LOBO EN LA CAJA
Jack se despertó mucho antes de que se dieran cuenta de que estaba despierto, pero comprendió muy paulatinamente quién era, qué había sucedido y cuál era su situación, en cierto modo como un soldado que ha sobrevivido a un fuego de artillería violento y prolongado. Le latía el brazo donde Gardener lo había pinchado, la cabeza le dolía tanto que incluso sentía un latido en los ojos y estaba terriblemente sediento.
Avanzó un poco más en el camino hacia la conciencia plena cuando intentó tocarse con la mano izquierda el lugar dolorido del brazo derecho. No podía hacerlo y ello se debía a que tenía los brazos pegados al cuerpo. Olía a lona vieja y mohosa, el olor de una tienda de explorador encontrada en el desván después de muchos años. Fue entonces (aunque la había mirado estúpidamente a través de los ojos entornados durante los diez últimos minutos) cuando comprendió qué era lo que llevaba puesto: una camisa de fuerza.
Ferd lo habría adivinado antes, Jack-O, pensó y pensar en Ferd produjo un efecto estabilizador en su mente, a pesar del tremendo dolor de cabeza. Se movió un poco y los latidos de dolor en la cabeza y en el brazo le hicieron gemir. No pudo evitarlo.
—Se está despertando —dijo Heck Bast.
—No, aún no —replicó Sol Gardener—. Le he inyectado lo suficiente para paralizar a un cocodrilo gigante. Dormirá hasta las nueve de la noche, como mínimo. Sólo está soñando un poco. Heck, quiero que subas y oigas las confesiones de los muchachos esta noche. Diles que no habrá capilla vespertina. Tengo que ir a recibir un avión y esto es sólo el principio de lo que será probablemente una noche muy larga. Sonny, tú quédate a ayudarme con los libros.
—Ha sonado como si se despertara —insistió Heck.
—Obedece, Heck. Y di a Bobby Peabody que eche una mirada a Lobo.
Sonny (con una risita):
—No le gusta mucho estar allí dentro, ¿eh? Ah, Lobo, han vuelto a encerrarte en la caja —se lamentó Jack—. Lo siento… es culpa mía… todo esto es culpa mía…
—A los condenados al infierno no suele preocuparles la maquinaria de la salvación —Jack oyó decir a Sol Gardener—. Cuando los demonios de su interior empiezan a morir, se escapan gritando. Vete ya, Heck.
—Sí, reverendo Gardener.
Jack oyó pero no vio salir a Heck. Aún no se atrevía a abrir los ojos.
Embutido en la tosca caja de fabricación doméstica, mal soldada y de burdos cerrojos, como la víctima de un entierro prematuro en un ataúd de hierro, Lobo se pasó el día aullando, golpeando los lados de la caja hasta que los puños le sangraron y propinando puntapiés a la puerta de doble cerrojo, parecida a la de un homo holandés, hasta que las punzadas de dolor que recorrían sus piernas le llegaron a la ingle. Sabía que no podría salir a fuerza de puñetazos y puntapiés y también sabía que no le sacarían sólo porque lo pidiera a gritos, pero no podía evitarlo. Los Lobos odiaban estar encerrados más que cualquier otra cosa.
Sus gritos resonaban en las inmediaciones del Hogar del Sol e incluso en los campos cercanos. Los muchachos que los oían se miraban con nerviosismo y no decían nada.
—Le he visto en el lavabo esta mañana y estaba furibundo —confió Roy Owdersfelt a Morton en voz baja y nerviosa.
—¿Estaban jodiendo, como ha dicho Sonny? —preguntó Morton. Otro aullido de Lobo se elevó desde la chata caja de hierro y ambos muchachos miraron en su dirección.
—¡Y cómo! —exclamó Roy—. Yo no lo vi bien porque soy bajo, pero Buster Oats se hallaba en primera fila y dijo que el chico retrasado tenía una verga del tamaño de una boca de incendios. Esto es lo que dijo.
—¡Dios mío! —exclamó Morton con respeto, pensando quizá en la propia verga disminuida.
Lobo aulló durante todo el día, pero enmudeció cuando el sol empezó a ponerse. Los muchachos encontraron ominoso este súbito silencio. Se miraban a menudo y miraban aún más a menudo y con mayor inquietud hacia el rectángulo de hierro que estaba en el centro del patio trasero del Hogar. La caja medía dos metros de longitud por uno de altura y de no ser por el tosco cuadrilátero practicado en su lado oeste, cubierto con una gruesa malla de acero, habría parecido un ataúd metálico. ¿Qué ocurría en su interior?, se preguntaban e incluso durante la confesión, una hora en que los muchachos estaban absortos y olvidaban cualquier otro tema, sus miradas se dirigían hacia la única ventana de la sala, a pesar de que dicha ventana daba al lado de la casa opuesto al de la caja.
¿Qué ocurre ahí dentro?
Héctor Bast sabía que no estaban atentos a la confesión y esto le exasperaba, pero era incapaz de reclamar su atención porque no sabía con exactitud qué pasaba. Una especie de glacial expectación parecía haberse apoderado de los muchachos del Hogar. Sus caras eran más pálidas que nunca y sus ojos brillaban como los ojos de los drogadictos.
¿Qué ocurre ahí dentro?
Lo que ocurría era muy sencillo.
Lobo se estaba uniendo con la luna.
Lo sintió venir cuando la franja de sol que entraba por el cuadrilátero de ventilación empezó a elevarse y la calidad de la luz se tomó rojiza. Era demasiado pronto para seguir a la luna; aún no estaba llena del todo y le lastimaría. Y no obstante, ocurriría, como solía ocurrir siempre a los Lobos cuando eran sometidos a una tensión demasiado fuerte y prolongada, tanto si era el momento de su ciclo como si no. Lobo se había reprimido durante mucho tiempo porque era lo que Jack quería. Había llevado a cabo grandes actos de heroísmo para Jack en este mundo. Jack sospecharía vagamente algunos de ellos, pero nunca podría comprender toda su increíble magnitud.
Sin embargo, ahora se estaba muriendo y se iba con la luna y como esto último hacía más soportable lo primero —casi sacrosanto y sin duda, ordenado—, Lobo la seguía con alivio y regocijo. Era maravilloso no tener que luchar más.
En su boca los dientes habían crecido.
Después de irse Heck, se oyeron ruidos en el despacho: sillas arrastradas suavemente, el tintineo de las llaves del cinturón de Sol Gardener, la puerta de un archivador al abrirse y cerrarse.
—Abelson. Doscientos cuarenta dólares y treinta y seis centavos.
Sonido de teclas pulsadas. Peter Abelson era uno de los miembros del PE. Como todos ellos, era listo, agradable y no tenía defectos físicos. Jack sólo le había visto algunas veces, pero pensaba que Abelson se parecía a Dondi, el huérfano sin hogar de ojos inmensos de las tiras cómicas.
—Clark. Sesenta y dos dólares y diecisiete centavos. Más teclas pulsadas. La máquina zumbó hasta que Sonny pulsó la tecla de TOTAL.
—Esto es un gran descenso —observó Sonny.
—Hablaré con él, no temas. Ahora te ruego que no me entretengas, Sonny. El señor Sloat llega a Muncie a las diez y cuarto y es un trayecto largo. No quiero retrasarme.
—Lo siento, reverendo Gardener.
Gardener contestó algo que Jack no pudo oír. El nombre de Sloat le había causado una gran conmoción… aunque en parte no estaba sorprendido; en parte sabía que algo así tenía que suceder. Gardener había sospechado desde el principio; Jack imaginaba que no había querido importunar a su jefe con banalidades. O tal vez no quería admitir que no podría arrancar la verdad a Jack sin ayuda. Pero al fin la había pedido… ¿Adonde? ¿Al este? ¿Al oeste? Jack habría dado mucho para saberlo. ¿Habría estado Morgan en Los Angeles o en New Hampshire?
Hola, señor Sloat, espero no molestarle, pero la policía local me ha traído a un muchacho, a dos, en realidad, pero sólo me preocupa el inteligente. Creo que le conozco. O quizá sea mi… bueno, mi otro yo quien le conoce. Dice llamarse Jack Parker, pero… ¿cómo? ¿Que le describa? Está bien…
Y el globo se había elevado por los aires.
Te ruego que no me entretengas, Sonny. El señor Sloat llega a Muncie a las diez y cuarto…
Ya quedaba poco tiempo.
Te dije que volvieras a tu casa, Jack… ahora ya es demasiado tarde.
Todos los chicos son malos. Es un axioma.
Jack levantó un poco la cabeza y miró hacia el otro extremo de la habitación. Gardener y Sonny Singer estaban juntos ante la mesa de despacho del primero. Sonny pulsaba las teclas de una calculadora mientras Gardener le dictaba las cantidades después de cada nombre de un miembro del Personal Exterior, por orden alfabético. Delante de Gardener había un libro mayor, un largo fichero de metal y un desordenado montón de sobres. Cuando Gardener levantó uno de estos sobres para leer la cantidad escrita en él, Jack pudo ver el dorso, que tema un dibujo de dos niños felices, con sendas Biblias, caminando de la mano por un sendero en dirección a la iglesia. El epígrafe decía: SERÉ UN RAYO DE SOL PARA JESÚS.
—Temkin. Ciento seis dólares. —Metió el sobre en el fichero, junto con los otros ya registrados.
—Creo que ha vuelto a jugar —acusó Sonny.
—Dios ve la verdad, pero se mantiene a la espera —contestó Gardener en tono benigno—. Víctor es un buen chico. Ahora cállate y terminemos esto antes de las seis.
Sonny pulsó las teclas.
El grabado de Jesús andando sobre las aguas había sido ladeado, dejando al descubierto una caja de caudales, que estaba abierta.
Jack vio que había otras cosas interesantes sobre la mesa de Sol Gardener: dos sobres, uno marcado JACK PARKER y el otro PHILIP JACK LOBO. Y su vieja mochila.
También había sobre la mesa el llavero de Sol Gardener. Los ojos de Jack se dirigieron hacia la puerta cerrada del lado izquierdo de la habitación, la salida privada de Gardener al exterior, estaba seguro. Si existiera un modo…
—Yellin. Sesenta y dos dólares y diecinueve centavos. Gardener suspiró, puso el último sobre en la larga bandeja de acero y cerró el archivador.
—Parece ser que Heck tenía razón. Creo que nuestro querido amigo, el señor Jack Parker, se ha despertado. —Se levantó, rodeó la mesa y fue hacia Jack. Sus ojos turbios y dementes lanzaban destellos. Se metió la mano en el bolsillo y sacó el encendedor. Al verlo, Jack sintió una oleada de pánico—. Sólo que tu nombre no es realmente Parker, ¿verdad, querido muchacho? Tu verdadero nombre es Sawyer, ¿no es cierto? Oto, sí. Sawyer. Y alguien que se interesa mucho por ti llegará muy, muy pronto. Y tendremos muchas cosas interesantes que contarle, ¿verdad?
Sol Gardener rió entre dientes y abrió el encendedor, descubriendo la ruedecilla ennegrecida y la mecha oscurecida por el humo.
—La confesión es tan buena para el alma… —susurró, encendiendo la llama.
Un golpe sordo.—¿Qué ha sido eso? —preguntó Rudolph, levantando la vista de la doble hilera de hornos. La cena, quince grandes pasteles de pavo, iba por buen camino.
—¿Qué ha sido qué? —preguntó George Irwinson. Desde el fregadero, donde pelaba patatas, Donny Keegan profirió su habitual relincho.
—No he oído nada —dijo Irwinson. Donny volvió a reír. Rudolph le miró con irritación.
—¿Vas a pelar esas malditas patatas hasta que no quede nada, idiota?
—¡Jic, jic, jic! Otro golpe sordo.
—¿Tampoco lo habéis oído esta vez?
Irwinson meneó la cabeza.
Rudolph sintió un miedo repentino. Aquellos sonidos provenían de la caja la cual, naturalmente, él debía creer que era un cobertizo para secar heno. Vaya patraña. Dentro de la caja estaba aquel chico corpulento, el que decían que había sido sorprendido aquella mañana cometiendo un acto homosexual con su amigo, el que había intentado sobornarle la víspera para que les dejara escapar. Decían que el chico corpulento se había mostrado peligroso antes de que Bast le pusiera una inyección tranquilizante… y algunos decían también que no sólo había roto la mano de Bast sino que la había reducido a pulpa. Esto era una mentira, claro, tenía que serlo, pero…
¡BUM!
Esta vez Irwinson dio media vuelta. Y Rudolph decidió de repente que tenía que ir al lavabo y que quizá subiría hasta el tercer piso para hacer sus necesidades. Y tal vez no saldría hasta el cabo de dos o tres horas. Presentía la proximidad de un trabajo sucio… de un trabajo muy sucio.
¡BUM, BUM!
Al diablo los pasteles de pavo.
Rudolph se quitó el delantal, lo tiró encima del bacalao que había puesto en remojo para la cena del día siguiente y cruzó la cocina.
—¿Adonde vas? —preguntó Irwinson, con voz demasiado aguda y temblorosa. Donny Keegan continuó pelando furiosamente las patatas, dejándolas como pequeñas bolas de golf, aunque antes tenían el tamaño de balones de fútbol. Sus cabellos lacios le caían sobre la cara.
¡BUM! ¡BUM! ¡BUM, BUM, BUM!
Rudolph no contestó a la pregunta de Irwinson y cuando llegó al descansillo del segundo piso, casi corría. Eran tiempos difíciles en Indiana, el trabajo escaseaba y Sol Gardener pagaba al contado.
Sin embargo, Rudolph empezó a pensar que tal vez había llegado la hora de buscar otro trabajo, si conseguía salir de aquí.
¡BUM!
El cerrojo superior de la puerta de la caja, semejante a la de un horno holandés, se partió en dos. Una oscura rendija se abrió entre la caja y la puerta.
Unos momentos de silencio y después:
¡BUM!
El cerrojo inferior crujió y se dobló.
¡BUM!
Ahora se desprendió.
La puerta de la caja se abrió con un crujido de los grandes y toscos goznes de fabricación casera. Dos pies enormes y muy peludos se asomaron al exterior, con las plantas para arriba. Unas largas garras escarbaron en el polvo.
Lobo empezó a moverse para salir.
La llama iba y venía ante los ojos de Jack; hacia delante y hacia atrás, oscilante. Sol Gardener parecía un cruce entre un hipnotizador de salón y un actor de la vieja escuela protagonizando la biografía de un gran científico en Cine de Medianoche. Paul Muni, tal vez. Era gracioso… si Jack no hubiera estado tan aterrado, se habría reído. Y quizá acabaría riéndose, de todos modos.
—Ahora te haré unas preguntas y tú me las contestarás —dijo Gardener—. El propio señor Morgan podría arrancarte las respuestas, ¡oh, sí, indudablemente y con facilidad!, pero prefiero que no tenga que molestarse… Así que… ¿desde cuándo eres capaz de Emigrar?
—No sé qué quiere decir.
—¿Desde cuándo eres capaz de Emigrar a los Territorios?
—No sé de qué me habla. La llama se acercó.
—¿Dónde está el negro?
—¿Quién?
—¡El negro, el negro! —chilló Gardener—. Parker, Parkus, ¡como se llame! ¿Dónde está?
—No sé de quién me habla.
—¡Sonny! ¡Andy! —gritó Gardener—. Sacadle la mano izquierda y sujetársela.
Warwick se inclinó sobre el hombro de Jack e hizo algo; un momento después le separaron la mano de la región lumbar. Latía como si le clavaran agujas, porque estaba dormida. Jack trató de luchar, pero fue inútil. Le extendieron la mano.
—Ahora separadle los dedos.
Sonny estiró el anular y el pulgar de Jack en una dirección y Warwick estiró el índice y el mediano en otra. Un momento después Gardener aplicó la llama del encendedor a la base del ángulo formado por los dedos. El dolor fue intensísimo y se extendió por el brazo izquierdo y de allí por todo el cuerpo. Se esparció un olor dulzón de carne chamuscada. La suya. Su carne quemada.
Después de una eternidad, Gardener cerró el encendedor. El sudor perlaba su frente. Jadeaba.
—Los demonios gritan antes de escaparse —dijo—. Oh, sí, ya lo creo que lo hacen. ¿Verdad que sí, muchachos?
—Sí, alabado sea Dios —contestó Warwick.
—Es la pura verdad —dijo Sonny.
—Oh, sí, ya lo sé. Claro que lo sé Conozco los secretos de los muchachos y de los demonios. —Gardener rió entre dientes y se agachó hasta casi tocar el rostro de Jack con el suyo. El olor pegajoso de la colonia invadió la nariz de Jack. Aunque era muy desagradable, Jack pensó que era mucho mejor que el de su propia carne chamuscada—. Veamos, Jack. ¿Cuánto tiempo hace que Emigras? ¿Dónde está el negro? ¿Cuánto sabe tu madre? ¿A quién se lo has contado? ¿Qué te ha contado el negro? Empezaremos por estas preguntas.
—No sé de qué me habla.
Gardener enseñó los dientes en una sonrisa.
—Muchachos —dijo—, aún llevaremos el sol al alma de este chico. Sujetad de nuevo su brazo izquierdo y soltadle el derecho.
Sol Gardener volvió a abrir el mechero y esperó a que cumplieran sus instrucciones con el pulgar posado sobre la ruedecilla.
George Irwinson y Donny Keegan seguían en la cocina.
—Alguien está ahí fuera —dijo nerviosamente George.
Donny no contestó. Había terminado de pelar las patatas y ahora permanecía junto a los hornos por el calor que despedían. No sabía qué hacer. Sabía que ahora se celebraba el acto de la confesión en la sala y allí era donde quería estar —la confesión era segura y aquí en la cocina se sentía muy nervioso—, pero Rudolph no les había dicho que se fueran. Mejor sería no moverse.
—He oído a alguien —apuntó George. Donny se echó a reír:
—¡Jic! ¡Jic! ¡Jic!
—Dios mío, esa risa tuya me revienta —exclamó George—. Tengo una nueva revista del Capitán América bajo el colchón. Si sales a mirar afuera, te la dejaré ver.
Donny meneó la cabeza y volvió a relinchar.
George miró hacia la puerta. Sonidos. Algo rascaba. Sí, eso era, algo rascaba a la puerta. Como un perro cuando quiere entrar, un cachorro extraviado. Aunque, ¿qué clase de cachorro extraviado rascaba la parte superior de una puerta que medía más de dos metros?
George fue a mirar por la ventana, pero no vio casi nada en la oscuridad. La caja era sólo una sombra más densa entre las sombras.
George fue hacia la puerta.
Jack gritó con voz tan alta y potente que tuvo miedo de haberse reventado la garganta. Ahora Casey se había unido a ellos, Casey con su gran porra oscilante, y esto era bueno para ellos porque ahora necesitaban ser tres —Casey, Warwick y Sonny Singer— para sujetar el brazo de Jack y mantener la mano aplicada a la llama.
Cuando Gardener la apartó esta vez, en un lado de la mano de Jack había una ampolla negra y burbujeante del tamaño de un cuarto de dólar.
Gardener se levantó, cogió de la mesa el sobre marcado JACK PARKER y se lo llevó a Jack, junto con la púa de guitarra.
—¿Qué es esto?
—Una púa de guitarra —logró articular Jack. Las manos le dolían de modo insoportable.
—¿Qué es en los Territorios?
—No sé de qué me habla.
—¿Qué es esto?
—Una canica. ¿Acaso está usted ciego?
—¿Es un juguete en los Territorios?
—No sé…
—¿Es una peonza que desaparece cuando se hace girar de prisa?
—… de qué…
—¡SI QUE LO SABES! ¡LO SABES, MARICA DEL DEMONIO!
—… me habla.
Gardener abofeteó a Jack.
Sacó el dólar de plata. Sus ojos centelleaban.
—¿Qué es esto?
—Un amuleto de mi tía Helen.
—¿Qué es en los Territorios?
—Una caja de arroz frito. Gardener alzó el encendedor.
—Tu última oportunidad, muchacho.
—Se convierte en un vibráfono y toca Ritmo loco.
—Extendedle otra vez la mano —ordenó Gardener. Jack luchó, pero al fin le estiraron el brazo.
En el horno, los pasteles de pavo empezaban a quemarse.
George Irwinson permaneció junto a la puerta durante casi cinco minutos, intentando hacer acopio de valor para abrirla. Los rasgueos no se habían repetido.
—Bueno, te demostraré que no hay nada que temer, gallina —anunció en voz alta—. ¡Cuando se es fuerte en el Señor, no hay necesidad de sentir miedo!
Con esta grandilocuente declaración, abrió la puerta de golpe. Algo enorme, peludo y difuso se encontraba en el umbral, lanzando chispas rojizas por los ojos hundidos en las órbitas. Los ojos de George siguieron la trayectoria de una garra que se alzó en la ventosa oscuridad otoñal y se abatió pesadamente. Unas garras de quince centímetros centellearon a la luz de la cocina. Decapitaron a George, cuya cabeza voló hasta el otro extremo de la habitación, chorreando sangre, y fue a caer a los pies de Donny Keegan, que reía como un loco.
Lobo entró de un salto en la cocina, aterrizando a cuatro patas. Pasó de largo a Donny Keegan con una brevísima mirada y corrió hacia el vestíbulo.
¡Lobo! ¡Lobo! ¡Aquí y ahora mismo!
La voz que oía en su mente era la de Lobo, no cabía duda, pero más profunda, rica y dominante que nunca. Penetró como un afilado cuchillo sueco en el dolor y la confusión de Jack, que pensó:
Lobo viaja con la luna. Este pensamiento le inspiró una mezcla de triunfo y pesadumbre.
Sol Gardener miraba arriba, con los ojos entornados. En aquel momento él mismo parecía un animal salvaje… un animal que olfatea un peligro en el viento.
—¿Reverendo? —preguntó Sonny, que jadeaba ligeramente. Las pupilas de sus ojos eran muy grandes—. Se divierte —pensó Jack—. Si yo empezase a hablar, Sonny sufriría un desengaño.
—He oído algo —dijo Gardener—. Casey, ve a escuchar a la sala y a la cocina.
—Está bien —contestó Casey. Gardener volvió a mirar a Jack.
—Tendré que irme pronto a Muncie —dijo— para recibir al señor Morgan. Quiero poder darle alguna información inmediatamente, así que es mejor que hables, Jack. Te ahorrarás un dolor innecesario.
Jack le miró, con la esperanza de que las fuertes palpitaciones de su corazón no se advirtieran en su cara ni en la arteria de su cuello. Si Lobo había salido de la caja…
Gardener cogió con una mano la púa que le había dado Speedy y con la otra la moneda del capitán Farren.
—¿Qué son?
—Cuando salto, se convierten en testículos de tortuga —contestó Jack y soltó una risa salvaje e histérica.
La cara de Gardener se oscureció por un arrebato de ira.
—Sujetadle otra vez los brazos —dijo a Sonny y a Andy—. Sujetadle los brazos y bajad los pantalones a este bastardo del demonio. Veremos qué ocurre cuando le calentemos sus testículos.
Heck Bast se moría de aburrimiento con la confesión. Ya los había oído a todos y conocía todos sus mezquinos y vulgares pecados. Robé dinero del bolso de mi madre. Solía fumar porros en el patio de la escuela. Poníamos pegamento en una bolsa y lo olíamos. Hacía esto y aquello. Tonterías de niños. Nada emocionante, nada que le distrajera de las constantes y dolorosas punzadas de la mano. Quería estar abajo, persuadiendo al chico Sawyer. Y después empezarían con el retrasado, que le había cogido de sorpresa y machacado su mano derecha. Sí, persuadir al retrasado mental sería un verdadero placer, preferiblemente con unos alicates.
Un chico llamado Vemon Skarda con voz monótona:
—… así que él y yo vimos que llevaba las llaves, ¿entiendes?, y él dijo: «Acorralemos a esa puta y llevémosla a dar una vuelta a la manzana». Pero yo sabía que esto era malo y dije que no. Y él me dijo: «Eres un gallina», y yo dije: «No soy ningún gallina», y él dijo: «Pruébalo», y yo dije: «Claro que sí, es muy fácil», y los dos nos acercamos…
Oh, Dios santo, pensó Heck. La mano le empezaba a doler en serio y tenía el analgésico en su habitación. Vio a Peabody en el otro extremo de la sala, abriendo las mandíbulas en un enorme bostezo.
—Así que dimos la vuelta a la manzana y entonces él me dijo…
De pronto la puerta se abrió hacia dentro con tanta fuerza que se desprendió de los goznes. Golpeó la pared, rebotó, derribó a un muchacho llamado Tom Cassidy y lo dejó inmóvil en el suelo.
Algo entró de un salto en la sala; Heck Bast pensó al principio que era el perro de mayor tamaño que había visto en su vida. Los chicos gritaron y saltaron de las sillas… y entonces quedaron como petrificados, con los ojos abiertos e incrédulos, mientras el animal gris y negro que era Lobo se erguía, con trozos de pantalones y camisa a cuadros aún colgando de su cuerpo.
Vernon Skarda se quedó mirando fijamente, con los ojos desorbitados y la boca abierta.
Lobo aulló, mirando con ojos furiosos a los chicos mientras éstos retrocedían ante él. Pedersen corrió hacia la puerta y Lobo, tan alto que su cabeza casi rozaba el techo, se movió con una celeridad increíble. Sacó un brazo grueso como una viga y unas garras se clavaron en la espalda de Pedersen. Por un momento, su columna vertebral fue bien visible… Parecía un cordón sanguinolento. Trozos de carne coagulada salpicaron las paredes. Pedersen dio una larga zancada, cruzó el umbral del vestíbulo y se desplomó.
Lobo dio media vuelta… y sus ojos ardientes se clavaron en Heck Bast. Éste se levantó de repente sobre unas piernas sin nervios, mirando a aquel ser horrible, peludo, de ojos inyectados en sangre. Sabía quién era… o, por lo menos, quién había sido.
Heck habría dado cualquier cosa en aquel momento para volver a sentir aburrimiento.
Jack, sentado de nuevo en la silla, tenía otra vez las manos quemadas y doloridas sujetas a la espalda, porque Sonny le había vuelto a apretar cruelmente la camisa de fuerza y luego desabrochado y bajado los pantalones.
—Veamos —dijo Gardener, levantando el encendedor para que Jack pudiera verlo—. Escúchame, Jack, escúchame bien. Voy a hacerte de nuevo algunas preguntas y si no me las contestas bien y ciñéndote a la verdad, la sodomía será una tentación que jamás volverás a sentir.
Sonny Singer emitió una risita nerviosa al oír estas palabras. En sus ojos brillaba otra vez aquel destello lascivo, turbio y moribundo. Miraba fijamente la cara de Jack con una especie de ansiedad enfermiza.
—¡Reverendo Gardener! ¡Reverendo Gardener! —Era Casey y su voz sonaba muy alarmada. Jack volvió a abrir los ojos— ¡Arriba pasa algo espantoso!
—No quiero ser molestado ahora.
—¡Donny Keegan ríe como un loco en la cocina! Y…
—Ha dicho que no quiere ser molestado ahora —repitió Sonny—. ¿No le has oído?
Pero Casey estaba demasiado nervioso para callar.
—… ¡y parece que hay un tumulto en la sala! ¡Gritos! ¡Chillidos! ¡Y da la impresión de que…!
De repente, un alarido llenó la mente de Jack con una fuerza y una vitalidad increíbles:
¡Jacky! ¿Dónde estás? ¡Lobo! ¿Dónde estás aquí y ahora mismo?
—… ¡hay una manada de perros sueltos!
Gardener miraba a Casey por fin, con los ojos entornados y los labios fruncidos.
¡En el despacho de Gardener! ¡Abajo! ¡Donde estábamos antes!
¿En el lado de ABAJO, Jacky?
¡Por las escaleras! ¡Escaleras ABAJO, Lobo!
¡Aquí y ahora mismo!
Eso era; Lobo ya no razonaba. Jack oyó sonar arriba un golpe sordo y un grito.
—¿Reverendo Gardener? —preguntó Casey. Su cara normalmente sonrosada había palidecido—. Reverendo Gardener, ¿qué pasa?
¿Qué…?
—¡Cállate! —ordenó Gardener y Casey retrocedió como si hubiera recibido una bofetada, con los ojos abiertos y dolientes y las grandes mandíbulas temblorosas. Gardener pasó por su lado en dirección a la caja de caudales, de la que sacó una pistola de gran tamaño que embutió bajo el cinturón. Por primera vez, el reverendo Sol Gardener parecía asustado y perplejo.
Arriba se oyó un fuerte golpe, seguido de un chirrido. Los ojos de Singer, Warwick y Casey miraron nerviosamente hacia el techo… parecían ocupantes de un refugio antiaéreo escuchando el silbido de las bombas.
Gardener miró a Jack y en su rostro se dibujó una sonrisa, mientras las comisuras de los labios temblaban de modo irregular, como si colgaran de hilos manejados por un titiritero inexperto.
—Vendrá aquí, ¿verdad? —preguntó Sol Gardener y en seguida asintió, como si Jack hubiese contestado—. Vendrá… pero no creo que salga.
Lobo saltó. Heck Bast pudo poner la mano derecha enyesada delante de su garganta. Sintió una cálida punzada de dolor, oyó un crujido y vio una nube de polvo de yeso cuando Lobo mordió las vendas… y lo que quedaba de la mano. Heck miró tontamente el lugar donde estaba; de la muñeca le brotaba un chorro de sangre, empapando y tiñendo de rojo el suéter blanco de cuello alto.
—Por favor… —gimió—, por favor, por favor, no… Lobo escupió la mano y adelantó la cabeza con la velocidad de una serpiente que ataca. Heck sintió un vago tirón cuando Lobo le destrozó la garganta y ya no sintió nada más.
Mientras salía de la sala como una exhalación, Peabody resbaló sobre la sangre de Pedersen, dobló una rodilla, se levantó y cruzó corriendo el vestíbulo, vomitando al mismo tiempo. Por doquier corrían muchachos, gritando llenos de pánico. El pánico de Peabody no era tan grande. Recordaba lo que debía hacer en situaciones extremas, aunque suponía que nadie había previsto una situación tan extrema como ésta; creía que el reverendo Gardener había pensado más bien en un chico que enloqueciera de repente y atacara a un compañero con un cuchillo o algo semejante.
Al otro lado de la habitación donde se recibía a los chicos que llegaban por primera vez al Hogar del Sol había una pequeña oficina utilizada sólo por los matones que Gardener llamaba sus «estudiantes».
Peabody se encerró con llave en esta habitación, descolgó el teléfono y marcó un número de emergencia. Un momento después estaba hablando con Franky Williams.
—Soy Peabody, del Hogar del Sol —dijo—. Tendría que venir aquí con todos los policías que pueda encontrar, agente Williams. Se ha desencadenado…
Oyó un grito terrible seguido de un ruido de astillas rotas.
—… un verdadero infierno por toda la casa —terminó.
—¿Qué oíase de infierno? —preguntó con impaciencia Williams—. Déjame hablar con Gardener.
—Ignoro dónde está el reverendo, pero creo que necesita su presencia. Hay muertos. Chicos muertos.
—¿Qué?
—Venga de prisa con muchos hombres —repitió Peabody— y muchas armas.
Otro grito. El golpe de algo pesado contra el suelo, la cómoda del vestíbulo, probablemente.
—Metralletas, si las tiene.
Un gigantesco tintineo al caer la gran araña del vestíbulo. Peabody se agachó. Por el ruido, parecía que aquel monstruo estaba destruyendo toda la casa sólo con sus manos.
—Por todos los demonios, traiga una bomba atómica, si puede —añadió Peabody, empezando a tartamudear.
—¿Qué…?
Peabody colgó antes de que Williams pudiese terminar y se acurrucó debajo de la mesa, se cubrió la cabeza con las manos y empezó a rezar con fervor para que todo esto resultara ser un maldito sueño, la peor pesadilla que había tenido jamás.
Lobo corrió por el vestíbulo, entre la sala de estar y la puerta principal, sólo deteniéndose para derribar la cómoda y para saltar con agilidad y colgarse de la araña del techo. Se columpió así como un Tarzán hasta que la lámpara se desprendió del techo, derramando bolas de cristal por todo el vestíbulo.
Lado de ABAJO. Jacky estaba en el lado de ABAJO. Pero… ¿qué lado era?
Un muchacho incapaz de soportar la terrible tensión de esperar a que el monstruo se fuera, abrió la puerta del armario donde se había escondido y echó a correr hacia las escaleras. Lobo le agarró y le lanzó al otro extremo del vestíbulo. El muchacho fue a dar contra la puerta cerrada de la cocina, le crujieron los huesos y quedó en el suelo como una piltrafa.
A Lobo le daba vueltas la cabeza por el aroma embriagador de la sangre recién derramada. Los cabellos le colgaban en mechones sanguinolentos sobre las mandíbulas y el hocico. Intentaba pensar, ero era difícil… muy difícil. Tenía que encontrar a Jacky rápidamente, antes de perder por completo la capacidad de pensar.
Volvió corriendo a la cocina, por donde había entrado, poniéndose otra vez de cuatro patas porque esta posición facilitaba el movimiento… y de repente, al pasar ante una puerta cerrada, lo recordó. El lugar estrecho. Había sido como bajar a una tumba. El olor húmedo y pesado en su garganta…
El lado de ABAJO, Detrás de aquella puerta. ¡Aquí y ahora mismo!
—¡Lobo! —gritó, aunque los muchachos agazapados en sus escondites del primero y segundo piso sólo oyeron un aullido agudo y triunfante. Levantó los dos musculosos arietes que habían sido sus brazos y los dirigió contra la puerta, que agujereó por el centro dispersando una lluvia de astillas por la escalera. Lobo traspasó el umbral y, sí, éste era el lugar estrecho, como una garganta; éste era el camino hacia el lugar donde el Hombre Blanco había dicho sus mentiras mientras Jack y el Lobo Más Débil tenían que estar quietos y escucharle.
Jack estaba allí abajo ahora. Lobo podía olerlo.
Pero también olía al Hombre Blanco… y a pólvora.
Cuidado…
Oh, sí, los Lobos sabían ir con cuidado. Los Lobos podían atacar, morder y matar, pero cuando era preciso… sabían ir con cuidado.
Bajó las escaleras a cuatro patas, silencioso como el humo, con los ojos rojos como las luces de los frenos.
Gardener estaba cada vez más nervioso; a Jack le parecía un hombre a punto de sufrir los efectos alucinógenos de una droga. Sus ojos se movían a sacudidas en un juego triple: del estudio donde Casey escuchaba frenéticamente a Jack y a la puerta cerrada que daba al vestíbulo.
La mayor parte de los ruidos del piso superior se habían interrumpido hacía un rato.
Ahora Sonny Singer se dirigió hacia la puerta.
—Subiré a ver qué…
—¡No irás a ninguna parte! ¡Vuelve aquí!
Sonny dio un respingo, como si Gardener le hubiese pegado.
—¿Qué ocurre, reverendo Gardener? —preguntó Jack—. Parece un poco nervioso.
Sonny le propinó una violenta bofetada.
—¡Cuidado con lo que dices, mocoso! ¡Mucho cuidado!
—Tú también pareces nervioso, Sonny. Y tú, Warwick. Y Casey también, allí dentro…
—¡Hazle callar! —gritó de repente Gardener—. ¿No puedes hacer nada? ¿Es que todo he de hacerlo yo en esta casa?
Sonny dio otra bofetada a Jack, mucho más fuerte que la anterior. La nariz de Jack empezó a sangrar, pero sonrió. Lobo estaba muy cerca ahora… y se acercaba con cuidado. Jack empezó a acariciar la loca esperanza de que aún podrían salir de esto con vida.
Casey se enderezó de improviso, se arrancó los auriculares y pulsó la tecla del interfono.
—¡Reverendo Gardener! ¡Oigo sirenas por los micrófonos exteriores!
Los ojos de Gardener, ahora muy abiertos, enfocaron a Casey.
—¿Qué? ¿Cuántas? ¿A qué distancia?
—Parecen muchas —contestó Casey—. Aún no están muy cerca, pero vienen hacia aquí, de esto no cabe duda.
Entonces el nerviosismo se apoderó de Gardener y Jack se dio cuenta de ello. El reverendo permaneció indeciso unos momentos y luego se pasó con delicadeza la mano por la boca.
No es lo que ha ocurrido arriba, ni tampoco las sirenas. Él también sabe que Lobo está cerca. A su manera, le huele… y no le gusta. Lobo… ¡quizá tengamos una posibilidad! ¡Es posible que sí!
Gardener entregó la pistola a Sonny Singer.
—No tengo tiempo de tratar con la policía ni con el desorden que se ha organizado arriba —dijo—. Lo importante es Morgan Sloat. Me voy a Muncie. Tú y Andy vendréis conmigo, Sonny. Apunta con la pistola a tu amigo Jack mientras saco el coche del garaje. Sal cuando oigas el claxon.
—¿Y Casey? —inquirió Andy Warwick.
—Sí, sí, está bien, que venga Casey —accedió en seguida Gardener y Jack pensó: Se va sin vosotros, estúpidos, se va sin vosotros. Está tan claro como si pusiera un cartel en el Sunset Street para anunciar el hecho y vuestros cerebros están demasiado atrofiados para adivinarlo siquiera. Seguiríais aquí sentados durante diez años esperando oír el claxon si la comida y el papel higiénico os durasen tanto tiempo.
Gardener se levantó. Sonny Singer, con el rostro arrebolado por su nueva importancia, se sentó detrás de la mesa y apuntó a Jack con el arma.
—Si su amigo retrasado mental aparece por aquí —dijo Gardener—, dispara contra él.
—¿Cómo puede aparecer? —preguntó Sonny—. Está en la caja.
—No importa —contestó Gardener—. Es malo, los dos son malos, es un axioma, si el retrasado aparece, mátale, mátalos a ambos.
Buscó entre las llaves que pendían de su cinturón y escogió una.
—Cuando oigáis el claxon —repitió. Abrió la puerta y salió de la habitación. Jack aguzó los oídos para oír las sirenas, pero no oyó nada.
La puerta se cerró detrás de Sol Gardener.
El tiempo se prolongaba.
Un minuto parecía dos; dos parecían diez; cuatro parecían una hora. Los tres «estudiantes» de Gardener que se habían quedado con Jack semejaban muchachos sorprendidos en el juego de las estatuas. Sonny estaba sentado, muy erguido, ante la mesa de Sol Gardener, un lugar que ambicionaba y le satisfacía al mismo tiempo. La pistola apuntaba directamente a la cara de Jack. Warwick se encontraba junto a la puerta que daba al pasillo. Casey continuaba en la cabina, brillantemente iluminada, otra vez con los auriculares puestos, mirando con fijeza por el otro cuadrilátero de cristal, hacia la oscuridad de la capilla, sin ver nada, sólo escuchando.
—No os va a llevar consigo, ¿sabéis? —dijo de repente Jack. El sonido de su voz le sorprendió un poco; era valiente y serena.
—Cierra el pico, mocoso —replicó Sonny.
—No contengas el aliento hasta que oigas el claxon —continuó Jack—. La cara «se te pondrá azul».
—Si dice algo más, Andy, rómpele la nariz —ordenó Sonny.
—Eso es —replicó Jack—. Rómpeme la nariz, Andy. Mátame de un disparo, Sonny. La policía viene, Gardener se ha marchado y van a encontraros a los tres velando a un cadáver vestido con una camisa de fuerza. —Hizo una pausa y rectificó—: Un cadáver con camisa de fuerza y la nariz rota.
—Pégale, Andy —dijo Sonny.
Andy Warwick se apartó de la puerta y fue hacia Jack, que estaba embutido en la camisa de fuerza y tenía los pantalones y los calzoncillos amontonados en torno a los pies.
Jack volvió la cabeza y se encaró con Warwick.
—Eso es, Andy —dijo—. Pégame. Yo no me moveré. Soy un buen blanco.
Andy Warwick cerró el puño, lo echó hacia atrás… y entonces vaciló. La incertidumbre se reflejó en su rostro.
Había un reloj digital sobre la mesa de Gardener. Jack le echó una ojeada y volvió a mirar a Andy.
—Han pasado cuatro minutos, Andy. ¿Cuánto tarda un tipo en sacar el coche del garaje? ¿Sobre todo cuando tiene prisa?
Sonny Singer saltó de la silla de Sol Gardener, rodeó la mesa y se acercó a Jack. Su cara estrecha y falsa estaba furiosa. Tenía los puños cerrados. Hizo ademán de golpear a Jack, pero Warwick, que era más fornido, le detuvo. Ahora se leía la inquietud en el rostro de Warwick… una gran inquietud.
—Espera —dijo.
—¡No tengo por qué escuchar esto! No…
—¿Por qué no preguntas a Casey a qué distancia están ahora las sirenas? —inquirió Jack y Warwick frunció aún más el ceño—. Os han dejado plantados, ¿no lo sabéis? ¿Tengo que dibujároslo? La situación es muy mala aquí y él lo sabía… ¡lo ha olido! Os ha dejado con las manos en la masa. Por los sonidos de arriba…
Singer se desasió del brazo indeciso, de Warwick y pegó un puñetazo a Jack en la mejilla. La cabeza de Jack se ladeó, pero volvió lentamente a la posición anterior.
—… yo diría que la masa es muy comprometedora.
—Si no te callas, te mataré —silbó Sonny. Los dígitos del reloj habían cambiado.
—Cinco minutos más —dijo Jack.
—Sonny —murmuró Warwick con una voz extraña—, quitémosle eso.
—¡No! —El grito de Sonny fue espontáneo, furioso… y en el fondo, asustado.
—Ya sabes lo que dijo el reverendo —explicó Warwick con rapidez— en otra ocasión, que cuando llegara la gente de televisión no debían ver las camisas de fuerza. No lo entenderían. Se…
¡Clic! El interfono.
—¡Sonny! ¡Andy! —Casey estaba dominado por el pánico—. ¡Se acercan! ¡Las sirenas! ¡Dios mío! ¿Qué vamos a hacer?
—¡Quitémosela en seguida! —El semblante de Warwick estaba pálido, exceptuando dos manchas rojas en los pómulos.
—El reverendo Gardener dijo también…
—¡A la mierda lo que dijo! —Warwick bajó la voz y expresó de pronto el temor más íntimo de un niño—: ¡Nos van a coger, Sonny! ¡Nos van a coger!
Y Jack creyó oír por fin las sirenas, o quizá fuese sólo en su imaginación.
Los ojos de Sonny miraron a Jack con aquella horrible indecisión de niño atrapado. Alzó un poco la pistola y por un momento Jack creyó que Sonny iba a matarle de verdad.
Pero ya habían pasado seis minutos y no había sonado aún el claxon del Maestro anunciando que el deus ex machina salía para Muncie.
—Quítasela tú —cedió Sonny, de mala gana—. Yo no quiero ni tocarlo. Es un pecador. Y un marica.
Sonny retrocedió hasta la mesa mientras los dedos de Andy Warwick desataban torpemente las correas de la camisa de fuerza.
—Será mejor que no digas nada —jadeó—, será mejor que no digas nada o te mataré yo mismo.
El brazo derecho libre.
El brazo izquierdo libre.
Ambos cayeron, flaccidos, sobre sus piernas. Las agujas volvieron a pincharlos.
Warwick le quitó la odiosa prenda, un horrible artilugio de lona parda y correas de cuero sin curtir. Warwick la miró mientras la tenía en las manos e hizo una mueca. Cruzó como una flecha la habitación y empezó a meterla en la caja de caudales de Sol Gardener.
—Súbete los pantalones —ordenó Sonny—. ¿Acaso crees que quiero verte el paquete?
Jack se subió como pudo los calzoncillos, cogió los pantalones por la cintura, se le cayeron de las manos y por fin consiguió subirlos.
¡Clic! El interfono.
—¡Sonny! ¡Andy! —La voz de Casey, llena de pánico—. ¡He oído algo!
—¿Ya llegan? —casi gritó Sonny. Warwick redobló sus esfuerzos para meter la camisa de fuerza en la caja de caudales—. ¿Entran por delante…?
—¡No! ¡En la capilla! No puedo ver nada pero oigo algo en la…
Hubo una explosión de cristales rotos cuando Lobo saltó al estudio desde la oscuridad de la capilla.
Los gritos de Casey cuando se apartó del tablero de control en su silla provista de ruedas se amplificaron de un modo espantoso.
Dentro del estudio hubo una breve tormenta de cristales. Lobo aterrizó de cuatro patas sobre el tablero inclinado y trepó y resbaló a medias por él, despidiendo un resplandor rojizo por los ojos. Sus largas garras giraron esferas y oprimieron teclas al azar. La gran grabadora Sony empezó a funcionar:
«… COMUNISTAS!», gritó la voz de Sol Gardener a todo volumen, ahogando los gritos de Casey y los alaridos de Warwick que decían: «¡Dispara, Sonny, dispara, dispara!». Sin embargo, la voz de Gardener no era lo único que sonaba. En último término, como una música infernal, se oía el pitido mezclado de muchas sirenas a medida que los micrófonos de Casey captaban a la caravana de coches patrulla que enfilaban la avenida del Hogar del Sol.
«¡OH, OS DIRÁN QUE NO HAY NADA MALO EN MIRAR ESOS LIBROS SUCIOS! ¡OS DIRÁN QUE NO IMPORTA QUE ESTÉ PROHIBIDO POR LA LEY REZAR EN LAS ESCUELAS PUBLICAS! ¡OS DIRÁN QUE NI SIQUIERA IMPORTA QUE HAYA DIECISEIS REPRESENTANTES Y DOS GOBERNADORES ESTADOUNIDENSES QUE SON HOMOSEXUALES DECLARADOS! ¡OS DIRÁN…».
La silla de Casey se deslizó hasta la pared de cristal que separaba el estudio del despacho de Sol Gardener. Casey volvió la cabeza y por un momento todos pudieron ver sus espantados ojos saltones. Entonces Lobo saltó desde el borde del tablero de control. Su cabeza dio contra el estómago de Casey… y se retorció contra él. Las mandíbulas de Lobo empezaron a abrirse y cerrarse con la rapidez de una segadora de caña. La sangre salió en surtidor y salpicó la ventana mientras Casey se agitaba violentamente.
—¡Dispárale, Sonny, dispara a este maldito bicho! —ululó Warwick.
—Creo que voy a dispararle a él —dijo Sonny, volviéndose hacia Jack, y hablando en el tono de un hombre que ha llegado por fin a una gran conclusión. Bajó la cabeza y esbozó una sonrisa irónica.
«… ,EL DÍA SE ACERCA, MUCHACHOS! ¡OH, SÍ, EL DÍA GLORIOSO EN QUE ESOS ATEOS DEL DEMONIO, HUMANISTAS Y COMUNISTAS, DESCUBRIRÁN QUE LA ROCA NO LES PROTEGERÁ Y EL ÁRBOL MUERTO NO LES DARÁ COBIJO! ¡DESCUBRIRÁN… OH, DECID ALELUYA… DESCUBRIRÁN…!».
Lobo, gruñendo y destrozando.
Sol Gardener, desvariando sobre el comunismo y el humanismo, sobre los drogadictos del demonio decididos a impedir que la oración volviese a las escuelas públicas.
Sirenas en el exterior; portezuelas de coches abriéndose y cerrándose con estrépito; alguien diciendo a alguien que fuera con cuidado, que el chico tenía una voz muy asustada.
—Sí, tú eres el culpable, tú has organizado todo este jaleo.
Levantó la pistola del 45. El cañón del 45 parecía tan grande como la boca del túnel de Oatley.
La pared de cristal que separaba el estudio del despacho cayó con estruendo ensordecedor. Una forma peluda, entre gris y negra, irrumpió en la habitación con el hocico casi partido en dos por un trozo de cristal y con los pies ensangrentados. Profirió un sonido casi humano y Jack captó su pensamiento de forma tan intensa que se tambaleó hacia atrás:
¡NO LASTIMARAS AL REBAÑO!
—¡Lobo! —sollozó—. ¡Cuidado! Cuidado, tiene una pisto… Sonny apretó dos veces el gatillo del arma. Los impactos retumbaron en el espacio cerrado. Las balas no iban dirigidas a Lobo, sino a Jack, pero penetraron en el cuerpo de Lobo, porque en aquel instante éste se interpuso con medio salto entre los dos muchachos. Jack vio abrirse dos agujeros enormes y sanguinolentos en el costado de Lobo cuando salieron las balas. Su trayectoria se desvió al pulverizar las costillas de Lobo y ninguna de las dos tocó a Jack, aunque una le pasó rozando la mejilla izquierda.
—¡Lobo!
Los saltos diestros y ágiles de Lobo se volvieron torpes. El hombro derecho se hundió y él cayó contra la pared, chorreando sangre y tirando al suelo una fotografía enmarcada de Sol Gardener tocado con un fez.
Riendo, Sonny Singer se volvió hacia Lobo y le disparó otra vez. Sostenía la pistola con ambas manos y los hombros le temblaron por efecto del retroceso. El humo de la pólvora pendía en el aire, grueso, inmóvil y malsano. Lobo se puso de cuatro patas con un esfuerzo y consiguió erguirse sobre los pies. Su profundo grito de dolor y de rabia resonó por encima de la sonora voz registrada de Sol Gardener.
Sonny disparó contra Lobo por cuarta vez. La bala abrió un gran boquete en su brazo izquierdo, del que brotó sangre y cartílago.
¡JACKY! ¡JACKY!, OH JACKY, DUELE, ESTO ME DUELE…
Jack se arrastró hacia delante y agarró el reloj digital de Gardener; fue simplemente lo primero que encontró a su alcance.
—¡Sonny, cuidado! —gritó Warwick—. ¡Cui…! —Entonces Lobo, cuyo torso era ahora un sangriento revoltijo de pelaje empapado, saltó encima de él. Warwick luchó con Lobo y durante unos segundos dieron la impresión de estar bailando.
«¡…EN UN LAGO DE FUEGO POR TODA LA ETERNIDAD! PORQUE LA BIBLIA DICE…».
Jack descargó la radio digital sobre la cabeza de Sonny con toda la fuerza que le quedaba al ver que éste empezaba a dar inedia vuelta. El plástico se partió y crujió. Los números de la esfera parpadearon sin orden ni concierto.
Sonny se tambaleó e intentó levantar el arma. Jack describió un arco en el aire con la radio y la dejó caer sobre la boca de Sonny, cuyos labios se abrieron en una carcajada de payaso. Sus dientes produjeron un extraño chasquido al romperse. Su dedo apretó de nuevo el gatillo de la pistola y la bala le pasó por entre los pies.
Sonny cayó contra la pared, rebotó y sonrió a Jack con la boca sanguinolenta. Tambaleándose, levantó la pistola.
«… del demonio…».
Lobo lanzó a Warwick, que voló por el aire con la mayor facilidad y cayó sobre la espalda de Sonny mientras éste disparaba. La bala se perdió entre las bobinas del estudio, pulverizándolas. La voz delirante y aguda de Sol Gardener enmudeció. Los altavoces empezaron a emitir el sordo zumbido del rebobinaje.
Gruñendo y oscilando. Lobo avanzó hacia Sonny Singer, quien le apuntó con el arma y apretó el gatillo. Se oyó un clic seco e impotente. La húmeda sonrisa de Sonny tembló.
—No —dijo en voz baja y apretó nuevamente el gatillo… una y otra vez. Cuando Lobo le alcanzó, tiró el arma e intentó correr hacia la gran mesa de Gardener. La pistola rebotó contra el cráneo de Lobo y éste, con un penoso esfuerzo final, saltó por encima de la mesa de Sol Gardener en persecución de Sonny, diseminando todo lo que había en ella. Sonny retrocedió, pero Lobo pudo agarrarle por el brazo.
—¡No! —gritó Sonny—. ¡No, será mejor que no lo hagas, volverás a la caja, soy un hombre importante aquí, yo… yo… yooooooooooo!
Lobo retorció el brazo de Sonny. Se oyó un ruido de desgarro, el sonido de un muslo de pavo arrancado del ave asada por un niño demasiado ávido. De improviso, el brazo de Sonny se quedó en la gran garra delantera de Lobo. Sonny se alejó tambaleándose, con el hombro chorreando sangre. Jack vio un hueso blanco y húmedo. Volvió la cabeza y vomitó con violencia.
Durante un momento, el mundo entero flotó en una niebla gris.
Cuando Jack miró de nuevo a su alrededor. Lobo se tambaleaba en medio de la carnicería que había sido el despacho de Gardener. Sus ojos hundidos eran de un amarillo pálido, como velas moribundas. Algo ocurría con su cara y sus brazos y piernas… se estaba convirtiendo otra vez en Lobo. Jack lo vio… y entonces comprendió claramente lo que significaba. Las viejas leyendas mentían al asegurar que sólo balas de plata podían matar a un hombre lobo, pero por lo visto no mentían en otras cosas. Lobo había cambiado porque se moría.
—¡Lobo, no! —gimió Jack y consiguió ponerse en pie. Fue hacia Lobo, pero a medio camino resbaló en un charco de sangre, cayó de rodillas y volvió a levantarse—. ¡No!
—Jacky… —La voz era baja, gutural, poco más que un aullido… pero inteligible.
E, increíblemente. Lobo intentaba sonreír.
Warwick había logrado abrir la puerta de Gardener y retrocedía poco a poco hacia las escaleras, con los ojos abiertos y atónitos.
—¡Vete! —gritó Jack—. ¡Vete, sal de aquí! Andy Warwick huyó como un conejo asustado. Una voz —la de Franky Williams— salió del interfono, debilitando el continuo zumbido de la grabadora, que aún se rebobinaba. Sonó horrorizada, pero llena de una terrible excitación enfermiza:
—¡Dios mío! ¡Mirad esto! ¡Parece que alguien enloqueció, empuñando una cuchilla de carnicero! ¡Dad un repaso a la cocina, varios de vosotros!
—Jacky…
Lobo se desplomó como un árbol muerto.
Jack se arrodilló y le dio la vuelta. El cabello desaparecía de las mejillas de Lobo con la increíble velocidad de una película acelerada. Sus ojos volvían a ser de color avellana. Y a Jack se le antojó terriblemente cansado.
—Jacky… —Lobo levantó una mano ensangrentada y tocó la mejilla de Jack—. ¿Te ha… herido? ¿Estás…?
—No —contestó Jack, acariciando la cabeza de su amigo—. No, Lobo, no me ha herido. No me ha acertado ni una sola vez.
—Yo… —Los ojos de Lobo se cerraron y después volvieron a abrirse lentamente. Sonrió con increíble dulzura y habló con cuidado, enunciando cada palabra, como si fuera lo último que podría comunicar—. He… guardado… bien… el rebaño.
—Sí, así es —dijo Jack y las lágrimas empezaron a fluir. Dolían. Acariciaba la cabeza cansada y peluda de Lobo y lloraba—. Lo has hecho muy bien, querido y viejo Lobo…
—Querido… querido y viejo Jacky.
—Lobo, tenemos que ir arriba… hay policías… una ambulancia…
—¡No! —Lobo pareció animarse de nuevo con un gran esfuerzo—. Ve tú… sube tú…
—¡Sin ti no, Lobo! —Todas las luces se doblaron, se triplicaron. Sostenía la cabeza de Lobo con sus manos quemadas—. Sin ti no, ni hablar…
—Lobo… no quiere vivir en este mundo. —Llenó su ancho y destrozado pecho con una gran bocanada de aire e intentó otra sonrisa—: Huele… huele demasiado mal.
—Lobo… escucha, Lobo…
Lobo le cogió las manos con suavidad y Jack notó, mientras se las apretaba entre las suyas, que el pelo desaparecía de las palmas de Lobo. Era una sensación terrible y fantasmagórica.
—Te quiero, Jacky.
—Yo también te quiero. Lobo —dijo Jacky—. Aquí y ahora mismo.
Lobo sonrió.
—Vuelvo, Jacky… siento que vuelvo… De repente, las mismas manos de Lobo parecieron tomarse ingrávidas en las de Jack.
—¡Lobo! —gritó éste.
—Vuelvo a casa…
—¡Lobo, no! —Sintió que el corazón se le encogía y daba vuelcos en su pecho. Se rompería, oh, sí, los corazones podían romperse, ahora lo sabía—. ¡Lobo, vuelve, te quiero! —Había ahora una sensación de ligereza en Lobo, la sensación de que se convertía en una bola de algodón… o en el reflejo de una ilusión. En una fantasía.
—… adiós…
Lobo era un cristal que se esfumaba. Desaparecía… desaparecía…
—¡Lobo!
Lobo se había desvanecido. Sólo quedaba su perfil ensangrentado en el suelo.
—Oh, Dios mío —gimió Jack—, oh. Dios mío, oh, Dios mío. Se abrazó a sí mismo y empezó a mecerse hacia delante y hacia atrás en el despacho destrozado, gimiendo.