Capítulo 62

«Estoy debajo de Second Street».

Langdon seguía con los ojos completamente cerrados mientras la cinta transportadora retumbaba en la oscuridad en dirección al edificio Adams. Intentaba no pensar en las toneladas de tierra que tenía encima y el estrecho tubo por el que viajaba. Podía oír la respiración de Katherine unos metros más allá, pero hasta el momento ella no había pronunciado una sola palabra.

«Está en shock». Langdon no tenía demasiadas ganas de contarle lo de la mano cercenada de su hermano. «Tienes que hacerlo, Robert. Necesita saberlo».

—¿Katherine? —dijo finalmente Langdon sin abrir los ojos—. ¿Estás bien?

Le respondió una voz trémula e incorpórea.

—Robert, esa pirámide que llevas… es de Peter, ¿verdad?

—Sí —respondió Langdon.

Hubo un largo silencio.

—Creo… que esa pirámide es la razón por la que asesinaron a mi madre.

Langdon sabía que Isabel Solomon había sido asesinada diez años antes, pero no conocía los detalles, y Peter nunca había mencionado nada acerca de una pirámide en relación con el suceso.

—¿De qué estás hablando?

Afligida, Katherine le contó los horrendos acontecimientos de aquella noche, cuando el hombre tatuado los atacó en su finca.

—Sucedió hace mucho tiempo, pero nunca olvidaré que venía en busca de una pirámide. Nos dijo que mi sobrino, Zachary, le había hablado de ella en prisión, justo antes de morir asesinado.

Langdon la escuchó asombrado. La tragedia de la familia Solomon era desgarradora. Katherine prosiguió su historia, y le contó a Langdon que ella siempre había creído que el intruso había sido asesinado aquella noche…, hasta su reaparición ese mismo día haciéndose pasar por el psiquiatra de Peter y consiguiendo que ella fuera a su casa.

—Sabía cosas privadas sobre mi hermano, la muerte de mi madre, e incluso de mi trabajo —dijo con inquietud—; cosas que sólo podría haberle contado Peter. De modo que confié en él…, y así es como ha conseguido entrar en los depósitos del museo Smithsonian.

Katherine respiró profundamente y le dijo a Langdon que estaba prácticamente segura de que el hombre había destrozado su laboratorio.

Él la escuchó completamente horrorizado. Durante unos instantes, ambos permanecieron en silencio en la cinta transportadora. Langdon sabía que tenía la obligación de contarle a Katherine el resto de los terribles acontecimientos de esa noche. Tan delicadamente como pudo le contó que años antes su hermano le había confiado un pequeño paquete, y que esa noche le habían engañado para que lo llevara a Washington. Finalmente le explicó que habían encontrado la mano cercenada de su hermano en la Rotonda del Capitolio.

Katherine reaccionó con un estremecedor silencio.

Langdon sabía que estaba asimilando los hechos, y deseó poder abrazarla y consolarla, pero estar echados en esa estrecha oscuridad lo hacía imposible.

—Peter está bien —susurró—. Está vivo y lo encontraremos. —Langdon intentó darle esperanzas—. Katherine, su captor me ha prometido que tu hermano viviría… siempre que le descifrara la pirámide.

Ella siguió sin decir nada.

Langdon continuó hablando. Le contó lo de la pirámide de piedra, su cifrado masónico, el paquete con el vértice y, por supuesto, la creencia de Bellamy de que esa pirámide era la masónica de la leyenda, un mapa que revelaba la ubicación de una larga escalera de caracol que conducía a un antiguo tesoro místico que había sido escondido hacía mucho tiempo decenas de metros bajo tierra, allí, en Washington.

Cuando Katherine finalmente habló, lo hizo con voz apagada y fría.

—Robert, abre los ojos.

«¿Que abra los ojos?» Langdon no sentía deseo alguno de ver lo estrecho que era ese espacio.

—¡Robert! —insistió Katherine, ahora ya con urgencia—. ¡Abre los ojos! ¡Ya hemos llegado!

Langdon los abrió justo cuando su cuerpo salía por una abertura parecida al hueco por el que se habían internado en el túnel. Katherine bajó inmediatamente de la cinta. Una vez en el suelo cogió la bolsa de Langdon mientras éste se volvía y saltaba justo a tiempo, antes de que la cinta diera media vuelta y deshiciera el camino en dirección al lugar del que venían. El lugar en el que se encontraban era una sala muy parecida a la del edificio del que procedían. En un pequeño letrero se podía leer: EDIFICIO ADAMS: SALA DE DISTRIBUCIÓN 3.

Langdon se sentía como si acabara de salir de una especie de conducto de nacimiento subterráneo. «He vuelto a nacer». Se volvió inmediatamente hacia Katherine.

—¿Estás bien?

Ella tenía los ojos rojos. Estaba claro que había estado llorando, pero asintió con resoluto estoicismo. Agarró la bolsa de Langdon y cruzó con ella la habitación sin decir una palabra. La dejó encima de un desordenado escritorio, encendió la lámpara halógena que había encima, abrió la cremallera y dejó la pirámide al descubierto.

La pirámide de granito se veía casi austera bajo la luz halógena. Katherine pasó los dedos por la inscripción masónica y Langdon advirtió la agitación que sentía ella en su interior. Moviéndose con lentitud, metió el brazo en la bolsa y extrajo el pequeño paquete. Lo sostuvo bajo la luz, examinándolo atentamente.

—Como puedes ver —dijo Langdon en voz baja—, el sello de cera es el relieve del anillo masónico de Peter. Él mismo me contó que su anillo había sido utilizado para sellar el paquete hacía más de un siglo.

Katherine no dijo nada.

—Cuando tu hermano me confió este paquete —le contó Langdon—, me dijo que con él se podía obtener orden del caos. No estoy muy seguro de qué quería decir con eso, pero asumo que este vértice revela algo importante, porque Peter insistió en lo peligroso que podía ser en las manos equivocadas. Y Warren me acaba de decir lo mismo, instándome a que escondiera la pirámide y no dejara abrir a nadie el paquete.

Katherine se volvió; parecía enfadada.

—¿Bellamy te ha dicho que no abras el paquete?

—Sí. Ha sido muy insistente.

Katherine respondió con incredulidad.

—Pero tú me acabas de decir que este vértice es el único modo mediante el cual podemos descifrar la pirámide, ¿no?

—Seguramente, sí.

Katherine fue levantando la voz.

—Y me has dicho que descrifrar la pirámide es lo que te han pedido que hagas. Es el único modo de recuperar a Peter, ¿no?

Langdon asintió.

—Entonces, Robert, ¡¿por qué razón no deberíamos abrir el paquete y descifrar esta cosa ahora mismo?!

Langdon no supo qué responder.

—Katherine, mi reacción ha sido exactamente la misma, pero Bellamy me ha dicho que mantener el secreto de esta pirámide era más importante que ninguna otra cosa…, incluida la vida de tu hermano.

Los hermosos rasgos de Katherine se endurecieron, y se colocó un mechón de pelo detrás de la oreja. Cuando finalmente habló, lo hizo con resolución.

—Sea lo que sea, esta pirámide de piedra me ha costado toda la familia. Primero mi sobrino, Zachary, luego mi madre, y ahora mi hermano. Y afrontémoslo, Robert, si no me hubieras llamado para avisarme…

Langdon se sentía atrapado entre la lógica de Katherine y la firme insistencia de Bellamy.

—Puede que sea una científica —dijo ella—, pero también provengo de una familia de conocidos masones. Créeme, he oído todas las historias sobre la pirámide masónica y su promesa de un gran tesoro que iluminará a la humanidad. Honestamente, me cuesta creer que algo así exista. Sin embargo, en caso de que sea cierto, quizá haya llegado el momento de desvelarlo.

Katherine metió un dedo por debajo del viejo cordel del paquete.

—¡Katherine, no! ¡Espera!

Ella se detuvo, manteniendo sin embargo el dedo debajo del cordel.

—Robert, no voy a permitir que mi hermano muera por esto. Lo que este vértice diga…, los tesoros perdidos que revele su inscripción…, esos secretos dejarán de serlo esta noche.

Tras decir eso, Katherine tiró desafiantemente del cordel, haciendo añicos el quebradizo sello de cera.