Capítulo 54

El guardia que patrullaba el perímetro del SMSC se puso a correr frenéticamente por el sendero de gravilla que rodeaba el edificio. Acababa de recibir una llamada de un agente del interior informándole de que el teclado numérico de la nave 5 había sido saboteado, y la luz de seguridad indicaba que la compuerta de la nave había sido abierta.

«¿Qué diablos está pasando?»

Al llegar a la compuerta comprobó que efectivamente estaba abierta medio metro. «Qué raro —pensó—. Sólo se puede abrir desde dentro». Cogió la linterna de su cinturón e iluminó la negra oscuridad de la nave. Nada. No sentía deseo alguno de internarse en lo desconocido, así que se quedó en el umbral y desde ahí enfocó su linterna primero a la izquierda y luego a la…

Unas poderosas manos lo agarraron de la cintura y lo empujaron hacia la oscuridad. El guardia sintió cómo una fuerza invisible lo zarandeaba. Olía a etanol. La linterna salió volando, y antes de que pudiera llegar a procesar lo que estaba ocurriendo, sintió un fuerte puñetazo en el esternón. Tras soltar un grito de dolor, el guardia cayó al suelo de cemento… mientras veía cómo una oscura silueta se alejaba de él.

El guardia quedó tirado de costado, jadeando y respirando con dificultad. La linterna no había quedado lejos y su haz de luz iluminaba lo que parecía ser una especie de lata de metal. En la etiqueta pudo leer que se trataba de combustible para mecheros Bunsen.

De repente se encendió un mechero, y la llama anaranjada iluminó una figura que apenas parecía humana. «¡Dios mío!» Antes de que el guardia pudiera siquiera procesar lo que veía, la criatura con el pecho descubierto se arrodilló y acercó la llama al suelo.

Al instante, prendió una franja de fuego que se alejó de ellos en dirección al vacío. Perplejo, el guardia se volvió, pero la criatura ya estaba saliendo por la compuerta hacia la noche.

El guardia consiguió incorporarse, retorciéndose de dolor mientras sus ojos seguían la delgada veta de fuego. «¿Qué diablos…?» La llama parecía demasiado pequeña para ser realmente peligrosa, hasta que vio algo aterrador. El fuego ya no iluminaba únicamente la vacía oscuridad. Había llegado hasta la pared del fondo, donde ahora alumbraba una gran estructura de hormigón. El guardia nunca había tenido acceso a la nave 5, pero sabía muy bien lo que era esa estructura.

«El Cubo.

»El laboratorio de Katherine Solomon».

La llama se dirigía a toda velocidad hacia la puerta exterior del laboratorio. El guardia consiguió ponerse en pie, consciente de que la franja de combustible seguramente seguía bajo la puerta del laboratorio…, y pronto provocaría un incendio dentro. Al volverse para pedir ayuda, sin embargo, sintió que lo golpeaba una inesperada ráfaga de aire.

Por un breve instante, toda la nave 5 quedó bañada en luz.

El guardia no llegó a ver cómo la bola de fuego de hidrógeno ascendía a los cielos, arrancando el tejado de la nave 5 y elevándose decenas de metros. Tampoco la lluvia de fragmentos de piezas de titanio, restos de equipos electrónicos y gotitas de silicio fundida proveniente de las unidades de almacenamiento de datos holográficos.

Katherine Solomon se dirigía en coche hacia el norte cuando vio un repentino destello de luz en el espejo retrovisor. Un potente estruendo retumbó en medio de la noche, sobresaltándola.

«¿Fuegos artificiales? —se preguntó—. ¿Han organizado los Redskins un espectáculo para la media parte?»

Volvió su atención a la carretera al tiempo que sus pensamientos regresaban a la llamada al 911 que había hecho desde la cabina de una solitaria gasolinera.

Había conseguido convencer a la operadora de que enviara a la policía al SMSC para capturar al intruso tatuado y —esperaba Katherine— encontrar a su asistente, Trish. También instó a la operadora para que enviara a alguien a la dirección del doctor Abaddon en Kalorama Heights, donde creía que Peter podía estar retenido.

Desafortunadamente, Katherine no había podido obtener el número de teléfono de Robert Langdon, pues no figuraba en el listín telefónico. No tenía otro modo de ponerse en contacto con él, así que ahora se dirigía a toda velocidad hacia la biblioteca del Congreso, donde Langdon le había dicho que estaría.

La aterradora revelación de la verdadera identidad del doctor Abaddon lo había cambiado todo. Katherine ya no sabía qué creer. Lo único de lo que estaba segura era de que ese hombre era el mismo que años atrás había asesinado a su madre y a su sobrino, y que asimismo ahora había capturado a su hermano y quería matarla a ella. «¿Quién es ese perturbado? ¿Qué es lo que quiere?» La única respuesta que se le ocurría carecía de sentido. «¿Una pirámide?» Igualmente confusa era la razón por la que ese hombre había ido esa noche a su laboratorio. Si quería hacerle daño, ¿por qué no lo había hecho en la privacidad de su propia casa? ¿Por qué molestarse en enviar un mensaje de texto y arriesgarse a entrar en su laboratorio?

Inesperadamente, los fuegos artificiales que veía por el retrovisor se hicieron todavía más brillantes. Al destello inicial lo siguió una sobrecogedora imagen: una gigantesca bola de fuego naranja se elevó por encima de los árboles. «¿Qué demonios…?» A la bola de fuego la acompañaba un oscuro humo negro…, y entonces se percató de que en realidad el estadio FedEx de los Redskins no quedaba cerca. Desconcertada, intentó determinar qué fábrica estaba situada al otro lado de esos árboles…, justo al sureste de la carretera.

Entonces, como si algo la golpeara fuertemente en la cabeza, cayó en la cuenta.