EL HOGAR DE SOL
El Hogar parecía hecho de cubos de juguete, pensó Jack, añadidos a medida que necesitaban más espacio. Entonces vio que las numerosas ventanas estaban provistas de barrotes y el extenso edificio adquirió inmediatamente el aspecto de un penal y ya no le pareció de juguete.
La mayoría de muchachos que trabajaban en los campos habían dejado sus herramientas para observar el paso del coche patrulla.
Franky Williams se detuvo en la ancha explanada del final de la avenida. En cuanto hubo desconectado el motor, una figura alta cruzó el umbral de la puerta de entrada y se quedó mirándolos desde arriba de la escalera con las manos entrelazadas. Bajo una larga cabellera blanca y ondulada, el rostro del hombre daba una falsa impresión de juventud, como si sus facciones marcadas y muy masculinas hubieran sido creadas o por lo menos modificadas por la cirugía plástica. Era el rostro de un hombre capaz de convencer de cualquier cosa a cualquiera y en cualquier parte. Sus ropas eran tan blancas como sus cabellos: traje blanco, zapatos blancos, camisa blanca y un largo pañuelo de seda blanca alrededor del cuello. Mientras Jack y Lobo se apeaban del coche, el hombre de blanco extrajo del bolsillo unas gafas de color verde oscuro, se las puso y pareció examinar a los dos (muchachos un momento antes de sonreír; largos surcos hendieron sus mejillas. Entonces se quitó las gafas y las guardó de nuevo en el bolsillo.
—Bien —dijo—, bien, bien, bien. ¿Dónde estaríamos todos nosotros sin usted, agente Williams?
—Buenas tardes, reverendo Gardener —saludó el policía.
—¿Se trata de un caso corriente o se dedicaban estos dos chicos descarriados a alguna actividad criminal?
—Son vagabundos —contestó el policía con las manos en las caderas, mirando a Gardener con los ojos bizcos, como deslumbrados por tanta blancura—. Se han negado a dar sus verdaderos nombres a Fairchild. Éste, el corpulento —añadió, señalando a Lobo con el pulgar—, no ha querido abrir la boca. He tenido que darle un golpe en la cabeza para poder meterle en el coche.
Gardener meneó la cabeza con gesto trágico.
—¿Por qué no los sube para que se presenten a sí mismos y podamos proceder a las formalidades de rigor? ¿Hay alguna razón para que los dos ofrezcan este aspecto… digamos… «aturdido»?
—Sólo porque he aporreado a éste en el cogote.
—Ummmmm. —Gardener dio unos pasos hacia atrás, juntando los dedos sobre el pecho.
Mientras Williams empujaba a los muchachos por la escalera que desembocaba en el largo porche, Gardener ladeó la cabeza y observó a los recién llegados. Jack y Lobo llegaron al final de las escaleras y pisaron, desorientados, el suelo del porche. Franky Williams se secó la frente, colocándose junto a ellos. Gardener sonreía vagamente, pero sus ojos no perdían de vista a los muchachos. Un segundo después de que algo duro, frío y familiar centelleara en sus ojos al mirar a Jack, el reverendo volvió a sacarse las gafas del bolsillo y se las puso. La sonrisa continuó siendo vaga y delicada pero, aun sintiéndose arropado por una sensación de falsa seguridad, Jack se alarmó al ver aquella mirada… porque la había visto antes.
El reverendo Gardener se bajó las gafas de sol hasta el centro de la nariz y miró con expresión jocosa por encima de ellas.
—¡Nombres! ¡Nombres! ¿Podríamos conocer los nombres de estos dos caballeros?
—Yo me llamo Jack —dijo el muchacho y en seguida se interrumpió. No quería decir ni una sola palabra más de las necesarias. La realidad pareció desvanecerse ante él y creyó haber sido devuelto a los Territorios, pero ahora los Territorios eran malos y amenazadores y un humo acre, unas llamas violentas y los gritos de cuerpos torturados llenaban el aire.
Una mano potente se cerró sobre su codo y le dio un tirón. En lugar del humo apestoso, Jack olió a una colonia dulzona y penetrante, aplicada en cantidad excesiva. Un par de melancólicos ojos grises le miraban directamente.
—¿Y has sido un chico malo, Jack? ¿Has sido un chico muy malo?
—No, sólo hacíamos autostop y…
—Creo que estás un poco drogado —dijo el reverendo Gardener—. Tendremos que ponerte en observación, ¿no te parece? —La mano le soltó el codo y Gardener se apartó y volvió a subirse las gafas—. Supongo que tienes un apellido.
—Parker —dijo Jack.
—Yaaa. —Gardener se quitó las gafas, ejecutó una airosa media vuelta y empezó a examinar a Lobo, sin dar la menor indicación de si creía o no a Jack.
—Vaya —observó—, tú sí que eres un ejemplar sano. Realmente impresionante. Seguro que encontraremos alguna tarea apropiada para un muchacho tan grande y fuerte. Alabado sea el Señor. ¿Puedo pedirte que emules al señor Parker y me digas tu nombre?
Jack miró a Lobo con inquietud. Éste tenía la cabeza baja y respiraba con fuerza. Un brillante reguero de saliva le bajaba hasta la barbilla. Una mancha negra, mitad polvo, mitad grasa, cubría la parte delantera de la camiseta robada al departamento de Atletismo. Lobo meneó la cabeza, pero de un modo que no significaba nada; podía haberla agitado para asustar a una mosca.
—¡Tu nombre, hijo! ¡Tu nombre! ¡Tu nombre! ¿Te llamas Bill? ¿Paul? ¿Art? ¿Sammy? No… Estoy seguro de que es un nombre muy convencional. ¿George, quizá?
—Lobo —contestó Lobo.
—Ah, muy bonito. —Gardener les dedicó una sonrisa radiante—. Señor Parker y señor Lobo. ¿Quiere acompañarles adentro, agente Williams? ¿No es agradable que el señor Bast ya se encuentre aquí? Porque la presencia del señor Hector Bast, a propósito, es uno de nuestros ayudantes, significa que podremos vestirle a usted, señor Lobo. —Miró a ambos muchachos por encima de las gafas de sol—. Una de nuestras creencias aquí en el Hogar Cristiano es que los soldados del Señor desfilan mejor cuando desfilan de uniforme. Y Heck Bast es casi tan corpulento como tu amigo Lobo, joven Jack Parker, así que desde los puntos de vista de vestuario y disciplina estaréis muy bien servidos. Un consuelo, ¿no?
—Jack —murmuró Lobo.
—Dime.
—Me duele la cabeza, Jack. Me duele mucho.
—¿Su cabecita le duele, señor Lobo? —El reverendo Sol Gardener bailó a medias hacia Lobo y le dio unas suaves palmaditas en el brazo. Lobo apartó el brazo con una expresión de repugnancia en el rostro.
La colonia, pensó Jack; aquel olor intenso y pegajoso debía parecer amoníaco al sensible olfato de Lobo.
—No te preocupes, hijo —prosiguió Gardener, al parecer indiferente al rechazo de Lobo—. El señor Bast o el señor Singer, nuestro otro ayudante, se ocuparán de ello. Frank, creo haberle dicho que los hiciera entrar en la casa.
El agente Williams reaccionó como si le hubieran pinchado en la espalda con un alfiler. El rostro enrojeció más y cruzó el porche en dirección a la puerta de entrada con movimientos convulsivos.
Sol Gardener volvió a guiñar el ojo a Jack y éste vio que toda su elegante animación era sólo una especie de diversión estéril: el hombre de blanco era frío y desequilibrado por dentro. Una pesada cadena de oro salía de la manga de Gardener para desaparecer en la base de su pulgar. Jack oyó el restallido de un látigo en el aire y esta vez reconoció los ojos grises oscuros de Gardener.
Gardener era el Gemelo de Osmond.
—Adentro, muchachos —dijo, esbozando una reverencia e indicando la puerta entornada.
—A propósito, señor Parker —dijo Gardener cuando hubieron entrado—, ¿es posible que ya nos conozcamos? Tiene que haber una razón para que me resulte tan familiar, ¿no cree?
—No lo sé —contestó Jack, mirando con cautela el extraño interior del Hogar Cristiano.
Sobre la moqueta verde oscuro, largos divanes tapizados con un género azul oscuro estaban apoyadas contra una pared, mientras dos mesas macizas con superficie de piel habían sido colocadas contra la pared de enfrente. Desde una de las mesas, un adolescente pecoso les miró con expresión ausente y volvió a fijar la mirada en una pantalla de vídeo que tenía delante, en la que un predicador de televisión lanzaba invectivas contra el rock and roll. El adolescente sentado ante la mesa contigua se enderezó y lanzó a Jack una mirada agresiva. Era esbelto, de cabellos negros y su cara estrecha parecía inteligente y malhumorada. Prendida con un alfiler al suéter blanco de cuello alto colgaba una placa rectangular como las que llevan los soldados: SINGER.
—Sin embargo, yo creo que nos hemos visto en alguna parte, ¿tú no, muchacho? Te aseguro que nos conocemos; nunca olvido, soy literalmente incapaz de olvidar la cara de un chico una vez la he visto. ¿Has estado antes en algún apuro, Jack?
—Yo no le he visto a usted nunca —respondió el muchacho. Al otro lado de la habitación, un chico muy fornido se había levantado de uno de los divanes y ahora estaba en posición de firmes. También él llevaba un suéter blanco de cuello alto y una placa militar. Movía nerviosamente las manos de Jos costados al cinturón, a los bolsillos de sus vaqueros azules y otra vez a los costados. Medía por lo menos dos metros y parecía pesar casi ciento cincuenta kilos. El acné cubría sus mejillas y frente. Éste debía ser Bast.
—En fin, quizá me acordaré más tarde —dijo Sol Gardener—. Heck, acércate y acompaña hasta la mesa a los recién llegados, ¿quieres?
Bast se acercó con paso lento, ceñudo. Fue directamente hacia Lobo antes de pasarle de largo con el ceño aún más fruncido; si Lobo hubiese abierto los ojos, lo cual no hizo, sólo habría visto el surcado paisaje de la frente de Bast, sus ojos pequeños y malévolos, como los de un oso, fijos en él por debajo de unas cejas muy hirsutas. Bast miró después a Jack, murmuró: «Vamos», y levantó la mano hacia la mesa.
—Que firmen y luego les llevas a la lavandería para equiparlos —ordenó Gardener con voz neutra, sonriendo falsamente a Jack—. Jack Parker —añadió en voz baja—, me pregunto quién eres realmente. Jack Parker. Bast, asegúrate de vaciarle bien los bolsillos.
Bast hizo una mueca.
Sol Gardener cruzó la habitación en dirección a Franky Williams, claramente impaciente, y extrajo con languidez del bolsillo interior de la chaqueta una larga cartera de piel. Jack le vio contar los billetes mientras los depositaba en la mano del policía.
—No te distraigas, cerdo —dijo el chico que estaba detrás de la mesa y Jack dio media vuelta para encararse con él. El chico jugaba con un lápiz y su mueca desdeñosa disimulaba apenas lo que Jack, con su sensibilidad agudizada, percibió como una ira característica, una cólera que hervía dentro de él, perpetuamente alimentada—. ¿Sabe escribir él?
—Dios mío, no lo creo —dijo Jack.
—Entonces tendrás que firmar por los dos. —Singer le alargó dos hojas de papel de formato legal—. Escribe la línea de arriba en letras de imprenta y con tu letra la de abajo. Donde están las X. —Se apoyó de nuevo en el respaldo, llevándose el lápiz a la boca y dejándolo resbalar hasta la comisura. Jack supuso que era un truco aprendido del muy reverendo Sol Gardener.
JACK PARKER, escribió con letras de imprenta y firmó con un garabato al final de la hoja. PHIL JACK LOBO y otro garabato, aún menos parecido a su verdadera caligrafía.
—Ahora sois pupilos del estado de Indiana y lo seréis durante los próximos treinta días, a menos que decidáis permanecer más tiempo. —Singer volvió las hojas hacia sí—. Seréis…
—¿Decidir? —preguntó Jack—. ¿Qué significa esto de decidir? Un ligero rubor se extendió por las mejillas de Singer, que ladeó la cabeza y pareció sonreír.
—Supongo que no sabes que más del sesenta por ciento de nuestros muchachos están aquí voluntariamente. Es posible, sí. Podríais decidir quedaros aquí.
Jack intentó mantener su rostro inexpresivo.
La boca de Singer se crispó con violencia, como estirada por un anzuelo.
—Es un lugar excelente y si algún día te oigo criticarlo, te sacudiré a conciencia. Estoy seguro de que es el mejor lugar donde has estado y te diré otra cosa: no tienes elección. Debes respetar el Hogar Cristiano. ¿Entendido?
Jack asintió con la cabeza.
—¿Y ése? ¿Qué opina ése?
Jack miró a Lobo, que parpadeaba con lentitud y respiraba por la boca.
—Lo mismo, creo.
—Muy bien. Los dos compartiréis una habitación. El día comienza a las cinco de la mañana, cuando tenemos capilla. Trabajo en el campo hasta las siete y entonces desayuno en el refectorio. Otra vez al campo hasta mediodía, cuando almorzamos y leemos la Biblia; lo hacemos por tumos, así que ya puedes empezar a pensar qué leerás. Nada de esos párrafos sensuales del Cantar de los Cantares, a menos que quieras descubrir el significado de la disciplina. Más trabajo después del almuerzo. —Dirigió a Jack una mirada penetrante—. Ah, y no creas que trabajarás gratis en el Hogar del Sol. Parte de nuestro convenio con el estado estipula que todos reciban un salario justo, del que se descuenta el gasto de manutención: ropa, comida, electricidad, calefacción y cosas por el estilo. Te pagaremos cincuenta centavos por hora, lo cual significa que ganarás cinco dólares al día, o treinta dólares semanales. Los domingos se pasan en la Capilla del Sol, exceptuando la hora dedicada al Evangelio de Sol Gardener.
El rubor volvió a esparcirse por sus mejillas y Jack asintió con la cabeza, ya que no tenía otro remedio.
—Si te portas bien y sabes hablar como un ser humano, cosa que la mayoría ignora, podrás optar a ser miembro del PE, Personal Exterior. Tenemos dos brigadas de PE, una que trabaja en la calle, vendiendo himnos y flores y panfletos del reverendo Gardener, y otra que hace guardia en el aeropuerto. De todos modos, disponemos de treinta días para transformaros y haceros ver la suciedad y porquería de vuestra mezquina existencia antes de que llegarais aquí, y empezaremos ahora mismo.
Singer se levantó, con la cara del mismo color que una hoja otoñal rojiza, y descansó con delicadeza los dedos sobre la superficie de la mesa.
—Vaciad vuestros bolsillos. Ahora mismo.
—Aquí y ahora mismo —murmuró Lobo, como un eco.
—¡VOLVEDLOS DEL REVÉS! —gritó Singer— ¡QUIERO VERLO TODO!
Bast se colocó al lado de Lobo. El reverendo Gardener, después de acompañar al coche a Franky Williams, se acercó a Jack con una cara muy expresiva.
—Las posesiones personales suelen atar demasiado al pasado a nuestros muchachos —explicó a Jack—. Son destructivas. Creemos que esto es una precaución muy útil.
—¡VACIAD VUESTROS BOLSILLOS! —rugió Singer, casi abandonándose a una rabia descarada.
Jack sacó al azar de sus bolsillos todos los recuerdos de su tiempo en la carretera. Un pañuelo rojo que le había dado la mujer de Elbert Palamountain cuando le vio secarse los mocos con la manga, dos cajas de cerillas, los pocos dólares y cuarenta y dos centavos que constituían toda su fortuna —un total de seis dólares y cuarenta y dos centavos— y la llave de la habitación 407 del hotel y jardines de la Alhambra y cerró los dedos en tomo a los tres objetos que tenía intención de conservar.
—Supongo que también quieres mi mochila —dijo.
—Claro, estúpido asqueroso —rugió Singer—, claro que queremos tu maldita mochila, pero antes queremos todo lo que estás intentando ocultar. Sácalo… ahora mismo.
De mala gana, Jack sacó la púa de guitarra de Speedy, la canica sonora y la gran rueda del dólar de plata y las puso en el centro del pañuelo.
—Sólo son amuletos de la suerte. Singer agarró la púa.
—¡Eh! ¿Qué es esto? Quiero decir, ¿qué es?
—Un dedal.
—Ya, claro. —Singer le dio la vuelta entre sus dedos y lo olió. Si lo hubiera mordido, Jack le habría abofeteado—. Un dedal. ¿Me estás diciendo la verdad?
—Me lo dio un amigo mío —dijo Jack, sintiéndose de pronto más solo y abandonado que nunca en el transcurso de su viaje. Recordó a Bola de Nieve a la puerta de las galerías comerciales, que le había mirado con los ojos de Speedy y que de una forma que Jack no podía comprender había sido realmente Speedy Parker, cuyo nombre él había adoptado ahora como propio.
—Apuesto algo a que es robado —dijo Singer a nadie en particular, dejando caer la púa en el pañuelo, junto a la moneda y la canica—. Y ahora la mochila.
Jack se descargó de la mochila y la entregó. Singer rebuscó en su interior durante unos minutos con una repugnancia y frustración creciente. La causa de la repugnancia era el estado de las pocas prendas que le quedaban a Jack y la de la frustración, la ausencia en la mochila de cualquier clase de droga.
Speedy, ¿dónde estás ahora?
—No tiene nada —se quejó Singer—. ¿Quiere que le registremos el cuerpo?
Gardener negó con la cabeza.
—Veamos qué podemos averiguar a través del señor Lobo. Bast se acercó todavía más, empujando, y Singer preguntó:
—¿Qué lleva él?
—No tiene nada en los bolsillos —dijo Jack.
—Quiero ver sus bolsillos VACÍOS —rugió Singer—. ¡SOBRE LA MESA!
Lobo hundió la cabeza sobre el pecho y cerró los ojos.
—No llevas nada en los bolsillos, ¿verdad? —inquirió Jack. Lobo asintió una vez, muy despacio.
—¡Miente! ¡El idiota miente! —chilló Singer—. Vamos, grandísimo idiota, ponió todo sobre la mesa. —Dio dos sonoras palmadas—. ¡Vaya! ¡Williams no le registró y Fairchild tampoco! Esto es increíble, quedarán como unos ineptos.
Bast levantó la cara hacia la de Lobo y gritó:
—Si no vacías tus bolsillos sobre la mesa inmediatamente, te haré una cara nueva.
Jack intervino en voz baja:
—Obedece, Lobo.
Lobo gimió y sacó el puño derecho del bolsillo del mono, se inclinó sobre la mesa, adelantó la mano y abrió los dedos. Tres cerillas de madera y dos piedras pequeñas pulidas por el agua, veteadas, estriadas y polícromas, cayeron sobre la piel de la mesa. Cuando abrió la imano izquierda, cayeron otras dos bonitas piedras junto al resto.
—¡Píldoras! —Singer las agarró.
—No seas idiota, Sonny —dijo Gardener.
—Me habéis hecho parecer un imbécil —dijo Singer a Jack en tono bajo pero vehemente en cuanto llegaron a la escalera que conducía a los pisos superiores, cubierta por una alfombra raída que tenía un dibujo de rosas. Sólo habían sido decoradas y arregladas las habitaciones principales de la planta baja; el resto del Hogar Cristiano del Sol se veía viejo y descuidado—. Os arrepentiréis, te lo prometo; en este lugar, nadie toma el pelo a Sonny Singer. ¡Idiotas! Se puede decir que yo dirijo la institución. ¡Por todos los santos! —Acercó su cara furibunda a la de Jack—. Habéis organizado un gran número ahí abajo: el mudo y sus malditas piedras. Tardaréis mucho tiempo en pagarlo.
—Yo no sabía que tuviera algo en los bolsillos —protestó Jack. Singer, que iba un paso por delante de Jack y Lobo, se detuvo de repente. Entornó los ojos y todo su rostro pareció contraerse. Jack comprendió lo que iba a suceder un segundo antes de que la mano de Singer le abofeteara dolorosamente una mejilla.
—¿Jack? —murmuró Lobo.
—Estoy bien.
—Cuando me hagas daño, yo te haré el doble —dijo Singer a Jack—. Cuando me hagas daño delante del reverendo Gardener, yo te lo devolveré cuatro veces, ¿entendido?
—Sí —replicó Jack—, creo que lo he entendido. ¿No ibas a darnos ropa?
Singer dio media vuelta y continuó subiendo y por un segundo Jack permaneció quieto, observando la espalda delgada y rígida del otro muchacho mientras subía las escaleras. Tú también —dijo para sus adentros—. Tú y Osmond. Algún día. Entonces empezó a subir y Lobo le siguió con esfuerzo.
En una habitación larga, llena de cajas, Singer esperó con nerviosismo junto a la puerta mientras un chico alto, de rostro inexpresivo y movimientos de sonámbulo, buscaba ropa para ellos en las cajas de los estantes.
—Zapatos también. O le pones los zapatos de uniforme o tendrás que empuñar una pala todo el día —dijo Singer desde el umbral, sin mirar al empleado. La indiferencia cruel debía ser otra de las lecciones de Sol Gardener.
El chico encontró por fin en un rincón del almacén un par del cuarenta y cinco de los pesados y cuadrados zapatos de cordones y Jack calzó con ellos los pies de Lobo. Entonces Singer les hizo subir otro tramo de escaleras hasta el piso de los dormitorios, donde no se veía ninguna tentativa de disimular la verdadera naturaleza del Hogar del Sol. Un pasillo estrecho iba de un extremo a otro de la planta; debía medir unos quince metros de longitud y estaba flanqueado por puertas estrechas provistas de mirillas al nivel de los ojos. A Jack, los llamados dormitorios le parecieron una prisión.
Singer les acompañó un corto trecho de pasillo y se detuvo ante una de las puertas.
—El primer día, nadie trabaja. Empezaréis el horario normal mañana, así que entrad aquí y leed vuestras Biblias o haced algo hasta las cinco. Volveré para abriros cuando comience el período de confesión. Y cambiad vuestra ropa por la del Sol, ¿eh?
—¿Quieres decir que vas a tenernos encerrados aquí durante las tres horas siguientes? —preguntó Jack.
—¿Deseas que te coja de la mano? —explotó Singer, con el rostro enrojecido una vez más—. Escucha: si fueras un voluntario, podría dejarte pasear por ahí y echar un vistazo al lugar, pero como eres un pupilo del estado, entregado por el departamento de policía local, estás a un paso de ser un criminal convicto. Tal vez seréis voluntarios dentro de treinta días, con un poco de suerte, pero mientras tanto, entrad en la habitación y empezad a portaros como seres humanos hechos a imagen de Dios en vez de como animales. —Metió con impaciencia una llave en la cerradura, abrió la puerta y se quedó junto a ella—. Entrad. Tengo trabajo.
—¿Y qué será de nuestras cosas? Singer suspiró con teatralidad.
—Estúpido, ¿crees que nos interesa robar lo que tú puedas tener?
Jack se abstuvo de contestar a esta pregunta y Singer suspiró de nuevo.
—Está bien. Os lo guardamos en una carpeta con vuestros nombres en el despacho de la planta baja del reverendo Gardener, donde también guardaremos tu dinero hasta que seas puesto en libertad. ¿De acuerdo? Y ahora entrad antes de que os acuse de desobediencia. Lo digo en serio.
Lobo y Jack entraron en la pequeña habitación. Cuando Singer cerró con fuerza la puerta, la luz del techo se encendió automáticamente, revelando un cubículo sin ventana con una litera doble de metal, un pequeño lavabo de esquina y una silla de metal. Nada más. En las paredes blancas se veían las marcas amarillentas de la cinta adhesiva con que los ocupantes anteriores habían sujetado sus fotografías o grabados. Se oyó el ruido de la llave; al volverse, Jack y Lobo vieron la cara contraída de Singer en la mirilla rectangular.
—Ahora, sed buenos —dijo, sonriendo con ironía, y desapareció.
—No, Jacky —murmuró Lobo. El techo era sólo dos centímetros más alto que su cabeza—. Lobo no puede quedarse aquí.
—Será mejor que te sientes —dijo Jack—. ¿Qué litera quieres, la de arriba o la de abajo?
—¿Qué?
—Quédate con la de abajo y siéntate. Estamos en un mal sitio.
—Lobo ya lo sabe, Jacky, Lobo ya lo sabe. Es un sitio muy, muy malo. No podemos quedarnos.
—¿Por qué es malo? Quiero decir, ¿cómo lo sabes? Lobo se sentó pesadamente en la litera inferior, dejó caer al suelo la ropa nueva y cogió, distraído, el libro y dos folletos que encontró a mano. El libro era una Biblia encuadernada en un género sintético que parecía piel azul; los folletos, como comprobó Jack al mirar los de su propia litera, se titulaban: El excelso camino a la gracia eterna y ¡Dios te ama!
—Lobo lo sabe y tú también lo sabes, Jacky. —Lobo le miró, casi con severidad, y luego bajó la vista hacia el libro y los folletos que tenía en las manos y empezó a pasar las páginas, como si los hojeara. Jack suponía que eran los primeros libros que veía en su vida.
—EL hombre blanco —dijo Lobo en voz tan baja que Jack apenas le oyó.
—¿Hombre blanco?
Lobo alzó uno de los panfletos, enseñando la cubierta posterior, que consistía en una fotografía en blanco y negro de Sol Gardener, con sus hermosos cabellos despeinados bajo la brisa y los brazos extendidos; un hombre bendecido por la gracia eterna, amado por Dios.
—Éste —explicó Lobo—. Mata, Jacky. A latigazos. Este es uno de sus lugares. Ningún Lobo debería estar jamás en uno de sus lugares y Jack Sawyer tampoco. Jamás. Tenemos que salir de aquí, Jacky.
—Saldremos —contestó Jack—, te lo prometo. No hoy ni mañana. Tendremos que idear un medio. Pero pronto.
Los pies de Lobo sobresalían mucho del borde de la litera.
—Pronto.
Pronto, había prometido, y Lobo había exigido la promesa. Estaba aterrado. Jack ignoraba si Lobo había visto alguna vez a Osmond en los Territorios, pero seguramente había oído hablar de él. La fama de Osmond en los Territorios, por lo menos entre los miembros de la familia de los Lobos, parecía ser aún peor que la de Morgan. Sin embargo, aunque tanto Lobo como Jack habían reconocido a Osmond en Sol Gardener, éste no les había reconocido a ellos, lo cual sugería dos posibilidades. O bien Gardener se divertía con ellos, fingiendo ignorancia, o era un Gemelo como la madre de Jack, estrechamente relacionado con un personaje de los Territorios pero sólo consciente de esta relación al nivel más profundo.
Y si esto era cierto, como pensaba Jack, él y Lobo podían esperar el momento realmente idóneo para la fuga. Tenían tiempo de observar, tiempo de aprender.
Jack se puso las ásperas prendas nuevas. Los zapatos cuadrados y negros parecían pesar varios kilos y ser iguales para ambos pies. Logró con dificultad que Lobo se pusiera el uniforme del Hogar del Sol. Después se acostaron. Jack oyó roncar a Lobo y al cabo de un rato él mismo se adormiló y vio en sueños a su madre en la oscuridad, llamándole para que acudiera en su ayuda, en su ayuda.