Capítulo 13

A Robert Langdon, la Rotonda del Capitolio —al igual que la basílica de San Pedro— siempre conseguía sorprenderle. A pesar de saber que la sala era tan grande que en ella cabía perfectamente la estatua de la Libertad, siempre que volvía le parecía más grande y espaciosa de lo que había anticipado, como si hubiera espíritus en el aire. Esa noche, sin embargo, sólo había caos.

Los agentes de seguridad del Capitolio habían acordonado la Rotonda mientras intentaban alejar de la mano a los consternados turistas. El niño pequeño seguía llorando. En un momento dado se pudo ver un brillante flash: un turista había tomado una fotografía de la mano. Varios guardias detuvieron inmediatamente al hombre, le requisaron la cámara y lo escoltaron a la salida. En medio de la confusión, el mismo Langdon permanecía como en trance, deslizándose entre la multitud, acercándose lentamente a la mano.

La cercenada mano derecha de Peter Solomon permanecía erguida, con la muñeca ensartada en un pequeño pedestal de madera. Tenía tres de los dedos cerrados, mientras que el pulgar y el índice permanecían completamente extendidos, apuntando hacia lo alto de la cúpula.

—¡Atrás todo el mundo! —exclamó un agente.

Langdon estaba suficientemente cerca para ver la sangre seca de la muñeca que se había coagulado en la base de madera. «Las heridas post mórtem no sangran…, lo que significa que Peter está vivo». Langdon no sabía si sentirse aliviado o asqueado. «¿Le han cercenado la mano estando vivo?» Notó bilis en la garganta. Pensó en todas las veces que su querido amigo había extendido esa misma mano para chocársela u ofrecerle un afectuoso abrazo.

Durante unos segundos, Langdon pareció quedarse con la mente en blanco, como un televisor mal sintonizado. La primera imagen clara que volvió a vislumbrar fue completamente inesperada.

«Una corona… y una estrella».

Langdon se arrodilló para observar mejor las puntas de los dedos pulgar e índice de Peter. «¿Tatuajes?» Por increíble que pareciera, el monstruo que había hecho eso le había tatuado unos pequeños símbolos en la punta de los dedos.

En el pulgar, una corona. En el índice, una estrella.

«No puede ser». Langdon reconoció al instante ambos símbolos, convirtiendo esa ya de por sí horrorosa escena en algo sobrenatural. Esos dos símbolos habían aparecido juntos muchas veces en la historia, y siempre en el mismo lugar: en las puntas de los dedos de una mano. Era uno de los iconos más codiciados y esotéricos del mundo antiguo.

«La mano de los misterios».

Era un icono que ya casi no se veía, pero a lo largo de la historia había simbolizado una poderosa llamada a la acción. Ahora Langdon se esforzaba por comprender el grotesco objeto que tenía ante sí. «¿Alguien ha recreado la mano de los misterios en la mano de Peter?» Costaba de creer. Tradicionalmente, ese icono se esculpía en piedra o madera, o bien se representaba en un dibujo. Langdon nunca había visto antes una mano de los misterios hecha de carne. La idea era aberrante.

—¿Señor? —dijo un guardia detrás de Langdon—. Retroceda, por favor.

Él apenas lo oyó. «Hay más tatuajes». Aunque no podía ver bien los dedos que estaban cerrados, Langdon sabía que cada una de las puntas estaba decorada con su propia marca. Ésa era la tradición. Cinco símbolos en total. A lo largo del milenio, los símbolos en las puntas de los dedos de la mano de los misterios habían sido siempre los mismos…, al igual que lo había sido su propósito icónico.

«La mano representa… una invitación».

Langdon sintió un repentino escalofrío al recordar las palabras del hombre que lo había llevado allí: «Profesor, esta noche recibirá la invitación de su vida». En la antigüedad, la mano de los misterios representaba la más codiciada invitación. Recibir ese icono era una convocatoria sagrada para unirse a un grupo de élite: aquellos que custodiaban el saber secreto de todas las épocas. La invitación no era sólo un gran honor, significaba asimismo que un maestro lo creía a uno merecedor de ese saber oculto. «La mano del maestro tendida al iniciado».

—Señor —dijo el guardia, tocando con firmeza el hombro de Langdon—. Haga el favor de retroceder, por favor.

—Sé lo que significa —profirió Langdon—. Puedo ayudarlos.

—¡Ahora! —replicó el guardia.

—Mi amigo está en problemas. Tenemos que…

Langdon sintió que unos fuertes brazos tiraban de él y lo alejaban de la mano. Él no opuso resistencia…, se sentía demasiado desconcertado para protestar. Le acababan de extender una invitación formal. Alguien convocaba a Langdon a abrir un portal místico que revelaría un mundo de antiguos misterios y sabiduría oculta.

Pero era todo una locura.

«Delirios de un lunático».