Una brisa fría soplaba fuera de la sede de la CIA, en Langley. Nola Kaye tiritaba mientras seguía a Rick Parrish, el especialista en seguridad de sistemas, a través del patio central de la agencia, iluminado por la luna.
«¿Adónde me llevará Rick?»
La crisis del vídeo masónico se había conseguido evitar, gracias a Dios, pero Nola aún estaba inquieta. El archivo censurado hallado en la partición del director de la CIA seguía siendo un misterio que no dejaba de atormentarla. A la mañana siguiente, iba a reunirse con Sato para cerrar la misión y quería presentarle todos los datos. Finalmente, se había decidido y había llamado a Rick Parrish para que la ayudara.
Ahora, mientras seguía a Rick hacia algún lugar desconocido fuera del edificio, no conseguía apartar de su memoria las extrañas frases:
«… lugar secreto subterráneo donde la… punto de Washington cuyas coordenadas… descubrió un antiguo portal que conducía… que la pirámide acarrearía peligrosas… descifren ese symbolon grabado para desvelar…»
—Tú y yo estamos de acuerdo —dijo Parrish mientras caminaban— en que el pirata que mandó la araña a buscar esas palabras clave estaba intentando encontrar información sobre la pirámide masónica.
«Es obvio que sí», pensó Nola.
—Sin embargo, me parece que dio con una faceta del misterio masónico que no esperaba.
—¿Qué quieres decir?
—Nola, tú ya sabes que el director del CIA ha organizado un foro interno de debate para que el personal de la agencia intercambie ideas acerca de toda clase de temas, ¿verdad?
—Por supuesto.
Los foros proporcionaban al personal de la agencia un lugar seguro donde conversar sobre temas diversos, y ofrecían al director un acceso virtual a todos sus empleados.
—Los foros del director están hospedados en su partición privada; sin embargo, para que puedan acceder a ellos los empleados de todos los niveles de confidencialidad, están por fuera del cortafuegos de la información confidencial.
—¿Adónde quieres llegar? —preguntó ella mientras doblaban una esquina, cerca de la cafetería de la agencia.
—En una palabra —dijo Parrish, señalando un punto en la oscuridad—: aquí.
Nola levantó la vista. Al otro lado de la explanada, frente a ellos, una gran escultura de metal resplandecía a la luz de la luna.
En una institución que se enorgullecía de poseer más de quinientas obras de arte originales, la escultura titulada Kryptos (palabra que en griego significa «oculto») era, con diferencia, la más famosa de todas. Era obra del artista estadounidense James Sanborn y se había convertido en toda una leyenda dentro de la CIA.
La obra consistía en un extenso panel de cobre en forma de «S» apoyado sobre uno de los lados, a modo de curvilíneo muro metálico. Sobre la vasta superficie del panel había casi dos mil letras grabadas, organizadas según un código desconcertante. Por si eso no fuera suficientemente enigmático, en torno al área que rodeaba al muro cifrado en forma de «S» había otros muchos elementos escultóricos, dispuestos con cuidada premeditación: losas de granito que formaban ángulos extraños, una rosa de los vientos, una calamita magnética y hasta una leyenda en código Morse que hacía referencia a la «memoria lúcida» y a las «fuerzas de la sombra». La mayoría de los admiradores de la escultura estaban convencidos de que esos objetos eran pistas para poder descifrarla.
Nola nunca había prestado excesiva atención a la escultura, ni tampoco le había preocupado jamás que estuviera total o parcialmente descifrada. En ese momento, sin embargo, quería respuestas.
—¿Por qué me has traído a ver el Kryptos?
Parrish la miró con una sonrisa conspiradora y, con gesto teatral, sacó del bolsillo una hoja de papel doblada.
—Voilà! ¡El misterioso documento censurado que tanto te preocupaba! He conseguido acceder al texto completo.
Nola dio un respingo.
—¿Has espiado la partición secreta del director?
—No. Es lo que intentaba decirte antes. Echa un vistazo.
Le entregó el documento.
Nola cogió la hoja plegada y la abrió. Cuando vio el encabezamiento corriente de la agencia en lo alto de la página, ladeó la cabeza, asombrada.
Ese documento no era secreto. Ni por asomo.
Foro de debate para empleados: Kryptos
Almacenamiento comprimido: hilo núm. 2456282,5
Nola se encontró leyendo una serie de mensajes que habían sido comprimidos en una sola página para almacenarlos con más eficiencia.
—Tu documento con todas las palabras clave —dijo Rick— es una conversación entre unos cuantos fanáticos de los códigos que especulan acerca del Kryptos.
Nola recorrió con la vista el documento hasta localizar una de las frases que ya había leído.
Jim, la escultura dice que fue transmitida a un lugar secreto SUBTERRÁNEO, donde la información estaba escondida.
—El autor de esas líneas es el director del foro acerca del Kryptos —explicó Rick—, un foro que funciona desde hace años y que ha recibido literalmente miles de mensajes. No me extraña que una de las páginas contuviera por casualidad todas las palabras clave.
Nola siguió bajando la vista por el documento hasta descubrir otro mensaje con los términos buscados.
Aunque Mark ya ha dicho que los códigos de latitud/longitud del encabezamiento indican algún punto de WASHINGTON cuyas coordenadas señaló, debo decir que se ha equivocado en un grado, porque el Kryptos apunta básicamente a sí mismo.
Parrish se acercó a la escultura y pasó la palma de la mano por el críptico mar de letras.
—Todavía queda una buena parte de ese código sin descifrar, y bastante gente cree que el mensaje puede tener algo que ver con los antiguos secretos masónicos.
Nola recordó entonces haber oído rumores acerca del vínculo entre los masones y el Kryptos, pero normalmente no prestaba atención a elucubraciones de grupos marginales. Sin embargo, al mirar a su alrededor y ver los diversos elementos de la escultura distribuidos por la explanada, se dio cuenta de que tenía ante sí un código fragmentado, un symbolon comparable a la pirámide masónica.
«Curioso».
Por un momento, Nola llegó a pensar que el Kryptos podía ser una moderna pirámide masónica: un código fragmentado compuesto por varias piezas fabricadas con distintos materiales, cada una con una función propia.
—¿Crees que de algún modo el Kryptos y la pirámide masónica pueden estar guardando el mismo secreto?
—¿Quién sabe? —Parrish lanzó al Kryptos una mirada de frustración—. Dudo que alguna vez podamos descifrar el mensaje completo. Bueno, a menos que alguien convenza al director para que abra la caja fuerte y eche un vistazo a la solución.
Nola asintió. Ya empezaba a recordarlo todo. En el momento de su instalación, la escultura llegó con un sobre lacrado que contenía una descripción completa de todos los códigos utilizados. La solución del enigma fue confiada al entonces director de la CIA, William Webster, que la guardó en la caja fuerte de su despacho. Se suponía que el documento aún seguía ahí, tras ser transmitido de un director a otro a lo largo de los años.
Curiosamente, el nombre de William Webster le refrescó la memoria a Nola, que de pronto recordó otro pasaje descifrado del texto:
ESTÁ ENTERRADO AHÍ FUERA, EN ALGÚN LUGAR.
¿QUIÉN SABE EL LUGAR EXACTO?
SÓLO W W.
Aunque nadie sabía qué era exactamente lo que estaba enterrado, casi todos pensaban que las iniciales «W. W». correspondían a William Webster. Nola había oído decir que en realidad aludían a un hombre llamado William Whiston, teólogo de la Royal Society, pero ni siquiera se había molestado en pararse a pensar al respecto.
Rick le estaba hablando otra vez.
—Tengo que reconocer que no entiendo mucho de arte, pero para mí ese Sanborn es un auténtico genio. Hace un momento estaba viendo en Internet otra obra suya, el Proyector cirílico, con unos focos para proyectar a su alrededor unas letras rusas enormes, sacadas de un documento del KGB sobre control mental. ¡Qué tipo tan raro!
Nola ya no lo escuchaba. Estaba examinando la hoja, donde acababa de encontrar la tercera frase, en otro mensaje del foro.
En efecto. Todo ese pasaje es una cita literal del diario de
un arqueólogo famoso, donde cuenta la excavación y el
momento en que descubrió un ANTIGUO PORTAL que
conducía a la tumba de Tutankamón.
El arqueólogo citado en el Kryptos, como bien sabía Nola, era el célebre egiptólogo Howard Carter. El siguiente mensaje mencionaba su nombre.
Acabo de repasar el resto de las notas de campo de Carter,
en Internet, y parece ser que encontró una tablilla de arcilla,
con la advertencia de que la PIRÁMIDE acarrearía peligrosas
consecuencias para todo aquel que perturbara el reposo
del faraón. ¡Una maldición! ¿Deberíamos preocuparnos?
Nola frunció el ceño.
—¡Rick, por favor! ¡Esa estúpida mención de la pirámide ni siquiera es correcta! Tutankamón no estaba sepultado en una pirámide, sino en el Valle de los Reyes. ¿Esos criptólogos no ven nunca el Discovery Channel?
Parrish se encogió de hombros.
—Ya sabes. ¡Gente de ciencias!
Nola localizó entonces la última de las frases.
Ya sabéis que no me gustan las teorías conspiratorias,
pero será mejor que Jim y Dave se den prisa y descifren
ese SYMBOLON GRABADO para desvelar su secreto
final antes de que llegue el fin del mundo en 2012.
Saludos a todos.
—En cualquier caso —dijo Parrish—, he pensado que querrías enterarte de la existencia del foro sobre el Kryptos, antes de acusar al director de la CIA de poseer documentación secreta sobre una antigua leyenda masónica. No creo que un hombre tan poderoso como él tenga tiempo para ese tipo de cosas.
Nola recordó la película de las ceremonias masónicas y las imágenes de aquellos hombres influyentes participando en un antiguo ritual.
«Si Rick supiera…»
En definitiva, fuera cual fuese el mensaje que finalmente encerrara el Kryptos, las connotaciones místicas eran evidentes. Nola levantó la vista para contemplar la resplandeciente obra de arte —un código tridimensional plantado en el corazón de una de las principales agencias de inteligencia del país—, y se preguntó si alguna vez revelaría su secreto final.
Mientras volvía con Rick al interior del edificio, no pudo reprimir una sonrisa.
«Está enterrado ahí fuera, en algún lugar».