Capítulo 66

—Deberíamos salir de aquí —propuso Langdon a Katherine—. Sólo es cuestión de tiempo que averigüen dónde estamos.

Esperaba que Bellamy hubiese logrado escapar.

Katherine aún parecía obsesionada con el vértice de oro, incapaz de creer que la inscripción fuese de tan poca ayuda. Había sacado el vértice para examinar cada uno de los lados y ahora lo devolvía a la caja con sumo cuidado.

«El secreto está dentro de Su Orden —pensó Langdon—. Menuda ayuda».

Se sorprendió preguntándose si Peter no estaría equivocado acerca del contenido de la caja. La pirámide y el vértice habían sido creados mucho antes de que su amigo naciera, y éste no hacía sino lo que sus antepasados le habían pedido: guardar un secreto que probablemente fuese un misterio para él, como lo era para Langdon y Katherine.

«¿Qué esperaba?», se dijo Langdon. Cuanto más aprendía esa noche sobre la leyenda de la pirámide masónica, menos plausible se le antojaba todo. «¿Estoy buscando una escalera de caracol oculta situada bajo una piedra enorme?» Algo le decía que perseguía sombras. No obstante, descifrar la pirámide parecía la mejor opción para salvar a Peter.

—Robert, ¿te dice algo el año 1514?

«¿Mil quinientos catorce?» La pregunta no venía mucho al caso. Él se encogió de hombros.

—No. ¿Por qué?

Katherine le entregó la caja de piedra.

—Mira: la caja tiene una fecha. Échale un vistazo a la luz.

Langdon se sentó a la mesa y escrutó el cubo bajo la lámpara. Katherine le puso una mano en el hombro con suavidad y se inclinó para señalar la pequeña inscripción que había descubierto en el exterior de la caja, cerca de la esquina inferior de uno de los lados.

—Mil quinientos catorce A. D. —leyó, al tiempo que señalaba la caja.

No cabía duda de que se trataba del número 1514 seguido de las letras «A» y «D» representadas de un modo poco común.

254.tif

—Esta fecha —dijo Katherine, de repente con voz esperanzada— tal vez sea el nexo que nos faltaba, ¿no? El cubo se parece mucho a una piedra angular masónica, así que quizá nos indique el camino hasta una piedra angular real. O hasta un edificio construido en 1514 Anno Domini.

Langdon apenas la oía.

«Mil quinientos catorce A.D. no es una fecha».

El símbolo 254.tif, como cualquier experto en arte medieval reconocería, era una conocida rúbrica: un símbolo utilizado en lugar de una firma. Muchos de los primeros filósofos, artistas y escritores firmaban su obra con un símbolo único o monograma en lugar de con su nombre, práctica esta que añadía un halo de misterio a su creación y además evitaba que fuesen perseguidos en caso de que sus escritos u obras de arte fueran considerados subversivos.

En esa rúbrica en concreto, las letras «A» y «D» no querían decir Anno Domini…, sino que eran alemanas y correspondían a algo totalmente distinto.

Langdon vio en el acto que las piezas encajaban. En tan sólo unos segundos tuvo claro que sabía cómo descifrar la pirámide a ciencia cierta.

—Bien hecho, Katherine —alabó al tiempo que cogía sus cosas—. Eso es todo lo que necesitábamos. Vamos, te lo explicaré por el camino.

Ella no daba crédito.

—Entonces esta fecha, 1514 A. D., ¿te dice algo?

Él le guiñó un ojo y se dirigió a la puerta.

—A. D. no es una fecha, Katherine. Es una persona.