En una oficina del sótano del cuartel general de la CIA en Langley, Virginia, los mismos dieciséis caracteres del cifrado masónico relucían en un monitor de ordenador de alta definición.
La analista de seguridad de sistemas de la OS Nola Kaye estudiaba a solas la imagen que le había enviado diez minutos antes su jefa, la directora Inoue Sato.
«¿Es esto algún tipo de broma?» Nola sabía que no, claro; la directora Inoue Sato no tenía sentido del humor, y los acontecimientos de esa noche eran cualquier cosa menos asunto de broma. Su acceso a documentos altamente restringidos dentro de la todopoderosa Oficina de Seguridad de la CIA le había abierto los ojos a las tinieblas del poder. Pero lo que Nola había presenciado en las últimas veinticuatro horas había cambiado para siempre su idea sobre los secretos que ocultaban los hombres poderosos.
—Sí, directora —dijo ahora Nola, sosteniendo el teléfono con el hombro mientras hablaba con Sato—. Efectivamente, el código de la inscripción es el cifrado masónico. Sin embargo, el texto resultante no tiene sentido. Parece ser una cuadrícula de letras al azar.
Bajó la mirada hacia el texto desencriptado.
—Ha de significar algo —insistió Sato.
—No, a no ser que haya un segundo encriptado que desconozcamos.
—¿Alguna suposición? —preguntó Sato.
—Es una matriz cuadriculada, de modo que podría probar con los típicos, vigenère, grille, trellis y demás, pero no prometo nada, especialmente si se trata de una libreta de un solo uso.
—Haz lo que puedas. Pero hazlo de prisa. ¿Y qué hay acerca de los rayos X?
Nola hizo girar la silla hacia un segundo monitor que mostraba una imagen de rayos X de la bolsa de alguien. Sato había solicitado información sobre lo que parecía ser una pequeña pirámide que estaba dentro de una caja con forma de cubo. Normalmente, un objeto de cinco centímetros no sería un asunto de seguridad nacional a no ser que estuviera hecho de plutonio enriquecido. Éste no lo estaba. El material del que estaba hecho, sin embargo, resultaba asimismo sorprendente.
—El análisis de la densidad de imagen es conclusivo —dijo Nola—. 19,3 gramos por centímetro cúbico. Es oro puro. Muy, muy valioso.
—¿Algo más?
—Pues sí. El escaneado de densidad ha encontrado unas pequeñas irregularidades en la superficie de la pirámide de oro. Resulta que hay un texto grabado.
—¿De verdad? —dijo Sato, esperanzada—. ¿Qué dice?
—Todavía no lo sé. La inscripción es extremadamente débil. Estoy intentando mejorar la imagen con filtros, pero la resolución de los rayos X no es demasiado buena.
—Está bien. Sigue intentándolo. Llámame cuando tengas algo.
—Sí, señora.
—Y una cosa, Nola —Sato ensombreció el tono de voz—. Al igual que todas las demás cosas que has averiguado en las últimas veinticuatro horas, las imágenes de la pirámide de piedra y el vértice de oro están clasificadas. No debes consultar a nadie. Me informarás directamente a mí. Quiero asegurarme de que esto está claro.
—Por supuesto, señora.
—Muy bien. Mantenme al tanto. —Sato colgó.
Nola se frotó los ojos y volvió la mirada a las pantallas de ordenador. No había dormido en las últimas treinta y seis horas, y sabía muy bien que no lo haría hasta que esa crisis hubiera llegado a su conclusión.
«Cualquiera que sea ésta».
En el centro de visitantes del Capitolio, cuatro especialistas en operaciones de campo de la CIA totalmente vestidos de negro permanecían en la entrada del túnel, observando con avidez el pasadizo tenuemente iluminado como una jauría de perros a punto de iniciar la caza.
Tras colgar el teléfono, Sato se acercó a ellos.
—Muchachos —dijo, todavía con la llave del Arquitecto en la mano—, ¿están claros los parámetros de vuestra misión?
—Afirmativo —contestó el jefe de equipo—. Tenemos dos objetivos. El primero es una pirámide de apenas treinta centímetros de alto, con una inscripción. El segundo es un paquete con forma de cubo, de aproximadamente cinco centímetros. Ambos fueron vistos por última vez en la bolsa de Robert Langdon.
—Correcto —dijo Sato—. Esos dos objetos deben ser recuperados intactos a la mayor brevedad. ¿Tenéis alguna pregunta?
—¿Parámetros para el uso de la fuerza?
A Sato todavía le dolía el hombro que Bellamy le había golpeado con el hueso.
—Como he dicho, es de vital importancia que esos objetos sean recuperados.
—Comprendido.
Los cuatro hombres se volvieron y se internaron en la oscuridad del túnel.
Sato se encendió un cigarrillo y observó cómo desaparecían.