Langdon aceleró el paso para mantener el rápido ritmo de Warren Bellamy mientras recorrían en silencio el largo túnel. Hasta el momento, el Arquitecto del Capitolio se había preocupado más de poner distancia entre Sato y la pirámide que de explicarle a Langdon qué estaba sucediendo. Éste sentía la creciente aprensión de que las cosas eran más complejas de lo que podría haber imaginado.
«¿La CIA? ¿El Arquitecto del Capitolio? ¿Dos masones del trigésimo tercer grado?»
De repente sonó el estridente timbre del teléfono móvil de Langdon. Éste lo cogió y, vacilante, contestó.
—¿Hola?
Le respondió un inquietante y familiar susurro.
—Parece que ha tenido un encuentro inesperado, profesor.
Langdon sintió un escalofrío glacial.
—¡¿Dónde diablos está Peter?! —inquirió. Sus palabras reverberaron en el estrecho túnel. Warren Bellamy se volvió hacia él con preocupación y le indicó que no se detuviera.
—No se preocupe —dijo la voz—. Como le he dicho antes, Peter está en un lugar seguro.
—¡Por el amor de Dios, le ha cortado la mano! ¡Necesita un médico!
—Lo que necesita es un sacerdote —respondió el hombre—. Pero usted puede salvarlo. Si hace lo que le digo, Peter vivirá. Le doy mi palabra.
—La palabra de un loco no significa nada para mí.
—¿Loco? Pensaba que usted apreciaría la reverencia con la que esta noche he seguido los antiguos protocolos, profesor. La mano de los misterios lo ha guiado a un portal: la pirámide que promete desvelar la antigua sabiduría. Sé que está en su poder.
—¿Cree que ésta es la pirámide masónica? —inquirió Langdon—. No es más que un trozo de piedra.
Hubo un silencio al otro lado de la línea.
—Señor Langdon, es usted demasiado inteligente para intentar hacerse pasar por tonto. Sabe muy bien lo que ha descubierto esta noche. ¿Una pirámide de piedra… que un poderoso masón… ocultó en el corazón de Washington…?
—¡Anda usted detrás de un mito! Sea lo que sea lo que Peter le haya contado, lo ha hecho coaccionado. La leyenda de la pirámide masónica es ficción. Los masones jamás construyeron ninguna pirámide para proteger un saber secreto. Y aunque lo hubieran hecho, esta pirámide es demasiado pequeña para ser lo que usted piensa que es.
El hombre dejó escapar una risa ahogada.
—Ya veo que Peter no le ha contado demasiado. En cualquier caso, señor Langdon, quiera o no aceptar qué tiene usted en su posesión, hará lo que yo le diga. Sé que la pirámide tiene una inscripción. Usted la descifrará para mí. Entonces, y sólo entonces, le devolveré a Peter.
—No sé qué cree usted que revela esa inscripción —dijo Langdon—, pero no será los antiguos misterios.
—Claro que no —repuso el hombre—. Los misterios son demasiado vastos para estar escritos en la cara de una pequeña pirámide.
Esa respuesta cogió desprevenido a Langdon.
—Pero si lo que contiene esa inscripción no son los antiguos misterios, entonces esa pirámide no es la pirámide masónica. La leyenda indica claramente que la pirámide masónica fue construida para proteger los antiguos misterios.
El hombre le respondió en un tono condescendiente.
—Señor Langdon, la pirámide masónica fue construida para preservar los antiguos misterios, pero de un modo que al parecer usted todavía desconoce. ¿No se lo llegó a contar Peter? El poder de la pirámide masónica no es que revele los misterios mismos…, sino que revela el paradero secreto en el que esos misterios están enterrados.
Langdon tardó un segundo en reaccionar.
—Descifre la inscripción —continuó la voz—, y ésta le indicará el lugar en el que se esconde el mayor tesoro de la humanidad. —Se rio—. Peter no le confió el tesoro mismo, profesor.
Langdon se detuvo de golpe.
—Un momento. ¿Me está diciendo que esa pirámide es… un mapa?
Bellamy también se detuvo. Parecía alarmado. Estaba claro que ese interlocutor telefónico había dado en el clavo. «La pirámide es un mapa».
—Ese mapa —susurró la voz—, pirámide, portal, o como quiera usted llamarlo, fue creado hace mucho tiempo para garantizar que el escondite de los antiguos misterios no caía en el olvido…, que no se perdería en la historia.
—Una cuadrícula de dieciséis símbolos no parece un mapa.
—Las apariencias engañan, profesor. En cualquier caso, sólo usted puede leer esa inscripción.
—Se equivoca —le respondió Langdon mientras visualizaba mentalmente la sencilla clave—. Cualquiera puede descifrarla. Es muy simple.
—Sospecho que la pirámide esconde más cosas de las que se ven a simple vista. Y, en todo caso, sólo usted tiene la cúspide.
Langdon pensó en el pequeño vértice que llevaba en la bolsa. «¿Orden del caos?» Ya no sabía qué pensar, pero la pirámide de piedra parecía cada vez más pesada.
Mal’akh presionó el teléfono móvil contra su oreja para oír mejor el sonido de la inquieta respiración de Langdon al otro lado de la línea.
—Ahora mismo tengo cosas que atender, profesor, y usted también. Llámeme en cuanto haya descifrado el mapa. Iremos juntos al escondite y ahí haremos el intercambio. La vida de Peter…, por la sabiduría de todos los tiempos.
—No pienso hacer nada —declaró Langdon—. Especialmente sin pruebas de que Peter está vivo.
—Le recomiendo que no me desafíe. Usted no es más que una pequeña pieza de un gran mecanismo. Si me desobedece, o intenta encontrarme, Peter morirá. Eso se lo juro.
—Que yo sepa, Peter podría estar ya muerto.
—Está vivo, profesor, pero necesita desesperadamente su ayuda.
—¿Qué es lo que quiere? —exclamó Langdon por teléfono.
Mal’akh hizo una breve pausa antes de contestar.
—Mucha gente ha buscado los antiguos misterios y ha debatido sobre su poder. Esta noche, demostraré que los misterios son reales.
Langdon se quedó callado.
—Le sugiero que se ponga a trabajar en el mapa inmediatamente —dijo Mal’akh—. Necesito esa información hoy.
—¡¿Hoy?! ¡Pero si son más de las nueve!
—Exacto. Tempus fugit.