Capítulo 68

«¿Alberto Durero?»

Katherine intentaba hacer encajar las piezas mientras recorría a toda prisa con Langdon el sótano del edificio Adams. «¿A. D. significa Alberto Durero?» El famoso grabador y pintor alemán del siglo XVI era uno de los artistas preferidos de su hermano, y a Katherine su obra le resultaba ligeramente familiar. Así y todo, no acertaba a imaginar cómo podía serles de ayuda Durero en el caso que los ocupaba. «Para empezar, porque lleva muerto más de cuatrocientos años».

—Desde el punto de vista simbólico, Durero es perfecto —explicaba Langdon mientras seguían la estela de letreros iluminados que indicaban «Salida»—. Fue el hombre renacentista por excelencia: artista, filósofo, alquimista y estudioso durante toda su vida de los antiguos misterios. A día de hoy nadie entiende del todo los mensajes que se ocultan en las manifestaciones artísticas de Durero.

—Puede que sea cierto —objetó ella—, pero ¿cómo explica «1514 Alberto Durero» la forma de descifrar la pirámide?

Llegaron a una puerta cerrada, y Langdon utilizó la tarjeta de acceso de Bellamy para franquearla.

—El número 1514 nos lleva hasta un cuadro muy concreto de Durero —aclaró él mientras subían corriendo la escalera, que desembocaba en un gran pasillo. Langdon echó una ojeada y señaló a la izquierda—. Por aquí. —Echaron a andar de nuevo a buen paso—. Lo cierto es que Alberto Durero ocultó el número 1514 en su obra de arte más misteriosa, Melancolía I, que completó en 1514 y es considerada la pieza más influyente del Renacimiento del norte de Europa.

En una ocasión Peter le enseñó a Katherine Melancolía I en un viejo libro sobre misticismo antiguo, pero ella no recordaba haber visto escondido el número 1514.

—Como tal vez sepas —prosiguió Langdon con nerviosismo—, Melancolía I representa los esfuerzos de la humanidad para comprender los antiguos misterios. El simbolismo de esta obra es tan complejo que hace que Leonardo da Vinci parezca asequible.

Katherine se detuvo en seco y miró a Langdon.

—Robert, Melancolía I está aquí, en Washington, en la Galería Nacional.

—Sí —replicó él con una sonrisa—, y algo me dice que no se trata de una coincidencia. El museo está cerrado a esta hora, pero conozco al director y…

—Olvídalo, Robert, ya sé lo que pasa cuando vas a un museo.

Katherine se dirigió hacia una sala cercana, donde vio una mesa con un ordenador.

Él la siguió con cara de pena.

—Hagamos esto de la forma más sencilla. —Por lo visto, al profesor Langdon, el experto en arte, se le planteaba el dilema ético de utilizar Internet cuando tenía el original tan cerca. Katherine se situó tras la mesa y encendió el ordenador. Cuando el aparato por fin cobró vida ella se dio cuenta de que tenía otro problema—. No veo el icono del navegador.

—Es una red interna. —Langdon le señaló un icono del escritorio—. Prueba ahí.

Katherine hizo clic en el icono COLECCIONES DIGITALES y el ordenador accedió a otra pantalla. A instancias de Langdon, pinchó en otro icono: COLECCIÓN GRABADOS. Ante sus ojos surgió una pantalla nueva. GRABADOS: BUSCAR.

—Teclea Alberto Durero.

Escribió el nombre y a continuación inició la búsqueda. Al cabo de unos segundos la pantalla les ofreció una serie de pequeñas imágenes, todas ellas de estilo parecido: intrincados grabados en blanco y negro. Por lo visto, Durero había realizado docenas de grabados similares.

Katherine recorrió el listado alfabético de obras:

Adán y Eva.

El prendimiento de Cristo.

La gran pasión.

La última cena.

Los cuatro jinetes del Apocalipsis.

Al ver todos esos títulos bíblicos Katherine recordó que Durero practicaba algo denominado cristianismo místico, una fusión de cristianismo primitivo, alquimia, astrología y ciencia.

«Ciencia…»

Le vino a la cabeza la imagen de su laboratorio en llamas. Difícilmente podía concebir cuáles serían las repercusiones a largo plazo, pero por el momento sus pensamientos se centraron en su ayudante, Trish. «Espero que lograra escapar».

Langdon estaba diciendo algo sobre la versión de Durero de La última cena, pero Katherine casi no escuchaba. Acababa de ver el link de Melancolía I.

Hizo clic con el ratón y se cargó una página con información general:

Melancolía I, 1514

Alberto Durero

(grabado en papel verjurado)

Colección Rosenwald

Galería Nacional de Arte

Washington

Cuando hubo terminado de cargarse, apareció en todo su esplendor una imagen digital en alta resolución de la obra maestra de Durero.

Katherine la miró desconcertada, había olvidado lo extraña que era, y Langdon soltó una risita comprensiva.

—Ya te dije que era críptica.

En Melancolía I, una figura pensativa provista de enormes alas estaba sentada ante una construcción de piedra, rodeada de la más dispar y extraña colección de objetos imaginable: una balanza, un perro famélico, instrumentos de carpintero, un reloj de arena, varios cuerpos geométricos, una campana, un angelote, un cuchillo, una escalera.

Katherine recordaba vagamente que su hermano le había dicho que el personaje alado era una representación del genio humano: un gran pensador con la mano apoyada en el mentón, abatido, que aún no es capaz de alcanzar la iluminación. Está rodeado de todos los símbolos del intelecto humano —objetos pertenecientes a los campos de la ciencia, las matemáticas, la filosofía, la naturaleza, la geometría, e incluso la carpintería—, y sin embargo todavía no puede subir la escalera que lo conducirá a la verdadera iluminación. «Hasta al genio humano le cuesta entender los antiguos misterios».

—Simbólicamente esto representa el intento fallido por parte del hombre de transformar el intelecto humano en poder divino —explicó Langdon—. En términos alquímicos, plasma nuestra incapacidad de convertir el plomo en oro.

—No es que sea un mensaje muy alentador —convino Katherine—. Así que, ¿cómo va a ayudarnos?

No veía el 1514, el número escondido del que hablaba Langdon.

—Orden del caos —repuso él, esbozando una media sonrisa—. Justo lo que prometió tu hermano. —Introdujo la mano en el bolsillo y sacó la cuadrícula de letras que había escrito antes a partir de la clave masónica—. Ahora mismo esta cuadrícula no tiene sentido.

Extendió el papel en la mesa.

259.tif

Katherine le echó un vistazo. «Ningún sentido».

—Pero Durero obrará el milagro.

—Y ¿cómo va a hacerlo?

—Alquimia lingüística. —Langdon señaló la pantalla del ordenador—. Mira atentamente: oculto en esta obra de arte hay algo que dotará de sentido estas dieciséis letras. —Permaneció a la espera—. ¿Es que no lo ves? Busca el número 1514.

Katherine no estaba de humor para juegos.

—Robert, no veo nada. Una esfera, una escalera, un cuchillo, un poliedro, una balanza… Me rindo.

—Mira ahí, al fondo. Grabado en la construcción, detrás del ángel, bajo la campana. Durero grabó un cuadrado repleto de números.

Katherine reparó en el cuadrado y los números, entre los cuales se encontraba el 1514.

—Ese cuadrado es la clave para descifrar la pirámide.

Ella lo miró sorprendida.

—No es un cuadrado cualquiera —añadió él, risueño—. Ése, señora Solomon, es un cuadrado mágico.