Capítulo 93

Franklin Square se encuentra en el cuadrante noroeste del centro de Washington, flanqueada por K y Thirteenth Street. En la plaza hay numerosos edificios históricos, en particular la Franklin School, desde la cual Alexander Graham Bell envió el primer mensaje fotofónico del mundo en 1881.

Sobrevolando la plaza, un rápido helicóptero UH-60 se aproximó por el oeste tras haber cubierto el trayecto desde la catedral en cuestión de minutos. «Tenemos mucho tiempo —pensó Sato mientras oteaba el lugar. Sabía que era de vital importancia que sus hombres ocuparan sus respectivas posiciones sin que fueran descubiertos antes de que se presentase su objetivo—. Dijo que tardaría al menos veinte minutos en llegar».

Por orden de Sato, el piloto rozó el tejado de la construcción más elevada del lugar —el famoso One[4] Franklin Square—, un impresionante y prestigioso edificio de oficinas rematado por dos agujas doradas. La maniobra era ilegal, sin duda, pero el aparato sólo se detuvo unos segundos, los patines apenas tocando la gravilla de la azotea. Cuando todo el mundo hubo bajado, el piloto levantó el vuelo de inmediato, ladeándose hacia el este, donde se situaría a la altura necesaria para proporcionar apoyo invisible desde el aire.

Sato esperó a que su equipo recogiera sus cosas y preparó a Bellamy para lo que tenía que hacer. El Arquitecto todavía parecía aturdido tras haber visto el archivo del ordenador protegido de la directora. «Como ya le dije…, un asunto de seguridad nacional». Bellamy entendió de prisa a qué se refería Sato, y ahora se mostraba completamente dispuesto a ayudar.

—Todo listo, señora —informó el agente Simkins.

Obedeciendo la orden de Sato, los agentes cruzaron la azotea con Bellamy y desaparecieron escaleras abajo para tomar posiciones.

Sato se aproximó al borde del edificio y echó un vistazo. Abajo, el arbolado parque rectangular se extendía a lo largo de la manzana entera. «Hay muchos sitios para ponerse a cubierto». Su equipo entendía muy bien la importancia de cerrarle el paso a aquel hombre sin que se diera cuenta. Si éste presentía que había alguien y decidía poner pies en polvorosa… La directora no quería ni pensar en ello.

Allí arriba el viento era frío y racheado. Sato se rodeó el pecho con los brazos y plantó los pies con firmeza para no salir volando. Desde semejante atalaya, Franklin Square parecía más pequeña de lo que ella recordaba, con menos edificios. Se preguntó cuál sería el número ocho, una información que había solicitado a Nola, su analista de seguridad de sistemas, y que esperaba recibir de un momento a otro.

Bellamy y los agentes aparecieron abajo, cual hormigas desplegándose en abanico por la oscuridad de la zona arbolada. Simkins situó a Bellamy en un claro próximo al centro del desierto parque, y a continuación él y su equipo se fundieron con la vegetación y se perdieron de vista. Al cabo de unos segundos Bellamy se hallaba a solas, caminando arriba y abajo y tiritando bajo la luz de una farola cercana al corazón del parque.

A Sato no le daba ninguna pena.

Se encendió un cigarrillo y dio una profunda calada, saboreando la tibieza del humo a medida que entraba en sus pulmones. Satisfecha al comprobar que abajo todo iba bien, se apartó del borde a esperar las dos llamadas telefónicas que tenía pendientes: una de su analista y la otra del agente Hartmann, al que había enviado a Kalorama Heights.