Capítulo 65

Cuando Mal’akh hubo terminado con la inesperada visita —una guardia de seguridad de Preferred Security—, reparó los desperfectos de la ventana por la que la mujer había vislumbrado su sagrada zona de trabajo.

A continuación dejó atrás la tenue luz azulada del sótano y salió al salón por una puerta oculta. Una vez allí se detuvo a admirar su impresionante cuadro de Las tres Gracias y a recrearse con los familiares olores y sonidos de su hogar.

«Pronto me iré para siempre». Mal’akh sabía que después de esa noche no podría volver allí. «Después de esta noche —pensó, risueño—, no me hará falta este lugar».

Se preguntó si Robert Langdon comprendería ya el verdadero poder de la pirámide…, o la importancia que desempeñaba el papel para el que el destino lo había escogido. «Langdon todavía no me ha llamado —consideró Mal’akh tras comprobar de nuevo si había algún mensaje en su teléfono de usar y tirar. Ya eran las 22.02—. Le quedan menos de dos horas».

Subió al cuarto de baño de mármol italiano y accionó el mando de la ducha para que fuera calentándose. Después se fue quitando metódicamente la ropa, deseoso de comenzar su ritual purificador.

Bebió dos vasos de agua para acallar su hambriento estómago y a continuación se acercó hasta el espejo de cuerpo entero para examinar su desnudo cuerpo. Los dos días de ayuno habían acentuado su musculatura, y no pudo evitar admirar aquello en lo que se había convertido. «Antes de que amanezca seré mucho más».