Capítulo 48

En el calor del momento, el agente Núñez no había visto otra opción que ayudar a escapar al Arquitecto del Capitolio y a Robert Langdon. Ahora, sin embargo, ya de vuelta en el cuartel subterráneo, Núñez podía ver cómo se cernían sobre él nubes de tormenta.

El jefe Trent Anderson sostenía una bolsa de hielo contra su cabeza mientras otro agente atendía las heridas de Sato. Ambos estaban junto al equipo de videovigilancia, revisando grabaciones para intentar localizar a Langdon y a Bellamy.

—Comprueben las grabaciones de todos los pasillos y salidas —exigió Sato—. ¡Quiero saber adónde han ido!

Núñez sentía náuseas. Sabía que en cuestión de minutos encontrarían la grabación y descubrirían la verdad. «Yo los he ayudado a escapar». Para empeorar las cosas, había llegado un cuarto agente de la CIA, que ahora estaba preparándose para ir a por Langdon y Bellamy. Esos tipos no tenían nada que ver con el cuerpo de seguridad del Capitolio. Esos tipos eran auténticos soldados: camuflaje negro, cascos de visión nocturna, pistolas de aspecto futurista.

Núñez tenía la sensación de que estaba a punto de vomitar. Finalmente tomó una decisión y se acercó discretamente a Anderson.

—¿Puedo hablar un momento con usted, jefe?

—¿Qué sucede? —Anderson acompañó a Núñez hasta el pasillo.

—Jefe, he cometido un grave error —dijo Núñez, rompiendo a sudar—. Lo siento, presento mi dimisión.

«De todos modos, me va a echar dentro de unos minutos».

—¿Cómo dice?

Núñez tragó saliva.

—Antes he visto a Langdon y al Arquitecto Bellamy en el centro de visitantes, cuando salían del edificio.

—¡¿Cómo?! —bramó Anderson—. ¡¿Por qué no ha dicho nada?!

—El Arquitecto me ha pedido que no lo hiciera.

—¡Usted trabaja para mí, maldita sea! —La voz de Anderson resonó por todo el corredor—. ¡Bellamy me ha empotrado la cabeza contra una pared, por el amor de Dios!

Núñez le entregó a Anderson la llave que el Arquitecto le había dado.

—¿Qué es esto? —preguntó Anderson.

—Una llave del nuevo túnel que pasa por debajo de Independence Avenue. El Arquitecto Bellamy la tenía. Así es como han escapado.

Anderson se quedó mirando la llave sin decir nada.

Sato asomó la cabeza por el pasillo con mirada escrutadora.

—¿Qué sucede aquí?

Núñez sintió que empalidecía. Anderson todavía sostenía la llave, y Sato la había visto. Mientras la espantosa mujer se acercaba, Núñez improvisó lo mejor que pudo para intentar proteger a su jefe.

—He encontrado una llave en el suelo del subsótano. Le estaba preguntando al jefe Anderson si sabía de dónde era.

Sato llegó a su lado, con los ojos puestos en la llave.

—¿Y el jefe lo sabe?

Núñez se volvió hacia Anderson, quien claramente estaba considerando sus opciones antes de decir nada. Finalmente, negó con la cabeza.

—A bote pronto, no. Tendría que comprobar…

—No se moleste —replicó Sato—. Esa llave abre un túnel que sale del centro de visitantes.

—¿De veras? —dijo Anderson—. ¿Cómo lo sabe?

—Acabamos de encontrar la grabación. El agente Núñez ha ayudado a escapar a Langdon y a Bellamy y luego ha vuelto a cerrar la puerta del túnel. Ha sido Bellamy quien le ha dado la llave a Núñez.

Anderson se volvió hacia él, furioso.

—¡¿Es eso cierto?!

Núñez asintió vigorosamente, siguiéndole la corriente lo mejor que podía.

—Lo siento, señor. ¡El Arquitecto me ha dicho que no se lo dijera a nadie!

—¡No me importa lo más mínimo lo que le haya dicho el Arquitecto! —gritó Anderson—. Espero…

—Cállese, Trent —espetó Sato—. Son ambos unos pésimos mentirosos. Resérvense para la investigación de la CIA. —Le arrebató la llave del túnel a Anderson—. Aquí están ambos acabados.