Capítulo 59

Jame Gumb ocupó los titulares de la prensa durante varias semanas, después de haber sido descendido a su agujero final.

Los informadores reconstruyeron su historia, comenzando por los archivos del condado de Sacramento.

Su madre estaba embarazada de un mes de él cuando quedó eliminada del concurso para elegir a Miss Sacramento en 1948. El «Jame» de su partida de nacimiento era, por lo visto, un error burocrático que nadie se molestó en corregir.

Al no conseguir abrirse camino como actriz, su madre se convirtió en una alcohólica; Gumb tenía dos años cuando el condado de Los Ángeles lo entregó a una familia adoptiva.

Al menos dos revistas especializadas explicaron que esta desdichada infancia constituía la causa de que posteriormente asesinase a mujeres para arrancarles la piel. Las palabras loco y maldad no aparecen en ninguno de esos dos artículos.

La película del concurso de belleza que Jame Gumb contemplaba de mayor era una filmación real de su madre, pero la mujer que aparecía en la película de la piscina no era su madre, según revelaron una serie de medidas comparativas.

Los abuelos de Gumb le sacaron a los diez años de un hogar adoptivo en el que no era feliz, y él los mató dos años después.

En el centro de rehabilitación de Tulare, y durante los años que pasó en el psiquiátrico, Gumb aprendió el oficio de sastre, para el cual demostró sobresalientes aptitudes.

La lista de empleos de Gumb muestra interrupciones y es incompleta. Los periodistas descubrieron al menos dos restaurantes en los que trabajó ilegalmente, sin estar dado de alta, mientras trabajaba esporádicamente para la industria de la confección. No se ha podido probar que durante este período asesinase, pero Benjamín Raspail afirmaba que así era.

Trabajaba en la tienda de antigüedades donde se confeccionaban objetos decorativos a base de mariposas, cuando conoció a Benjamín Raspail, a cuyas expensas vivió durante cierto tiempo. Fue en esa época cuando Gumb se obsesionó por las polillas y mariposas y las transformaciones que experimentaban esos insectos.

Cuando Raspail lo abandonó, Gumb mató al siguiente amante de Raspail, Klaus, al cual degolló y parcialmente desolló.

Al cabo de cierto tiempo, fue a visitar a Raspail cuando éste ya vivía en el este, y Raspail, que sentía especial fascinación por los muchachos perversos, se lo presentó al doctor Lecter.

Todo ello quedó confirmado la semana posterior a la muerte de Gumb, cuando el FBI consiguió obtener de los herederos de Raspail las grabaciones de las sesiones de psicoanálisis que éste había realizado en la consulta del doctor Lecter.

Años atrás, cuando a Lecter se le declaró perturbado mental, las grabaciones de sus sesiones de psicoanálisis fueron entregadas a las familias de las víctimas para que las destruyeran. Pero los litigantes familiares de Raspail conservaron las cintas por si les servían para impugnar el testamento del difunto. Y tras escuchar las primeras grabaciones, que no contienen más que aburridas reminiscencias de la vida escolar de Raspail, perdieron el interés. Tras el revuelo periodístico que produjo el caso de Jame Gumb, la familia de Raspail escuchó el resto de las cintas y cuando sus miembros telefonearon al abogado Everett Yow amenazando con emplear las grabaciones para renovar sus ataques contra el testamento, Yow llamó a Clarice Starling.

Las cintas incluyen la última sesión, durante la cual Lecter mató a Raspail, y además revelan, lo cual es mucho más importante, qué le contó Raspail a Lecter a propósito de Jame Gumb:

Raspail le dijo a Lecter que Gumb tenía verdadera obsesión por las polillas, que había desollado a varios cadáveres en el pasado, que había matado a Klaus, que trabajaba en la empresa de confección de artículos de piel Don Cuero, en Calumet City, pero que también cobraba de una anciana de Belvedere, Ohio, a la que había conocido porque confeccionaba los forros de las prendas comercializadas por Don Cuero. Raspail vaticinaba que llegaría el día en que Gumb se apoderaría de todas las posesiones de la anciana.

—Cuando Lecter se enteró de que la primera víctima era de Belvedere y había sido desollada, supo quién era el autor del crimen —le comentó Crawford a Starling, se hallaban juntos escuchando la grabación—. A usted le hubiera servido en bandeja a Gumb y hubiese quedado como un genio si Chilton no se hubiera entrometido.

—Eso me lo insinuó al escribir en el expediente que los lugares de secuestro y aparición de los cadáveres eran demasiado fortuitos —replicó Starling—. Y en Memphis me preguntó si sabía coser. ¿Qué quería conseguir con ello?

—Quería divertirse —sentenció Crawford—. Hace mucho, mucho tiempo que no hace más que eso, divertirse.

De Jame Gumb no se halló ninguna grabación, de modo que sus actividades posteriores a la muerte de Raspail tuvieron que reconstruirse fragmentariamente a través de su correspondencia comercial, recibos del gas o entrevistas con propietarios de tiendas de modas.

Cuando la señora Lippman murió durante un viaje a Florida efectuado en compañía de Gumb, éste lo heredó todo: la vieja casa con su vacía galería acristalada y su inmenso sótano, así como una respetable suma de dinero. Dejó entonces de trabajar para Don Cuero, si bien mantuvo un apartamento en Calumet City durante cierto tiempo, pero empleaba ese domicilio comercial para recibir paquetes, usando el nombre falso de John Grant. Conservó a unos pocos y selectos clientes y continuó visitando tiendas de modas desplazándose por todo el país, como había hecho para Don Cuero, para tomar las medidas de las prendas que luego confeccionaba por encargo en Belvedere. Empleaba esos viajes para descubrir víctimas y arrojar sus cadáveres cuando ya las había utilizado; su furgoneta marrón circulaba horas y horas por la autopista, cargada de prendas de cuero terminadas que se balanceaban en los colgadores encima de la bolsa de hule que reposaba en el suelo y contenía el cadáver.

Poseía la prodigiosa libertad que le proporcionaba el sótano. Espacio sobrado para trabajar y jugar. Al principio sólo se trató de juegos: perseguir a muchachas aterradas por las sombrías dependencias o inventar originales cuadros plásticos en cuartos aislados y dejarlas encerradas, sin abrir las puertas más que para prolongar la diversión.

Fredrica Bimmel empezó a colaborar con la señora Lippman durante el último año de vida de la anciana.

Fredrica conoció a Jame Gumb en casa de la señora Lippman cierto día en que fue a recoger ropa para coser. Fredrica Bimmel no fue la primera chica que Gumb asesinó pero sí la primera que asesinó para arrancarle la piel.

Entre las pertenencias de Gumb se encontraron las cartas que le escribió Fredrica Bimmel.

Starling apenas si pudo leer aquellas cartas por la ilusión que revelaban, por la falta de cariño que ponían de manifiesto y por el fingido amor de Gumb, que quedaba implícito en las respuestas de la muchacha: «Queridísimo amigo secreto de mi corazón: ¡Te quiero! Nunca me imaginé que un día llegaría a pronunciar estas palabras, y debo decirte que lo más maravilloso de todo es pronunciarlas como respuesta a las tuyas».

¿Cuándo se manifestó él tal como era? ¿Conocía ella el sótano? ¿Qué cara pondría Fredrica al ver la transformación de Gumb? ¿Cuánto tiempo la tuvo con vida?

Lo peor de todo era que Fredrica y Gumb siguieron siendo amigos hasta el final; ella le escribió una nota desde el pozo.

Los titulares de la prensa cambiaron el apodo de Gumb por el de Don Cuero y, defraudados por no haber sido ellos los inventores del nombre, virtualmente iniciaron de nuevo la publicación de toda la historia.

A salvo en el corazón de Quántico, Starling no tenía que ocuparse de la prensa sensacionalista, si bien la prensa sensacionalista quiso ocuparse de ella.

Del doctor Frederick Chilton, La Actualidad Nacional consiguió, previo estipendio, las cintas de la conversación de Starling con el doctor Hannibal Lecter. La revista amplió dichas conversaciones para usarlas como guión del serial «La Novia de Drácula» y dio a entender que Starling, a cambio de información sobre el caso, había hecho francas revelaciones de tipo sexual al doctor Lecter, y hasta presionó a Starling para que aceptara una oferta efectuada por Charlas en la Oscuridad: La Revista del Teléfono del Sexo.

La revista People publicó un breve y agradable artículo sobre Starling, intercalando fotografías de la joven en la Universidad de Virginia y en el Hogar Luterano de Bozeman. La mejor era una de la yegua Hannah, en los últimos años de su vida, tirando de un carro lleno de niños.

Starling recortó esa foto de Hannah y la guardó en el billetero. Fue lo único que conservó.

Empezaba a curarse.