Capítulo 20

Jude no estuvo listo hasta que el cielo comenzó a iluminarse hacia el este, con la primera luz de un falso amanecer. Luego dejó a Bon en el automóvil e hizo entrar a Angus en la casa con él. Trotó escaleras arriba, hacia el estudio. Georgia estaba donde la había dejado, durmiendo tumbada en el sofá, sobre una sábana de algodón blanco que él había sacado de la cama de la habitación de los huéspedes.

—Despierta, querida —dijo, poniéndole una mano sobre el hombro.

Georgia rodó hacia él cuando sintió que la tocaba. Un largo mechón de pelo negro estaba pegado a su mejilla sudorosa, y tenía mal semblante. Las mejillas eran de un color rojo bastante feo, mientras que el resto de la piel estaba blanco, cadavérico. Puso el dorso de la mano sobre su frente. Estaba febril y mojada.

Ella se humedeció los labios.

—¿Qué hora es?

—Las cuatro y media.

La joven miró a su alrededor, se incorporó y se apoyó sobre los codos.

—¿Qué estoy haciendo aquí?

—¿No lo sabes?

Ella le miró desde el fondo de los ojos. Su barbilla comenzó a temblar, y luego tuvo que apartar la mirada. Se cubrió el rostro con una mano.

—Dios mío —dijo.

Angus se estiró junto a Jude y metió el hocico en el cuello de Georgia, debajo de la mandíbula, empujándola, como si quisiera decirle que mantuviera la cabeza alta. Sus enormes ojos estaban húmedos por la preocupación.

Ella se sobresaltó cuando la nariz húmeda del perro besó su piel. Se sentó del todo. Dirigió una mirada sorprendida y desorientada a Angus y puso delicadamente una mano sobre su cabeza, entre las orejas.

—¿Qué hace aquí dentro? —Miró a su amante, vio que estaba vestido, con botas negras y un impermeable que le llegaba hasta el tobillo. Casi al mismo tiempo, la joven pareció darse cuenta del murmullo gutural del Mustang, que estaba, con el motor en marcha, en la entrada.

El equipaje ya estaba allí.

—¿Adónde te vas?

—Nos vamos —corrigió él—. Al sur.