EN EL QUE MUCHAS COSAS SE RESUELVEN EN LA PLAYA
Sol Gardener corría como un demente en dirección a Jack, con el rostro mutilado chorreando sangre. Era presa de una locura total. Bajo un sol brillante y abrasador por primera vez en varias décadas, Point Venuti era una ruina de edificios derrumbados, cañerías rotas y aceras levantadas como libros inclinados sobre un estante. Aquí y allá yacían diseminados libros reales, con las cubiertas rotas ondeando sobre la tierra removida. Detrás de Jack, el Hotel Agincourt profirió algo semejante a un espantoso gemido y en seguida Jack oyó el sonido de mil listones de madera cayendo uno sobre otro, de paredes desplomándose en medio de una lluvia de astillas y polvo de yeso. El muchacho era vagamente consciente de la figura de Morgan Sloat, corriendo como un abejorro hacia la playa, y comprendió con una punzada de inquietud que su adversario se dirigía hacia Speedy Parker… o su cadáver.
—Tiene un cuchillo, Jack —murmuró Richard. La mano destrozada de Gardener manchaba de sangre su camisa de seda, antes inmaculada.
¡MALVAAAAADO! —chilló, con voz debilitada por los constantes embates del agua contra la orilla y el ruido de la destrucción, que continuaba con intermitencias—. ¡MAAAAAAAA…!
—¿Qué vas a hacer? —preguntó Richard.
—¿Cómo puedo saberlo? —contestó Jack. Era la respuesta mejor y más veraz que podía ofrecer.
No tenía idea de cómo vencer a este loco. Pero le vencería, estaba seguro. «Tendrías que haber matado a los dos hermanos Ellis», se dijo para sus adentros.
Gardener corría por la arena, sin dejar de gritar. Se encontraba todavía a bastante distancia, a medio camino entre el final de la valla y la fachada del hotel. Una máscara roja cubría la mitad de su cara. De su mano izquierda, inútil, caía un continuo reguero de sangre sobre la arena. La distancia entre el loco y los muchachos parecía disminuir por segundos. ¿Estaría ya en la playa Morgan Sloat? Jack sentía una urgencia semejante a la del Talismán, que le empujaba hacia delante, siempre hacia delante.
—¡Malo! ¡Axiomático! ¡Malo! —gritaba Gardener.
—¡Salta! —dijo Richard con voz fuerte… y Jack dio un paso lateral como había hecho en el hotel negro.
Y entonces se encontró delante de Osmond bajo la luz abrasadora de los Territorios. La mayor parte de su seguridad le abandonó de improviso. Todo era igual, pero todo era diferente. Sabía, sin mirar, que a sus espaldas había algo mucho peor que el Agincourt; nunca había visto el exterior del castillo en que se convertía el hotel en los Territorios, pero supo de repente que por las grandes puertas delanteras salía una lengua que se desenroscaba hacia él… y que Osmond les empujaría a ambos hacia aquella lengua.
Osmond llevaba un parche sobre el ojo derecho y un guante manchado en la mano izquierda. Las complicadas colas de su látigo saltaron desde su hombro.
—Ah, sí —silbó y susurró a medias—. Este chico. El chico del capitán Farren.
Jack apretó el Talismán contra su vientre en un gesto protector. Las colas del látigo se deslizaron por el suelo, tan sensibles a los más insignificantes giros de mano y muñeca de Osmond como un caballo de carreras a la mano del jockey. «¿De qué le sirve a un muchacho ganar una bola de cristal si pierde el mundo?». El látigo casi pareció levantarse del suelo. «¡DE NADA! ¡DE NADA!». El olor verdadero de Osmond, de podredumbre, suciedad y corrupción oculta, se propagó con fuerza y su rostro demacrado y demente dio la impresión de rizarse, como si un rayo lo hubiese atravesado por dentro. Sonrió amplia y huecamente y levantó el látigo a la altura del hombro.
—Pene de cabra —dijo, casi con fruición. Las colas del látigo bajaron, silbando, hacia Jack, que retrocedió, aunque no lo bastante lejos, con repentino y profundo pánico.
La mano de Richard le agarró por el hombro cuando volvió a saltar y el horrible sonido, casi burlón, del látigo se esfumó instantáneamente en el aire.
¡El cuchillo!, oyó decir a Speedy.
Luchando contra sus instintos, Jack entró en el espacio donde había estado el látigo, en vez de dar un paso atrás, como le exigía casi todo su ser. La mano de Richard le soltó el hombro y la voz de Speedy se extinguió como un gemido. Jack apretó el resplandeciente Talismán contra su pecho con la mano izquierda y alargó la derecha. Sus dedos se cerraron mágicamente en torno a una muñeca huesuda.
Sol Gardener rió entre dientes.
—¡JACK! —gritó Richard a sus espaldas.
Volvía a estar en este mundo, bajo una luz intensa y purificadera, y la mano de Sol Gardener que sostenía el cuchillo se extendía hacia él. El rostro destrozado de Sol Gardener se hallaba a pocos centímetros del suyo. Envolvía a ambos un hedor de basura y de animales muertos hacía tiempo en la carretera.
—De nada —dijo Gardener—. ¿Quieres entonar el aleluya? —Acercó más el elegante y letal cuchillo y Jack consiguió mantenerlo a raya.
—¡JACK! —volvió a gritar Richard.
Sol Gardener le miraba fijamente, con los ojos brillantes de un pájaro, adelantando más el cuchillo.
¿No sabes lo que hizo Sol? —preguntó la voz de Speedy— ¿Todavía no lo sabes?
Jack miró directamente al ojo desvariado de Gardener. Sí.
Richard se abalanzó sobre ellos, dio una patada a Gardener en el tobillo y le asestó un débil puñetazo en la sien.
—Mataste a mi padre —acusó Jack. El único ojo de Gardener centelleó.
—¡Y tú mataste a mi hijo, bastardo malvado!
—Morgan Sloat te mandó matar a mi padre y tú lo hiciste. Gardener adelantó el cuchillo unos cinco centímetros. Un gran coágulo de sustancia amarilla y una burbuja de sangre brotaron del agujero que había sido su ojo derecho.
Jack gritó, de horror, rabia y todos los sentimientos largo tiempo reprimidos de abandono e indefensión, posteriores a la muerte de su padre. Vio que había dirigido hacia arriba la mano de Gardener que empuñaba el cuchillo y volvió a gritar. Gardener golpeó el brazo izquierdo de Jack con su mano izquierda desprovista de dedos. Jack casi había logrado retorcer la muñeca de Gardener cuando la sintió, chorreando de sangre, entre su propio pecho y brazo. Richard continuaba golpeando a Gardener, pero éste ya tenía la mano sin dedos muy cerca del Talismán. Levantó la cara al nivel de la de Jack.
—Aleluya —murmuró.
Jack se volvió en redondo, empleando más fuerza de la que se creía capaz, y se lanzó sobre la mano de Gardener. La otra, la que carecía de dedos, voló hacia un lado. Jack estrujó la muñeca de la mano que sostenía el cuchillo y sintió los tendones tirantes. Poco después cayó el cuchillo, ahora tan inofensivo como la palma sin dedos que golpeaba una y otra vez las costillas de Jack. El muchacho esquivó a Gardener, poniéndose fuera de su alcance, y Gardener se tambaleó.
Ahora alargó el Talismán hacia Gardener. Richard gimió:
¿Qué haces? Pero estaba bien hecho, bien hecho. Jack avanzó hacia Gardener, que seguía mirándole con ojos brillantes, aunque con menos seguridad, y extendió el Talismán hacia él. Gardener sonrió, mientras otra burbuja de sangre se asomaba a la cuenca de su ojo, y estiró de repente la mano hacia el Talismán, agachándose al mismo tiempo para recuperar el cuchillo. Jack se abalanzó y rozó la piel de Gardener con la piel cálida y estriada del Talismán. Como con Reuel. Entonces retrocedió de un salto.
Gardener aulló como un animal herido. El trozo de piel que había entrado en contacto con el Talismán se ennegreció y luego se convirtió en un líquido que empezó a brotar lentamente de su cráneo. Jack retrocedió otro paso. Gardener cayó de rodillas. Toda la piel de su cabeza se tornó cérea y al cabo de medio segundo sólo un cráneo reluciente sobresalía del cuello de la camisa rota.
Ya he terminado contigo —pensó Jack—. ¡Por fin!
—Ya está —dijo Jack, sintiéndose lleno de una enorme confianza—. Vamos a por él, Richie. Vamos…
Miró a Richard y vio que su amigo estaba a punto de derrumbarse otra vez. Se tambaleaba sobre la arena, con los ojos entornados y ausentes.
—Bien pensado, quizá sea mejor que no intervengas en esto —sugirió Jack.
Richard meneó la cabeza.
—Iré contigo, Jack. Seabrook Island. Hasta el final… hasta el último momento.
—Quizá tenga que matarlo —advirtió Jack—. Es decir, si puedo. Richard meneó la cabeza con terca insistencia.
—A mi padre, no. Ya te lo he dicho. Mi padre ha muerto. Si me abandonas, te seguiré a rastras. A rastras por encima de la inmundicia dejada por ese individuo, si es necesario.
Jack miró hacia las rocas. No podía ver a Morgan, pero no dudaba de que se encontraba allí. Y si Speedy aún vivía, Morgan podía estar ahora mismo tomando medidas para remediar esta situación.
Intentó sonreír, pero no lo consiguió.
—Piensa en los gérmenes que podrías atrapar. —Vaciló un momento más y entonces alargó de mala gana el Talismán a Richard—. Te llevaré a cuestas, pero tú tendrás que sostener esto. No dejes caer la bola, Richard. Si se cae… ¿Qué era lo que había dicho Speedy?
—Si se cae, todo estará perdido.
—No la soltaré.
Jack puso el Talismán en las manos de Richard y de nuevo éste pareció mejorar con su contacto… aunque menos que antes. Su palidez era terrible. Bañada por el brillante resplandor del Talismán, su cara parecía la de un niño muerto iluminada por el flash de un fotógrafo de la policía.
Es el hotel. Le está envenenando.
Pero no era el hotel; no del todo. Era Morgan quien le estaba envenenando.
Jack dio media vuelta y descubrió que era reacio a perder de vista al Talismán, aunque sólo fuese por un momento. Inclinó la espalda y formó estribos con las manos.
Richard montó sobre su espalda, sosteniendo el Talismán con una mano y agarrado al cuello de Jack con la otra. Jack le abrazó los muslos.
Es ligero como una pluma. Tiene su propio cáncer; lo ha tenido toda su vida. La maldad de Morgan Sloat es radiactiva y Richard se muere a causa de sus efectos.
Empezó a correr hacia las rocas detrás de las cuales yacía Speedy, consciente de la luz y el calor del Talismán que llevaba sobre la espalda.
Rodeó corriendo el lado izquierdo de las rocas con Richard a cuestas, todavía lleno de aquella confianza insensata… y pronto comprendió esta insensatez, de un modo repentino y brusco. Una pierna rechoncha y cubierta por una tela de lana marrón (y justo debajo de la vuelta del pantalón Jack atisbo un calcetín a juego de nailon marrón) salió de improviso de la primera roca como una barrera de peaje.
¡Mierda! —gritó la mente de Jack—. ¡Te estaba esperando! ¡Eres un perfecto estúpido!
Richard lanzó una exclamación. Jack intentó detenerse, pero no pudo.
Morgan le hizo la zancadilla con la facilidad con que un colegial pendenciero se la hace a un chico más pequeño en el patio de la escuela. Después de Smokey Updike, y Osmond, y Gardener, y Elroy, y algo parecido a un cruce entre un caimán y un tanque, sólo hacía falta un obeso e hipertenso Morgan Sloat agazapado detrás de una roca, esperando a un muchacho demasiado confiado llamado Jack Sawyer, para abalanzarse sobre él y derribarle.
—¡Yiyyyy! —gritó Richard cuando Jack tropezó y cayó hacia delante. Vio vagamente cómo sus dos sombras juntas caían hacia el lado izquierdo… parecían tener tantos brazos como un ídolo hindú. Sintió desplazarse el peso psíquico del Talismán, primero a un lado y después a otro.
—¡CUIDADO CON ÉL, RICHARD! —gritó Jack.
Richard cayó por encima de la cabeza de Jack, con los ojos enormes y horrorizados. Los músculos de su cuello sobresalían como cuerdas de piano. Sostuvo el Talismán en alto mientras caía, con las comisuras de los labios hacia abajo en una mueca desesperada. Dio de cara contra el suelo como el cono delantero de un cohete defectuoso. La arena del lugar donde yacía Speedy no era en realidad tal, sino una mezcla de pequeñas piedras, guijarros y conchas y Richard cayó contra una piedra afilada por el terremoto. Se oyó un ruido sordo. Durante un momento, Richard pareció un avestruz con la cabeza enterrada en la arena. Su trasero, embutido en sucios pantalones de algodón, se movía de un lado a otro en el aire. En otras circunstancias —circunstancias no acompañadas por aquel terrible ruido sordo, por ejemplo—, habría sido una postura cómica, digna de una instantánea: «Richard el Racional Jugando en la Playa». Pero no era nada gracioso. Las manos de Richard se abrieron lentamente… y el Talismán rodó un metro por la suave pendiente de la playa y se detuvo, reflejando nubes y cielo, no sobre su superficie, sino en su interior levemente iluminado.
—¡Richard! —gritó de nuevo Jack.
Morgan estaba detrás de él, pero Jack le olvidó momentáneamente. Toda su confianza se había desvanecido en el instante en que aquella pierna embutida en el pantalón de lana marrón se había extendido delante de él como una barrera de peaje. Engañado como un niño en el patio de un parvulario y Richard… Richard estaba…
—Rich…
Richard dio media vuelta y Jack vio que su pobre rostro cansado estaba cubierto de sangre. Un trozo de cuero cabelludo pendía casi hasta el ojo en forma triangular, como una vela deshilachada. Jack vio los pelos de debajo, rozando la sien de Richard como hierba rubia… y en el lugar antes cubierto por aquella piel relucía el cráneo desnudo de Richard Sloat.
—¿Se ha roto? —preguntó Richard, con la voz aguda como un grito—. Jack, ¿se ha roto al caer yo?
—Está bien, Richie… está…
Los ojos ribeteados de rojo de Richard se abrieron mucho al ver algo detrás de Jack.
—¡Jack! ¡Jack, cuidado…!
Algo parecido a un ladrillo de cuero —una de las zapatillas de Gucci de Morgan Sloat— descargó entre las piernas de Jack y sobre sus testículos. Era un golpe certero y Jack se acurrucó, sintiendo de repente el mayor dolor de su vida, un tormento físico mayor del que jamás había imaginado. Ni siquiera podía gritar.
—Está bien —dijo Morgan Sloat—, pero en cambio tú no tienes tan buen aspecto, Jacky, muchacho.
En absoluto.
Y ahora el hombre que avanzaba lentamente hacia Jack —avanzaba lentamente porque estaba saboreando la situación— era un hombre al que Jack nunca había sido debidamente presentado. Fue una vez una cara blanca ante la ventanilla de una gran diligencia negra unos momentos, una cara de ojos oscuros que en cierto modo intuía su presencia; fue una forma vaga y cambiante irrumpiendo en la realidad del campo donde él y Lobo hablaban de maravillas tales como hermanos de carnada y la gran luna del celo; fue una sombra en los ojos de Anders.
Pero jamás había visto realmente a Morgan de Orris hasta ahora, pensó Jack. Y él era todavía Jack, Jack con un par de sucios pantalones de algodón de la ciase que uno espera ver en un culi asiático y sandalias de cuero, pero no Jason, sino Jack. Su escroto era un gran grito de dolor congelado.
El Talismán estaba a diez metros de distancia, proyectando su fúlgido resplandor sobre una playa de arena negra. Richard no estaba allí, pero este hecho no fue registrado hasta más tarde por la mente consciente de Jack.
Morgan llevaba una capa azul oscuro sujeta en el cuello por un broche de plata repujada. Sus pantalones eran de la misma lana fina que los de Sloat, sólo que aquí estaban metidos dentro de unas botas negras.
Este Morgan caminaba con un ligero cojeo y su pie deforme dejaba una línea de cortos guiones en la arena. El broche de plata de su capa oscilaba cuando se movía y Jack se dio cuenta de que el objeto no tenía nada que ver con la capa, la cual se cerraba con un cordón sencillo y oscuro, sin adornos. El broche era una especie de colgante. Se le ocurrió que podía ser un diminuto palo de golf, un adorno como los que suelen lucir las mujeres en una pulsera o colgado del cuello, sólo porque es divertido. Pero cuando Sloat se acercó más, vio que era demasiado alargado y no terminaba en una curva, sino en punta.
Parecía un lanzarrayos.
—No, no tienes muy buen aspecto, muchacho —dijo Morgan de Orris. Se aproximó adonde Jack yacía gimiendo y sujetándose el escroto con las piernas encogidas. Se inclinó, apoyó las manos en las rodillas y estudió a Jack como estudiaría un hombre a un animal que acabase de atropellar con su coche. Un animal poco interesante, como una marmota o una ardilla—. En absoluto.
Se inclinó un poco más.
—Has sido un gran problema para mí —añadió Morgan de Orris, acercándose aún más— y has causado mucho daño. Pero al final…
—Creo que me muero —murmuró Jack.
—Todavía no. Oh, ya sé que da esta impresión pero, créeme, aún no vas a morirte. Dentro de unos minutos sabrás qué se siente de verdad cuando uno se muere.
—No… es cierto… estoy destrozado… por dentro —gimió Jack—. Agáchate más… quiero decirte… quiero… suplicarte…
Los ojos oscuros de Morgan centellearon en su pálida cara. Tal vez fue la idea de Jack suplicándole. Inclinó la cabeza hasta casi tocar el rostro de Jack con el suyo. Jack había encogido las piernas por el dolor, pero ahora las estiró como una exhalación hacia arriba. Durante un momento le pareció que una hoja oxidada le rasgaba la carne desde los genitales hasta el estómago, pero el ruido de sus sandalias golpeando la cara de Morgan, partiéndole los labios y aplastándole la nariz, le compensó con creces del dolor.
Morgan de Orris retrocedió agitando los brazos y chillando de rabia y sorpresa; la capa ondeó como las alas de un gran murciélago.
Jack se puso en pie. Por un momento vio el castillo negro —era mucho mayor que el Agincourt; de hecho, parecía ocupar hectáreas enteras— y en seguida corrió hacia el inconsciente (¡o muerto!) Parkus. Se lanzó sobre el Talismán, que resplandecía tranquilamente sobre la arena y, mientras corría, saltó de nuevo a los Territorios americanos.
—¡Oh, bastardo! —rugió Morgan Sloat—. ¡Pequeño y maldito bastardo, la cara, la cara, me ha destrozado la cara!
Se oyó un chisporroteo y un olor como de ozono. Un brillante rayo blanquiazul pasó por el lado derecho de Jack, fundiendo la arena como si fuese vidrio.
Entonces cogió el Talismán… ¡volvía a tenerlo! El terrible y palpitante dolor en el escroto empezó a disminuir inmediatamente. Se volvió hacia Morgan con la bola de cristal levantada en sus manos.
A Morgan Sloat le sangraba el labio y se tocaba la mejilla; Jack deseó haberle roto unos cuantos dientes como propina. En la otra mano de Sloat, extendida en una curiosa imitación de la propia postura de Jack, estaba aquel objeto parecido a una llave que acababa de enviar un rayo sobre la arena, muy cerca del muchacho.
Jack se apartó a un lado, con los brazos estirados delante de él, mientras el Talismán cambiaba sus colores internos como una máquina de fabricar arco iris. Parecía comprender que Sloat se encontraba cerca, porque la gran bola de cristal estriado había empezado a entonar una especie de zumbido casi inaudible que Jack sentía —más que oía— como un hormigueo en las manos. Una franja de blancura brillante y clara se abrió en el Talismán como un rayo de luz por toda su parte central y Sloat saltó hacia un lado y apuntó con la llave a la cabeza de Jack mientras se secaba la sangre del labio inferior.
—Me has hecho daño, pequeño bastardo —dijo—. No creas que esa bola de cristal podrá ayudarte ahora. Su futuro es algo más corto que el tuyo propio.
—Entonces, ¿por qué te da miedo? —preguntó el muchacho, extendiéndolo de nuevo hacia delante.
Sloat se apartó más, como si el Talismán también pudiera lanzar rayos mortíferos. Ignora qué es capaz de hacer —comprendió Jack—; en realidad no sabe nada de él, sólo sabe que lo quiere.
—Déjalo caer ahora mismo —ordenó Sloat—: Suéltalo, pequeño embustero o te volaré la cabeza. Déjalo caer.
—Tienes miedo —dijo Jack—. Ahora que el Talismán está delante de ti, tienes miedo de acercarte para cogerlo.
—No necesito acercarme para cogerlo —replicó Sloat—, ¿lo sabes, maldito Pretendiente? Suéltalo. Prefiero ver cómo lo rompes tú, Jacky.
—Ven a buscarlo, Bloat —insistió Jack, sintiéndose dominado por una oleada de furor. Jacky. Detestaba oír en la húmeda boca de Sloat el diminutivo que usaba su madre—. Yo no soy el hotel negro, Bloat, sólo soy un muchacho. ¿No puedes cogerle a un muchacho una bola de cristal? —Era muy claro para él que estaban igualados mientras el Talismán se hallara en su poder. Una chispa azul oscuro, vibrante como uno de los «demonios» de Anders, se encendió y apagó en el centro del Talismán, siendo seguida inmediatamente por otra. Jack continuaba sintiendo aquel potente zumbido que emanaba del corazón de la bola de cristal estriado. Había sido su destino apoderarse del Talismán… Era su misión hacerse con él. El Talismán conocía su existencia desde que nació, pensó ahora Jack, y desde entonces le había esperado para que lo pusiera en libertad. Tenía que ser Jack Sawyer y nadie más—. Ven a cogerlo —desafió a Sloat.
Sloat alargó la llave hacia él, gruñendo. La sangre le bajaba por el mentón. Pareció perplejo un instante, frustrado y furioso como un toro en el redil y Jack tuvo que sonreír. Entonces miró de soslayo a Richard, tendido sobre la arena, y la sonrisa desapareció de su rostro. La cara de Richard estaba literalmente cubierta de sangre, que también le había empapado los cabellos.
—Bastardo… —empezó, pero había sido un error desviar la mirada. Una luz candente, azul y amarilla, quemó la arena a pocos centímetros de donde se encontraba.
Se volvió hacia Sloat, que disparó otro rayo a sus pies. Jack retrocedió de un salto y el rayo destructor se fundió en un líquido amarillento que al enfriarse se convirtió en un largo carámbano de cristal.
—Tu hijo va a morir —dijo Jack.
—Tu madre va a morir —le replicó Sloat—. Suelta ese maldito objeto antes de que te corte la cabeza. Vamos, déjalo caer.
—¿Por qué no te vas a freír espárragos? —contestó Jack. Morgan Sloat abrió la boca y chilló, dejando al descubierto una hilera de dientes cuadrados manchados de sangre.
—¡Freiré tu cadáver!
La llave apuntó a la cabeza de Jack y luego vaciló. Los ojos de Sloat brillaron y su mano se alzó de modo que la llave quedó apuntando al cielo. Una larga madeja de luz pareció brotar del puño de Sloat, ensanchándose a medida que ganaba altura. El cielo se ennegreció. Tanto el Talismán como el rostro de Morgan Sloat resplandecieron en la repentina oscuridad, este último debido al reflejo de la luz del Talismán. Jack comprendió que su propio rostro también debía estar iluminado por el potente resplandor. Y en cuanto blandió el refulgente Talismán hacia Sloat, para intentar Dios sabía qué —obligarle a soltar la llave, enfurecerle, subrayar el hecho de que carecía de poder—, Jack se dio cuenta de que las habilidades de Morgan Sloat aún no habían tocado a su fin. Gruesos copos de nieve cayeron del cielo tenebroso y Sloat desapareció tras una tupida cortina de nieve. Jack oyó su risa húmeda.
Abandonó con un esfuerzo su lecho de inválida y fue hacia la ventana. Contempló la desierta playa de diciembre, sólo iluminada por un único farol en el paseo entablado. De improviso, una gaviota se posó en el alféizar de la ventana. De un lado del pico le colgaba un trozo de cartílago y en aquel momento Lily pensó en Sloat. La gaviota se parecía a Sloat.
La primera reacción de Lily fue retroceder, pero luego volvió, encolerizada por una idea tan ridícula. Una gaviota no podía parecerse a Sloat y tampoco podía invadir su territorio… no estaba bien. Golpeó el frío cristal con el dedo. El ave esponjó brevemente las alas, pero no levantó el vuelo. Y Lily interpretó un pensamiento de su mente fría, lo oyó con tanta claridad como si fuera una onda radioeléctrica:
Jack se muere, Lily… Jack se mueeeeeere…
El ave inclinó la cabeza y golpeó el cristal con el pico con tanta determinación como el cuervo de Poe.
híueeeeeeeere…
—¡NO! —gritó Lily—. ¡LARGO DE AQUÍ, SLOAT! —Esta vez no se limitó a dar golpes en el cristal, sino que descargó el puño contra él, atravesándolo. La gaviota aleteó, graznando, casi cayéndose. Un aire gélido entró por el agujero de la ventana.
La mano de Lily goteaba sangre… no, no goteaba, chorreaba sangre. Se había hecho dos cortes profundos en dos lugares. Se extrajo fragmentos de vidrio de la parte más carnosa de la palma y después se secó la mano con el corpiño del camisón.
—NO TE ESPERABAS ESTO, ¿VERDAD, BICHO? —gritó al pájaro, que volaba describiendo inquietos círculos sobre los jardines. Prorrumpió en llanto—. ¡Ahora déjale en paz! ¡Déjale en paz! ¡DEJA EN PAZ A MI HIJO!
Estaba cubierta de sangre. Un aire glacial entraba por el cristal roto. Y vio fuera los primeros copos de nieve caer del cielo y revolotear hacia el blanco resplandor del farol.
—Cuidado, Jacky.
Muy quedo; A la izquierda.
Jack se volvió en redondo, sosteniendo el Talismán como si fuera una linterna. Su rayo de luz estaba lleno de copos de nieve.
Nada más. Oscuridad… nieve… el sonido del océano.
—El otro lado, Jacky.
Se volvió hacia el lado derecho, resbalando sobre la nieve helada. Más cerca. Ahora se hallaba más cerca. Jack levantó el Talismán.
—¡Ven a buscarlo, Bloat!
—No tienes la menor posibilidad, Jack. Te cogeré cuando se me antoje.
Detrás de él… y todavía más cerca. Pero cuando alzó el resplandeciente Talismán, Sloat no se veía por ninguna parte. La nieve le azotaba la cara. Se le metió en la nariz y le hizo toser.
Sloat rió entre dientes delante de él. Jack retrocedió y casi tropezó con Speedy.
—¡Estoy aquí, Jacky!
Una mano surgió de la oscuridad y tiró de la oreja de Jack. Este se volvió en aquella dirección, con el corazón desbocado y los ojos muy abiertos. Resbaló y cayó sobre una rodilla.
Richard profirió un gemido ronco desde un punto muy próximo.
Arriba, un cañonazo de trueno, provocado de alguna manera por Sloat, resonó en las tinieblas.
—¡Tíramelo! —desafió Sloat, bailando en la oscuridad de la tormenta múltiple. Hizo chasquear los dedos de la mano derecha y agitó la llave en dirección a Jack con la izquierda. Sus gestos eran excéntricos y sincopados. Jack pensó que Sloat se parecía en cierto modo a un director de orquesta latino de los viejos tiempos, a Xaxier Cugat, tal vez—. ¡Tíramelo! ¿Por qué no lo haces? ¡Una galería de tiro, Jack! ¡Un pichón de barro! ¡El viejo tío Morgan! ¿Qué dices a esto, Jack? ¿Quieres probarlo? ¡Tira la bola y gana una muñeca de trapo!
Y Jack descubrió que se había colocado el Talismán contra el hombro derecho, al parecer con intención de hacer precisamente aquello. Te está asustando, intenta infundirte pánico, convencerte para que se lo tires, para que…
Sloat se confundió con la oscuridad. La nieve volaba en remolinos.
Jack, nervioso, miró a su alrededor, pero no pudo ver a Sloat. Quizá se ha largado. Quizá…
—¿Qué pasa, Jacky?
No, aún seguía allí. En alguna parte. A la izquierda.
—Me reí cuando murió tu querido papaíto, Jacky. Me reí en su cara. Cuando su motor se paró al fin, sentí…
La voz trinaba. Se extinguió unos momentos y volvió. A la derecha. Jack giró en dicha dirección, sin comprender qué sucedía con los nervios cada vez más tensos.
—… que mi corazón volaba libre como un pájaro. Volaba así, Jacky, muchacho.
Una piedra surgió de la oscuridad… dirigida no contra Jack, sino contra la bola de cristal. La esquivó. Vislumbró vagamente a Sloat. Le perdió otra vez.
Una pausa… y Sloat volvió, tocando un nuevo disco.
—Jodí a tu madre, Jacky —canturreó la voz a sus espaldas. Una mano gorda y caliente le agarró el trasero.
Jack giró en redondo, esta vez casi tropezando con Richard. Unas lágrimas —cálidas, dolorosas, indignadas— empezaron a brotarle de los ojos. Las odiaba, pero no podía evitarlas y nada en el mundo podía negarlas. El viento rugía como un dragón en un túnel aerodinámico. La magia está en ti, había dicho Speedy, pero, ¿dónde estaba la magia ahora? ¿Dónde, oh, dónde, oh, dónde?
—¡No menciones a mi madre!
—La jodí muchas veces —añadió Sloat con lenta fruición. Otra vez a la derecha. Una figura gorda y danzante en la oscuridad.
—¡La follé por invitación, Jacky!
¡Detrás de él! ¡Muy cerca!
Jack se volvió y alzó el Talismán, que proyectó una blanca franja de luz. Sloat bailó para esquivarla, pero no antes de que Jack entreviera una mueca de dolor y de ira. Aquella luz había tocado a Sloat y le había herido.
No hagas caso de lo que dice; todo son mentiras y tú lo sabes. Pero, ¿cómo puede hacer eso? Es como Edgar Bergen. No… es como los indios cuando se acercan a un tren en la penumbra. ¿Cómo puede hacerlo?
—Me he chamuscado un poco las patillas, Jacky —dijo Sloat, profiriendo una risita ahogada. Parecía faltarle un poco el aliento, aunque no lo suficiente. No, no lo suficiente. Jack jadeaba como un perro en un cálido día de verano, con los ojos desorbitados de tanto buscar a Sloat en la oscura tormenta—. Pero no te lo tendré en cuenta, Jacky. Veamos. ¿De qué hablábamos? Ah, sí. De tu madre…
Un pequeño trino… una pausa… y una piedra llegó silbando de la oscuridad y acertó a Jack en la sien. Se volvió, pero Sloat se había esfumado de nuevo, confundiéndose ágilmente con la nieve.
—¡Me apretaba con sus largas piernas hasta que yo aullaba para que tuviese piedad de mí! —declaró Sloat desde detrás de Jack y desde su derecha—. ¡UAAAAAUUUU!
No le hagas ningún caso, no permitas que te manipule, no… Pero no podía evitarlo. Este hombre obsceno hablaba de su madre, de su madre.
—¡Basta! ¡Cállate!
Sloat estaba delante de él ahora… tan cerca que Jack podría haberle visto con claridad a pesar de la tormenta de nieve, pero sólo pudo atisbar una forma tenue, como una cara vista de noche bajo el agua. Otra piedra surgió de las tinieblas y dio a Jack en el cogote. Se tambaleó hacia delante y casi volvió a tropezar con Richard… un Richard que ya empezaba a desaparecer bajo un manto de nieve.
Vio estrellas… y comprendió lo que sucedía.
¡Sloat salta al otro lado… se mueve y salta de nuevo a este lado!
Jack daba vueltas, describiendo un inquieto círculo, como un hombre acosado por cien enemigos en vez de uno solo. Una lengua de fuego lamió la oscuridad con un estrecho rayo azul verdoso. Jack intentó tocarlo con el Talismán, esperando desviarlo hacia Sloat.
Demasiado tarde. Se apagó.
Entonces, ¿cómo es que no le veo allí? ¿En los Territorios?
La respuesta le llegó como un relámpago… y a guisa de confirmación, el Talismán emitió un magnífico abanico de luz blanca que cortó la blancura de la nieve como los faros de una locomotora.
¡No le veo ni reacciono a él allí porque NO estoy allí! Jason se ha ido… ¡y yo soy de naturaleza única! Sloat salta a una playa donde no hay nadie más que Morgan de Orris y un hombre muerto o moribundo llamado Parkus… Richard tampoco está allí porque el hijo de Margan de Orris, Rushton, murió hace mucho tiempo ¡y Richard también es de naturaleza única! Cuando he saltado antes, el Talismán estaba allí… ¡pero Richard no! Morgan está saltando… moviéndose… saltando de nuevo… tratando de confundirme…
—¡Hola! ¡Jacky, muchacho!
A la izquierda.
—¡Aquí!
A la derecha.
Pero Jacky ya no buscaba el lugar. Miraba el Talismán, esperando la señal. La señal más importante de su vida.
Por detrás. Esta vez se acercaría por detrás.
El Talismán proyectaba su resplandor, era una potente linterna en medio de la nieve.
Jack giró sobre sus talones… y al hacerlo saltó a los Territorios, a un sol brillante. Y allí estaba Morgan de Orris, de tamaño natural y fealdad dos veces mayor. Durante un momento no se dio cuenta de que Jack había imitado su truco; cojeaba con rapidez hacia un lugar que estaría detrás de Jack cuando saltara a los Territorios americanos. En su rostro había una desagradable sonrisa infantil. La capa se hinchaba y ondeaba a sus espaldas. Arrastraba la bota izquierda y Jack vio la arena circundante cubierta de aquellas huellas profundas. Morgan había estado corriendo a su alrededor en un insistente círculo, provocando sin cesar a Jack con obscenas mentiras sobre su madre, lanzando piedras y saltando de un mundo a otro.
Jack gritó:
—¡TE VEO! —con toda la fuerza de sus pulmones. Morgan miró fijamente a uno y otro lado, atónito, con una mano curvada en torno al lanzarrayos de plata.
—¡TE VEO! —repitió Jack—. ¿Damos otra vuelta, Bloat?
Morgan de Orris le apuntó con el lanzarrayos mientras su rostro cambiaba la expresión de necia perplejidad por una más característica de astucia, la de un hombre listo que ve rápidamente todas las posibilidades de una situación. Entornó los ojos. Jack, en aquel segundo en que Morgan de Orris le apuntó con su lanzarrayos letal, entornando los ojos, estuvo a punto de saltar de nuevo a los Territorios americanos, y esto habría significado su muerte. Sin embargo, un instante antes de que la prudencia o el pánico le hicieran irrumpir delante de un camión en marcha, el mismo presentimiento que le había revelado que Morgan saltaba entre dos mundos, le salvó de nuevo; Jack había aprendido los trucos de su adversario. Permaneció quieto, esperando otra vez aquella señal casi mística. Jack Sawyer contuvo el aliento durante una fracción de segundo. Si Morgan hubiera estado un poco menos orgulloso de su astucia, podría haber satisfecho su máximo deseo y asesinado a Jack Sawyer en aquel momento.
Pero en lugar de esto, tal como Jack había adivinado, la imagen de Morgan desapareció bruscamente de los Territorios. Jack inspiró. El cuerpo de Speedy (el cuerpo de Parkus, rectificó Jack) yacía inmóvil a poca distancia de él. La señal llegó; Jack expelió el aire y saltó al otro lado.
Un nuevo fragmento de cristal dividía la arena en la playa de Point Venuti, reflejado el súbito rayo de luz blanca que emanaba del Talismán.
—Te has perdido uno, ¿verdad? —murmuró Morgan Sloat desde las tinieblas. La nieve azotaba a Jack, el viento frío le congelaba los miembros, la garganta, la frente. La cara de Sloat pendía a unos dos metros de distancia, con la frente arrugada como siempre y la boca ensangrentada muy abierta. Alargaba la llave hacia Jack en medio de la tormenta y un fleco de nieve en polvo quedó adherido a la manga de su traje marrón. Jack vio salir un negro reguero de sangre de la ventana izquierda de la nariz, ridiculamente pequeña. Los ojos de Sloat, inyectados en sangre por el dolor, brillaban en el aire tenebroso.
Richard Sloat abrió los ojos, lleno de confusión. Sentía frío en todo el cuerpo. Al principio pensó, sin sentir ninguna clase de emoción, que estaba muerto. Se habría caído en algún sitio, quizá por aquellas escaleras tan difíciles y empinadas de la tribuna de la escuela Thayer. Ahora estaba frío y muerto y no podía ocurrirle nada más. Experimentó un segundo de alivio embriagador.
La cabeza le ocasionó una nueva punzada de dolor y sintió fluir por su mano fría un goteo de sangre caliente, dos sensaciones que constituían una prueba de que, contrariamente a sus deseos, Richard Lleweilyn Sloat aún no había muerto; era sólo una criatura herida y doliente. Parecía que le habían rebanado la coronilla. No tenía una idea clara de su paradero. Hacía frío. Enfocó los ojos el rato suficiente para comprender que estaba tendido sobre una capa de nieve. Había llegado el invierno. Más nieve llovía sobre él desde el cielo. Entonces oyó la voz de su padre y lo recordó todo.
Mantuvo la mano sobre la coronilla, pero volvió muy lentamente el mentón para poder mirar hacia donde sonaba la voz de su padre.
Jack Sawyer sostenía el Talismán; esto fue lo siguiente que Richard comprendió. El Talismán no se había roto. Sintió volver una parte de aquel alivio que había experimentado al creer que estaba muerto. Incluso sin las gafas, Richard pudo ver que el aspecto de Jack no era el de un derrotado, sino el de un vencedor y se emocionó profundamente. Jack parecía… un héroe. Esto era todo. Parecía un héroe sucio, despeinado, increíblemente joven, impropio para el papel en todos los respectos, pero aun así un héroe, sin duda alguna.
Richard vio también que ahora Jack era solamente Jack. Había desaparecido aquella extraordinaria cualidad extra, como de una estrella de cine dignándose encarnar a un chico mal vestido de doce años. Y esto, para Richard, hacía aún más impresionante su heroísmo.
Su padre sonreía como un ave rapaz. Pero aquél no era su padre. Su padre había sido eliminado hacía mucho tiempo… eliminado por su envidia de Phil Sawyer, por la codicia de sus ambiciones.
—Podemos continuar así para siempre —dijo Jack—. Yo no te daré nunca el Talismán y tú nunca podrás destruirlo con ese artefacto tuyo. Date por vencido.
La punta de la llave que sostenía su padre se movió con lentitud, primero en sentido horizontal y luego vertical y, como el rostro ávido y codicioso de su dueño, le apuntaba directamente a él.
—Primero destrozaré a Richard —dijo su padre—. ¿De verdad quieres ver a tu amigo Richard convertido en picadillo? ¿Eh? Y, como es natural, no vacilaré en hacer lo mismo con esa basura que está a su lado.
Jack y Sloat intercambiaron breves miradas. Richard sabía que su padre no estaba bromeando. Le mataría si Jack no le entregaba el Talismán, y después mataría al viejo negro, a Speedy.
—No lo hagas —consiguió susurrar—, mándale al diablo, Jack. Dile que se fastidie.
Jack casi trastornó a Richard al guiñarle un ojo.
—Suelta el Talismán —oyó decir a su padre. Richard vio, horrorizado, cómo Jack separaba las palmas de las manos y dejaba caer el Talismán.
—¡Jack, no!
Jack no miró a Richard. No posees una cosa si no puedes renunciar a ella —le dictó su mente—. No posees una cosa si no puedes renunciar a ella, de qué sirve a un hombre, no le sirve de nada, de nada en absoluto, y esto no se aprende en la escuela, se aprende en la carretera, se aprende de Ferd Janklow, de Lobo y de Richard, que se lanza de cabeza contra las rocas como un Titán II en una trayectoria equivocada.
Se aprendían estas cosas o se moría en alguna parte del mundo donde no existía una luz diáfana.
—Basta de muertes —dijo en la oscuridad nevada de la tarde en una playa de California. Tendría que haberse sentido totalmente exhausto; al fin y al cabo habían sido cuatro días de horrores continuos y ahora, al final, había entregado la bola como un ignorante alumno de primer año y un defensa del equipo de fútbol con mucho que aprender. Lo había echado todo por la borda. Sin embargo, oyó la voz segura de Anders, Anders arrodillado ante Jack/Jason con el sayo extendido a su alrededor y la cabeza inclinada, Anders diciendo: «Todo irá bien, todo irá bien y todas las cosas acabarán bien».
El Talismán resplandecía sobre la playa y la nieve se derretía en dulces gotas y en cada gota había un arco iris, y en aquel momento Jack conoció la sobrecogedora pureza de renunciar a lo que ha sido solicitado.
—Basta de matanzas. Vamos, rómpelo, si puedes —dijo—. Me das lástima.
Fue seguramente esto último lo que destruyó a Morgan Sloat. Si le hubiese quedado un resto de raciocinio, habría desenterrado una piedra de la nieve sobrenatural y destrozado el Talismán… como podio, ser destrozado en su sencilla e indefensa vulnerabilidad.
Pero en lugar de esto, lo apuntó con la llave.
Cuando lo hizo, en su mente bullían los amados y odiosos recuerdos de Jerry Bledsoe y de su esposa; Jerry Bledsoe, a quien había matado, y Nita Bledsoe, que debió haber sido Lily Cavanaugh… Lily, que le había abofeteado con tal fuerza, que su nariz sangró aquella vez que, borracho, intentó tocarla.
Surgió el fuego… Una llamarada verde-azul salida del barato cañón de la llave de estaño. Se dirigió hacia el Talismán, lo acertó, se extendió sobre él y lo convirtió en un sol ardiente. Todos los colores convergieron en él durante un momento… en aquel momento, todos los mundos convergieron en él. Y de pronto, se extinguió.
El Talismán se tragó el fuego de la llave de Morgan.
Se lo tragó entero.
Volvió la oscuridad. A Jack se le doblaron las piernas y cayó sentado sobre las pantorrillas abiertas de Speedy Parker, quien profirió un gruñido y se estremeció.
Hubo una pausa de dos segundos durante la cual todo permaneció estático… y de improviso el Talismán despidió chorros de fuego. Los ojos de Jack se abrieron de par en par, pese a su frenética y torturada idea
(¡te cegará, Jack! ¡Te…!)
y la alterada geografía de Point Venuti se iluminó como si el Dios de Todos los Universos se hubiera inclinado para tomar una fotografía. Jack vio el Agincourt, encorvado y semidestruido; vio las montañas desplomadas que ahora eran una llanura; vio a Richard sobre su espalda; vio a Speedy tendido de bruces con la cabeza vuelta hacia un lado. Speedy sonreía.
Entonces Morgan Sloat fue impelido hacia atrás y envuelto en un campo de fuego de su propia llave —un fuego que había sido absorbido por el Talismán como lo fueron en su día los destellos de la vista telescópica de Sol Gardener— que volvió a él incrementado mil veces.
Se abrió un agujero entre los mundos —un agujero del tamaño del túnel que conducía a Oatley— y Jack vio a Sloat, con el elegante traje marrón ardiendo y una mano cérea y esquelética agarrando todavía la llave, siendo tragado por el agujero. Sus ojos ardían en las cuencas, pero estaban bien abiertos… estaban bien abiertos… estaban conscientes.
Y mientras pasaba, Jack le vio cambiar… vio aparecer la capa como las alas de un murciélago que ha atravesado la llama de una antorcha, vio sus botas y sus cabellos encendidos. Y vio convertirse la llave en algo parecido a un lanzarrayos en miniatura.
Vio… ¡la luz del día!
Volvió con potencia cegadora y Jack huyó de ella rodando por la playa nevada, deslumbrado. En los oídos —unos oídos en el fondo de su cabeza— oyó el último estertor de Morgan Sloat mientras era arrastrado por todos los mundos existentes hacia la nada.
—¿Jack? —Richard se incorporaba, aturdido, sujetándose la cabeza—. Jack, ¿qué ha ocurrido? Creo que me caí al bajar los escalones del estadio.
Speedy se estremecía sobre la nieve y de pronto hizo una especie de plancha femenina y miró hacia Jack. Tenía los ojos exhaustos… pero en su cara ya no había llagas.
—Buen trabajo, Jack —dijo, sonriendo—. Buen… —Volvió a caer un poco hacia delante, jadeando.
Arco iris, pensó Jack, confuso. Se levantó y cayó de nuevo. La nieve gélida que le cubría la cara empezó de repente a derretirse en forma de lágrimas. Se puso de rodillas y luego de pie. Su campo visual se llenó de manchas… pero vio en la nieve la horrible huella quemada que había dejado Morgan. Era como una lágrima.
—¡Arco iris! —gritó Jack Sawyer y levantó los brazos hacia el cielo, riendo y llorando—. ¡Arco iris! ¡Arco iris!
Fue hacia el Talismán y lo recogió, todavía llorando.
Lo llevó junto a Richard Sloat, que había sido Rushton, y junto a Speedy Parker, que era lo que era.
Los curó.
¡Arco iris, arco iris, arco iris!