Capítulo 28

«¿Adónde me llevan?»

Mientras se internaba con Anderson y Sato en las profundidades del Capitolio, Langdon sintió cómo, a cada peldaño que descendía, sus pulsaciones iban en aumento. Habían comenzado su viaje en el pórtico oeste de la Rotonda, luego habían descendido por una escalera de mármol y, tras cruzar un amplio portalón, habían entrado a la famosa cámara que había justo debajo del suelo de la Rotonda.

«La cripta del Capitolio».

Aquí el aire estaba más cargado, y Langdon ya sentía claustrofobia. El techo bajo y la suave iluminación acentuaban la robusta circunferencia de las cuarenta columnas dóricas que soportaban el vasto suelo de piedra que tenían encima. «Relájate, Robert».

—Por aquí —dijo Anderson, atravesando el amplio espacio circular con rapidez.

Afortunadamente, en esa cripta en particular no había cadáveres. Lo que contenía eran varias estatuas, una maqueta del Capitolio y una zona de almacenaje más baja en la que guardaban el catafalco de madera sobre el que se colocaban los ataúdes en los funerales de Estado. El grupo cruzó la cripta a toda prisa, sin detenerse siquiera a echar un vistazo al compás de mármol de cuatro puntas que había en el centro de la sala, donde antaño había ardido la llama eterna.

Anderson parecía tener prisa y Sato había vuelto a enterrar la cabeza en su BlackBerry. Actualmente, había oído Langdon, la cobertura para teléfonos móviles alcanzaba todos los rincones del edificio del Capitolio para poder atender así los centenares de llamadas gubernamentales que cada día se realizaban en ese lugar.

Tras cruzar en diagonal la cripta, el grupo entró en un vestíbulo tenuemente iluminado y luego empezó a recorrer una serpenteante maraña de pasillos y callejones sin salida. Esa madriguera de pasadizos estaba repleta de puertas numeradas, en cada una de las cuales había un número identificativo. Langdon los fue leyendo a medida que pasaban por delante.

S-154…, S-153…, S-152…

Langdon no tenía ni idea de lo que había detrás de esas puertas, pero al menos una cosa parecía estar clara: el significado del tatuaje en la palma de la mano de Peter. SBS-13 debía de hacer referencia a una puerta numerada de las entrañas del edificio del Capitolio.

—¿Qué son todas estas puertas? —preguntó, apretando fuertemente la bolsa contra sus costillas y preguntándose cuál debía de ser la relación del pequeño paquete de Solomon con la puerta SBS-13.

—Despachos y trasteros —dijo Anderson—. Despachos y trasteros privados —añadió, lanzándole una mirada a Sato.

Ella ni siquiera levantó la mirada de su BlackBerry.

—Parecen pequeños —comentó Langdon.

—Poco más que armarios, la mayoría, lo cual no les impide ser algunos de los inmuebles más codiciados de Washington. Éste es el corazón del Capitolio original; la vieja Cámara del Senado se encuentra dos pisos por encima.

—¿Y el SBS-13? —preguntó Langdon—. ¿De quién es ese despacho?

—De nadie. El SBS es una zona privada de almacenaje, y debo decir que me sorprende que…

—Jefe Anderson —lo interrumpió Sato sin levantar la mirada de su BlackBerry—. Limítese a llevarnos allí, por favor.

Anderson apretó la mandíbula y los guio en silencio por lo que ahora parecía un híbrido entre unas instalaciones de guardamuebles y un laberinto épico. En casi cada pared había letreros que apuntaban a un lado y a otro, aparentemente para indicar la situación de bloques de oficinas específicas en la red de pasillos.

S-142 a S-152…

TS-1 a TS-170…

R-1 a R-166 y TR-1 a TR-67…

Langdon dudaba que pudiera volver a encontrar el camino de salida él solo. «Este lugar es un laberinto». Por lo que había podido deducir, los números de las oficinas comenzaban por «S» o «R», dependiendo del lado del edificio en el que estaban, si el del Senado o el de los Representantes. Las áreas designadas con TS y TR parecía que estaban en un nivel que Anderson llamaba «nivel de la terraza».

«Pero todavía ninguna señal del SBS».

Finalmente llegaron a una gruesa puerta de seguridad de acero con una ranura para la tarjeta de acceso.

Langdon tuvo la impresión de que se estaban acercando.

Al coger su tarjeta, Anderson vaciló, incómodo con las exigencias de Sato.

—Jefe —lo urgió Sato—. No tenemos toda la noche.

A regañadientes, Anderson insertó su llave. La puerta de acero se abrió y entraron en el vestíbulo que había detrás. Luego la gruesa puerta se volvió a cerrar a sus espaldas.

Langdon no estaba seguro de lo que esperaba encontrarse en ese vestíbulo, pero lo que tenía delante seguro que no. Ante sí tenían una escalera que descendía todavía más.

—¿Seguimos bajando? —dijo, deteniéndose en seco—. ¿Hay un nivel por debajo de la cripta?

—Sí —dijo Anderson—. SS quiere decir sótano del Senado.

Langdon dejó escapar un gruñido. «Fantástico».