Warren Bellamy pulsó con urgencia las teclas de su teléfono móvil, intentando de nuevo ponerse en contacto con alguien que pudiera ayudarlos, quienquiera que fuera éste.
Langdon observaba a Bellamy, pero sus pensamientos los ocupaba Peter, a quien quería encontrar cuanto antes. «Descifre la inscripción —le había ordenado el captor de Peter—, y ésta le indicará el lugar en el que se esconde el mayor tesoro de la humanidad… Iremos juntos… y haremos el intercambio».
Bellamy colgó, frunciendo el ceño. Seguía sin localizarlo.
—Hay algo que no entiendo —dijo Langdon—. Aunque pueda aceptar que esa sabiduría secreta existe…, y que de algún modo esa pirámide señala su paradero subterráneo…, ¿qué estoy buscando? ¿Una cripta? ¿Un búnker?
Bellamy permaneció largo rato en silencio. Luego dejó escapar un suspiro y cautelosamente contestó:
—Robert, según lo que he oído a lo largo de los años, al parecer la pirámide conduce a una escalera de caracol.
—¿Una escalera?
—Eso es. Una escalera que desciende bajo tierra… decenas de metros.
Langdon no se podía creer lo que estaba oyendo. Se inclinó un poco más hacia Bellamy.
—Según se dice, el saber antiguo está enterrado en el fondo.
Robert Langdon se puso en pie y empezó a deambular de un lado para otro. «Una escalera de caracol que desciende decenas de metros bajo tierra… en Washington».
—¿Y nadie ha visto nunca esa escalera?
—Supuestamente, la entrada está oculta bajo una enorme piedra.
Langdon suspiró. La idea de una tumba oculta bajo una enorme piedra parecía salida directamente de las descripciones bíblicas sobre la tumba de Jesús. Ese híbrido arquetípico era el abuelo de todos los demás.
—Warren, ¿de veras crees que esa secreta escalera mística existe?
—Yo nunca la he visto personalmente, pero algunos de los masones más viejos juran que así es. Ahora mismo estaba intentando llamar a uno.
Langdon continuó dando vueltas, sin saber muy bien qué contestar.
—Robert, me dejas en una difícil posición respecto a esta pirámide. —Warren Bellamy endureció su mirada bajo el suave resplandor de la lámpara de lectura—. No conozco ningún modo de obligar a un hombre a creer lo que no quiere creer. Y, sin embargo, espero que comprendas tu deber para con Peter Solomon.
«Sí, tengo el deber de ayudarlo», pensó Langdon.
—No necesito que creas en el poder que esta pirámide puede revelar, ni en la escalera que supuestamente conduce a él. Pero sí necesito que creas que estás moralmente obligado a proteger este secreto…, sea cual sea. —Bellamy señaló el pequeño paquete—. Peter te confió el vértice a ti porque tenía fe en que obedecerías sus deseos y lo mantendrías en secreto. Y ahora debes hacer exactamente eso, aunque ello suponga sacrificar la vida de Peter.
Langdon se detuvo en seco y se volvió.
—¡¿Qué?!
Bellamy permanecía sentado, con expresión afligida pero decidida.
—Es lo que él querría. Tienes que olvidarte de Peter. Él ya no está. Peter ha cumplido con su deber y ha hecho todo lo que ha podido para proteger la pirámide. Ahora es nuestro deber asegurarnos de que sus esfuerzos no han sido en vano.
—¡No me puedo creer que estés diciendo eso! —exclamó Langdon, explotando—. Aunque esta pirámide sea lo que dices que es, Peter es tu hermano masón. ¡Has jurado protegerlo por encima de cualquier otra cosa, incluso de tu país!
—No, Robert. Un masón debe proteger a otro masón por encima de todas las cosas… excepto una: el gran secreto que nuestra hermandad protege para toda la humanidad. Más allá de que yo crea que ese saber perdido tiene el potencial que la historia sugiere, he jurado mantenerlo fuera del alcance de los que no son dignos de él. Y no se lo entregaría a nadie…, ni siquiera a cambio de la vida de Peter.
—Conozco a muchos masones —dijo Langdon, furioso—, entre ellos, algunos avanzados, y estoy seguro de que esos hombres no han jurado sacrificar sus vidas por una pirámide de piedra. Y también estoy seguro de que ninguno de ellos cree en una escalera secreta que desciende a un tesoro enterrado bajo tierra.
—Hay círculos dentro de círculos, Robert. No todo el mundo lo sabe todo.
Langdon dio un resoplido e intentó controlar sus emociones. Él, como todo el mundo, había oído los rumores acerca de círculos de élite dentro de los masones. Si era o no verdad parecía irrelevante a la vista de la situación.
—Warren, si esta pirámide y su vértice realmente pueden revelar el secreto masón, ¿por qué Peter me querría implicar a mí? Ni siquiera soy un hermano…, y mucho menos parte de ningún círculo interior.
—Lo sé, y sospecho que ésa es precisamente la razón por la que Peter te escogió a ti para custodiarlo. En el pasado, algunas personas ya han intentado hacerse con la pirámide, incluso algunos se han llegado a infiltrar en nuestra hermandad con motivos indignos. La decisión de Peter de esconderlo fuera de la hermandad fue inteligente.
—¿Tú sabías que yo tenía el vértice? —preguntó Langdon.
—No. Y si Peter se lo hubiera dicho a alguien, habría sido únicamente a un hombre. —Bellamy cogió su teléfono móvil y pulsó el botón de rellamada—. Y hasta el momento, no he podido localizarlo. —Escuchó el mensaje del contestador automático y volvió a colgar—. Bueno, Robert, parece que de momento estamos tú y yo solos. Y tenemos que tomar una decisión.
Langdon miró la hora en su reloj de Mickey Mouse: las 21.42.
—¿Eres consciente de que el captor de Peter está esperando a que le descifre esta pirámide esta misma noche y le diga qué mensaje oculta?
Bellamy frunció el ceño.
—Grandes hombres a lo largo de la historia han realizado grandes sacrificios personales para proteger los antiguos misterios. Tú y yo debemos hacer lo mismo. —Se puso en pie—. Debemos ponernos en marcha. Tarde o temprano Sato averiguará dónde estamos.
—¡¿Y qué hay de Katherine?! —inquirió Langdon, que no quería marcharse—. No puedo localizarla, y no me ha llamado.
—Está claro que le ha pasado algo.
—¡Pero no podemos abandonarla!
—¡Olvídate de Katherine! —dijo Bellamy, ahora en un tono autoritario—. ¡Olvídate de Peter! ¡Olvídate de todo el mundo! ¿Es que no entiendes, Robert, que la responsabilidad que se te ha confiado es más grande que todos nosotros…, que tú, Peter, Katherine o yo mismo? —Miró fijamente a los ojos de Langdon—. Hemos de encontrar un lugar seguro para esconder esta pirámide y su vértice lejos de…
De repente, un estruendo metálico resonó en el gran vestíbulo.
Bellamy se volvió con los ojos llenos de terror.
Langdon se volvió a su vez hacia la puerta. El ruido debía de haberlo causado el cubo de metal que Bellamy había colocado encima de la escalera que bloqueaba las puertas del túnel. «Vienen a por nosotros».
Entonces, inesperadamente, el estruendo se volvió a oír.
Y luego otra vez.
Y otra.
El vagabundo que estaba sentado en el banco enfrente de la biblioteca del Congreso se frotó los ojos y observó la extraña escena que se desarrollaba ante él.
Un Volvo blanco acababa de subirse al bordillo, se había abierto paso a bandazos por la acera desierta y finalmente se había detenido a los pies de la entrada principal de la biblioteca. Del coche había salido una atractiva mujer de pelo negro que, tras inspeccionar con inquietud la zona y ver al vagabundo, le había gritado:
—¿Tiene un teléfono?
«Señorita, no tengo siquiera un zapato izquierdo».
Dándose cuenta de ello, la mujer subió corriendo la escalinata en dirección a las puertas de la biblioteca. Al llegar a lo alto, cogió el tirador e intentó desesperadamente abrir cada una de las tres gigantescas puertas.
«La biblioteca está cerrada, señorita».
Pero a la mujer parecía no importarle. Agarró uno de los pesados picaportes de forma circular, tiró de él hacia atrás y lo dejó caer con fuerza contra la puerta. Luego lo volvió a hacer. Y luego otra vez. Y otra.
«Caray —pensó el vagabundo—, realmente debe de necesitar un libro».