Capítulo 5

Cuarenta minutos después Jude se dirigió al baño a remojarse los pies, que eran grandes y planos, de la talla 45, una constante fuente de molestias y dolores. Encontró a Georgia inclinada sobre el lavabo, chupándose el dedo pulgar. Llevaba una camiseta y unos pantalones de pijama con un lindo diseño de dibujitos rojos, que bien podrían haber sido corazones estampados. Pero cuando uno se acercaba mucho se daba cuenta de que todas aquellas figuritas rojas eran en realidad imágenes de ratas muertas y arrugadas.

Se inclinó sobre ella y le sacó la mano de la boca, para echar un vistazo a su pulgar herido. La yema estaba hinchada y tenía una llaga blanca, de aspecto blando. Le soltó la mano y se volvió, al parecer más tranquilo, para coger una toalla y arrojarla sobre sus hombros.

—Deberías ponerte algo en ese dedo —sugirió—. Antes de que se infecte y se pudra. Hay menos trabajo para bailarinas eróticas con deformidades visibles.

—Eres un perfecto hijo de puta con tu compasión, ¿lo sabías?

—Si quieres compasión, ve a revolcarte con James Taylor.

La miró de refilón cuando salió con paso airado. En cuanto terminó la desagradable frase, una parte de él deseó retirar lo dicho. Pero no lo hizo. A las muchachas como Georgia, con sus brazaletes de metal y su lápiz de labios negro brillante, de niña muerta, les gustaba tratar y ser tratadas con dureza. Querían demostrarse a ellas mismas lo mucho que eran capaces de aguantar, evidenciar que eran duras. Siempre supo que se acercaban a él por esa razón. No las atraía a pesar de las cosas que les decía, o de la manera en que las trataba, sino precisamente debido a ellas. Jude no quería que, cuando acabase la relación, ninguna se fuera decepcionada. Porque era algo sabido que, tarde o temprano, se tenían que ir.

Desde luego él lo sabía, y si ellas lo ignoraban al principio, al final se enteraban siempre.