Capítulo 60

La mal pagada guardia de seguridad de la compañía Preferred Security volvió a comprobar la dirección de Kalorama Heights en su hoja de llamadas. «¿Es aquí?» El camino de entrada con verja que tenía delante pertenecía a una de las fincas más grandes y tranquilas del barrio, y le parecía extraño que el 911 hubiera recibido una llamada urgente para que acudiera alguien.

Tal y como era habitual con las llamadas sin confirmar, el 911 se había puesto en contacto con la compañía de seguridad local antes de molestar a la policía. La guardia solía pensar que el lema de la compañía —«Tu primera línea de defensa»— bien podría cambiarse por «Falsas alarmas, bromas, mascotas perdidas y quejas de vecinos pirados».

Esa noche, como siempre, la guardia había llegado sin más información acerca del supuesto problema. «Por encima de mi salario». Su trabajo era simplemente aparecer con la luz de la sirena amarilla encendida, evaluar la propiedad e informar de cualquier cosa inusual que viera. Normalmente, algo inocuo había hecho saltar la alarma y ella utilizaba su llave maestra para volver a apagarla. Esa casa, sin embargo, estaba en silencio. No sonaba ninguna alarma. Desde la carretera todo parecía oscuro y tranquilo.

La guardia llamó al interfono de la puerta de la verja, pero no obtuvo respuesta. Tecleó su código maestro para abrirla y aparcó en el camino de entrada. Dejando el motor en marcha y la luz de la sirena encendida, se dirigió a la puerta principal y llamó al timbre. Nadie le contestó. No veía ninguna luz ni movimiento alguno.

Siguiendo a regañadientes el procedimiento habitual, encendió su linterna para inspeccionar el perímetro de la casa y comprobar que no hubieran forzado alguna puerta o ventana. Al doblar la esquina, una larga limusina negra pasó por delante de la casa, aminorando la marcha antes de proseguir su camino. «Vecinos fisgones».

Poco a poco, fue revisando la casa, pero no vio nada fuera de lugar. Era más grande de lo que había imaginado, y para cuando llegó al patio trasero, estaba temblando de frío. Obviamente no había nadie dentro.

—¿Central? —llamó desde su radio—. Estoy en Kalorama Heights. No parece haber ningún problema. He terminado de inspeccionar el perímetro. Ninguna señal de intrusos. Falsa alarma.

—Conforme —contestó el operador—. Que tengas una buena noche.

La guardia se volvió a sujetar la radio en el cinturón y empezó a deshacer el camino, impaciente por volver a entrar en calor en su vehículo. Mientras regresaba, sin embargo, divisó algo que antes no había advertido: un pequeño punto de luz azulada en la parte trasera de la casa.

Extrañada, se acercó y vio de dónde provenía: una ventana baja, seguramente del sótano. El cristal de la ventana estaba tintado por la parte interior con una pintura opaca. «¿Alguna especie de cuarto oscuro, quizá?» El resplandor azulado que había visto salía por un pequeño punto de la ventana en el que la pintura había saltado.

Se arrodilló para intentar ver algo por el agujero, pero por esa diminuta abertura no se veía demasiado. Dio unos golpecitos al cristal, preguntándose si habría alguien trabajando ahí abajo.

—¿Hola? —gritó.

No contestó nadie, pero al volver a llamar a la ventana, un pedacito de la capa de pintura cayó, permitiéndole ver mejor. Se inclinó, pegando casi la cara a la ventana mientras examinaba el sótano. Al instante, deseó no haberlo hecho.

«¡¿Qué diablos…?!»

Paralizada, la mujer permaneció un momento allí de rodillas, mirando fijamente la escena que tenía ante sí. Finalmente, temblando, intentó volver a coger la radio de su cinturón.

Nunca llegó a hacerlo.

Los chisporroteantes dardos de un arma de electrochoque impactaron en la parte posterior de su cuello, provocándole un abrasador dolor por todo el cuerpo. Se le agarrotaron los músculos y cayó hacia adelante sin poder siquiera cerrar los ojos antes de que su cara golpeara contra el frío suelo.