La mente de Robert Langdon flotaba en un abismo ilimitado.
Sin luz, sin sonidos, sin sensaciones.
Sólo un vacío infinito y silencioso.
Suavidad.
Ingravidez.
Se había liberado de su cuerpo; ya no sentía ataduras.
El mundo físico había dejado de existir. El tiempo, también.
Se había convertido en conciencia pura…, en sustancia pensante inmaterial, suspendida en el vacío de un vasto universo.