Ardelia Mapp era una profesora particular excelente —lograba adivinar una pregunta de examen en un texto con mayor rapidez de la que tarda un leopardo en divisar a una presa coja—, pero no era una buena corredora. Siempre le decía a Starling que era porque le pesaban mucho los hechos. Starling le había sacado un buen trecho en la pista de correr, retraso que Mapp recuperó junto al viejo DC-6 que usa el FBI para los simulacros de secuestros aéreos. Era el domingo por la mañana. Llevaban dos días de codos ante los libros y aquel pálido sol les parecía una delicia.
—¿Qué te ha dicho Pilcher cuando te ha llamado? —le preguntó Ardelia apoyándose en el tren de aterrizaje.
—Que él y su hermana tienen una casa en Chesapeake.
—¿Ah sí? ¿Y qué más?
—Que su hermana está allí con los niños y los perros y a lo mejor el marido.
—¿Y?
—Que ellos habitan una parte de la casa; es una vieja casona junto al mar que heredaron de su abuela.
—Corta el rollo.
—Pilch es propietario de la otra parte de la casa. Dice que el próximo fin de semana quiere que vayamos a pasarlo allí. Dice que hay muchas habitaciones «tantas como hagan falta», creo que ha dicho textualmente. Me ha dicho que su hermana me llamaría para invitarnos.
—¿De veras? Pensaba que ya no había nadie que hiciese esas cosas.
—Lo ha pintado maravilloso: nada de prisas, paseos bien abrigados por la playa, volver a casa a merendar junto al fuego, perros saltando por todas partes con las patas llenas de arena…
—Suena idílico… hmmm… con las patas llenas de arena… Sigue.
—A mí, la verdad, me parece excesivo, teniendo en cuenta que no hemos salido juntos ni un día. Pero él dice que cuando hace mucho frío, lo mejor del mundo es dormir con dos o tres perros en la cama. Dice que hay suficientes para que todos los invitados puedan contar con un par.
—Pilcher se te está ligando con el viejo truco del perro y has mordido el anzuelo, ¿no?
—Afirma que es un buen cocinero, y su hermana lo confirma.
—Oh. ¿Ya te ha llamado?
—Sí.
—¿Y qué te ha parecido? ¿Cómo sonaba?
—Bien. Sonaba como si estuviese en la otra punta de la casa.
—¿Y qué le has dicho?
—Pues le he dicho: «Sí, muchísimas gracias». Eso es lo que le he dicho.
—Estupendo —declaró Ardelia Mapp—. Me parece estupendo. Comeremos cangrejos. Agarraremos a Pilch y le embadurnaremos la cara. Lo pasaremos de miedo.