Las convenciones de la vida académica a la que llevo vinculada más de veinte años exigen a los autores reconocer sus fuentes de manera ordenada y rigurosa; por esta razón, he decidido incluir una lista con las referencias bibliográficas más significativas consultadas para escribir esta novela. No obstante, una gran parte de los recursos en los que me he apoyado a la hora de recrear los escenarios, perfilar algunos personajes y dotar de coherencia a la trama exceden los márgenes de los papeles impresos y, a fin de que quede constancia de ellos, quiero mencionarlos en esta nota de reconocimientos.
Para recomponer los rincones del Tetuán colonial me he servido de los numerosos testimonios recogidos en los boletines de la Asociación La Medina de Antiguos Residentes del Protectorado español en Marruecos, por lo que agradezco las colaboraciones de sus nostálgicos socios y la amabilidad de los directivos Francisco Trujillo y Adolfo de Pablos. Igualmente útiles y entrañables han sido los recuerdos marroquíes desempolvados por mi madre y mis tías Estrella Vinuesa y Paquita Moreno, así como las múltiples contribuciones documentales facilitadas por Luis Álvarez, entusiasmado con este proyecto casi tanto como yo misma. Muy valiosa también ha sido la referencia bibliográfica aportada por el traductor Miguel Sáenz acerca de una singular obra parcialmente ubicada en Tetuán, a partir de la cual surgió la inspiración para dos de los grandes personajes secundarios de esta historia.
En la reconstrucción de la escurridiza trayectoria vital de Juan Luis Beigbeder me resultó de enorme interés la información suministrada por el historiador marroquí Mohamed Ibn Azzuz, celoso custodio de su legado. Por promover el encuentro con él y acogerme en la sede de la Asociación Tetuán-Asmir —la antigua y hermosa Delegación de Asuntos Indígenas— agradezco la atención de Ahmed Mgara, Abdeslam Chaachoo y Ricardo Barceló. Extiendo además mi reconocimiento a José Carlos Canalda por los detalles biográficos sobre Beigbeder; a José María Martínez-Val por atender mis consultas sobre su novela Llegará tarde a Hendaya, en la que el entonces ministro aparece como personaje; a Domingo del Pino por abrirme a través de un artículo la puerta a las memorias de Rosalinda Powell Fox —decisivas para la línea argumental de la novela—, y a Michael Brufal de Melgarejo por prestarse a ayudarme en la persecución de su pista difusa en Gibraltar.
Por proporcionarme datos de primera mano sobre Alan Hillgarth, los Servicios Secretos británicos en España y la tapadera de Embassy, deseo dejar constancia de la cordialidad personal de Patricia Martínez de Vicente, autora de Embassy o la inteligencia de Mambrú e hija de un activo miembro en aquellas actividades clandestinas. Al profesor David A. Messenger, de la Universidad de Wyoming, hago llegar mi agradecimiento por su artículo sobre las actividades del SOE en España.
Finalmente, quiero mostrar mi gratitud a todos aquéllos que de una u otra manera han estado cercanos en el proceso de creación de esta historia leyendo el todo o las partes, alentando, corrigiendo, lanzando pitos y palmas o, simplemente, avanzando junto a mí en la marcha de los días. A mis padres, por su apoyo incondicional. A Manolo Castellanos, mi marido, y a mis hijos Bárbara y Jaime, por recordarme a diario con su vitalidad incombustible dónde están de verdad las cosas que importan. A mis muchos hermanos y sus muchas circunstancias, a mi familia periférica, a mis amigos de in vino amicitia y a mis entrañables colegas de la crème anglófila.
A Lola Gulias, de la Agencia Literaria Antonia Kerrigan, por ser la primera en apostar por mi escritura.
Y, de manera muy especial, a mi editora Raquel Gisbert por su formidable profesionalidad, su ilusión y su energía, y por haber soportado mis pulsos con humor y tesón inquebrantables.