«El tiempo se agota».
La analista de seguridad informática Nola Kaye tenía ya los nervios de punta, y el tercer café que se estaba tomando había empezado a circular por su cuerpo como una corriente eléctrica.
«Y sigo sin saber nada de Sato».
Al final, el teléfono sonó y Nola se apresuró a cogerlo.
—Oficina de Seguridad —respondió—. Soy Nola.
—Nola, soy Rick Parrish, de seguridad de sistemas.
Nola se vino abajo. «No es Sato».
—Hola, Rick. ¿En qué puedo ayudarte?
—Quería decirte que es posible que nuestro departamento tenga información relevante sobre lo que te traes entre manos esta noche.
Nola dejó la taza de café en la mesa. «¿Cómo demonios sabes tú lo que me traigo entre manos esta noche?»
—¿Cómo dices?
—Lo siento, se trata del nuevo programa de contraespionaje que estamos probando —explicó Parrish—. No para de señalar tu número.
Nola supo ahora a qué se refería. La CIA estaba ejecutando un nuevo programa informático de integración diseñado para avisar en tiempo real a distintos departamentos de la organización cuando en éstos se procesaban campos de datos afines. En una época de amenazas terroristas que había que atajar con rapidez, la clave para evitar el desastre a menudo residía en algo tan simple como saber que el tipo que trabajaba al final del pasillo estaba analizando precisamente los datos que uno necesitaba. En lo que a Nola respectaba, ese programa de CE había resultado ser más una distracción que una auténtica ayuda; «Continuo Engorro», lo llamaba ella.
—Claro, lo había olvidado —respondió—. ¿Qué tienes?
Estaba segura de que nadie más en el edificio estaba al tanto de esa crisis, y menos aún podía estar trabajando en ella. Lo único que Nola había hecho esa noche en el ordenador era una investigación histórica para Sato sobre temas masónicos esotéricos. Así y todo, tenía que seguirle el juego a su compañero.
—Bueno, probablemente no sea nada —replicó Parrish—, pero esta noche hemos interceptado a un pirata, y el programa de contraespionaje no para de sugerir que comparta la información contigo.
«¿Un pirata?» Nola bebió un sorbo de café.
—Soy toda oídos.
—Hace alrededor de una hora pillamos a un tipo llamado Zoubianis intentando acceder a un archivo de una de nuestras bases de datos internas —contó Parrish—. El tipo asegura que lo contrataron para hacer ese trabajo y que no tiene ni idea de por qué iban a pagarle para entrar en ese archivo en concreto ni de que éste se encontrara en un servidor de la CIA.
—Ajá.
—Hemos terminado de interrogarlo y está limpio, pero lo curioso del caso es que ese mismo archivo que él buscaba apareció señalado antes por un motor de búsqueda interno. Da la impresión de que alguien entró en nuestro sistema, inició una búsqueda específica con palabras clave y generó un documento censurado. La cosa es que las palabras clave que utilizaron son muy raras, y hay una en particular que el programa etiquetó de coincidencia de máxima prioridad, una palabra que es exclusiva de nuestros dos conjuntos de datos. —Hizo una pausa—. ¿Conoces la palabra… «symbolon»?
Nola pegó un salto, derramando el café en la mesa.
—Las otras palabras clave son igual de raritas —continuó Parrish—. «Pirámide», «portal»…
—Ven ahora mismo —ordenó Nola mientras limpiaba la mesa—. Y tráeme todo lo que tengas.
—Pero ¿te dicen algo esas palabras?
—¡Ahora!