Capítulo 120

—¡Gire a la derecha! —gritó Langdon desde el asiento trasero del todoterreno Lexus confiscado.

Simkins irrumpió en S Street y condujo el vehículo como una exhalación a través de un barrio residencial de calles arboladas. Cuando estuvieron cerca de Sixteenth Street la Casa del Templo surgió a su derecha como una montaña.

El agente contempló impresionado la enorme estructura. Parecía como si alguien hubiera construido una pirámide sobre el Panteón de Roma. Se dispuso a girar a la derecha en Sixteenth Street con la intención de detenerse a la entrada del edificio.

—¡No, no gire! —le ordenó Langdon—. ¡Siga recto! ¡No se aparte de esta calle!

Simkins obedeció y siguió adelante, a lo largo del lado este del edificio.

—Cuando llegue a la esquina —le indicó Robert—, gire a la derecha.

Simkins siguió las instrucciones del GPS y, poco después, Langdon le señaló un acceso sin pavimentar, casi imposible de ver, que dividía en dos el jardín trasero de la Casa del Templo. El agente giró para entrar en el sendero y condujo el Lexus hacia la fachada trasera del edificio.

—¡Miren! —exclamó Langdon, señalando un vehículo solitario estacionado cerca de la puerta de atrás. Era una furgoneta grande—. Están aquí.

Simkins aparcó el todoterreno y apagó el motor. Los ocupantes del vehículo se apearon en silencio y se prepararon para entrar. Simkins levantó la vista y contempló la monolítica estructura.

—¿Ha dicho que la Sala del Templo está allá arriba?

Langdon asintió, señalando con el dedo la cúspide del edificio.

—Esa parte plana en lo alto de la pirámide es en realidad una claraboya.

Simkins se volvió súbitamente hacia Langdon.

—¿La Sala del Templo tiene una claraboya?

Langdon lo miró con extrañeza.

—Por supuesto, un óculo abierto al cielo, directamente sobre el altar.

El UH-60 estaba posado en Dupont Circle, con el motor en marcha.

En uno de los asientos de pasajeros, Sato se mordisqueaba las uñas, a la espera de noticias de su equipo.

Finalmente, la voz de Simkins crepitó en la radio.

—¿Directora?

—Aquí Sato —repuso ella.

—Estamos entrando en el edificio, pero tengo un dato adicional para usted.

—Adelante.

—El señor Langdon acaba de informarme de que la sala donde probablemente se encuentra el objetivo tiene una claraboya muy grande.

Sato consideró la información durante unos segundos.

—Entendido, gracias.

Simkins cortó la comunicación.

Sato escupió una uña y se volvió hacia el piloto.

—Despega.