—Como he intentado explicarle —le dijo Bellamy a Langdon—, la pirámide esconde más cosas de las que se ven a simple vista.
«Eso parece». Langdon tenía que admitir que la pirámide de piedra que contemplaban en su bolsa abierta ahora le parecía más misteriosa. Al desencriptar el cifrado masónico había obtenido una cuadrícula de letras aparentemente sin sentido.
«Caos».
Langdon examinó la cuadrícula durante largo rato, en busca de algo que le indicara el significado oculto de esas letras —palabras ocultas, anagramas, cualquier pista—, pero no encontró nada.
—La pirámide masónica —explicó Bellamy— esconde sus secretos bajo muchos velos. Cada vez que se retira una cortina, aparece otra. Ha descubierto estas letras, pero no le dirán nada hasta que retire otra capa. El modo de hacer esto, claro está, sólo lo conoce quien posee el vértice. En este vértice, sospecho, hay también una inscripción que indica cómo descifrar la pirámide.
Langdon le echó un vistazo al paquete con forma de cubo que descansaba sobre el escritorio. A partir de lo que Bellamy acababa de decirle, Langdon dedujo que el vértice y la pirámide eran un «cifrado segmentado», es decir, un código dividido en varias partes. Los criptólogos modernos utilizaban cifrados segmentados continuamente, si bien ese sistema de seguridad provenía de la antigua Grecia. Cuando querían almacenar información secreta, los griegos la inscribían en una tablilla de barro que luego dividían en varias piezas, cada una de las cuales guardaban por separado. Sólo al unir todas las piezas se podían leer sus secretos. De hecho, ese tipo de tablilla de arcilla —llamada symbolon— era el origen de la palabra moderna «símbolo».
—Robert —dijo Bellamy—, la pirámide y su vértice han permanecido separadas durante generaciones para salvaguardar su secreto. —Su tono se ensombreció—. Esta noche, sin embargo, las piezas se han acercado peligrosamente. Estoy seguro de que no hace falta que se lo diga…, pero es nuestro deber asegurarnos de que esta pirámide no llegue a ser montada.
A Langdon el dramatismo de Bellamy le pareció algo exagerado. «¿Está describiendo el vértice y la pirámide… o un detonador y una bomba nuclear?» Seguía sin aceptar las afirmaciones de Bellamy, pero a éste no parecía importarle.
—Aunque ésta fuera la pirámide masónica, y aunque su inscripción efectivamente revelara el paradero de un antiguo saber, ¿cómo podría ese saber conferir el tipo de poder que, se supone, confiere?
—Peter siempre me dijo que era usted un hombre difícil de convencer. Un académico que prefiere las pruebas a la especulación.
—¿Me está diciendo que usted sí lo cree? —inquirió Langdon con impaciencia—. Con todo mi respeto…, es usted un hombre moderno y culto. ¿Cómo puede creer algo así?
Bellamy le sonrió pacientemente.
—El ejercicio de la masonería me ha imbuido de un profundo respeto por aquello que trasciende el entendimiento humano. He aprendido a no cerrar nunca mi mente a una idea sólo porque parezca milagrosa.