Capítulo 42

JACK Y EL TALISMÁN

1

Cometiste un error —murmuró una voz fantasmagórica en la mente de Jack Sawyer cuando se encontraba frente al bar Garza, viendo a estas otras armaduras avanzar hacia él. En su mente se abrió un ojo que vio a un hombre colérico (un hombre que en realidad era poco más que un muchacho muy desarrollado) andar a grandes zancadas hacia la cámara por una calle del Oeste mientras se ceñía dos pistoleras al cinto, de modo que se entrecruzaban sobre su vientre—. Cometiste un error: ¡tenias que haber matado a los dos hermanos Ellis!

2

De todas las películas de su madre, la que más había gustado siempre a Jack era El último tren a Hangtown, hecha en 1960 y comercializada en 1961. Había sido una película de la Warner Brothers y los papeles principales —como en muchas de las películas con bajo presupuesto realizadas por la Wamer durante aquel período— se asignaron a actores de la media docena de series para televisión que la Warner Brothers producía continuamente. Jack Kelly, de la serie Maverick, protagonizó El último tren (el jugador caballeroso) junto a Andrew Duggan, de Bourbon Street Beat (el malvado barón del ganado). Clint Waiker, que encarnaba a un personaje llamado Cheyenne Bodie en televisión, interpretaba a Rafe Ellis (el sheriff retirado que debe ceñirse la pistolera por última vez). Inger Stevens fue elegida en un principio para hacer el papel de la bailarina de cabaret, con brazos amorosos y un corazón de oro, pero cayó enferma con una bronquitis grave y Lily Cavanaugh fue designada para sustituirla. Era un papel que hubiese bordado aun estando en coma. Una vez en que sus padres pensaban que dormía y hablaban abajo en la sala de estar, Jack oyó a su madre decir algo chocante cuando él se dirigía descalzo al cuarto de baño a buscar un vaso de agua… lo bastante chocante, por lo menos, para que Jack no lo olvidase nunca.

—Todas las mujeres que he interpretado sabían joder, pero ninguna de ellas sabía cagar —dijo a Phil.

Will Hutchins, protagonista de otro programa de la Warner Brothers (éste se titulaba Sugarfoot), también figuraba en la película. El último tren a Hangtown era la preferida de Jack principalmente por el papel interpretado por Hutchins y fue este personaje —que se llamaba Andy Ellis— el que evocó su mente cansada y vacilante mientras esperaba a las armaduras que se acercaban a él por el oscuro pasillo.

Andy Ellis era el cobarde hermano menor que reacciona en la última bobina. Tras esconderse y agazaparse durante toda la película, sale a enfrentarse con los malvados compinches de Duggan después de que el principal secuaz (interpretado por el siniestro y barbudo Jack Elam, que hacía de malvado en todas las epopeyas de la Warner, tanto teatrales como televisivas) hubiese matado por la espalda a su hermano Rafe.

Hutchins iba por la polvorienta calle en cinemascope, sujetándose a la cintura (con dedos torpes las pistoleras de su hermano y gritando: «¡Vamos! ¡Vamos! ¡Estoy dispuesto! ¡Cometisteis un error! ¡Debisteis matar a los dos hermanos Ellis!».

Will Hutchins no había sido uno de los mejores actores de todos los tiempos, pero en aquel momento consiguió —al menos a los ojos de Jack— un momento de gran autenticidad y verdadera brillantez. Comunicaba la sensación de que el muchacho se dirigía hacia su muerte y él lo sabía, pero iba, de todos modos. Y aunque estaba asustado, no caminaba a grandes zancadas por aquella calle hacia la confrontación definitiva con cierta vacilación, sino decidido, seguro de lo que quería hacer, aunque tuviera que forcejear torpemente una y otra vez con las hebillas de las pistoleras.

Las armaduras se aproximaban, reduciendo la distancia, balanceándose de un lado a otro como robots de juguete. Deberían tener llaves en la espalda, pensó Jack.

Se volvió para hacerles frente, con la púa amarillenta entre el pulgar y el índice de la mano derecha, como para rasguear un acorde.

Parecieron titubear, como intuyendo su temeridad. El propio hotel pareció titubear de improviso o abrir los ojos a un peligro más grande de lo que había calculado al principio; los listones del suelo gimieron, en alguna parte se cerraron unas puertas, una detrás de otra, y los ornamentos de latón de los tejados interrumpieron sus giros durante un momento.

Entonces las armaduras volvieron a andar con estrépito. Ahora formaban un muro viviente de plancha y cota de malla, de grebas, yelmos y golas relucientes. Una llevaba una bola de hierro cubierta de púas sujeta a una vara de madera; otra, un martel de fer; la del centro, una espada de dos puntas.

De repente Jack empezó a andar hacia ellas. Sus ojos se encendieron; avanzaba con la púa de guitarra por delante. En su rostro resplandecía el radiante fuego de Jason; resbaló hacia un lado, saltó momentáneamente a los Territorios y se convirtió en Jason; aquí, el diente de tiburón que antes era una púa parecía estar envuelto en llamas. Mientras se acercaba a los tres caballeros, uno se quitó el yelmo, descubriendo otra de aquellas caras viejas y pálidas… Ésta tenía gruesos carrillos y en el cuello grandes papadas céreas que parecían de cera casi derretida. Lanzó el yelmo en dirección a Jason, pero éste lo esquivó con facilidad y volvió a su identidad de Jack al tiempo que un yelmo se estrellaba contra la pared a sus espaldas. Delante de él se erguía una armadura sin cabeza.

¿Crees que esto me asusta? —pensó con desdén—. Ya conocía este truco. No me asusta, tú no me asustas, y voy a apoderarme de él, ya lo sabes.

Esta vez no sólo sintió que el hotel escuchaba; esta vez le pareció que a su alrededor todo retrocedía ante él, como retrocedería el tejido de un órgano digestivo ante un pedazo de carne envenenada. Arriba, en las cinco habitaciones donde habían muerto los cinco Caballeros Guardianes, cinco ventanas explotaron como disparos de fusil. Jack atacó a las armaduras.

El Talismán cantó desde arriba con su voz clara y dulcemente triunfante:

¡JASON! ¡VEN A MÍ!

¡Vamos! —gritó Jack a las armaduras y empezó a reír. No pudo evitarlo; la risa nunca le había parecido tan fuerte, tan potente, tan buena como ésta; era como agua de un manantial o de un río muy profundo—. ¡Vamos! ¡Estoy dispuesto! ¡Ignoro de qué maldita Tabla Redonda procedéis, pero debisteis permanecer allí! ¡Cometisteis un error!

Riendo con más fuerza que nunca pero con una decisión interior tan firme como Wotan en la roca de las Valquirias, Jack saltó al encuentro de la vacilante armadura sin cabeza.

¡Debisteis matar a los dos hermanos Ellis! —gritó, y cuando la púa de guitarra de Speedy entró en la zona de aire gélido, donde debía haber estado la cabeza del caballero, la armadura se desmontó.

3

En su dormitorio del Alhambra, Lily Cavanaugh Sawyer levantó de repente la vista del libro que estaba leyendo. Creía haber oído a alguien… no sólo a alguien, ¡sino a Jack! A Jack llamándola desde el extremo del pasillo desierto, quizá incluso desde el vestíbulo. Escuchó con los ojos muy abiertos, los labios fruncidos y el corazón esperanzado… pero no oyó nada. Jack-O todavía estaba de viaje, el cáncer seguía devorándola a mordiscos y aún faltaba una hora y media para que pudiera tomar otra de las grandes cápsulas marrones que le aliviaban un poco el dolor.

Había empezado a pensar cada día con mayor frecuencia en tomar todas las cápsulas marrones de una vez. Esto haría algo más que mitigar el dolor; lo eliminaría para siempre. Dicen que no podemos curar el cáncer, pero no se crea tamaña estupidez, señor C… Intente tomar dos docenas de esas cápsulas. ¿Qué me dice? ¿Quiere probarlo?

Lo que le impedía hacerlo era Jack… Deseaba tanto volver a verle que ahora creía oír su voz… no diciendo algo tan sencillo pero banal como su nombre, sino citando el diálogo de una de sus viejas películas.

—Eres una vieja loca, Lily —murmuró con voz ronca mientras encendía un Herbert Tarrytoon con sus dedos delgados y temblorosos. Dio dos chupadas y lo apagó. Últimamente dos chupadas ya le provocaban tos y toser la desgarraba por dentro—. Una zorra vieja y loca.

Volvió a coger el libro, pero no pudo leer porque las lágrimas le resbalaban por las mejillas y las entrañas le dolían, le dolían mucho, oh, cuánto le dolían, y quería tomar todas las cápsulas marrones pero antes quería ver a Jack, a su amado hijo de frente ancha y noble y ojos brillantes.

Ven a casa, Jack-O —pensó—, ven pronto a casa, te lo ruego, o la próxima vez que te hable será por la tabla Ouija. Por favor, Jack, vuelve a casa.

Cerró los ojos e intentó dormir.

4

El caballero que sostenía la bola de púas se tambaleó un momento más, exhibiendo su centro vacío, y entonces explotó a su vez. El que quedaba levantó el martillo de guerra… y se desmontó, cayendo al suelo hecho un montón de chatarra. Jack permaneció un momento entre los trozos de metal, todavía riendo, y entonces quedó inmóvil al ver la púa de Speedy. Ahora era de un acusado color amarillo viejo; la pulida superficie estaba llena de fisuras.

No importa, Viajero Jack. Sigue adelante. Creo que debe haber en algún rincón una o dos más de esas latas andantes. De ser así, te enfrentarás con ellas, ¿verdad?

—Si es necesario, lo haré —murmuró Jack en voz alta.

Apartó con un puntapié una greba, un yelmo, un peto. Fue hasta el centro del vestíbulo; la alfombra hacía un ruido de succión bajo sus zapatillas. En el vestíbulo miró brevemente a su alrededor.

¡JACK! ¡VEN A POR MÍ! ¡JASON! ¡VEN A POR MÍ!, cantó el Talismán.

Empezó a subir la escalera. Miró hacia arriba y vio en el descansillo al último caballero, que le miraba a su vez. Era una figura gigantesca, de más de tres metros de estatura; la armadura y el penacho eran negros y por la celada del yelmo salía un maléfico resplandor rojo.

Un puño embutido en cota de malla blandía una maza enorme.

Jack quedó un momento petrificado en la escalera y en seguida empezó a subir de nuevo.

5

Han reservado el peor para el final, pensó mientras avanzaba sin detenerse hacia el caballero negro y se deslizó de nuevo al otro lado para convertirse en Jason. El caballero seguía llevando la armadura negra, pero de diferente clase; la visera estaba alzada y dejaba al descubierto un rostro que casi había sido destruido por viejas llagas ya secas. Jason las reconoció; este individuo se había acercado demasiado a una de aquellas bolas de fuego de las Tierras Arrasadas.

Otras figuras pasaban por su lado en las escaleras, figuras que no podía ver muy bien mientras rozaba con los dedos un ancho pasamanos que no era caoba de las Antillas, sino palo de hierro de los Territorios. Figuras con jubones, figuras con blusas de arpillera de seda, mujeres con vestidos voluminosos y brillantes cofias blancas sobre los cabellos magníficamente peinados; eran gentes hermosas pero condenadas… y tal vez sea ésta la impresión que dan siempre a los vivos. ¿Por qué, sino, inspiraría tanto terror la mera idea de los fantasmas?

¡JASON! ¡VEN A POR Mí!, cantó el Talismán y por un momento todas las facetas de la realidad parecieron disolverse; no saltó, sino que pareció caer a través de los mundos como un hombre que se desploma desde una vieja torre de madera a través de una serie de suelos podridos. No sintió miedo. La idea de que tal vez no pudiera volver jamás —de que continuara cayendo para siempre a través de una cadena de realidades, o se perdiera en un gran bosque— se le ocurrió, pero la desechó al instante. Todo esto le estaba sucediendo a Jasón

(y a Jack)

en un abrir y cerrar de ojos; en menos tiempo del que tardaría en poner el pie en el escalón siguiente. Regresaría; era de naturaleza única y no creía que como tal pudiera perderse, porque tenía un lugar en todos estos mundos. Pero no existo simultáneamente en todos ellos —Jason

(Jack)

pensó—. Esto es lo importante, aquí estriba la diferencia; estoy fluctuando a través de cada uno de ellos, probablemente demasiado de prisa para ser visto, dejando tras de mí un sonido como una palmada o un trueno sónico por efecto del aire que llena el hueco donde he estado durante una milésima de segundo.

En muchos de estos mundos, el hotel negro era una ruina negra; eran mundos —pensó vagamente— donde el gran mal que ahora se cernía sobre la cuerda floja tendida entre California y los Territorios ya se había hecho realidad. En uno de ellos, el mar que embestía y bramaba contra la costa era de un color verde muerto y enfermizo y el cielo tenía un aspecto gangrenoso similar. En otro, vio un monstruo volador grande como un vagón dé tren plegar sus alas y bajar en picado hacia la tierra como un halcón. Se apoderó de una especie de oveja y alzó de nuevo el vuelo sosteniendo con el pico los sanguinolentos cuartos traseros del animal.

Uno… dos… tres. Ante sus ojos pasaban mundos como barajados por un jugador de barco fluvial.

Aquí estaba otra vez el hotel y había media docena de versiones diferentes del caballero negro del descansillo, pero la intención era la misma en todos ellos y las diferencias, tan poco importantes como en los diseños de automóviles rivales. Aquí se levantaba una tienda negra impregnada del denso y seco tufo a lona podrida… rota en muchos lugares, de modo que el sol entraba a rayos polvorientos y entrecruzados. En este mundo Jack/Jason se hallaba en una especie de aparejo y el caballero negro tenía los pies en una cesta de madera parecida al nido de un cuervo y a medida que Jack subía, saltaba de un mundo a otro… a otro… y a otro.

Aquí el océano entero estaba incendiado; aquí el hotel era casi idéntico al de Point Venuti, pero estaba medio sumergido en el océano. Por un momento Jack pareció hallarse en un ascensor y el caballero encima de él, mirándole a través de la trampa. Luego se encontró en una rampa cuya parte superior estaba guardada por una serpiente enorme, de cuerpo largo y musculoso acorazado con relucientes escamas negras.

¿Y cuándo llegaré al final de todo esto? ¿Cuándo dejaré de atravesar suelos e irrumpiré en la negrura?

¡JACK! ¡JASON! —llamó el Talismán, y llamó en todos los mundos—. ¡A Mí!

Y Jack fue hacia él y tuvo la sensación de volver al hogar.

6

Vio que estaba en lo cierto; sólo había subido un escalón. Sin embargo, la realidad había vuelto a solidificarse. El caballero negro —su caballero negro, el caballero negro de Jack Sawyer— se erguía allí, bloqueando el descansillo, con la maza en alto.

Jack tenía miedo, pero continuó subiendo, con la púa de Speedy levantada delante de él.

—No voy a luchar contigo —dijo—. Será mejor que te apartes de mi…

La figura negra blandió la maza, lanzándola con una fuerza increíble. Jack la esquivó y la temible arma descargó sobre el escalón y lo convirtió en astillas, que se hundieron por el agujero negro.

La figura recuperó la maza. Jack subió dos escalones más, sosteniendo la púa de Speedy entre el índice y el pulgar… y de repente la vio desintegrarse y caer como una lluvia de amarillentos trocitos de marfil, la mayoría de los cuales salpicaron las zapatillas de Jack, que se quedó mirándolos, aturdido.

El sonido de una risa muerta.

La maza, que aún llevaba adheridos pequeños fragmentos de alfombra mohosa y trozos de astilla, se alzó entre las dos manoplas del caballero. La ardiente mirada del espectro se filtraba por la celada de su casco y parecía trazar en el rostro levantado de Jack una sangrienta línea horizontal por encima de la nariz.

De nuevo aquella risa tosca… que no oía con los oídos, porque sabía que esta armadura estaba tan vacía como las otras y no era más que una chaqueta de acero para un espíritu aún viviente, sino dentro de su cabeza. Estás perdido, muchacho… ¿de verdad creías que ese objeto diminuto te franquearía el paso?

La maza volvió a oscilar con un silbido, esta vez describiendo una trayectoria en diagonal, y Jack desvió los ojos de aquella mirada roja justo a tiempo de agacharse… y sintió que la parte superior de la maza le rozaba los largos cabellos un segundo antes de que arrancara casi dos metros de barandilla y la hiciera volar por los aires.

Un estridente ruido de metal cuando el caballero se inclinó hacia él con el casco torcido, en un gesto que parecía una horrible y sarcástica parodia de solicitud… y entonces la maza retrocedió y se alzó en otro de aquellos prodigiosos lanzamientos.

Jack, no nesesitaste sumo mágico para saltar ¡y ahora tampoco nesesitas una púa mágica para abrir esta lata de café!

La maza silbó de nuevo en el aire… ¡juiiiiiiísh! Jack se abalanzó, hundiendo el estómago; los músculos de sus hombros gritaron al estirar las heridas que le habían dejado los guanteletes de púas.

La maza pasó a menos de dos centímetros de su pecho antes de seguir su camino y llevarse por delante un trozo de maciza balaustrada de caoba, como si fuese una hilera de palillos. Jack se tambaleó sobre el vacío, sintiéndose como un absurdo Buster Keaton. Quiso agarrarse a las ruinas del pasamanos de su izquierda y se clavó astillas bajo dos uñas. El dolor fue tan agudo que temió durante un momento que los ojos se le reventaran en las órbitas. Entonces encontró algo sólido a lo que asirse, recobró el equilibrio y se apartó del vacío.

¡Toda la magia está en Ti, Jack! ¿Todavía no lo sabes? Se quedó un momento inmóvil, jadeando, y luego volvió a subir, mirando con fijeza la cara de hierro que tenía delante.

Será mejor que desaparezcas, sir Gawain.

El caballero ladeó de nuevo el gran casco con aquel gesto extrañamente delicado… Perdón, muchacho… ¿acaso me estás hablando a mí? Y entonces hizo oscilar de nuevo la maza.

Quizá cegado por el miedo, Jack no había reparado hasta ahora en la lentitud con que preparaba los lanzamientos, en la claridad con que telegrafiaba la trayectoria de cada portentoso golpe. Tal vez tiene las articulaciones oxidadas, pensó. En cualquier caso, era bastante fácil para él situarse dentro del círculo de la oscilación ahora que volvía a tener la cabeza despejada.

Se puso de puntillas, levantó los brazos y agarró el yelmo negro con ambas manos. El metal repugnaba por su calor… como una piel dura que tuviese fiebre.

—Desaparece de la faz de este mundo —ordenó con voz suave y tranquila, casi en el tono de una conversación—. Te lo mando en nombre de ella.

La luz roja del yelmo se apagó como una vela dentro de una calabaza esculpida y de pronto todo el peso del casco —siete kilos como mínimo— recayó en las manos de Jack, porque no había nada más que lo sostuviera; la armadura se había desmontado.

—Tendrías que haber matado a los dos hermanos Ellis —dijo Jack, tirando el yelmo vacío al rellano. Fue a caer al suelo de la planta baja, donde rodó como un juguete. El hotel pareció encogerse.

Jack se volvió hacia el ancho pasillo, del primer piso y aquí, por fin, había luz, una luz clara y limpia, como la del día en que viera a los hombres voladores en el cielo. El pasillo terminaba en otra puerta de doble batiente, que estaba cerrada, pero de las rendijas superior e inferior, así como de la hendidura vertical del centro, salía la luz suficiente para indicarle que la luz de dentro debía ser muy potente.

Ardía en deseos de ver aquella luz y el objeto que la irradiaba; había venido de muy lejos para verlo y atravesado una larga y amarga oscuridad.

La puerta era pesada y la ornamentaban muchas molduras de volutas sobre las cuales, en letras de oro un poco desprendido en algunos lugares, pero aún perfectamente legibles, se leían las palabras: SALÓN DE BAILE DE LOS TERRITORIOS.

—Hola, mamá —dijo Sawyer con voz suave y admirada al entrar en aquel resplandor. La felicidad iluminaba su corazón… aquel sentimiento era un arco iris, un arco iris, un arco iris—. Hola, mamá, creo que he llegado, creo realmente que he llegado.

Entonces, suavemente, con respeto y admiración, Jack cogió una manecilla con cada mano y las empujó hacia abajo. Abrió los dos batientes y al hacerlo, una franja cada vez más ancha de luz blanca y limpia cayó sobre su rostro alzado y atónito.

7

Sol Gardener estaba mirando hacia la playa en el momento exacto en que Jack despachaba al último de los cinco Caballeros de la Guardia. Oyó un fragor sordo, como si hubiera explotado una carga de dinamita dentro del hotel. En el mismo momento centelleó una luz brillante en todas las ventanas del primer piso del Agincourt y todos los símbolos de latón cincelado —lunas, estrellas, satélites y extrañas flechas torcidas— se detuvieron simultáneamente.

Gardener iba disfrazado como un seudopolicía de Los Ángeles, miembro de la patrulla SWAT. Se había puesto sobre la camisa blanca un voluminoso chaleco negro a prueba de balas y llevaba un radioemisor colgado del hombro; las antenas cortas y gruesas oscilaban hacia delante y hacia atrás cuando se movía. Del otro hombro le colgaba un Weatherbee del 360, un rifle de caza casi tan grande como un cañón antiaéreo que habría puesto verde de envidia al mismísimo Robert Ruark. Gardener lo había comprado hacía seis años, después de que las circunstancias le aconsejaran sustituir a su viejo rifle de caza. La funda de auténtica piel de cebra del Weatherbee estaba en el maletero de un Cadillac negro, junto con el cuerpo de su hijo.

—¡Morgan!

Morgan no se volvió. Estaba detrás y un poco a la izquierda de un inclinado grupo de rocas que sobresalían de la arena como colmillos negros. A siete metros más allá de estas rocas y a sólo uno y medio de la línea de pleamar yacía Speedy Parker, o Parkus. Como Parkus, una vez había dado la orden de marcar a Morgan de Orris, en el interior de cuyos muslos grandes y blancos había lívidas cicatrices, las marcas por las que se conoce a un traidor en los Territorios. Por intercesión de la propia Reina Laura, aquellas cicatrices no aparecían en sus mejillas, sino en la cara interior de los muslos, donde quedaban ocultas bajo la ropa. Morgan —tanto éste como aquél— no había amado más a la Reina a causa de esta intercesión… pero sí odiado más a Parkus, descubridor de aquel primer complot.

Ahora Parkus/Parker yacía de bruces en la playa, con el cuero cabelludo cubierto de llagas infectadas. La sangre le resbalaba lentamente de las orejas.

Morgan quería creer que Parker continuaba vivo y sufriendo, pero el último movimiento discernible de su respiración se había producido justo después de que él y Gardener llegaran a estas rocas, unos cinco minutos antes.

Cuando Gardener le llamó, Morgan no se volvió porque estaba atento al estudio de su antiguo enemigo, ahora yacente. Quienquiera que hubiese dicho que la venganza no era dulce, se había equivocado de pleno.

—¡Morgan! —silbó de nuevo Gardener.

Esta vez Morgan se volvió, frunciendo el ceño.

—¿Qué? ¿Qué pasa?

—¡Mira! ¡El tejado del hotel!

Morgan vio que todas las veletas y todos los ornamentos del tejado —formas de latón batido que giraban a la misma velocidad tanto si no había viento como si soplaba un huracán— habían dejado de moverse. En el mismo instante, la tierra se onduló brevemente bajo sus pies y en seguida volvió a la inmovilidad. Fue como si una bestia subterránea de enorme tamaño se hubiera despertado de su sueño invernal. Morgan casi lo habría atribuido a su imaginación de no ser porque Gardener abrió mucho los ojos inyectados en sangre. Apuesto algo a que deseas no haber abandonado nunca Indiana, Gara —pensó Morgan—. En Indiana no hay terremotos, ¿verdad?

Una luz silenciosa centelleó de nuevo en todas las ventanas del Agincourt.

—¿Qué significa esto, Morgan? —preguntó Gardener con voz ronca.

Su violenta furia por la pérdida de su hijo se trocó ahora por primera vez en temor por la propia seguridad. Morgan lo vio y pensó que era un inconveniente, pero ya podría provocar en él la cólera anterior cuando fuera necesario. Morgan detestaba tener que gastar energía en cualquier cosa que no tuviera relación directa con el problema de eliminar del mundo —de todos los mundos— a Jack Sawyer, que había empezado por ser un estorbo y luego se había convertido en el problema más monstruoso de la vida de Sloat.

La radio de Gardener graznó de repente.

—¡Comando Cuatro de la Patrulla Roja al Hombre del Sol! ¡Conteste, Hombre del Sol!

—Aquí Hombre del Sol, Comando Cuatro de la Patrulla Roja —contestó Gardener—. ¿Qué ocurre?

Gardener recibió en rápida sucesión cuatro excitados informes exactamente iguales. No le comunicaron nada que ellos dos no hubieran visto y comprendido por sí mismos —destellos de luz, veletas inmóviles, algo que podía ser un temblor de tierra o quizá un aviso de terremoto—, pero de todos modos Gardener reaccionó con rápido entusiasmo a cada informe, haciendo preguntas bruscas, exclamando ¡Cambio! al final de cada transmisión e interrumpiendo a veces para decir «Repita eso» o «Roger». Sloat pensó que actuaba como el protagonista de una película bélica.

Pero si esto le relajaba, Sloat no tenía nada que oponer. Le dispensó de tener que contestar a la pregunta de Gardener… y ahora que lo pensaba, se dijo que era posible que Gardener no deseara recibir una respuesta y por esto hacía toda esta comedia con la radio.

Los Guardianes estaban muertos o fuera de combate. Por esto se habían detenido las veletas y éste era el significado de los destellos luminosos. Jack no tenía el Talismán… por lo menos, aún no. Si lo conseguía, todo Point Venuti temblaría y retumbaría de verdad. Y Sloat creía ahora que Jack lograría hacerse con él… siempre había sido ésta su intención. Sin embargo, no se asustó.

Levantó la mano y tocó la llave que le colgaba del cuello.

Gardener había agotado los cambios, rogers y diez cuatros. Volvió a colgarse la radio del hombro y miró a Morgan con ojos abiertos y asustados. Morgan puso con suavidad las manos sobre sus hombros. Si podía sentir afecto por alguien que no fuera su propio hijo muerto, lo sentía —de una clase muy retorcida, desde luego— por este hombre. Se conocían desde hacía mucho tiempo, tanto como Morgan de Orris y Osmond como Morgan Sloat y Robert «Sol» Gardener.

Gardener había matado a Phil Sawyer en Utah con un rifle muy parecido al que ahora pendía de su hombro.

—Escucha, Gard —dijo con calma Morgan—: vamos a ganar.

—¿Estás seguro? —susurró Gardener—. Creo que ha matado a los Guardianes, Morgan. Se que es una locura, pero creo de verdad… —Se interrumpió, con los labios temblorosos cubiertos por una membrana de saliva.

—Vamos a ganar —repitió Morgan con la misma voz tranquila, y lo decía convencido. Sentía en si mismo un claro presentimiento. Había esperado esto durante muchos años; su determinación había sido firme y seguía siéndolo ahora. Jack saldría con el Talismán en los brazos. Era una cosa de un poder inmenso… pero frágil.

Miró el Weatherbee de gran alcance, que podía dejar seco a un rinoceronte enfurecido, y tocó la llave que producía rayos.

—Todavía estamos equipados para encargarnos de él cuando salga —dijo Morgan, y añadió—: En cualquiera de los dos mundos. Siempre que conserves el valor, Gard. Siempre que me prestes tu ayuda.

Los labios temblorosos se calmaron un poco.

—Morgan, claro que sí, yo…

—Recuerda quién ha matado a tu hijo —sugirió Morgan en voz baja.

En el mismo instante en que Jack Sawyer hundía la moneda ardiente en la frente de aquel monstruo de los Territorios, Reuel Gardener, aquejado desde la edad de seis años (la misma edad en que el hijo de Osmond había empezado a tener síntomas de lo que se llamaba la Enfermedad de las Tierras Arrasadas) de ataques epilépticos al parecer inofensivos, sufrió por lo visto un ataque grave de epilepsia en el asiento posterior de un Cadillac conducido por un Lobo, que viajaba de Illinois a California por la I-70.

Había muerto, asfixiado, con la cara azul, en brazos de Sol Gardener.

Los ojos de éste empezaron ahora a desorbitarse.

—Recuérdalo —repitió en voz baja Morgan.

—Malos —murmuró Gardener—, todos los chicos. Es axiomático. Sobre todo ese chico en particular.

—¡Exacto! —convino Morgan—. Graba esta idea en tu mente. Podemos detenerle, pero quiero tener la maldita seguridad de que sólo podrá salir del hotel por tierra firme.

Condujo a Gardener hasta la roca desde donde había vigilado a Parker. Las moscas —hinchadas moscas albinas— habían empezado a posarse sobre el negro muerto, según observó Morgan. El efecto era tan bueno como una mano de pintura sobre su cuerpo. De haber existido una revista para moscas. Morgan habría anunciado de buena gana en ella la situación de Parker. Si acudía una, acudirían todas. Pondrían huevos en los pliegues de la carne putrefacta y el hombre que había dejado cicatrices en los muslos de su Gemelo se llenaría de larvas. Era algo estupendo.

Señaló hacia el embarcadero.

—La balsa está allí debajo —explicó—. Tiene aspecto de caballo, Dios sabrá por qué. Sé que se oculta en las sombras, pero tú fuiste siempre un excelente tirador. Si eres capaz de verla, Gard, hazle un par de agujeros y hunde la maldita embarcación.

Gardener se descolgó el rifle del hombro y escudriñó por el punto de mira. Durante largo rato, el cañón de la potente arma se movió de un lado a otro.

—Ya la he visto —murmuró Gardener con voz satisfecha y disparó. El eco resonó por el agua en un gran círculo hasta que se extinguió. El cañón del arma se alzó y volvió a bajar. Gardener disparó otra vez. Y otra.

—Ya le he dado —dijo, bajando el rifle. Había recuperado el valor; volvía a tener su antiguo ánimo y sonreía del mismo modo que cuando había vuelto de aquel encargo en Utah—. Ya no es más que una bolsa vacía sobre el agua. ¿Quieres mirar? —preguntó, ofreciendo el rifle a Morgan.

—No —dijo Sloat—. Si dices que le has dado, debe ser así. Ahora tendrá que volver por tierra y ya sabemos qué dirección tomará. Creo que llevará lo que nos ha estorbado durante muchos años.

Gardener le miró con ojos brillantes.

—Sugiero que subamos hasta allí. —Señalaba el viejo paseo de tablas, que estaba justo en el interior de la valla donde había pasado tantas horas contemplando el hotel y pensando en lo que habría dentro del salón de baile.

—Muy bi…

Entonces fue cuando la tierra empezó a crujir y levantarse bajo sus pies; aquella criatura subterránea se había despertado y se desperezaba con gran estruendo.

En el mismo instante, una luz blanca, deslumbradora, llenó todas las ventanas del Agincourt… La luz de mil soles. Todas las ventanas estallaron a la vez y el cristal cayó en una lluvia de diamantes.

—¡RECUERDA A TU HIJO Y SIGUEME! —vociferó Sloat. El sentido de predestinación era ahora muy claro en él, claro e irrefutable. Ganaría, después de todo.

Los dos echaron a correr por la playa en dirección al paseo entablado.

8

Jack se movía despacio, lleno de admiración, por el suelo de madera dura del salón de baile. Tenía la vista levantada y sus ojos lanzaban destellos. Bañaba su rostro un resplandor blanco que contenía todos los colores: los colores del amanecer, los del crepúsculo, los del arco iris. El Talismán pendía en el aire sobre su cabeza y giraba lentamente.

Era un globo de cristal de tal vez un metro de circunferencia… La corona de su resplandor era tan brillante que resultaba imposible determinar con exactitud su tamaño. Unas airosas líneas curvadas parecían surcar su superficie, como lineas de longitud y latitud… y, ¿por qué no? —pensó Jack, todavía inmerso en un profundo asombro y admiración—. Es el mundo, TODOS los mundos, en microcosmo. Más: es el eje de todos los mundos posibles.

Cantaba, giraba; ardía.

Jack permaneció debajo de él, inundado por su calor y una clara sensación de fuerza bienhechora; permaneció como en un sueño, sintiendo fluir hacia él aquella fuerza como la clara lluvia de primavera que despierta el poder oculto en un billón de semillas minúsculas. Jack Sawyer sintió una portentosa alegría cruzar su mente consciente como un cohete y levantó ambas manos sobre su cara alzada, riendo, tanto en respuesta a aquella alegría como en una imitación de su estallido.

¡Ven a mi, entonces! —gritó y se fundió

(¿atravesando?, ¿cruzando?)

con Jason.

¡Ven a mí, entonces! —volvió a gritar, en la lengua dulcemente líquida y como deslizante de los Territorios; lo gritó riendo, pero con lágrimas rodando por sus mejillas. Y comprendió que la búsqueda había comenzado con el otro muchacho y con él debía terminar, así que se soltó y volvió a fundirse con Jack Sawyer.

Encima de él, el Talismán oscilaba en el aire, girando con lentitud y emitiendo luz y calor y una sensación de auténtica bondad, de blancura.

¡Ven a mí!

El Talismán empezó a descender por el aire.

9

Así, después de muchas semanas, penosas aventuras, oscuridad y desesperación; después de encontrar amigos y de perderlos; después de días de arduo trabajo y noches pasadas durmiendo en húmedos almiares; después de enfrentarse a los demonios de lugares tenebrosos (algunos de los cuales vivían en la fisura de su propia alma); después de todas esas cosas, así fue como llegó el Talismán a manos de Jack Sawyer.

Lo contempló bajar y aunque no sentía el menor deseo de huir, tuvo una sobrecogedora impresión de mundos en peligro, mundos en la balanza. ¿Era real su faceta de Jason? El hijo de la Reina Laura había sido asesinado; era un fantasma cuyo nombre se había convertido en una fórmula de juramento entre el pueblo de los Territorios. Sin embargo, Jack decidió que era real. Su búsqueda del Talismán, una búsqueda destinada en un principio a Jason, había prestado realidad a éste durante un tiempo… Jack había tenido realmente un Gemelo, o por lo menos, algo parecido. Si Jason era un fantasma, un fantasma como los caballeros, podía muy bien desaparecer cuando aquel globo radiante y giratorio tocara sus dedos extendidos. Jack lo estaría matando otra vez.

No te preocupes, Jack, susurró una voz, una voz cálida y clara. Continuaba bajando, un globo, un mundo, todos los mundos… era la gloria y el calor, era la bondad, era la resurrección de lo blanco. Y, como siempre ha ocurrido y siempre ocurrirá con lo blanco, era tremendamente frágil.

Mientras descendía, los mundos giraban en torno a la cabeza de Jack. No parecía irrumpir ahora a través de capas de realidad, sino ver todo un cosmos de realidades, todas superpuestas, unidas como una camisa de

(realidad)

cota de mallas.

Alargas los brazos hacia un universo de mundos, un cosmos de bondad, Jack —esta voz era de su padre—. No lo dejes caer, hijo. Por el amor de Jason, no lo dejes caer.

Mundos sobre mundos sobre mundos, algunos magníficos, otros infernales, todos iluminados por un momento por la luz blanca y cálida de esta estrella que era un globo de cristal surcado por finas líneas grabadas. Descendía lentamente por el aire hacia los dedos extendidos y temblorosos de Jack Sawyer.

¡Ven a mí! —le gritó, tal como le había cantado el globo—. ¡Ven a mi ahora!

Estaba a un metro sobre sus manos, marcándolas con su calor suave y curativo; ahora a medio metro; ahora a treinta centímetros. Vaciló un momento, con un leve movimiento de rotación y el eje un poco ladeado, y Jack pudo ver los brillantes y móviles contornos de continentes, océanos y casquetes polares en su superficie. Vaciló… y después se deslizó lentamente hacia las manos levantadas del muchacho.