En el sótano del colegio catedralicio, Langdon y Katherine subieron corriendo la escalera y enfilaron un pasillo a oscuras en busca de una salida en la parte delantera. Ya no oían el rotor del helicóptero, y Langdon pensó que tal vez pudieran salir sin que los vieran y llegar hasta Kalorama Heights para reunirse con Peter.
«Lo han encontrado. Está vivo».
Treinta segundos antes, cuando dejaron de hablar con la guardia de seguridad, Katherine corrió a sacar del agua la humeante pirámide con su vértice. La pirámide todavía chorreaba cuando la introdujo en la bolsa de piel de Langdon, y ahora él notaba el calor que la traspasaba.
La emoción provocada por la buena noticia había hecho que dejaran de pensar en el fosforescente mensaje del vértice —«Ocho de Franklin Square»—, pero ya tendrían tiempo de hacerlo cuando llegaran hasta Peter.
Cuando torcieron al subir la escalera, Katherine se detuvo bruscamente y señaló una sala de estar al otro lado del pasillo. A través del mirador, Langdon distinguió un aerodinámico helicóptero negro que aguardaba silencioso en el césped. A su lado estaba el piloto, de espaldas a ellos, hablando por radio. También había un Escalade negro con los cristales tintados aparcado no muy lejos.
Sin abandonar las sombras, Langdon y Katherine avanzaron hacia la sala y miraron por la ventana para ver si andaba por allí el resto del equipo. Por suerte, la enorme extensión de césped de la catedral estaba desierta.
—Deben de estar en la catedral —aventuró él.
—Pues no —dijo una voz grave detrás de ellos.
Ambos giraron sobre sus talones para ver de quién se trataba. En la puerta de la sala de estar, dos figuras vestidas de negro los apuntaban con sendos fusiles con mira láser. Langdon vio un punto rojo que bailoteaba en su pecho.
—Me alegro de volver a verlo, profesor —saludó una ronca voz familiar. Los agentes se apartaron, y el menudo bulto de la directora Sato se abrió paso con facilidad, cruzó la estancia y se detuvo justo delante de Langdon—. Esta noche ha tomado unas decisiones muy poco afortunadas.
—La policía ha encontrado a Peter Solomon —repuso él con vehemencia—. No se encuentra bien, pero vivirá. Todo ha terminado.
Si a Sato le sorprendió que hubiesen dado con Peter, no se le notó. Su expresión era hierática cuando se acercó a Langdon y se detuvo a escasos centímetros de él.
—Profesor, le garantizo que esto no ha terminado. Y si ahora está involucrada la policía, el asunto reviste tanta mayor gravedad. Como ya le dije antes, se trata de una situación extremadamente delicada. No debería haber salido usted corriendo con esa pirámide.
—Señora —explotó Katherine—, necesito ver a mi hermano. Puede quedarse con la pirámide, pero tiene que dejarnos…
—¿Tengo? —espetó Sato, volviéndose hacia ella—. La señora Solomon, supongo. —Clavó la vista en ella, los ojos encendidos, y a continuación se dirigió nuevamente a Langdon—. Deje la bolsa en la mesa.
Langdon se miró los dos puntos rojos del pecho y obedeció. Un agente se aproximó con cautela, abrió la bolsa y la ahuecó. De ella salió una pequeña bocanada de vapor atrapado. Acto seguido la iluminó, miró perplejo largo rato y asintió con la cabeza en dirección a Sato.
Ésta fue a echar un vistazo. La mojada pirámide y su vértice resplandecían con la luz de la linterna. Sato se agachó e inspeccionó de cerca el dorado vértice, el cual, como cayó en la cuenta Langdon, no había visto más que por rayos X.
—La inscripción. ¿Les dice algo? —preguntó Sato—. «El secreto está dentro de Su Orden».
—No estamos seguros, señora.
—¿Por qué está caliente la pirámide?
—La hemos metido en agua hirviendo —respondió Katherine sin vacilar—. Formaba parte del proceso para descifrar el código. Se lo contaremos todo, pero, por favor, déjenos ir a ver a mi hermano. Lo ha pasado…
—¿Que han hervido la pirámide? —exigió saber la directora.
—Apague la linterna —pidió Katherine—. Mire el vértice. Probablemente se vea todavía.
El agente hizo caso, y Sato se arrodilló ante el vértice. Incluso desde donde se hallaba Langdon se veía que el texto seguía desprendiendo un leve brillo.
—«¿Ocho de Franklin Square?» —leyó Sato, el asombro patente en su voz.
—Sí, señora. Ese texto fue escrito con un barniz incandescente o algo por el estilo. El trigésimo tercer grado se…
—¿Y la dirección? —inquirió la mujer—. ¿Es esto lo que quiere ese tipo?
—Sí —contestó Langdon—. Cree que la pirámide es un mapa que lo llevará hasta un gran tesoro, que es la clave para descubrir los antiguos misterios.
Sato miró de nuevo el vértice con cara de incredulidad.
—Díganme —empezó, el miedo aflorando a su voz—, ¿se han puesto ya en contacto con el hombre en cuestión? ¿Le han dado ya esta dirección?
—Lo hemos intentado. —Langdon explicó lo que había sucedido cuando llamaron al móvil del tipo.
Sato escuchó, pasándose la lengua por los amarillos dientes mientras él hablaba. A pesar de que parecía a punto de montar en cólera debido a la situación, se volvió hacia uno de los agentes y susurró con comedimiento:
—Que entre. Está en el coche.
El aludido asintió y utilizó el transmisor.
—Que entre, ¿quién? —se interesó Langdon.
—La única persona que tiene la posibilidad de arreglar el puñetero lío que han armado.
—¿Qué lío? —soltó Langdon—. Ahora que Peter está a salvo, todo…
—¡Por el amor de Dios! —estalló Sato—. Esto no tiene nada que ver con Peter. Intenté decírselo en el Capitolio, profesor, pero usted decidió ir contra mí en lugar de trabajar conmigo y ha liado una buena. Cuando se cargó su teléfono móvil, cuya pista, dicho sea de paso, seguíamos nosotros, cortó la comunicación con ese tipo. Y esa dirección que han descubierto, sea lo que diablos quiera que sea…, esa dirección era nuestra única oportunidad de pillar a ese lunático. Necesitaba que le siguieran el juego, que le facilitasen esa dirección para que nosotros supiéramos dónde rayos cogerlo.
Antes de que Langdon pudiera replicar, Sato lanzó el resto de su ira contra Katherine.
—En cuanto a usted, señora Solomon, ¿sabía dónde vivía ese maníaco? ¿Por qué no me lo dijo? ¿Envió a un poli de alquiler a su casa? ¿Es que no ve que se ha cargado todas las posibilidades que teníamos de agarrarlo allí? Me alegro de que su hermano esté sano y salvo, pero deje que le diga una cosa: esta noche nos enfrentamos a una crisis cuyas repercusiones van mucho más allá de su familia. Se dejarán sentir en el mundo entero. El tipo que secuestró a su hermano posee un enorme poder, y hemos de cogerlo inmediatamente.
Cuando terminó la parrafada, la alta y elegante silueta de Warren Bellamy surgió de las sombras y entró en la sala de estar. Estaba despeinado, magullado y conmocionado…, como si hubiera pasado las de Caín.
—¡Warren! —Langdon se levantó—. ¿Estás bien?
—No —respondió él—. La verdad es que no.
—¿Te has enterado? Peter está a salvo.
Bellamy asintió, pero parecía aturdido, como si ya nada importase.
—Sí, acabo de oír vuestra conversación. Me alegro.
—Warren, ¿qué demonios está pasando?
Sato intervino.
—Ustedes dos ya se pondrán al corriente dentro de un minuto. Ahora mismo el señor Bellamy va a ponerse en contacto con ese lunático. Como lleva haciendo toda la noche.
Langdon estaba perdido.
—¡Bellamy no se ha puesto en contacto con ese tipo esta noche! Pero ¡si él ni siquiera sabe que Bellamy está en el ajo!
Sato se volvió hacia el Arquitecto y enarcó las cejas.
Bellamy suspiró.
—Robert, me temo que esta noche no he sido del todo franco contigo.
Langdon miraba estupefacto.
—Creía que hacía lo correcto… —se excusó Bellamy con cara de susto.
—Bueno, pues ahora hará lo correcto —espetó Sato—. Y será mejor que recemos para que funcione. —Como para corroborar la solemnidad de su tono, el reloj de la chimenea comenzó a dar la hora. La mujer sacó una bolsa de plástico con distintos artículos y se la lanzó a Bellamy—. Éstas son sus cosas. ¿Tiene cámara su móvil?
—Sí, señora.
—Bien. Fotografíe el vértice.
El mensaje que Mal’akh acababa de recibir era de su contacto —Warren Bellamy—, el masón que él había enviado antes al Capitolio para ayudar a Robert Langdon. Bellamy, igual que Langdon, quería recuperar a Peter Solomon con vida, y le había asegurado a Mal’akh que ayudaría a Langdon a apoderarse de la pirámide y descifrarla. A lo largo de la noche, Mal’akh había estado recibiendo correos electrónicos que le habían sido remitidos automáticamente a su móvil.
«Seguro que éste es interesante», pensó mientras abría el mensaje.
De: Warren Bellamy
Me separé de Langdon
pero ya tengo la
información que quería.
Adjunto la prueba.
Llame por lo que
falta. WB
archivo adjunto (.jpeg)
«¿“Llame por lo que falta”?», se preguntó. Abrió el archivo.
El archivo adjunto era una foto.
Al verla, Mal’akh profirió un grito ahogado y notó que el corazón comenzaba a latir con nerviosismo. Ante sus ojos tenía un primer plano de una minúscula pirámide dorada. «¡El legendario vértice!» La ornada inscripción en una de las caras transmitía un mensaje prometedor: «El secreto está dentro de Su Orden».
Debajo de la inscripción, Mal’akh vio algo que lo dejó anonadado. El vértice parecía relucir. Incrédulo, clavó la vista en el fosforescente texto y cayó en la cuenta de que la leyenda era cierta: «La pirámide masónica se transforma para desvelar su secreto a quien sea digno de ello».
Cómo se había producido la mágica conversión era algo que él ignoraba, y además le daba lo mismo. El luminoso texto apuntaba claramente a un lugar concreto de Washington, tal y como anunciaba la profecía. «Franklin Square». Por desgracia, en la foto del vértice también aparecía el dedo índice de Warren Bellamy, situado estratégicamente para tapar una parte esencial de la información:
El
secreto está
dentro de Su Orden
de Franklin Square
«“Llame por lo que falta.”» Ahora entendía a qué se refería Bellamy.
El Arquitecto del Capitolio había estado colaborando toda la noche, pero ahora había decidido jugar a un juego muy peligroso.