Capítulo 45

Los papeles que habían estado girando por encima de la mesa de la cocina bajaron y se posaron con un leve crujido, amontonándose en una pila, casi exactamente en el mismo sitio de donde habían partido. En el silencio que siguió, Jude percibió un delicado murmullo, parecido a un pulso profundo y melódico, que era más bien sentido en los huesos que escuchado. Subía y bajaba, y subía otra vez. Era una suerte de música no humana, no humana, pero tampoco desagradable. Jude nunca había escuchado instrumento alguno que produjera sonidos como aquéllos. Pensó que parecía la melodía casual producida por unos neumáticos deslizándose armónicamente sobre el pavimento. Aquella música baja, poderosa, podía sentirse también en la piel. El aire vibraba con ella. Se diría que era casi una propiedad de la luz, que llegaba inundándolo todo a través del rectángulo torcido que dibujara con sangre en el suelo. Jude parpadeó ante la luz y se preguntó dónde se habría ido Marybeth. «Los muertos reclaman lo suyo», pensó, y sintió un temblor inesperado en todo su cuerpo. Tardó unos instantes en volver a controlarse.

No. Ella no estaba muerta hacía un momento, cuando abrió la puerta. No aceptaba que Marybeth hubiera desaparecido simplemente, sin dejar ningún rastro en la tierra. Gateó. Era lo único que se movía en la habitación en ese momento. La tranquilidad del lugar, después de lo que acababa de ocurrir, parecía incluso más increíble que el agujero entre diferentes mundos que se había abierto en el suelo. Sentía dolores, le dolían las manos, le dolía la cara, y tenía un hormigueo en el pecho, un escozor helado y mortal. No se asustó, porque pensó que si el destino le había reservado un ataque cardiaco para esa tarde, ya tendría que haberse producido. Aparte del continuo murmullo que lo rodeaba por todas partes, no había ningún otro ruido en absoluto, excepción hecha de sus propios suspiros, tratando de recuperar el aliento, y los arañazos de sus manos, que rascaban el suelo sin saber por qué. Se escuchó a sí mismo pronunciando el nombre de Marybeth.

Cuanto más se acercaba a la luz, más difícil le resultaba mirarla. Cerró los ojos… y se encontró con que seguía viendo la habitación ante él, como a través de una pálida cortina de seda plateada, con la luz atravesando sus párpados cerrados. Detrás de los globos oculares, los nervios latían con una cadencia regular, siguiendo aquel pulso incesante.

No podía soportar toda aquella luz y apartó la mirada girando la cabeza. Siguió gateando hacia delante, sin mirar. De modo que Jude no se dio cuenta de que había llegado al borde de la puerta abierta hasta que puso las manos y no encontró nada donde apoyarse. Marybeth (¿o había sido Anna?) había permanecido suspendida sobre la puerta abierta, como si estuviera sobre una hoja de vidrio, pero Jude cayó como un condenado a muerte que se precipita por la trampilla del cadalso. Ni siquiera tuvo tiempo de gritar antes de caer a plomo hacia la luz.