«En el principio fue el Verbo».
El deán Galloway se arrodilló en el crucero mayor de la catedral de Washington y rezó por la nación. Rezó para que su amado país comprendiera pronto el verdadero poder del Verbo, el poder de la Palabra: la colección de textos que resumían la sabiduría de todos los maestros antiguos, las verdades espirituales que habían enseñado los grandes sabios.
La historia había bendecido a la humanidad con los maestros más sabios, almas profundamente iluminadas cuya comprensión de los misterios espirituales y psíquicos superaba todo entendimiento. Las valiosas palabras de aquellos sabios —Buda, Jesús, Mahoma, Zoroastro y muchos más— habían sido transmitidas a lo largo de la historia en los vehículos más antiguos y valiosos.
En los libros.
Todas las culturas del planeta tenían su libro sagrado, su Palabra, que, aun siendo diferente, era igual que las demás. Para los cristianos, la Palabra era la Biblia; para los musulmanes, el Corán; para los judíos, la Torá; para los hindúes, los Vedas, y así hasta el infinito.
«La Palabra iluminará el camino».
Para los masones fundadores de Estados Unidos, la Palabra era la Biblia. «Sin embargo, poca gente en la historia ha comprendido su verdadero mensaje».
Esa noche, arrodillado a solas en la grandiosa catedral, Galloway colocó las manos sobre la Palabra: un gastado ejemplar de la Biblia masónica. Ese preciado libro, como todas las Biblias de los masones, contenía el Viejo y el Nuevo Testamento, así como una valiosa recopilación de escritos filosóficos masónicos.
Aunque sus ojos ya no podían leer el texto, el deán se sabía de memoria el prefacio. Su glorioso mensaje había sido leído por millones de hermanos suyos, en innumerables idiomas y en todo el mundo.
Decía así:
EL TIEMPO ES UN RÍO… Y LOS LIBROS SON BARCOS. MUCHOS VOLÚMENES PARTEN POR ESA CORRIENTE, PERO ENCALLAN Y SE PIERDEN EN SUS ARENAS. SÓLO UNOS POCOS, MUY POCOS, RESISTEN LA PRUEBA DEL TIEMPO Y VIVEN PARA BENDECIR LOS SIGLOS SUCESIVOS.
«Hay una razón para que esos volúmenes sobrevivan, mientras que otros se pierden». Como estudioso de la fe, al deán Galloway siempre le había sorprendido que los antiguos textos espirituales (los libros más estudiados del planeta) fueran en realidad los menos comprendidos.
«Sus páginas ocultan un secreto maravilloso».
En un día no muy lejano, se haría la luz y la humanidad comenzaría a entender por fin la verdad simple y transformadora de las antiguas enseñanzas. Entonces daría un salto de gigante en la comprensión de su propia naturaleza extraordinaria.