Capítulo 19

La directora Inoue Sato permanecía con los brazos cruzados, mirando con escepticismo a Langdon, mientras procesaba lo que éste le acababa de contar.

—¿El hombre le ha dicho que quiere que usted le abra un antiguo portal? ¿Qué se supone que debo hacer con eso, profesor?

Langdon se encogió débilmente de hombros. Volvía a sentir náuseas e intentó no bajar la mirada hacia la mano cercenada de su amigo.

—Eso es exactamente lo que me ha dicho. Un antiguo portal… oculto en algún lugar de este edificio. Yo le he contestado que no sabía nada de ningún portal.

—Entonces, ¿por qué cree que usted puede encontrarlo?

—Obviamente, está loco.

«Ha dicho que Peter me señalaría el camino». Langdon bajó la mirada hacia los extendidos dedos de Peter, asqueado por el sádico juego de palabras de su captor: «Peter le indicará el camino». Langdon ya había dejado que su mirada siguiera la dirección que señalaba el dedo hasta la cúpula. «¿Un portal? ¿Ahí arriba? Es descabellado».

—El hombre que me ha llamado —le dijo a Sato— era el único que sabía que yo iba a venir al Capitolio esta noche, de modo que quien le haya informado a usted de mi presencia aquí esta noche es su hombre. Le recomiendo…

—De dónde he obtenido yo mi información no es cosa suya —lo interrumpió Sato, endureciendo la voz—. Mi prioridad en estos momentos es cooperar con ese hombre, y la información que poseo sugiere que usted es la única persona que puede darle lo que quiere.

—Y mi prioridad es encontrar a mi amigo —respondió Langdon, frustrado.

Sato respiró profundamente. Estaba claro que se estaba poniendo a prueba su paciencia.

—Si queremos encontrar al señor Solomon, profesor, sólo podemos hacer una cosa: empezar a cooperar con la única persona que parece saber dónde está. —Sato miró la hora—. Tenemos poco tiempo. Le puedo asegurar que es imprescindible que cumplamos las exigencias de ese hombre cuanto antes.

—¿Cómo? —preguntó Langdon, incrédulo—. ¿Localizando y abriendo un antiguo portal? No hay ningún portal, directora Sato. Ese tipo es un lunático.

Sato se acercó a menos de medio metro de Langdon.

—Si no le importa que se lo recuerde…, esta mañana su lunático ha manipulado hábilmente a dos individuos de inteligencia contrastada. —Se quedó mirando fijamente a Langdon y luego se volvió hacia Anderson—. En mi campo he aprendido que la frontera entre demencia y genialidad es muy fina. Haríamos bien en mostrar algo de respeto por ese hombre.

—¡Le ha cortado la mano a una persona!

—Lo que no hace sino corroborar mis palabras. Difícilmente es ése el acto de un individuo descuidado o vacilante. Y lo que es más importante, profesor, obviamente ese hombre cree que puede usted ayudarlo. Lo ha traído hasta Washington, y debe de haberlo hecho por alguna razón.

—La única razón por la que piensa que yo puedo abrir ese «portal» es que Peter le ha dicho que puedo hacerlo —replicó Langdon.

—¿Y por qué Peter Solomon habría de decir eso si no fuera cierto?

—Estoy seguro de que Peter no ha dicho nada parecido. Y si lo ha hecho, ha sido bajo coacción. Debía de estar confundido… o asustado.

—Sí. El uso de la tortura en los interrogatorios es bastante efectivo, razón de más para que el señor Solomon dijera la verdad. —Sato hablaba como si tuviera experiencia personal al respecto—. ¿Le ha explicado por qué Peter piensa que sólo usted puede abrir el portal?

Langdon negó con la cabeza.

—Profesor, si la reputación que los precede es correcta, tanto usted como Peter Solomon comparten un interés por ese tipo de cosas: secretos, historia esotérica, misticismo y demás. En todas sus conversaciones con Peter, ¿nunca le ha mencionado nada acerca de un portal secreto en Washington?

Langdon apenas podía creer que un alto oficial de la CIA le estuviera haciendo esa pregunta.

—Estoy seguro. Peter y yo solemos hablar de cosas bastante arcanas, pero créame, le habría dicho que se lo hiciera mirar si alguna vez me hubiera contado que hay un antiguo portal escondido en algún lugar. Sobre todo si se trata de uno que conduce a los antiguos misterios.

Ella levantó la mirada.

—¿Perdone? ¿El hombre le ha especificado adónde conduce ese portal?

—Sí, pero no tenía por qué hacerlo. —Langdon señaló la mano—. La mano de los misterios es una invitación formal a atravesar una entrada mística y adquirir un saber secreto y ancestral, un poderoso conocimiento denominado antiguos misterios…, o saber perdido de los tiempos.

—Entonces usted ha oído hablar acerca del secreto que él piensa que está escondido aquí.

—Muchos historiadores han oído hablar de él.

—Entonces, ¿cómo sabe que el portal no existe?

—Con todos mis respetos, señora, todos hemos oído hablar de la fuente de la eterna juventud o de Shangri-la, pero eso no quiere decir que existan.

Un ruidoso graznido proveniente de la radio de Anderson los interrumpió.

—¿Jefe? —se oyó que decía una voz.

Anderson cogió rápidamente la radio que llevaba en el cinturón.

—Aquí Anderson.

—Señor, hemos completado la búsqueda en las instalaciones. No hay nadie que encaje con la descripción. ¿Alguna orden más, señor?

Anderson echó un fugaz vistazo a Sato, a la espera de una segura reprimenda, pero la directora de la OS parecía indiferente. Anderson se apartó de Langdon y Sato y habló en voz baja por su radio.

Toda la atención de Sato estaba puesta en Langdon.

—¿Me está diciendo usted que el secreto que ese hombre cree oculto en Washington… es una fantasía?

Langdon asintió.

—Un mito muy antiguo. El secreto de los antiguos misterios es precristiano. Tiene miles de años de antigüedad.

—Y, sin embargo, ¿todavía circula?

—Como muchas otras creencias igual de improbables.

Con frecuencia, Langdon les recordaba a sus alumnos que la mayoría de las religiones modernas incluían historias que no superarían un escrutinio científico: de Moisés y la separación de las aguas del mar Rojo, a las gafas mágicas que había utilizado Joseph Smith para traducir el Libro de Mormón de una serie de planchas de oro que había encontrado enterradas en el norte del estado de Nueva York. «La aceptación generalizada de una idea no es ninguna prueba de su validez».

—Ya veo. ¿Y en qué consisten exactamente esos… antiguos misterios?

Langdon suspiró. «¿Tiene unas cuantas semanas?»

—Abreviando, los antiguos misterios hacen referencia a un cuerpo de conocimientos secretos reunido hace mucho tiempo. Un aspecto intrigante de esos conocimientos es que supuestamente permiten a sus practicantes acceder a poderosas habilidades que permanecen latentes en la mente humana. Los maestros ilustrados que poseían esos conocimientos juraban mantenerlos alejados de las masas porque se consideraban demasiado poderosos y peligrosos para los no iniciados.

—Peligrosos, ¿en qué sentido?

—La información se mantenía en secreto por la misma razón que no dejamos que los niños jueguen con cerillas. En las manos correctas, el fuego nos ilumina…, pero en las equivocadas, puede ser altamente destructivo.

Sato se quitó las gafas y estudió atentamente a Langdon.

—Y dígame, profesor ¿cree usted en la existencia de una información así de poderosa?

Langdon no estaba seguro de qué responder. Los antiguos misterios siempre habían sido la gran paradoja de su carrera académica. Prácticamente todas las tradiciones místicas de la Tierra giraban en torno a la idea de que existía una sabiduría ancestral capaz de imbuir al ser humano de un poder místico casi divino: el tarot y el I Ching daban al hombre la capacidad de ver el futuro; la alquimia, inmortalidad mediante la legendaria piedra filosofal; la wicca permitía a sus practicantes avanzados llevar a cabo poderosos hechizos. La lista era interminable.

Como profesor, Langdon no podía negar la validez histórica de esas tradiciones: gran cantidad de documentos, artefactos e ilustraciones sugerían claramente que, en efecto, en la antigüedad existía una poderosa sabiduría que únicamente se compartía mediante alegorías, mitos y símbolos para que sólo aquellos debidamente iniciados pudieran acceder a su poder. No obstante, como hombre realista y escéptico que era, Langdon no estaba tan convencido.

—Digamos que soy escéptico —le dijo a Sato—. Nunca he visto nada en el mundo real que no sugiera que los antiguos misterios son otra leyenda más, un arquetipo mitológico recurrente. Creo que si al ser humano le fuera posible adquirir poderes milagrosos, habría alguna prueba de ello. Y sin embargo, hasta la fecha, en la historia no ha existido nadie con poderes sobrehumanos.

Sato enarcó las cejas.

—Eso no es del todo cierto.

Langdon vaciló, consciente de que para mucha gente religiosa sí había precedentes de dioses humanos; Jesús era el más obvio de ellos.

—Ciertamente —dijo—, hay mucha gente culta para la que esa sabiduría existe realmente, pero yo sigo sin estar convencido.

—¿Es Peter Solomon una de esas personas? —preguntó Sato, echándole un vistazo a la mano que estaba en el suelo.

Langdon era incapaz de volverse para mirarla.

—Peter proviene de un linaje que siempre ha sentido pasión por la antigüedad y el misticismo.

—¿Es eso un sí? —preguntó Sato.

—Puedo asegurarle que incluso si Peter creyera que los antiguos misterios existen de verdad, no creería que son accesibles a través de una especie de portal oculto en Washington. Peter comprende el simbolismo metafórico, algo de lo que, al parecer, su captor no es capaz.

Sato asintió.

—Entonces usted cree que ese portal es una metáfora.

—Por supuesto —dijo Langdon—. Al menos, en teoría. Es una metáfora muy común: un portal místico que uno debe atravesar para ilustrarse. Los portales y los umbrales son construcciones simbólicas habituales para representar ritos de paso transformativos. Buscar un portal «literal» sería como intentar localizar las puertas del cielo.

Sato pareció considerar un momento sus palabras.

—Pero da la impresión de que el captor del señor Solomon cree que usted puede abrir un auténtico portal.

Langdon suspiró.

—Ha cometido la misma equivocación que muchos fanáticos: confundir metáfora con realidad literal.

Del mismo modo, muchos alquimistas habían intentado en vano convertir el plomo en oro, sin darse cuenta de que esa transformación no era nada más que una metáfora del verdadero potencial humano: la transformación de una mente torpe e ignorante en brillante e ilustrada.

Sato señaló la mano.

—Si ese hombre quiere que usted le indique dónde se encuentra una especie de portal, ¿por qué no se limita a decirle cómo encontrarlo? ¿A qué viene toda esta teatralidad? ¿Por qué hacerle entrega de una mano tatuada?

Langdon se había hecho la misma pregunta, y la respuesta era inquietante.

—Bueno, parece ser que el hombre con el que estamos tratando, además de mentalmente inestable, también es extremadamente culto. Esa mano es la prueba de que está versado en los misterios, así como en sus códigos de secretismo. Y en la historia de esta sala.

—No lo entiendo.

—Todos los actos que ha llevado a cabo esta noche siguen a la perfección los protocolos ancestrales. Tradicionalmente, la mano de los misterios es una invitación sagrada, y por lo tanto ha de ser extendida en un lugar sagrado.

Sato frunció el ceño.

—Estamos en la Rotonda del Capitolio, profesor, no en un santuario sagrado de antiguos secretos místicos.

—En realidad, señora —dijo Langdon—, conozco un gran número de historiadores que no estarían de acuerdo con usted.

En ese mismo momento, al otro lado de la ciudad, Trish Dunne permanecía sentada a la luz de la pantalla de plasma del Cubo. Había terminado de preparar su araña de búsqueda y tecleó los cinco vocablos clave que Katherine le había dado.

«Vamos allá».

Sin demasiado optimismo, activó la araña, dando así inicio a una partida mundial de go fish. A velocidad cegadora, la araña se puso a comparar las frases con textos de todo el mundo…, en busca de un equivalente exacto.

Trish no pudo evitar preguntarse de qué iba todo aquello, pero había aprendido que trabajar con los Solomon significaba no llegar a conocer jamás algo en su totalidad.