La negrura que rodeaba a Katherine Solomon era absoluta.
Tras dejar la familiar seguridad de la alfombra, ahora avanzaba a tientas, con los brazos extendidos mientras se internaba más profundamente en el desolador vacío. Bajo los calcetines de sus pies, la interminable extensión de frío cemento le parecía un lago congelado…, un entorno hostil del que necesitaba escapar.
Cuando dejó de oler a etanol se detuvo y esperó en la oscuridad. Absolutamente inmóvil, intentó escuchar algo, deseando que su corazón dejara de latir con tanta fuerza. Las pisadas que la seguían parecían haberse detenido. «¿Lo he esquivado?» Katherine cerró los ojos e intentó imaginar dónde podía estar. «¿En qué dirección he corrido? ¿Dónde está la puerta?» Era inútil. Estaba tan desorientada que la salida podía estar en cualquier sitio.
El miedo, había oído decir Katherine, actuaba como estimulante, agudizando la capacidad de la mente para pensar. Ahora mismo, sin embargo, el miedo que sentía había convertido su mente en un torrente de pánico y confusión. «Incluso si encontrara la salida, no podría salir». Había perdido la tarjeta al desprenderse de la bata de laboratorio. Su única esperanza parecía ser el hecho de que era como una aguja en un pajar; un solo punto en una cuadrícula de casi tres mil metros cuadrados. A pesar del irresistible impulso de salir corriendo, la mente analítica de Katherine la instó a hacer lo más lógico: no moverse en absoluto. «Quédate quieta. No hagas ningún ruido». El guardia de seguridad estaba de camino, y por alguna razón desconocida su atacante olía a etanol. «Si se acerca demasiado, lo notaré».
Mientras Katherine permanecía de pie en silencio, su mente volvió a lo que le había dicho Langdon. «Tu hermano… está retenido». Sintió cómo una gota de sudor frío le recorría el brazo en dirección al teléfono móvil que todavía sostenía en la mano derecha. Era un peligro que había olvidado considerar. Si el teléfono sonaba, delataría su posición, y no podía apagarlo sin abrirlo y que se iluminara.
«Deja el teléfono en el suelo… y aléjate de él».
Pero fue demasiado tarde. Por la derecha advirtió una vaharada de etanol. Y el olor fue en aumento. Katherine intentó permanecer en calma, y se obligó a no hacer caso del impulso de salir corriendo. Cuidadosa, lentamente, dio un paso a la izquierda, pero el leve susurro de su ropa fue lo único que necesitó su atacante. Katherine oyó cómo se abalanzaba hacia ella, y de repente una mano la cogió con fuerza del hombro. El pánico hizo presa en ella, que se retorció para zafarse. La probabilidad matemática se vino abajo y Katherine echó a correr a ciegas. Giró a la izquierda para cambiar el rumbo y cruzó el vacío.
La pared apareció de la nada.
El choque fue violento y por un instante Katherine se quedó sin aliento. Sintió un tremendo dolor en el brazo y el hombro, pero consiguió mantenerse en pie. Haber chocado en un ángulo oblicuo había atenuado la fuerza del golpe, pero de poco consuelo servía eso ahora. El choque había resonado por todas partes. «Sabe dónde estoy». Retorciéndose de dolor, volvió la cabeza y se quedó mirando fijamente la negrura de la nave. De repente notó que él le devolvía la mirada.
«Cambia de sitio. ¡Ahora!»
Todavía esforzándose por recobrar el aliento, empezó a moverse pared abajo, palpando con la mano izquierda las tachuelas de acero que iba encontrando en la pared. «Mantente pegada a la pared. Huye antes de que te acorrale». En la mano derecha todavía sostenía el teléfono móvil, que pensaba utilizar como proyectil si era necesario.
Katherine no estaba preparada para el sonido que oyó a continuación: un susurro de ropa justo enfrente…, contra la pared. Se quedó inmóvil y contuvo la respiración. «¿Cómo puede haber llegado ya a la pared? —Sintió una leve ráfaga de aire, seguida del hedor a etanol—. ¡Viene hacia mí!»
Katherine retrocedió varios pasos. Luego, volviéndose 180 grados, empezó a avanzar a toda velocidad en la dirección opuesta. Había recorrido unos seis metros cuando sucedió algo imposible. De nuevo, directamente enfrente de ella, junto a la pared, oyó un susurro de ropa. Luego, la misma ráfaga de aire y el olor a etanol. Katherine Solomon volvió a detenerse en seco.
«¡Dios mío, está en todas partes!»
Con el pecho desnudo, Mal’akh escrutó la oscuridad.
El olor a etanol de sus mangas había resultado ser un problema, así que decidió convertirlo en una ventaja quitándose la camisa y la americana y utilizándolas para acorralar a su presa. Al lanzar su americana contra la pared de la derecha, oyó cómo Katherine se detenía y cambiaba de dirección. Luego, al arrojar la camisa a la izquierda, Mal’akh volvió a oír cómo se quedaba otra vez quieta. Estableciendo unos puntos por los cuales ella no se atrevería a pasar, había acorralado a Katherine contra la pared.
Ahora permanecía a la espera, intentando oír algo en el silencio. «Sólo se puede mover en una dirección: derecha hacia mí». Pero Mal’akh no oyó nada. O bien Katherine estaba paralizada de miedo, o había decidido quedarse quieta y esperar a que llegara ayuda. «No tiene nada que hacer en ninguno de los dos casos». Nadie iba a entrar en la nave 5; Mal’akh había inutilizado el teclado numérico exterior con una técnica algo rudimentaria pero efectiva. Tras utilizar la tarjeta de acceso de Trish, había insertado una moneda de diez centavos en la ranura para evitar que se pudiera emplear ninguna otra tarjeta sin desmontar primero todo el mecanismo.
«Estamos tú y yo a solas, Katherine…, todo el tiempo que sea necesario».
Mal’akh avanzó lenta y silenciosamente hacia adelante, pendiente de cualquier movimiento. Katherine Solomon moriría esa noche en la oscuridad del museo de su hermano. Un poético final. Mal’akh se moría de ganas de compartir la noticia de la muerte de Katherine con el hermano de ésta. La aflicción de Peter sería una venganza largamente esperada.
De repente, para su sorpresa, Mal’akh vio en la distancia un pequeño resplandor y se dio cuenta de que Katherine acababa de cometer un gran error. «¡¿Está llamando para pedir ayuda?!» A la altura de la cintura, a unos veinte metros de distancia, se había encendido el dispositivo electrónico cual brillante faro en un vasto océano negro. Mal’akh había pensado que tendría que esperar a Katherine, pero ahora ya no haría falta.
Se puso en marcha y empezó a correr hacia la luz, consciente de que tenía que alcanzarla antes de que pudiera completar la llamada. Llegó al cabo de unos segundos y se abalanzó sobre ella, extendiendo los brazos a cada lado del resplandeciente teléfono móvil para evitar que se le escapara.
Lo que encontraron sus dedos, sin embargo, fue la pared, y a punto estuvo de rompérselos al doblárselos. A continuación, se golpeó la cabeza contra una viga de acero. Mal’akh dejó escapar un grito de dolor y cayó al suelo. Renegando, se puso en pie otra vez apoyándose en el puntal horizontal sobre el que Katherine había tenido la inteligencia de dejar su móvil.
Katherine se puso a correr de nuevo, esta vez sin preocuparse por el ruido que pudiera hacer su mano al rebotar rítmicamente contra las tachuelas metálicas que sobresalían en la pared de la nave 5. «¡Corre!» Sabía que, si seguía la pared, tarde o temprano se toparía con la puerta de salida.
«¿Dónde diablos está el guardia?»
Con la mano izquierda iba siguiendo el regular espaciado de las tachuelas, mientras con la derecha, que mantenía extendida hacia adelante, procuraba no toparse con nada. «¿Cuándo llegaré a la esquina?» La pared parecía no terminarse nunca, pero de repente el espaciado de las tachuelas se interrumpió. Durante varios pasos, la mano izquierda palpó la pared desnuda hasta que las tachuelas volvieron a aparecer. Katherine se detuvo en seco y dio media vuelta para regresar al suave panel metálico. «¿Por qué ahí no hay tachuelas?»
Pudo oír cómo su atacante caminaba pesada y ruidosamente hacia ella, avanzando a tientas por la pared en su dirección. Otro ruido, sin embargo, asustó todavía más a Katherine: el lejano golpeteo de la linterna de un guardia contra la puerta de la nave 5.
«¿El guardia no puede entrar?»
Aunque la idea era aterradora, el lugar del que provenían esos golpes —a su derecha en diagonal— permitió que, al instante, Katherine se pudiera orientar. Visualizó cuál era su situación exacta, y esa imagen mental supuso asimismo una inesperada revelación. Ahora sabía en qué consistía ese panel plano de la pared.
Todas las naves estaban equipadas con una compuerta, una pared móvil gigante que se podía retirar para entrar o sacar especímenes de gran tamaño. Al igual que las de los hangares de aviación, esa compuerta era gigantesca, y ni en sueños habría imaginado Katherine verse en la necesidad de abrirla. En ese momento, sin embargo, parecía ser su única esperanza.
«¿Funcionará?»
En la oscuridad, buscó a ciegas la compuerta hasta que encontró la manilla metálica. Tras agarrarse a ella, se echó hacia atrás para intentar abrirla. Nada. Volvió a intentarlo. No se movía.
Katherine pudo oír que su atacante estaba cada vez más cerca. «¡La puerta está atrancada!» Aterrada, deslizó las palmas de las manos por la puerta, buscando algún pasador o palanca. De repente notó lo que parecía una barra vertical. Arrodillándose, la palpó hasta llegar al suelo, y confirmó que estaba insertada en el cemento. «¡Una barra de seguridad!» Se puso otra vez en pie, agarró y tiró de la barra hasta sacarla del agujero.
«¡Ya casi está!»
Katherine buscó a tientas la manilla, volvió a encontrarla y tiró de ella con todas sus fuerzas. El enorme panel casi ni se movió, pero un fino haz de luz de luna se coló en la nave 5. Katherine volvió a tirar. El rayo de luz proveniente del exterior se hizo mayor. «¡Un poco más!» Tiró una última vez, consciente de que su atacante estaba a tan sólo unos metros.
A continuación introdujo su delgado cuerpo por la abertura, precipitándose hacia la luz. Una mano surgió entonces de la oscuridad, intentando agarrarla y llevarla dentro otra vez. Ella se deslizó y salió al exterior mientras el enorme brazo desnudo y cubierto por escamas tatuadas se retorcía como una serpiente furiosa.
Katherine dio media vuelta y huyó por la larga y pálida pared exterior de la nave 5. Las piedras del lecho que rodeaba el perímetro del SMSC se le clavaban en las plantas de los pies, pero no se detuvo y siguió corriendo en dirección a la entrada principal. La noche era oscura, pero a causa de la absoluta oscuridad de la nave 5, tenía las pupilas completamente dilatadas y podía ver perfectamente el camino, casi como si fuera de día. A su espalda, la pesada compuerta se abrió y Katherine oyó cómo el hombre se ponía a correr tras ella. Parecía ir increíblemente rápido.
«No llegaré a la entrada principal. —Sabía que su Volvo estaba más cerca, pero tampoco creía que pudiera llegar a él—. No lo conseguiré».
Entonces se dio cuenta de que todavía le quedaba un as en la manga.
Al acercarse a la esquina de la nave 5, advirtió que el hombre estaba a punto de darle alcance. «Ahora o nunca». En vez de doblar la esquina, Katherine torció de pronto a la izquierda, alejándose del edificio y dirigiéndose hacia la hierba. Al hacerlo, cerró fuertemente los ojos, se tapó la cara con ambas manos y empezó a correr por el césped totalmente a ciegas.
Los sensores de movimiento se activaron y el alumbrado de seguridad de la nave 5 se encendió de golpe, transformando instantáneamente la noche en día. Katherine oyó un grito de dolor a su espalda cuando los brillantes focos del suelo abrasaron las pupilas hiperdilatadas de su asaltante con más de veinticinco millones de bujías de luz. Pudo oír cómo se tambaleaba por el lecho de piedras.
Katherine mantuvo los ojos cerrados mientras corría por el césped. Cuando creyó estar suficientemente lejos del edificio y las luces, los abrió, corrigió el rumbo y corrió como una loca a través de la oscuridad.
Las llaves de su Volvo estaban donde siempre las dejaba, en la consola central. Sin aliento, cogió las llaves con manos temblorosas y arrancó el motor. Los faros del coche se encendieron, ofreciéndole una aterradora visión.
Una horrenda figura se acercaba corriendo a ella.
Katherine se quedó momentáneamente paralizada.
La criatura que habían iluminado sus faros era un animal calvo con el pecho desnudo, la piel cubierta de escamas, símbolos y textos. Corría hacia ella rugiendo y tapándose los ojos con las manos como un animal subterráneo que viera la luz del sol por primera vez. Katherine accionó la palanca de cambios, pero de repente apareció el atacante y estampó su codo contra la ventanilla lateral, enviando múltiples fragmentos del cristal de seguridad sobre su regazo.
El hombre introdujo su enorme brazo cubierto de escamas por la ventanilla y buscó medio a tientas el cuello de Katherine. Ella metió la marcha atrás, pero el atacante se había aferrado a su garganta y la apretaba con una fuerza inimaginable. Volvió la cabeza intentando escapar de la presión y de repente vio su rostro. Cuatro oscuras rayas en el maquillaje, parecidas a arañazos, dejaban a la vista los tatuajes que llevaba debajo. Su mirada era salvaje y despiadada.
—Debería haberte matado hace diez años —gruñó—. La noche en la que maté a tu madre.
Al oír sus palabras, un horrendo recuerdo volvió a la mente de Katherine: había visto antes esa salvaje mirada. «Es él». Hubiera gritado de no ser por la presión que hacía alrededor de su cuello.
Pisó a fondo el acelerador y a bandazos el coche arrancó hacia atrás, arrastrando a su atacante, que seguía aferrado a ella. El Volvo se escoró a un lado, y Katherine sintió que su cuello estaba a punto de ceder por el peso del hombre. De repente, unas ramas golpearon el lateral del coche y las ventanillas, y la presión desapareció.
El vehículo pasó entre los árboles y llegó al aparcamiento superior, donde Katherine frenó en seco. Abajo pudo ver que el hombre medio desnudo se ponía en pie y se quedaba mirando fijamente los faros del coche. Con una calma aterradora, levantó el amenazador brazo cubierto de escamas y lo apuntó directamente a ella.
Katherine sintió que una oleada de terror y de odio recorría su cuerpo mientras giraba el volante y aceleraba. Segundos después, el coche cogía Silver Hill Road con un derrape.