Capítulo 56

Al ver que las enormes puertas de bronce de la biblioteca se abrían ante ella, Katherine Solomon sintió como si una compuerta emocional se reventara. Todo el miedo y la confusión que había ido acumulando durante la noche salieron finalmente a la superficie.

La persona que le había abierto la puerta era Warren Bellamy, amigo y confidente de su hermano. Pero era el hombre que permanecía detrás de Bellamy, en las sombras, a quien Katherine más se alegraba de ver. Y, al parecer, el sentimiento era mutuo. Una oleada de alivio recorrió el cuerpo de Robert Langdon cuando ella entró por la puerta… directamente a sus brazos.

Mientras Katherine se fundía en un reconfortante abrazo con su viejo amigo, Bellamy cerró la puerta principal. Al oír cómo echaba el cerrojo, se sintió por fin a salvo. Tenía ganas de llorar, pero contuvo las lágrimas.

Langdon la estrechó contra sí.

—Tranquila —le susurró—. Estás bien.

«Porque tú me has salvado —quería decirle Katherine—. Ha destruido mi laboratorio…, todo mi trabajo. Años de investigación… convertidos en humo». Quería contárselo todo, pero apenas podía respirar.

—Encontraremos a Peter. —La profunda voz de Robert resonó contra su pecho, algo que de algún modo le pareció consolador—. Lo prometo.

«¡Sé quién ha hecho eso! —quería gritar Katherine—. ¡El mismo hombre que asesinó a mi madre y a mi sobrino!» Antes de poder explicar nada, sin embargo, un inesperado ruido rompió el silencio de la biblioteca.

El estruendo provenía de un piso inferior; parecía que un objeto de metal hubiera caído al suelo embaldosado. Katherine sintió cómo los músculos de Langdon se ponían tensos al instante.

Bellamy dio un paso adelante y, con expresión grave, dijo:

—Hemos de irnos. Ahora.

Desconcertada, Katherine se puso en marcha y cruzó el gran vestíbulo detrás del Arquitecto y de Langdon, en dirección a la afamada sala de lectura de la biblioteca, cuyas luces estaban todas encendidas. Bellamy cerró detrás de ellos los dos juegos de puertas, primero las exteriores, luego las interiores.

Después los llevó a empujones hasta el centro de la sala. El trío llegó finalmente a una mesa de lectura en la que había una bolsa de piel bajo una luz. Al lado de la bolsa había un pequeño paquete con forma de cubo, que Bellamy recogió y metió en la bolsa junto a…

Katherine se quedó estupefacta. «¿Una pirámide?»

Aunque era la primera vez que veía esa pirámide de piedra, tuvo la sensación de que la reconocía. De algún modo instintivo sabía la verdad. Katherine Solomon acababa de encontrarse cara a cara con el objeto que tan profundamente había perjudicado su vida. «La pirámide».

Bellamy cerró la cremallera de la bolsa y se la dio a Langdon.

—No pierdas esto de vista.

Una explosión hizo que las puertas exteriores de la sala se estremecieran, y luego siguió un ruido de cristales haciéndose añicos.

—¡Por aquí!

Asustado, Bellamy dio media vuelta y los condujo a toda prisa hacia el mostrador de préstamos: ocho mesas dispuestas alrededor de un enorme armario octogonal. Los hizo pasar detrás de las mesas y luego señaló una abertura en el armario.

—¡Meteos ahí!

—¿Ahí dentro? —inquirió Langdon—. ¡Seguro que nos encuentran!

—Confía en mí —dijo Bellamy—. No es lo que piensas.