Capítulo 40

SPEEDY EN LA PLAYA

1

Cuando llegó al pie de la colina, Jack se echó sobre la hierba y avanzó a rastras, llevando a Richard como antes había llevado el morral. En el borde de las altas hierbas amarillas que crecían junto a la carretera, se arrastró unos centímetros y se asomó. Enfrente de él, al otro lado de la carretera, empezaba la playa. Altas rocas pulidas por los elementos sobresalían de la arena grisácea; un agua también grisácea formaba espuma en la orilla. Jack miró hacia la izquierda. A corta distancia, pasado el hotel, en el lado interior de la carretera de la costa, se levantaba una estructura larga y destartalada que parecía un trozo de pastel nupcial. Sobre ella, un rótulo de madera agujereada anunciaba: KINGSLAND MOTEL.

El Motel Kingsland, recordó Jack, donde Morgan Sloat se instalaba con su hijo durante sus obsesivas inspecciones del hotel negro. Un destello blanco que era Sol Gardener se paseaba más arriba de la calle, reprendiendo claramente a varios de los hombres vestidos de negro y agitando la mano en dirección a la colina. No sabe que ya estoy aquí abajo, pensó Jack, mientras uno de los hombres empezaba a cruzar la carretera, mirando a uno y otro lado. Gardener hizo otro brusco ademán y la limusina aparcada al final de la calle Mayor se apartó del hotel y empezó a avanzar junto al hombre vestido de negro, que se desabrochó la chaqueta en cuanto llegó a la acera de la calle Mayor y se sacó una pistola de una funda colgada del hombro.

Los conductores de las limusinas volvieron la cabeza y clavaron la mirada en la colina. Jack bendijo su buena suerte: cinco minutos más y un Lobo renegado provisto de una enorme pistola habría puesto fin a su búsqueda de aquel gran objeto que cantaba en el hotel.

Sólo podía ver los dos últimos pisos del hotel y los artilugios giratorios añadidos a las extravagancias arquitectónicas del tejado. Como su ángulo de visión era el de un gusano, el rompeolas que dividía la playa a la derecha del hotel parecía tener seis metros de altura o más hasta que se adentraba en el agua.

VEN AHORA VEN AHORA, llamaba el Talismán con palabras que no eran palabras, sino expresiones casi físicas de la máxima urgencia.

El hombre de la pistola estaba oculto a su vista, pero los conductores seguían con los ojos fijos en él mientras subía la colina hacia los locos de Point Venuti. Sol Gardener levantó el megáfono y chilló:

—¡Elimínale! ¡Quiero que le elimines! —Tocó con el megáfono a otro hombre vestido de negro, levantando los prismáticos para observar la calle por donde esperaba ver bajar a Jack—. ¡Tú! ¡Cretino! Ve al otro lado de la calle… y elimina a ese chico malo, oh, sí, a este chico malísimo, malísimo, el peor de todos… —Su voz se extinguió mientras el segundo hombre corría hacia el lado opuesto de la calle, empuñando ya su pistola.

Jack se dio cuenta de que era la mejor ocasión que se le presentaría… No había nadie en la carretera de la playa.

—Agárrate fuerte —murmuró a Richard, que no se movía—. Es hora de intentarlo.

Se puso en cuclillas, sabiendo que la espalda de Richard podía ser visible por encima de la hierba alta y amarilla. Agachado, salió corriendo de la franja de hierba y cruzó la carretera de la playa.

En pocos segundos, Jack Sawyer volvió a echarse de bruces sobre la arena y se dio impulso hacia delante con los pies. Una de las manos de Richard le apretó el hombro. Jack culebreó por la arena hasta que llegó al primer grupo de rocas; entonces dejó de moverse y permaneció de bruces con la cabeza en las manos y Richard ligero como una pluma sobre su espalda, respirando con fuerza. El agua, a unos seis metros de distancia, embestía la orilla. Jack aún podía oír a Sol Gardener gritando algo sobre imbéciles e incompetentes con una voz aguda que bajaba resonando por la calle Mayor. El Talismán le acuciaba, le urgía a seguir adelante, adelante…

Richard resbaló de la espalda de Jack.

—¿Estás bien?

Richard levantó una mano delgada y se tocó la frente con los dedos y el pómulo con el pulgar.

—Supongo que sí. ¿Has visto a mi padre? Jack meneó la cabeza.

—Todavía no.

—Pero está aquí.

—Creo que sí. Tiene que estar.

En el Kingsland, recordó Jack, viendo en su imaginación la sórdida fachada y el agujereado letrero de madera. Morgan Sloat se habría escondido en el motel que había usado tan a menudo seis o siete años atrás. Jack sintió inmediatamente cerca de él la furiosa presencia de Morgan Sloat, como si conocer su paradero hubiese provocado su aparición.

—Bueno, no te preocupes por él. —La voz de Richard era muy débil—. Quiero decir que no te preocupes porque yo esté preocupado. Creo que ha muerto, Jack.

Jack miró a su amigo con una ansiedad nueva: ¿estaría Richard enloqueciendo de verdad? Desde luego, tenía fiebre. Arriba, en la colina, Sol Gardener gritó por el megáfono: ¡DESPLEGAOS!

—¿Crees que…?

Y entonces Jack oyó otra voz, una voz que susurró al unísono con la colérica orden de Gardener. Era una voz medio familiar y Jack reconoció su timbre y cadencia antes de identificarla con certeza. Y, extrañamente, reconoció que el sonido de esta voz en particular le hacía sentir relajado —casi como si ahora ya pudiera dejar de inquietarse y hacer planes porque todo se solucionaría— antes de pronunciar el nombre de su dueño.

—Jack Sawyer —repitió la voz—. Estoy aquí, hijo. Era la voz de Speedy Parker.

—Sí, lo creo —dijo Richard, cerrando de nuevo los ojos hinchados y ofreciendo el aspecto de un cadáver arrojado a la playa por la marea.

Sí, creo que mi padre está muerto, quería decir Richard, pero Jack tenía la cabeza muy lejos de los desvarios de su amigo.

—Estoy aquí, Jacky —llamó otra vez Speedy y el muchacho comprendió que el sonido procedía del grupo más grande de rocas, tres montones verticales a pocos metros de la orilla. Una línea oscura, la marca de la pleamar, era bien visible al nivel de una cuarta parte de su altura.

—Speedy —susurró Jack.

—El mismo —fue la respuesta—. Asércate sin que te vean esos sonibis, ¿puede haserlo? Y trae también a tu amigo.

Richard seguía tendido boca arriba sobre la arena, con la mano sobre la cara.

—Ven, Richie —le murmuró al oído Jack—. Tenemos que andar un poco por la playa. Speedy está aquí.

—¿Speedy? —susurró Richard, con una voz tan baja que Jack apenas pudo oír la palabra.

—Un amigo. ¿Ves esas rocas? —Levantó la cabeza de Richard; su cuello parecía un junco—. Está ahí detrás. Nos ayudará, Richie, y ahora nos vendría bien una pequeña ayuda.

—En realidad, no veo nada —se lamentó Richard—. Y estoy tan cansado…

—Vuelve a subirte a mi espalda. —Dio media vuelta y se tendió boca abajo sobre la arena. Los brazos de Richard le asieron los hombros y el débil cuerpo se acomodó sobre su espalda.

Jack se asomó al borde de la roca. En la carretera de la playa, Sol Gardener se pasaba la mano por los cabellos mientras se dirigía hacia la puerta principal del hotel Kingsland. El hotel negro erguía su imponente mole. El Talismán abrió la garganta y llamó a Jack Sawyer. Gardener vaciló ante la puerta del motel, se alisó los cabellos con ambas manos, meneó la cabeza, dio la vuelta con agilidad y volvió rápidamente sobre sus pasos, en dirección a la larga hilera de limusinas. Levantó el megáfono.

—¡INFORMES CADA QUINCE MINUTOS! —chilló—. ¡LOS HOMBRES DESTACADOS QUE AVISEN SI VEN MOVERSE UN GUSANO! ¡HABLO EN SERIO, YA LO CREO QUE SI!

Gardener se alejaba y todos tenían los ojos fijos en él. Era el momento. Jack se apartó de la roca y, agachado y sujetando los huesudos brazos de Richard, corrió por la playa. Sus pies levantaron conchas de arena húmeda. Los tres pilares de roca, que le parecían tan cercanos mientras hablaba con Speedy, ahora daban la impresión de estar a un kilómetro de distancia… El espacio abierto entre él y su meta no se acababa nunca. Era como si las rocas retrocedieran mientras corría. Jack esperaba oír el ruido de un disparo. ¿Sentiría primero la bala u oiría el silbido antes de que el proyectil le derribase? Por fin las tres rocas fueron aumentando de tamaño hasta que las alcanzó y entonces se desplomó sobre el pecho y se deslizó tras su sólida protección.

—¡Speedy! —exclamó, casi riendo, a pesar de todo. Sin embargo, ver a Speedy, que estaba sentado junto a una pequeña manta multicolor, apoyado en el pilar mediano de la roca, ahogó la risa en su garganta… y la mitad de su esperanza al mismo tiempo.

2

Porque Speedy tenía peor aspecto que Richard, mucho peor. Su rostro lleno de surcos dedicó a Jack un saludo fatigado y el muchacho pensó que Speedy confirmaba todo su desaliento. Sólo llevaba un par de viejos pantalones cortos de color marrón y toda su piel parecía horriblemente enferma, como si tuviera lepra.

—Siéntate, Viajero Jack —murmuró Speedy con voz ronca y cascada—. Debe oír musha cosa, así que agusa bien el oído.

—¿Cómo estás? —preguntó Jack—. Quiero decir… Dios mío, Speedy… ¿puedo hacer algo por ti?

Jack acostó suavemente a Richard sobre la arena.

—Agusa el oído, como te disho y no te preocupe de Speedy. No etoy muy cómodo de momento, pero puedo volvé a etarlo si tú hase lo que debe. El papá de tu amiguito me ha causao esta enfermedá… y veo que ha hesho lo mimo con su propio shico. El viejo Bloat no quiere que su hijo entre en ese hotel, no, señó. Pero tú ha de yevarlo ayí, hijo. No hay otro remedio. Debe haserlo.

Speedy parecía desfallecer mientras hablaba a Jack, el cual nunca había sentido tantos deseos de gritar o gemir desde la muerte de Lobo. Le picaban los ojos y sabía que necesitaba llorar.

—Ya lo sé, Speedy —contestó—. Ya me lo imaginaba.

—Ere un buen shico —respondió el viejo, que ladeó la cabeza y miró con atención a Jack—. Ere el elegido, no cabe duda. La carretera te ha marcao. Ere el elegido y va a haserlo.

—¿Cómo está mamá, Speedy? —preguntó Jack—. Dímelo, te lo ruego. Aún vive, ¿verdad?

—Puede yamarla en cuanto tenga tiempo y sabrá que etá bien —contestó Speedy—, pero ante tiene que conseguir eso, Jack, porque si no lo consigue, eya morirá. Y la Reina Laura también. —Speedy se incorporó con una mueca de dolor, para enderezar la espalda—. Te diré una cosa: en la corte todo han perdió la esperansa y ya la dan por muerta. —Su cara expresó un profundo desagrado—. Todo temen a Morgan porque saben que Morgan lo despeyejará vivo si no le juran fidelidá, mientras Laura alienta todavía. Pero en la parte remota de los Territorio, Omond y su pandiya van disiendo que ya ha muerto. Y si muere, Viajero Jack, si muere… —levantó la cabeza para ponerla al nivel de la de Jack—… el horró se estenderá por ambo mundo. Un horró negro. Y puede yamá a tu mamá, pero ante debe conseguí eso. Es presiso. Ya no hay otra solución.

Jack no tuvo que preguntarle qué quería decir.

—Me alegro que lo comprenda, hijo. Speedy cerró los ojos y volvió a apoyar la cabeza contra la piedra.

Un segundo después abrió de nuevo los ojos.

—Destino. Sólo se trata de eso. Ma destino, ma vida de la que tú imaginas. ¿Ha oído pronuncia el nombre de Rushton? Supongo que sí, después de tanto tiempo.

Jack asintió.

—Todo eso destino son la rasón de que tu mamá te yevase al hotel Alhambra, Viajero Jack. Yo te esperaba, sabiendo que aparesería. El Talismán te atraía hasia aquí, mushasho. Jason. Supongo que también ha oído este nombre.

—Soy yo —dijo Jack.

—Entonse, consigue el Talismán. He traído esto, que te ayudará un poco. —Con gesto cansado, levantó la manta que, como Jack pudo ver, era de goma y por lo tanto no se trataba de una manta. Jack tomó el montón de goma de la mano al parecer quemada de Speedy.

—Pero, ¿cómo entraré en el hotel? —inquirió—. No puedo saltar la valla y no puedo llegar nadando, con Richard a cuestas.

—Hinsha esto. —Speedy volvió a cerrar los ojos. Jack desdobló el objeto. Era una balsa hinchable en forma de un caballo sin patas.

—¿La reconose? —La voz de Speedy, aunque cascada, poseía una entonación nostálgica—. Tú y yo la arréglame, hase algún tiempo. Te hablé de su nombre.

Jack recordó de improviso haber ido en busca de Speedy, aquel día en que parecía lleno de rayas en blanco y negro, y haberle encontrado en el interior de un edificio redondo, reparando los caballos del tiovivo. Te tomará libertado con la Dama, pero supongo que no le importará si me ayuda a yevarla a su sitio. Ahora, también aquello tenía un significado más amplio. Otra pieza del mundo encajaba en su lugar para Jack.

—Dama de Plata —dijo.

Speedy le guiñó un ojo y de nuevo Jack tuvo la inquietante sensación de que todo en su vida había conspirado para conducirle precisamente a este punto.

—¿Cómo está tu amigo? —Era, casi, una desviación.

—Creo que bien. —Jack miró con ansiedad a Richard, que yacía de lado con los ojos cerrados, respirando superficialmente.

—En ese caso, hinsha la. Dama de Plata. Debe yevá contigo a ese mushasho, pase lo que pase. También él forma parte de esto.

La piel de Speedy parecía empeorar a ojos vistas; tenía un enfermizo tono grisáceo. Antes de aplicarse a los labios la boquilla del hinchador, Jack preguntó:

—¿No puedo hacer nada por ti, Speedy?

—Claro. Ve a la farmasia de Point Venuti y cómprame una boteya de ungüento de Lydia Pinkham. —Speedy meneó la cabeza—. Tú sabe cómo ayuda a Speedy Parker, mushasho. Consigue el Talismán. Es toda la ayuda que nesesito.

Jack sopló aire en la boquilla.

3

Muy poco rato después ajustaba el tapón localizado en la popa de la balsa, que tenía la forma de un caballo de goma de un metro y pico de largo y un lomo anormalmente ancho.

—No sé si podré meter a Richard aquí dentro —dijo, no quejándose, sino sólo hablando en voz alta.

—Sabrá obedesé ordene. Viajero Jack. Siéntate detrá de él y ayudale a agarrarse. Es todo lo que necesita.

Y de hecho Richard ya se había refugiado acercándose a las rocas y respiraba levemente y con regularidad por la boca abierta. Jack no podía decir si estaba despierto o dormido.

—Muy bien —dijo—. ¿Hay un desembarcadero o algo así detrás de ese lugar?

—Algo mejor que un desembarcadero, Jacky. Una ves te hayes detrá del rompeola, verá uno pilare; construyeron parte del hotel ensima del agua. En lo pilare verá una escaleriya. Súbela con Richard y yegará a la gran terrasa de atrá. Hay uno grande ventanale… lo ventanale que sirven de puerta, ¿comprende? Abre uno de eso ventanale y estará en el comedor. —Logró sonreír—. Una ves en el comedor, supongo que podrá oler el Talismán. Y no tenga miedo de él, hijito. Te está esperando… se asercará a tu mano como un buen sabueso.

—¿Qué impedirá que esos tipos me persigan hasta allí?

—Tonto, eyos no pueden entra en el hotel negro. —El desagrado por la estupidez de Jack se pintó en cada surco del rostro de Speedy.

—Ya lo sé. Quiero decir en el agua. ¿Es que no pueden perseguirme con un bote o algo parecido?

Ahora Speedy esbozó una sonrisa doliente, pero genuina.

—Creo que va a vé por qué. Viajero Jack. El viejo Bloat y sus mushashos deben permanesé lejo del agua, ja, ja. No te preocupe por eso ahora… recuerda sólo lo que te he disho y empiesa ya, ¿entendido?

—Ya me voy —dijo Jack y se asomó entre las rocas para escudriñar la carretera de la playa y el hotel. Había logrado cruzar la carretera y llegar hasta Speedy sin ser visto: seguramente podría arrastrar a Richard los pocos metros que les separaban del agua y subirlo a la balsa. Con un poco de suerte, podría llegar a los pilares sin que le vieran; Gardener y sus hombres con los prismáticos se concentraban en el pueblo y en la ladera de la colina.

Jack sacó un poco la cabeza por el lado de las altas columnas. Las limusinas seguían delante del hotel. Sacó la cabeza unos centímetros más para mirar hacia la calle. Un hombre vestido de negro salía en aquel momento por la puerta del ruinoso motel Kingsland y Jack vio que intentaba no mirar en dirección al hotel negro.

Sonó un silbido, insistente y agudo como un grito de mujer.

—¡Muévete! —susurró Speedy con voz ronca.

Jack levantó la cabeza y vio en la cima de la pendiente, detrás de las casas destrozadas, a un hombre vestido de negro que hacía sonar un silbato y señalaba hacia el pie de la colina, a él. Los cabellos oscuros del hombre ondeaban en torno a sus hombros… Tanto los cabellos como el traje negro y las gafas de sol le daban el aspecto del Ángel de la Muerte.

—¡LE HE ENCONTRADO! ¡LE HE ENCONTRADO! —vociferó Gardener—. ¡MATADLE! ¡MIL DÓLARES AL HERMANO QUE ME TRAIGA SUS COJONES!

Jack retrocedió hacia el amparo de las rocas. Medio segundo después una bala rebotó contra la columna de en medio justo antes de que les llegara el sonido del disparo. Ahora ya lo sé —pensó Jack mientras agarraba el brazo de Richard y le estiraba hacia la balsa—. Primero caes y luego oyes el disparo.

—Tiene que irte ahora —dijo Speedy sin aliento, farfullando las palabras—. Dentro de treinta segundo, habrá mucho má tiroteo. Quédate detrá del rompeola todo lo que pueda y luego corre. Ve a buscarlo, Jack.

Jack dirigió a Speedy una mirada frenética cuando la segunda bala se hundió en la arena, frente a su pequeño reducto. Entonces tiró de Richard hasta la proa de la balsa y vio con satisfacción que Richard tenía la suficiente presencia de ánimo para aferrarse y no soltar los mechones de goma de las crines. Speedy alzó la mano derecha en un ademán de despedida y bendición. De rodillas, Jack empujó la balsa hasta casi la orilla del agua. Oyó otro estridente silbato y se levantó. Todavía estaba corriendo cuando la balsa tocó el agua y se mojó hasta la cintura cuando se encaramó a ella.

Remó sin pausa hasta el rompeolas y, cuando llegó al final, empezó a remar por el mar abierto, sin protección.

4

Se concentró en el acto de remar, desechando firmemente toda consideración sobre lo que haría si los hombres de Morgan mataban a Speedy. Tenía que alcanzar los pilares y nada más. Una bala cayó en el agua, causando una diminuta erupción de gotas a unos dos metros a su izquierda. Oyó otra rebotando con un ping contra el rompeolas y continuó remando con todas sus fuerzas.

Pasó un rato, no sabía si mucho o poco, y al final se dejó caer por el lado de la balsa y nadó hasta la popa para empujar e imprimir más velocidad a la embarcación. Una corriente casi imperceptible le ayudó a acercarse a su destino. Por fin empezaron los pilares, altas columnas de madera, gruesas como palos de teléfono. Jack sacó la barbilla fuera del agua y vio la inmensidad del hotel alzarse sobre la terraza ancha y negra que se extendía sobre su cabeza. Miró hacia atrás y a la derecha, pero Speedy no se había movido. ¿Oh sí? Sus brazos parecían diferentes. Tal vez…

Se produjo un brusco movimiento en la larga ladera, detrás de las casas ruinosas. Jack miró hacia arriba y vio a cuatro de los hombres vestidos de negro correr en dirección a la playa. Una ola balanceó la balsa, casi obligándole a soltarla. Richard gimió. Dos de los hombres señalaron hacia donde él estaba. Sus labios se movieron.

Otra ola hizo oscilar la balsa y amenazó con empujarla junto con Jack Sawyer de nuevo hacia la playa.

Una ola —pensó Jack—; ¿qué ola?

Miró hacia la proa de la balsa cuando cabeceó entre dos olas. El lomo ancho y gris de algo demasiado grande para ser un simple Pez se hundía bajo la superficie. ¿Un tiburón? Jack pensó con inquietud en sus dos piernas tijereteando detrás de él en el agua.

Sumergió la cabeza, temiendo ver cerca de él un largo estómago en forma de cigarro y unos dientes.

No vio esta forma, exactamente, pero sí algo que le asombró.

El agua, que ahora parecía ser muy profunda, estaba tan llena orno un acuario, aunque no contenía peces de tamaño o descripción normal. En este acuario sólo nadaban monstruos. Bajo las piernas de Jack se movía un zoológico de animales enormes, de una fealdad espeluznante. Debían haber nadado debajo de él y de la balsa desde que el agua había adquirido la profundidad suficiente para darles cabida; su número era asombroso. El monstruo que había asustado a los Lobos renegados se deslizaba a tres metros más abajo, largo como un tren de carga. Mientras Jack lo observaba, nadó hacia arriba; la película que le cubría los ojos lanzaba destellos. Largas patillas salían de su boca; una boca grande como una puerta de ascensor, pensó Jack. El monstruo pasó por su lado, empujando a Jack hacia el hotel por el peso del agua que desplazaba y sacando el chorreante hocico por encima de la superficie. Su perfil peludo recordaba al del Hombre de Neandertal.

El viejo Bloat y sus mushashos deben permanesé tejo del agua, le había dicho Speedy, riendo.

Fuera cual fuese la fuerza que había encerrado al Talismán en el hotel negro, había puesto también a estas criaturas en las aguas de Point Venuti para asegurarse de que las personas inoportunas no pudieran acercarse al hotel; y Speedy lo sabía. Los grandes cuerpos acuáticos empujaban con delicadeza la balsa en dirección a los pilares, pero las olas que provocaban sólo permitían a Jack una visión muy fragmentaria de lo que ocurría en la costa. A caballo sobre la cresta de una ola, pudo ver a Sol Gardener, con la melena ondeando tras él, situado junto a la valla negra y apuntándole a la cabeza con un largo y pesado rifle de caza. La balsa se hundió entre dos olas y el proyectil pasó muy alto con el ruido de un colibrí; después se oyó el disparo. Cuando Gardener disparó por segunda vez, algo parecido a un pez, de tres metros de longitud, provisto de una gran aleta dorsal, emergió del agua y detuvo la bala. Con el mismo movimiento, su cuerpo descendió y desapareció bajo el agua. Jack pudo ver un gran agujero en su costado. La próxima vez que Jack fue levantado por una ola, Gardener corría por la playa en dirección al motel Kingsland. El pez gigante continuó empujándole en diagonal hacia los pilares.

5

Una escalerilla, había dicho Speedy, y en cuanto Jack estuvo bajo la amplia terraza, atisbo en la oscuridad para localizarla. Los gruesos pilares, recubiertos de algas, percebes y moluscos, formaban cuatro hileras. Si la escalerilla había sido instalada en la época de su construcción, era probable que ahora no pudiera usarse; o por lo menos, una escalerilla de madera, tapizada de algas, costaría de encontrar. Los pilares eran ahora mucho más gruesos de lo que habían sido originalmente. Jack puso los antebrazos sobre la popa de la balsa y empleó la cola de goma para izarse de nuevo a bordo. Temblando, se desabrochó la camisa empapada —la misma camisa blanca, al menos una talla demasiado pequeña, que Richard le diera al otro lado de las Tierras Arrasadas— y la dejó caer al fondo encharcado de la balsa. Los zapatos se le habían perdido en el agua y ahora se quitó los calcetines y los tiró encima de la camisa. Richard estaba sentado en la proa, doblado sobre las rodillas, con los ojos y la boca cerrados.

—Hemos de buscar una escalerilla —le dijo Jack. Richard le contestó con un movimiento de cabeza apenas perceptible.

—¿Crees que podrías subir por una escalerilla, Richie?

—Quizá sí —murmuró Richard.

—Bueno, pues tiene que estar por aquí. Adosada a una de estos pilares.

Jack remó con ambas manos hacia los dos pilares de la primera fila. La llamada del Talismán era continua ahora y se antojaba casi lo bastante fuerte para sacarle de la balsa y depositarlo en la terraza. Se deslizaban entre la primera y segunda fila de pilares, bajo la maciza raya oscura de la terraza; aquí, igual que fuera, pequeños destellos se encendían en el aire, se retorcían y apagaban. Jack contó: cuatro hileras de pilares y cinco pilares en cada una. Veinte posibles lugares para la escalerilla. Con la penumbra causada por la terraza y los interminables corredores sugeridos por los pilares, estar aquí era como hacer un recorrido de las catacumbas.

—No nos han matado —murmuró Richard, en el mismo tono de voz con que hubiera dicho: «En la tienda se han quedado sin pan».

—Hemos recibido una pequeña ayuda. —Miró a Richard, inclinado sobre las rodillas. Seria incapaz de subir por una escalerilla, a menos que algo le hiciera reaccionar.

—Nos acercamos a un pilar —observó Jack—. Levántate y apóyate en el para desviar la balsa.

—¿Qué?

—Procura que no choquemos contra el pilar —repitió Jack—. Animo, Richard. Necesito tu ayuda.

—Dio resultado. Richard abrió el ojo izquierdo y puso la mano derecha en el borde de la balsa. Cuando se hubieron acercado más al pilar, sacó la mano izquierda para tocarlo y evitar el choque. Entonces algo adosado al pilar produjo un ruido de succión, como si se despegaran dos labios.

Richard gruñó y apartó la mano.

—¿Qué ha sido? —preguntó Jack y Richard no tuvo que responder… ahora los dos muchachos vieron las babosas adheridas a los pilares, que también tenían las bocas y los ojos cerrados y que ahora, en su agitación, empezaron a cambiar de posición en los pilares, haciendo rechinar los dientes. Jack metió las manos en el agua y dirigió la balsa en torno al pilar.

—Oh, Dios mío —exclamó Richard. Aquellas minúsculas bocas sin labios tenían una gran cantidad de dientes—. Dios mío, no Puedo…

—Tendrás que hacerlo, Richard —replicó Jack—. ¿No has oído a Speedy en la playa? Es posible que haya muerto, Richard, y de ser así, ha muerto para asegurarse de que yo entraría en el hotel contigo.

Richard había vuelto a cerrar los ojos…

—Y no me importa cuántas babosas tendremos que matar para subir por la escalerilla y tú subirás conmigo, Richard. Esto es todo. Ya lo sabes.

—Maldito seas —dijo Richard—. No tienes que hablarme de este modo. Estoy harto de tu sabiduría e insolencia. Ya sé que he de subir por la escalerilla o lo que sea. Quizá tengo treinta y nueve grados de fiebre, pero sé que subiré por la escalerilla. Lo único que no sé es si podré soportarlo, así que vete al infierno. —Richard pronunció todo el discurso con los ojos cerrados y ahora hizo un esfuerzo para abrirlos de nuevo—. Estás loco.

—Te necesito.

—Tonterías. Treparé por esa escalerilla, estúpido.

—En ese caso, será mejor que la encuentre —dijo Jack, empujando la balsa hacia la segunda hilera de pilares, y entonces la vio.

6

La escalerilla pendía entre las dos hileras interiores de pilares y terminaba a un metro aproximadamente de la superficie del agua. Un confuso rectángulo al final de la escalerilla indicaba la existencia de una trampa que se abría a la terraza. En la oscuridad era el fantasma de una escalerilla, sólo visible a medias.

—Aquí la tenemos, Richie —anunció Jack. Guió con cuidado la balsa por delante del próximo pilar, procurando no rozarlo. Los centenares de babosas adheridas al pilar enseñaron los dientes. En cuestión de segundos la cabeza del caballo, que era la proa de la balsa, se deslizó bajo la escalerilla y Jack pudo alcanzar el primer peldaño con la mano—. Ya está —dijo. Primero ató una manga de su empapada camisa en torno al peldaño y la otra a la cola de goma de la balsa. Por lo menos ésta permanecería a su disposición… si lograban salir del hotel. A Jack se le secó la boca de repente. El Talismán cantó, llamándole. Se puso en pie con cuidado y se agarró a la escalerilla—. Tú primero —dijo—. No será fácil, pero te ayudaré.

—No necesito tu ayuda —replicó Richard quien, al levantarse, estuvo a punto de caer hacia delante y acabar en el agua junto con su amigo.

—Cuidado.

—No me digas cuidado. —Richard extendió ambos brazos y recobró el equilibrio. Tenía los labios muy apretados y parecía respirar con miedo. Dio un paso hacia delante.

—Muy bien.

—Estúpido. —Movió el pie izquierdo, levantó el brazo derecho y adelantó el otro pie. Ahora pudo encontrar el primer peldaño con las manos, guiñando nerviosamente el ojo derecho—. ¿Lo ves?

—Muy bien —aprobó Jack, alargando hacia él las palmas de las manos, con los dedos abiertos, como para indicar que no insultaría a Richard ofreciéndole ayuda física.

Richard se colgó del peldaño con ambas manos y los pies se le fueron irresistiblemente hacia delante, empujando la balsa con ellos. En un segundo quedó medio suspendido sobre el agua; sólo la camisa de Jack evitó que la balsa se escapara.

—¡Ayúdame!

—Echa los pies hacia atrás.

Richard obedeció y volvió a pisar la balsa, respirando con fuerza.

—Dame la mano, ¿quieres?

—Está bien.

Jack se arrastró por la balsa hasta que estuvo debajo de Richard. Se puso en pie con mucha cautela y Richard se agarró al último peldaño con ambas manos, temblando. Jack le sujetó por las huesudas caderas.

—Voy a darte impulso. Intenta no patear en el aire, sólo date impulso hacia arriba hasta que puedas poner la rodilla en el peldaño. Antes, agárrate bien al siguiente. —Richard abrió un ojo y obedeció.

—¿Listo?

—Adelante.

La balsa se deslizó, pero Jack ayudó a Richard a izarse tan alto, que consiguió con facilidad poner la rodilla derecha en el primer peldaño. Entonces Jack se aferró a los lados de la escalerilla y usó la fuerza de brazos y piernas para estabilizar la balsa. Richard gruñía mientras intentaba colocar la otra rodilla en el peldaño, lo cual no tardó en conseguir. Dos segundos más y estuvo derecho en la escalerilla.

—No puedo subir más —dijo—. Creo que voy a caerme. Estoy muy mareado, Jack.

—Sube sólo uno más, por favor. Hazlo, te lo ruego. Entonces podré ayudarte.

Richard alcanzó despacio el peldaño siguiente con las manos. Mirando hacia la terraza, Jack vio que la escalerilla debía tener unos seis metros.

—Ahora mueve los pies. Te lo ruego, Richard.

Richard puso lentamente un pie y luego el otro en el segundo peldaño.

Jack colocó las manos a los lados de los pies de Richard y se dio impulso hacia arriba. La balsa describió un semicírculo, pero él subió las rodillas y en seguida aseguró los pies en el primer peldaño. Amarrada por la camisa de Jack, la balsa dio vueltas como un perro sujeto a una correa.

Cuando hubo subido un tercio de escalerilla, Jack tuvo que rodear con un brazo la cintura de Richard para evitar que cayera a las aguas negras.

Por fin el rectángulo de la trampa flotó entre la madera negra, directamente sobre la cabeza de Jack. Abrazó contra su pecho a Richard —cuya cabeza desmayada quedó entre sus brazos—, sujetándole al mismo tiempo que a la escalerilla con la mano izquierda, mientras intentaba abrir la trampa con la derecha. ¿Y si estaba clavada por fuera? Pero no, se abrió inmediatamente y cayó con ruido contra el Suelo de la terraza. Jack pasó con firmeza el brazo bajo las axilas de Richard y le sacó de la oscuridad a través del agujero de la trampa.