13

Los sentimientos de Bupu

—¿Espera? —Tanto reía Dalamar que apenas podía respirar—. ¡Él lo planeó todo! ¿Crees que ese enorme botarate —señaló a Caramon— habría encontrado el camino de la Torre por su propia iniciativa? Cuando las criaturas de las tinieblas persiguieron a Tanis, el Semielfo, y a Crysania, ¿quién piensas que las envió? Incluso el encuentro con el Caballero de la Muerte, una confrontación organizada por su hermana y que podría haber entorpecido el logro de sus objetivos, fue aprovechada por mi Shalafi en su propio provecho. Porque no me cabe duda de que vosotros, viejos necios, catapultaréis a la sacerdotisa al pasado, a presencia de los únicos seres capaces de sanarla: el Príncipe de los Sacerdotes y sus seguidores. Y, al trasladarse en el tiempo, es inevitable que se tropiece con Raistlin. Y no sólo eso, le asignaréis un custodio en la persona de este hombretón, su hermano. ¡Exactamente lo que quiere el Shalafi!

Los dedos de Par-Salian se cerraron en ganchos para aferrar los brazos pétreos de su butaca, a la vez que en sus ojos azules se encendían las peligrosas chispas de la ira.

—Hemos soportado tus insultos hasta el límite de la paciencia, Dalamar —advirtió al insolente discípulo—. Además, tanta lealtad al Shalafi empieza a parecerme sospechosa. Si mis recelos son ciertos, has cesado de ser útil a este cónclave.

Ignorando la amenaza que encerraban estas palabras, el elfo oscuro esbozó una amarga sonrisa y declaró:

—Estoy atrapado en una encrucijada, como Raistlin pretendía. —Suspiró y un escalofrío convulsionó su cuerpo, por lo que intentó arroparse en sus rasgadas vestiduras. Alzó entonces sus negros ojos, y su mirada de extravío provocó una punzada en el corazón de Tas—. No sé ya a quién sirvo, al Shalafi o a esta asamblea, pero hay algo de lo que podéis estar seguros: si alguno de vosotros intentara penetrar en la Torre durante su ausencia, le mataría sin vacilar. Considero que le debo fidelidad en ese grado. Sin embargo, le temo tanto como los otros miembros de la Orden y estoy dispuesto a ayudaros, en la medida de mis posibilidades.

Las manos del gran maestro se relajaron, si bien no dejó de escudriñar a Dalamar en actitud severa.

—No acabo de comprender por qué Raistlin te comunicó sus planes —aventuró—. Un ser con sus dotes no ignora que actuaremos de inmediato para impedir que se colmen sus ambiciones.

—La razón es sencilla —explicó el discípulo—. Sois, al igual que yo, piezas de su juego, necesita que ocupéis vuestros lugares en su estrategia. —De pronto, se bamboleó, contraído el rostro de dolor y agotamiento. Par-Salian trazó un contorno en el aire y al instante se materializó una silla, que recibió al elfo en su caída—. Debéis encajar en sus proyectos, cumplir vuestra misión de mandar a este hombre y esta mujer a una época remota. Sólo así alcanzará el éxito en su empeño…

—Y sólo así podremos detenerlo nosotros —apostilló Par-Salian con voz queda—. ¿Pero por qué Crysania? ¿Qué interés mueve a ese nigromante para elegir a una dama tan bondadosa, tan pura?

—El poder que ostenta —le recordó Dalamar—. Según la información que ha podido recabar en los escritos de Fistandantilus conservados hasta nuestros días, precisará del apoyo de un clérigo en su enfrentamiento con la Reina de la Oscuridad. Ha de ser un adorador de Paladine, poseedor de virtudes especiales, el que rete a la soberana y abra la puerta de la negrura. Al principio el Shalafi no pensó en Crysania, sino en el moribundo Elistan… pero prescindamos de esta historia que nada ha de aportarnos. Tal como se desarrollaron los hechos fue esta dama la que cayó en sus manos, y resultó reunir las características requeridas: bondad, convicción en la fe y, como he dicho, poder.

—Te olvidas de algo —apuntó Par-Salian, vuelta su ahora compasiva mirada hacia la sacerdotisa—: la atracción irresistible que ejerce sobre ella la perversidad.

Hubo un breve silencio en el que Tas, quien permaneció siempre atento al diálogo de los magos, observó a Caramon mientras se preguntaba si había asimilado la mitad de lo expuesto. La opacidad que descubrió en las pupilas del guerrero, no obstante, le confirmó que apenas sabía dónde estaba. Quizá, perdido en el galimatías, hasta abrigaba dudas sobre su identidad. «¿De verdad van a transportarlo al pasado, como él mismo ha ofrecido? No puedo creerlo», pensó.

—Raistlin tiene otros motivos para querer que tanto la mujer como su hermano retrocedan con él en el tiempo, no te dejes engañar. —Era el hechicero de la Túnica Roja el que así rompía el intervalo de calma, dirigiéndose a Par-Salian—. No nos ha revelado ciertos detalles importantes, su astuta mente ha fraguado esta patraña de hacernos saber a través del aprendiz sólo lo que a él le interesa al objeto de que le secundemos. Propongo que desbaratemos sus planes.

Remiso a responder, el gran maestro clavó en Caramon una mirada tan llena de tristeza que Tas se sobrecogió. Transcurridos unos interminables segundos el hechicero, aún mudo, meneó la cabeza y posó los ojos en sus vestiduras.

«¿Qué significa este escrutinio, y esa expresión de pesar? —inquirió el kender para sus adentros mientras daba unas palmadas en el hombro de la inquieta Bupu—. ¿No irán a mandarle a una muerte segura? De todos modos, ése será el fatal desenlace si Caramon parte en su estado actual de depresión y desconcierto».

Se movió el hombrecillo, incómodo y fatigado. Nadie le hacía el más mínimo caso, la conferencia era tediosa y tenía hambre. Si habían de lanzar a su amigo a tan azarosa aventura, mejor sería que se apresurasen.

Estaba sumido en estas cavilaciones cuando la parte de su cerebro que escuchaba a Par-Salian comenzó a forcejear para acallarlas. Sin dudar un instante, el kender colocó cada pensamiento en su lugar y aplicó de nuevo el oído a la conversación. Era Dalamar quien hablaba.

—Pasó la noche en su estudio —relató—. Ignoro qué temas trataron, pero cuando Crysania salió al amanecer parecía conmocionada. Las últimas palabras que pronunció Raistlin fueron, textualmente: «Quizá Paladine no te envió con el fin de detenerme, sino de ayudarme».

—¿Qué repuso ella?

—Nada, jalonó el pasillo de la Torre y atravesó la arboleda como si hubiera quedado sorda y ciega.

—Lo que escapa a mi percepción es por qué la sacerdotisa vino aquí en busca de nuestro apoyo. Debería haber sabido que rehusaríamos mandarla a esa época remota —comentó el mago ataviado de rojo.

—¡Yo puedo esclarecer ese punto! —exclamó Tas sin previa reflexión.

Ahora sí, ahora Par-Salian le prestó atención. Todo el semicírculo estaba pendiente de él, vueltas las cabezas en su dirección. El kender se había manifestado frente a los espíritus del Bosque Oscuro y también en el Consejo de la Piedra Blanca pero, por alguna razón, esta solemne y callada audiencia lo intimidaba, más aún al comprender qué debía decir.

—Te lo ruego, Tasslehoff Burrfoot, cuéntanos lo que sabes —lo instó el gran maestro con suma cortesía—. Así podremos dar por concluida la reunión y pronto disfrutarás de una cena reconfortante.

Tas se sonrojó, persuadido de que Par-Salian había penetrado su mente para leer los anhelos en ella impresos con la misma facilidad con que él leía el contenido de un pergamino.

—He de reconocer que un pequeño ágape sentaría muy bien a mi estómago. Pero centrémonos en Crysania. —Hizo una pausa a fin de ordenar sus ideas, e inició su historia sin más preámbulos—. Veréis, no puedo afirmar de manera rotunda lo que me dispongo a narraros pues es el fruto de lo que he oído en mis correrías. Conocí a la sacerdotisa Crysania en Palanthas… donde fui para visitar a mi amigo Tanis, el Semielfo. Seguramente tenéis noticia de sus hazañas y también de las de Laurana, el Áureo General. Yo luché al lado de ambos en la Guerra de la Lanza y tomé parte en el rescate de la Princesa elfa, cautiva de la Reina de la Oscuridad. —El kender estaba henchido de orgullo—. La aventura comenzó en el Templo de Neraka…

Par-Salian enarcó un poco las cejas, lo suficiente para que Tas titubease.

—Creo que será preferible dejar ese relato para más tarde —rectificó—. Sea como fuere, vi por vez primera a Crysania en casa de Tanis y me enteré de que planeaban viajar a Solace para entrevistarse con Caramon. De un modo que ahora no viene al caso, encontré una carta que la sacerdotisa había escrito a Elistan. Debió deslizarse de su bolsillo.

Se detuvo a fin de cobrar aliento y el gran maestro apretó los labios, en un intento de reprimir la sonrisa que a ellos afloraba.

—La leí —continuó el narrador, satisfecho por saberse protagonista— para comprobar si era importante. Después de todo, existía la posibilidad de que la hubiera desechado. La dama decía en su misiva que estaba más convencida que nunca, tras su conversación con Tanis, de que en el corazón de Raistlin quedaba un resquicio de bondad y aún podía ser apartado del tortuoso camino que había emprendido. Por eso deseaba acudir ante el cónclave, esperaba persuadiros y obtener vuestro concurso. No me pareció correcto seguir adelante; resultaba obvio que el escrito era de gran trascendencia, así que me apresuré a restituírselo. Se alegró mucho al recuperarlo, no era consciente de haberlo extraviado.

Ahora Par-Salian tuvo que sellar su boca con los dedos para no estallar en carcajadas.

—Anuncié a la sacerdotisa que, si quería escucharme, podía hablarle largo y tendido sobre Raistlin. Le entusiasmó la idea, así que la puse al corriente de numerosos episodios de la vida del hechicero hasta advertir, en una de nuestras charlas, que le interesaban especialmente los relacionados con Bupu. «¡Cuánto me gustaría departir con la enana gully y llevarla a la asamblea!», exclamó una noche. Según ella era una pieza clave para que aceptarais sus argumentos y la apoyaseis en su misión de salvar al descarriado.

De pronto, uno de los portadores de la Túnica Negra emitió un sonoro estornudo. Par-Salian lanzó una fulgurante mirada en su dirección y reinó de nuevo el silencio, si bien Tas observó que los nigromantes cruzaban sus manos sobre el pecho en señal de protesta. Varios pares de ojos centellearon en la penumbra de la sala.

—No era mi intención ofender a nadie —se disculpó el kender—. Siempre pensé que a Raistlin le sentaba bien el color de la noche, más aún en contraste con su tez dorada, y por otra parte he aprendido que no todos hemos de ser bondadosos. Fizban, uno de los nombres terrenales de Paladine y gran amigo personal mío, me explicó que debía existir un equilibrio en el mundo y que nosotros luchábamos para reinstaurarlo. Eso significa que tan necesarios son los blancos como los negros, ¿no es así?

—Ninguno de los presentes cuestiona tu buena fe, kender —lo tranquilizó el insigne presidente—. A mis colegas no les han disgustado tus palabras, su cólera discurre por otros derroteros. No todas las criaturas del mundo son tan sabias como Fizban, el Fabuloso.

—En ocasiones lo echo de menos —suspiró Tas melancólico—. Pero volvamos a mi historia, a Crysania y a Bupu. Recogiendo el anhelo de la Hija Venerable le propuse ir en busca de la enana para traerla donde ahora estamos. No había visitado Xak Tsaroth, su refugio, desde que Goldmoon matara al Dragón Negro, y por otra parte sólo me separaban tres zancadas de esta ciudad subterránea. Tanis me garantizó que no había inconveniente en lo que a él atañía, incluso se alegró al verme partir.

»El Gran Bulp me entregó a Bupu tras una breve discusión, en la que le obsequié algunos de los artículos curiosos que siempre guardo en mis saquillos. Conduje a la enana a Solace, mas cuando llegué Tanis ya se había ido… y también Crysania, lo que no dejó de sorprenderme. Caramon —oyó cómo el guerrero se aclaraba la garganta presto a intervenir— se encontraba bajo de forma, lo que no fue óbice para que su esposa Tika, una mujer encantadora, nos apremiase a salir sin demora en pos de la dama. Se había internado esta última en el Bosque de Wayreth, un paraje siniestro y lleno de… No quiero herir susceptibilidades, pero ¿os habéis detenido a pensar en el cariz negativo de vuestra espesura? Inhóspita, lóbrega y —clavó en el semicírculo una severa mirada— errante. No comprendo cómo permitís que deambule sin rumbo, lo considero un acto irresponsable.

Una ligera vibración, acaso de risa contenida, agitó los hombros de Par-Salian.

—Eso es todo cuanto sé —concluyó el kender—. Ahora tomará la palabra Bupu y os narrará… —Se interrumpió para escudriñar su entorno—. ¿Dónde se ha metido?

—Aquí —declaró Caramon a la vez que la arrastraba a un lugar visible desde su escondrijo, la espalda del hombretón, donde la enana se había escudado presa de un invencible terror. Al ver que todos los ojos confluían en su persona la pequeña gully exhaló un alarido y se derrumbó sobre el suelo, convertida en un tembloroso fardo de harapos.

—Me temo que tendrás que sustituirla —invitó Par-Salian a Tas—. Es decir, si conoces los hechos que había de revelarnos.

—Sí, al menos los que Crysania deseaba someter a vuestro juicio —contestó el kender en un tono repentinamente alicaído—. Se produjeron durante la guerra, cuando descubrimos Xak Tsaroth. Los únicos que poseían información de interés acerca de esta ciudad eran los enanos gully, pero rehusaron ayudarnos hasta que Raistlin sumió en un hechizo a una de aquellas criaturas: Bupu. De todos modos debo puntualizar que, más que invocar un encantamiento, consiguió que se enamorase de él. —Hizo una pausa antes de continuar, azuzado por el remordimiento—. Algunos de nosotros hallamos la situación ridícula, nos reíamos de la enana. Raist, sin embargo, la trataba con dulzura e incluso le salvó la vida durante un ataque draconiano. En cualquier caso, Bupu nos acompañó después de que abandonáramos Xak Tsaroth. No soportaba la idea de separarse de su héroe.

Tas parecía conmovido, las palabras surgían, ahora, de sus labios en un susurro apenas audible.

—Una noche me despertaron los sollozos de Bupu. Decidí ir a consolarla, pero Raistlin se me adelantó. Acudió raudo a su lado y le preguntó cuál era el motivo de su tristeza. La enana confesó hallarse en una encrucijada, pues añoraba a su pueblo y al mismo tiempo se sentía incapaz de dejar al hechicero. Él posó la mano en su cabeza y, al instante, vislumbré una radiante aureola de luz en torno al diminuto cuerpo de la gully. La envió a casa bajo esta protección; aunque debía atravesar regiones atestadas de monstruosas criaturas, intuí que nada malo había de sucederle. No me equivoqué —terminó en actitud solemne.

Hubo unos momentos de silencio, sucedidos por un auténtico caos. Todos los magos rompieron a hablar a la vez, predominando en un primer tiempo las expresiones de incredulidad de los de negro y las frases burlonas de Dalamar.

—Kender, confundes la realidad con los sueños —lo acusó éste desdeñoso.

—¿Quién confiaría en un miembro de su raza? ¡Es bien sabido que son un hatajo de embusteros! —lo insultó un viejo mago de aspecto desagradable.

Más reservados, los hechiceros de Túnica Roja y los de Túnica Blanca reflexionaron antes de exteriorizar su postura.

—Si lo que dice el hombrecillo es cierto quizás hemos juzgado mal a Raistlin. Existe una posibilidad entre mil, pero opino que merece el riesgo —propuso uno.

Par-Salian alzó la mano en una imperativa llamada al orden.

—Admito que me cuesta aceptar tu historia, Tasslehoff Burrfoot, si bien no está en mi ánimo humillarte con mi reticencia. —El mago dedicó al kender una sonrisa conciliadora al percibir su creciente indignación—. Lamentablemente, los de tu pueblo tenéis cierta tendencia a exagerar u omitir. Si Raistlin consiguió que esta criatura se enamorase de él, tal como tú mismo lo has planteado, fue mediante las artes arcanas y para utilizarla.

—¡Yo no soy ninguna «criatura»!

Bupu había alzado su rostro anegado en lágrimas, salpicado de barro seco, y espiaba a la asamblea con el pelo erizado como el de un felino. Concentrada su acritud en Par-Salian, se puso en pie y dio un paso al frente mas, cuando se disponía a arrojarse sobre él, tropezó contra el zurrón y cayó de nuevo cuan larga era. Insensible al golpe, se apresuró a recomponerse y se enfrentó al gran maestro.

—No sé nada de brujos poderosos —le espetó con amplias gesticulaciones de sus rechonchos brazos—, ni de encantamientos. Sí sé que esto encierra magia —hurgó en la bolsa y, extrayendo la rata muerta, la balanceó ante su oponente— y que el hombre al que criticáis es bueno. Lo fue conmigo. —Apretó ahora el roedor contra su pecho, y sentenció—: Los otros, el guerrero y el kender, se mofan de Bupu. Me miran como si fuera un insecto.

Se enjugó el llanto mientras a Tas se le hacía un nudo en la garganta, acompañado por una sensación de culpa que lo impulsaba a verse a sí mismo como una abyecta sabandija.

Ahora que la enana había resuelto dar la réplica, no existía sabio en Krynn capaz de detenerla. Su tono, no obstante, se apaciguó.

—Conozco mi aspecto —dijo y trató, en vano, de alisarse el vestido con unas manos mugrientas que dejaron chorretones de suciedad—. No soy guapa como la dama que yace en la plataforma, pero no vuelvas a llamarme «criatura». —La advertencia iba dirigida a Par-Salian y, aunque se pasó toscamente los dedos por la acuosa nariz, no perdió un ápice de su arrogancia—. «Pequeña» es un término mucho más adecuado.

Calló unos instantes, absorta en sus recuerdos. Al fin emitió un suspiro y reanudó su plática.

—Quería quedarme con él, pero no me lo permitió. Afirmó que debía recorrer sendas oscuras y no estaba dispuesto a exponerme. Extendió la mano sobre mi cabeza —inclinó ésta, evocando la escena— y sentí un calor interior. Entonces se despidió de mí: «Adiós, pequeña Bupu». Utilizó el apelativo «pequeña», el mejor que me han dedicado. —De nuevo miró retadora al semicírculo—. Él nunca se burló de mí, ¡nunca!

Rompió a llorar, y sus sollozos fueron el único sonido que agitó la tensa atmósfera. Caramon, conmovido, se cubrió el rostro mientras Tas, por su parte, buscaba un pañuelo con el que secar las lágrimas.

Transcurrido un breve intervalo Par-Salian abandonó su pétreo asiento y caminó hacia la enana gully, que lo observaba recelosa, asaltada por un súbito ataque de hipo.

—Perdóname, Bupu —le suplicó con tono grave—, si te he ofendido. Debo confesar que he empleado la crueldad a propósito, animado por el deseo de encolerizarte y obligarte, así, a que nos contaras tu versión de los hechos. Ahora conozco la verdad. —A pesar de exhibir en su faz las huellas del agotamiento, el mago estaba exultante—. Quizá después de todo no fracasamos en nuestro empeño de infundirle compasión —murmuró refiriéndose a Raistlin, a la vez que acariciaba las ásperas greñas de la enana—. No, él nunca te habría menospreciado, pequeña. Avivaste en él el recuerdo de quienes lo habían rebajado en la niñez.

A Tas se le nublaba la visión y oía llorar a Caramon junto a él, aunque ambos se abandonaban calladamente a sus emociones. Cuando logró serenarse el kender corrió a retirar a Bupu, que empapaba con sus borbotones el repulgo de la blanca túnica del mago.

—¿Es ésta la razón por la que Crysania realizara su azaroso viaje? —preguntó Par-Salian a Tasslehoff al ver que se aproximaba. El hechicero prendió sus ojos de la fría y rígida forma que se extendía bajo el lienzo, perdidas las pupilas en una penumbra que no podía distinguir—. ¿Crees que ella será capaz de reanimar la llama de bondad que nosotros no supimos encender?

—Sí —fue la escueta respuesta del kender, incómodo frente a la penetrante vigilancia de su interlocutor.

—¿Y por qué se ha trazado ese objetivo? —insistió el anciano dignatario.

Tas atrajo a Bupu hacia sí y le tendió su pañuelo, ignorando su perplejidad por no tener la menor idea del uso que debía darle. Tras manosearlo unos segundos, la enana se pasó por la nariz un pliegue de su vestido.

—Según Tika… —empezó a explicar el kender, pero las palabras se negaban a salir.

—¿Qué opinaba Tika? —lo ayudó Par-Salian al advertir su turbación.

—Que lo hacía por amor a Raistlin —declaró el hombrecillo de manera precipitada.

El gran maestro asintió con la cabeza, y desvió la faz hacia Caramon.

—¿Y tú, guerrero? —inquirió, de pronto.

El interpelado levantó la testa y, desconcertado, miró al presidente del cónclave.

—¿Lo quieres aún? Has afirmado antes que estás dispuesto a retroceder en el tiempo para destruir a Fistandantilus, una misión llena de peligros. ¿Es tu amor por tu gemelo lo bastante intenso? ¿Arriesgarías tu vida por él, como ha hecho esta dama? No contestes sin reflexionar, piensa que tu empresa no está destinada a salvar el mundo. Lo que proyectas es rescatar un alma, nada más… y nada menos.

Vibraron los labios del hombretón, más ningún sonido brotó de ellos. Sin embargo, iluminaba sus facciones una alegría, un júbilo que nacía en sus entrañas. Sólo acertó a agitar la cabeza.

—He tomado una decisión —anunció Par-Salian, vuelto hacia la asamblea.

Una figura se incorporó entre los presentes, vestida de negro y aún cubierta con la capucha. Al desprenderse de ella, Tas la reconoció como la mujer que lo había traído a la sala. Estaba contraída por la ira, sus manos se movían como hirientes dardos frente al pecho del dignatario.

—Nos oponemos a su puesta en práctica —bramó la portavoz de los nigromantes—. Eso significa que no puedes formular el hechizo.

—El amo de la Torre puede invocar un encantamiento en solitario si así le place, Ladonna —replicó Par-Salian—, se trata de uno de los privilegios otorgados a quienes ostentan mi rango. Raistlin descubrió este secreto cuando se erigió en dueño y señor de la Torre de Palanthas, y yo no soy su inferior. No necesito a los sabios rojos ni negros si tal es mi voluntad.

—Cierto, gran maestro, lo sé. No te somos imprescindibles para obrar el prodigio, pero sí para que concluya con éxito. —El tono de la dama se tornó amenazador—. Dependes de nuestra colaboración, aunque sea silenciosa, porque de lo contrario se alzarán las brumas de nuestra sapiencia y eclipsarán la luz de la luna plateada. Si eso sucede, fracasarás.

—Olvidemos a Raistlin —propuso Par-Salian, resuelto a apurar todos los argumentos— y centrémonos en Crysania. ¿Permitiremos que se suma en un letargo eterno, sin devolverla nunca a la vida?

—¿Qué puede importarnos a nosotros la vida de una sacerdotisa de Paladine? —comentó Ladonna con una mueca irónica—. Nuestras preocupaciones pertenecen a esferas más elevadas y, además, juzgo impropio discutirlas en presencia de extraños. Expúlsalos de aquí —señaló a Caramon y a sus dos amigos— para que celebremos un consejo privado.

—Una sugerencia muy atinada —respaldó a la fémina el representante de los sabios investidos de rojo—. Nuestros huéspedes están cansados, hambrientos, y creo que encontrarán en extremo tediosas las diferencias familiares de este cónclave.

—De acuerdo —concedió el anciano, si bien su tono abrupto no pasó desapercibido a Tas—. Seréis llamados en su momento —dijo al trío.

—¡Esperad! —suplicó Caramon—. ¡Deseo asistir a este acto!

El fornido humano calló, atragantándose a causa de la sorpresa. La estancia había desaparecido, con sus ocupantes y las butacas de piedra.

Tan sólo permanecían a su lado Tas y Bupu, aquél muy ocupado en examinar su nuevo entorno. En efecto, se hallaban en una acogedora alcoba semejante a las de «El Último Hogar». El fuego ardía en la chimenea, tres mullidos lechos se alineaban en un extremo y, frente a las llamas, se erguía una mesa cargada de suculentos manjares. El aroma del pan recién horneado y la carne asada en las brasas activaron el apetito del kender. Estaba encantado, se le hacía la boca agua.

—Creo que hemos ido a dar con el lugar más maravilloso del mundo —aseveró.