarlo de algo o tratara de hacer que lo detuvieran, Jude ya se habría enterado a esas alturas. En realidad, no esperó en ningún momento que Nan consiguiera algo. Ruger no podía hablar sobre lo que él le había hecho sin arriesgarse a que se conociera lo de Marybeth, a que se supiera que él se había acostado con ella cuando todavía estaba en la escuela secundaria. El hombre era, recordó Jude, una figura importante de la política local. Era difícil seguir siéndolo, e incluso pertenecer al partido, después de ser acusado de estupro.
—He tenido un poco más de suerte en lo que se refiere a Jessica Price.
—Vaya —reaccionó Jude. El mero hecho de escuchar su nombre hizo que se le encogiera el estómago.
Cuando Nan habló otra vez, lo hizo en un tono falsamente informal, demasiado frío como para ser persuasivo.
—Esa tal Price está siendo investigada por poner en peligro a una niña, y por abuso sexual. Su propia hija, imagínate. Parece ser que la policía fue a su casa después de que alguien llamara para informar de un accidente. Price lanzó su coche, adrede, sobre el vehículo de otra persona, delante de su propia casa, a sesenta kilómetros por hora. Cuando la policía llegó al lugar, la encontraron inconsciente, todavía al volante. Su hija estaba dentro de la casa con un arma de fuego en la mano y un perro muerto en el suelo.
Nan hizo una pausa para dar a Jude la oportunidad de hacer algún comentario, pero él no tenía nada que decir.
La abogada continuó:
—Quienquiera que fuese la víctima de Price, huyó. Nunca fue hallada.
—¿Price no lo dijo? ¿Qué es lo que ella cuenta?
—Nada. La policía logró calmar a la niña y quitarle el arma. Cuando registraron la casa encontraron un sobre escondido en el forro de terciopelo de la caja de la pistola. Contenía varias fotos Polaroid de la niña. Escenas que eran delictivas. Algo horrible. Aparentemente, pueden probar que fue la madre quien las tomó. Podrían encerrar a Jessica Price por lo menos unos diez años. Y tengo entendido que su hija sólo tiene trece años. Qué cosa más espantosa, ¿no?
—Espantosa —coincidió Jude—. Espantosa, efectivamente.
—¿Puedes creer que todo esto, el accidente de coche de Jessica Price, lo del perro muerto, las fotos, ocurrió el mismo día en que tu padre murió en Luisiana?
Otra vez Jude decidió no responder… El silencio le hacía sentirse más seguro.
Nan continuó:
—Siguiendo el consejo de su abogado, Jessica Price ha decidido ejercer su derecho legal de permanecer en silencio. No ha dicho una palabra desde que fue arrestada. Lo cual es bueno para ella. Y también es un golpe de suerte para quien estuviera allí. Ya sabes…, con el perro.
Jude sostuvo el auricular en la oreja. Nan permaneció en silencio durante tanto tiempo que él empezó a preguntarse si la comunicación se había cortado.
Finalmente, sólo para ver si ella seguía en la línea, habló:
—¿Eso es todo?
—No, hay otra cosa —dijo Nan. Su tono era perfectamente inexpresivo—. Un carpintero que trabajaba en la misma calle dijo que vio a un par de sospechosos en un coche negro escondido por allí, unas horas antes, ese mismo día. Dijo que el conductor era la viva imagen del vocalista de Metallica.
Jude tuvo que reírse.