Capítulo 45

Katherine Solomon tardó un segundo en reaccionar cuando vio el nombre en el identificador de llamadas de su móvil. Había creído que la llamada entrante sería de Trish, para explicarle por qué ella y Christopher Abaddon tardaban tanto. Pero no era Trish.

Para nada.

Katherine sintió que una sonrojada sonrisa se le dibujaba en los labios. «¿Puede esta noche llegar a ser todavía más extraña?» Descolgó el teléfono.

—Deja que lo adivine —bromeó—. ¿Soltero académico busca científica noética soltera?

—¡Katherine! —dijo la profunda voz de Robert Langdon—. Gracias a Dios que estás bien.

—Claro que estoy bien —respondió ella, desconcertada—. Dejando de lado que no me llamaras después de aquella fiesta en casa de Peter el verano pasado.

—Ha sucedido algo. Por favor, escucha. —Su tono de voz, habitualmente suave, sonaba rugoso—. Lamento tener que decirte esto…, pero Peter se encuentra en grave peligro.

La sonrisa de Katherine se desvaneció.

—¿De qué estás hablando?

—Peter… —Langdon vaciló, como si estuviera buscando las palabras adecuadas—. No sé cómo decirlo, pero está… retenido. No estoy seguro de cómo ni por qué, pero…

—¿Retenido? —inquirió Katherine—. Robert, me estás asustando. Retenido…, ¿dónde?

—Por un secuestrador. —La voz de Langdon sonaba quebrada, como si se sintiera apesadumbrado—. Debe de haber pasado hoy a primera hora o quizá ayer.

—Esto no tiene ninguna gracia —dijo ella enfadada—. Mi hermano está bien. ¡He hablado con él hace quince minutos!

—¡¿Ah, sí?! —Langdon parecía extrañado.

—¡Sí! Me acaba de enviar un mensaje para decirme que venía al laboratorio.

—Te ha enviado un mensaje… —dijo Langdon, pensando en voz alta—. Pero ¿no has llegado a oír su voz?

—No, pero…

—Escúchame. El mensaje que has recibido no era de tu hermano. Alguien tiene el teléfono de Peter. Es peligroso. Quienquiera que sea, me ha engañado para que viniera a Washington esta noche.

—¿Engañarte? ¡Nada de lo que dices tiene ningún sentido!

—Ya lo sé, lo siento. —Langdon parecía desorientado—. Katherine, puede que estés en peligro.

Katherine Solomon estaba segura de que Langdon nunca bromearía sobre algo así, y sin embargo parecía que hubiera perdido el juicio.

—Estoy bien —dijo ella—. ¡Estoy encerrada dentro de un edificio protegido!

—Léeme el mensaje que te ha enviado Peter. Por favor.

Desconcertada, Katherine le leyó el mensaje a Langdon. Cuando llegó a la parte final en la que se hacía referencia al doctor Abaddon, sintió un escalofrío.

—«Si puede, que venga también el doctor Abaddon. Confío plenamente en él».

—Oh, Dios… —En la voz de Langdon se podía advertir el miedo—. ¿Has invitado a ese hombre al laboratorio?

—¡Sí! Mi asistente acaba de ir a buscarlo al vestíbulo. Regresarán en cualquier…

—¡Katherine, sal de ahí! —gritó Langdon—. ¡Ahora!

En el otro extremo del SMSC, dentro de la sala de seguridad, empezó a sonar un teléfono, ahogando las voces que retransmitían el partido de los Redskins. A regañadientes, el guardia volvió a quitarse los auriculares.

—Vestíbulo —respondió—. Soy Kyle.

—¡Kyle, soy Katherine Solomon! —Sonaba inquieta y jadeante.

—Señora, su hermano todavía no…

—¡¿Dónde está Trish?! —inquirió—. ¿Puedes verla en los monitores?

El guardia volvió la silla giratoria para mirar las pantallas.

—¿Todavía no ha llegado al Cubo?

—¡No! —gritó Katherine, alarmada.

El guardia se dio cuenta de que Katherine estaba casi sin aliento, como si estuviera corriendo. «¿Qué está pasando aquí?»

Accionó rápidamente el joystick, pasando los fotogramas del vídeo digital a cámara rápida.

—Muy bien, un momento, estoy revisando la grabación de la cámara… Veo a Trish con su invitado saliendo del vestíbulo…, van por la Calle…, avanzo…, van a entrar a la nave húmeda… Trish utiliza su tarjeta para abrir la puerta…, los dos entran en la nave… Avanzo… Los veo salir de la nave, hace apenas un minuto… —Negó con la cabeza, ralentizando la reproducción—. Un momento… Qué extraño.

—¿Qué?

—El caballero ha salido solo de la nave húmeda.

—¿Trish se ha quedado dentro?

—Sí, eso parece. Estoy viendo ahora mismo a su invitado…, va por el pasillo a solas.

—¿Y dónde está Trish? —preguntó Katherine, cada vez más alterada.

—No la veo en las cámaras —contestó el guardia en un tono que delataba su creciente inquietud.

Volvió a mirar la pantalla y se dio cuenta de que las mangas de la americana del hombre parecían estar mojadas…, hasta los codos. «¿Qué diablos ha hecho en la nave húmeda?» El guardia observó cómo el hombre se dirigía por el pasillo principal hacia la nave 5. En la mano parecía llevar… una tarjeta de acceso.

El guardia sintió cómo se le erizaban los pelos del cogote.

—Señora Solomon, tenemos un grave problema.

Ésa estaba siendo una noche de primeras veces para Katherine Solomon.

En dos años no había utilizado nunca su teléfono móvil en el vacío, ni tampoco lo había cruzado a la carrera. Ahora, sin embargo, Katherine iba con el móvil pegado a la oreja mientras corría por la interminable extensión de la alfombra. Cada vez que se le salía un pie, corregía el rumbo rápidamente en la más absoluta oscuridad.

—¿Por dónde va ahora? —preguntó Katherine al guardia.

—Lo estoy mirando —respondió él—. Avanzo…, está recorriendo el pasillo… en dirección a la nave 5…

Katherine aceleró con la esperanza de llegar a la salida antes de quedarse atrapada allí dentro.

—¿Cuánto falta para que llegue a la entrada de la nave 5?

El guardia se quedó un momento callado.

—No lo ha entendido, señora. Todavía estoy avanzando la cinta. Esto es una grabación. Esto ya ha pasado. —Se quedó otra vez callado—. Un momento, déjeme comprobar el registro de las tarjetas de acceso —dijo, y luego añadió—: Señora, según el registro, la de la señora Dunne se ha utilizado en la nave 5 hace un minuto.

Katherine se detuvo en seco en medio del abismo.

—¿Ya ha entrado en la nave 5? —le susurró al teléfono.

El guardia se puso a teclear frenéticamente.

—Sí, parece que ha entrado…, hace noventa segundos.

Katherine se puso tensa. Contuvo la respiración. De repente la oscuridad que la rodeaba parecía haber cobrado vida.

«Está aquí dentro».

Al instante, Katherine se dio cuenta de que la única luz del lugar provenía de su teléfono móvil, que le iluminaba un lado de la cara.

—Envíe ayuda —le susurró al guardia—. Y vaya a la nave húmeda a socorrer a Trish. —Luego colgó el teléfono, apagando la luz.

Todo a su alrededor se sumió en la oscuridad.

Katherine se quedó completamente inmóvil, procurando hacer el menor ruido posible al respirar. Al cabo de unos segundos percibió una acre vaharada de etanol. El olor era cada vez más intenso. Advirtió una presencia a unos metros. El silencio era tal que los fuertes latidos del corazón de Katherine parecía que la fueran a delatar. Sin hacer ruido, se quitó los zapatos y se hizo a un lado, apartándose de la alfombra. Pudo notar el frío cemento bajo sus pies. Dio otro paso para alejarse todavía más de la alfombra.

Uno de sus pies crujió.

En la quietud, se oyó como si de un disparo se tratara.

A unos pocos metros, Katherine oyó de repente un susurro de ropas que se abalanzaba hacia ella. Tardó demasiado en apartarse y un poderoso brazo la alcanzó. A tientas, unas manos intentaron agarrarla. Ella forcejeó pero una potente garra consiguió aferrarse a su bata de laboratorio, tiró de ella y la hizo tambalearse.

Katherine echó los brazos hacia atrás, quitándose la bata y zafándose del hombre. Sin saber en qué dirección se encontraba la salida, Katherine Solomon echó a correr, completamente a ciegas, hacia el interminable abismo negro.