Cuanto más al oeste se desplaza uno, más rápida es la respuesta que obtienen las credenciales del FBI. La tarjeta de identificación de Starling, que de un funcionario de Washington no hubiera merecido más que el levantamiento de una aburrida ceja, obtuvo la íntegra atención del jefe de Stacy Hubka en la agencia de seguros Franklin de Belvedere, Ohio, el cual sustituyó personalmente a Stacy en el mostrador y ante la centralita y ofreció a Starling la intimidad de su oficina para que allí se celebrase la entrevista.
Stacy Hubka tenía una cara redonda y cubierta de vello, y con tacones altos no mediría más de metro sesenta. Iba peinada con raya en medio y melena lisa que se apartaba de la cara con un gesto imitado de Cher Bono. Examinaba a Starling de pies a cabeza cada vez que ésta no la miraba.
—Stacy… ¿puedo tutearte?
—Desde luego.
—Stacy, quisiera que me contases cómo pudo ocurrirle aquello a Fredrica Bimmel, dónde pudo localizarla ese hombre.
—Qué cosa tan espantosa. Arrancarle la piel… menudo tío. ¿La vio usted? Dicen que estaba hecha trizas, como si le hubiesen sacado el aire a un…
—Stacy, ¿te mencionó alguna vez a alguien de Chicago o Calumet City?
Calumet City. El reloj de pared que había encima de Stacy Hubka atrajo la atención de Starling. Si el equipo de rescate llega en cuarenta minutos, faltan diez para que aterrice. ¿Tendrán una dirección fiable? No te distraigas. Tú a lo tuyo.
—¿Chicago? —repitió Stacy—. No. A Chicago fuimos una vez a tomar parte en el desfile del día de Acción de Gracias.
—¿Cuándo?
—Estábamos en octavo… Pues, hará unos nueve años. Fuimos todos los de la banda de música, en autobús, a pasar el día y volvimos por la noche.
—¿Qué pensaste, en el mes de abril, cuando se produjo la desaparición de Fredrica?
—Que no lo entendía.
—¿Recuerdas dónde estabas cuando te enteraste, cuando te comunicaron la noticia? ¿Qué pensaste en aquel momento?
—Pues la noche en que desapareció, Skip y yo fuimos al cine y luego al bar del señor Toad a tomar una copa y entonces Pam y los otros, quiero decir que entró Pam Malavesi y nos dijo que Fredrica había desaparecido, y Skip va y contesta: «A Fredrica no logra hacerla desaparecer ni Houdini». Y entonces tuvo que explicar a todo el mundo quién era Houdini; siempre hace igual, alardear de la cantidad de cosas que sabe; pero nosotros le dijimos que ya estaba bien. Yo pensé que Fredrica se había enfadado con su padre. ¿Ha visto la casa? ¿No es una pocilga? Yo no sé dónde estará, pero lo que sí sé es que se avergüenza de que haya estado en su casa. ¿Usted no se escaparía?
—¿Pensaste que a lo mejor se había escapado con alguien? ¿Te vino algún nombre a la cabeza, aunque fuese absurdo?
—Skip dijo que a lo mejor había encontrado a un tío que le gustaban las gordas. Pero, no, nunca tenía a nadie. Una vez tuvo un novio, pero hace tantos años que eso ya es prehistórico. Era uno que formaba parte de la banda de música, en décimo. Digo novio, pero lo único que hacían era charlar y reírse, como dos amigas, y hacer los deberes juntos. Era muy afeminado, llevaba uno de esos gorritos de pescador griego, ¿sabe lo que quiero decir? Skip decía que era, bueno, pues, marica. Todos nos burlábamos de ella porque salía con un marica. Pero él y su hermana se mataron en un accidente de tráfico, y Fredrica ya no tuvo a nadie más.
—¿Qué pensaste al ver que ella no regresaba?
—Pam decía que a lo mejor se había metido en los Mormones o en alguna secta; yo, pues no sé, pero cada vez que pensaba en aquello tenía un miedo espantoso. Le dije a Skip que no quería salir de noche, a no ser que me viniese a buscar. Le dije: «Mira, chaval, a la que se ponga el sol, si no es contigo, no salgo».
—¿Le oíste mencionar a alguien llamado Jame Gumb? ¿O John Grant?
—Mmmmmm… No.
—¿Crees que podía tener algún amigo sin que tú lo supieras? ¿Hubo quizá temporadas en que os visteis menos?
—No. Si hubiera tenido un amigo, yo lo hubiera sabido, créame. Nunca tuvo ningún amigo.
—¿Y es posible, digamos, que tuviese algún amigo y no quisiera comentarlo?
—¿Y por qué no?
—Pues, tal vez para que nos os burlaseis de ella.
—¿Nosotros? ¿Burlarnos de ella? ¿Lo dice por lo que le he contado del marica? —Stacy se sonrojó—. No, no. Nosotros no le hubiéramos hecho ningún daño. Eso se lo he comentado pues porque sí. Ella no… todo el mundo fue muy, no sé cómo decir, muy amable con ella después que murió.
—¿Trabajaste alguna vez con Fredrica, Stacy?
—Cuando estábamos en el último curso del instituto, yo, ella, Pam Malavesi y Jaronda Askew trabajamos en verano en el Centro de Ropa de Ocasión. Y luego Pam y yo fuimos a Richard’s a ver si nos daban empleo; ahí venden ropa buena, y me contrataron a mí, y luego a Pam. Y Pam le dijo a Fredrica que por qué no iba, que necesitaban a otra dependienta, y ella fue, pero la señora Burdine, que era la jefa de ventas, va y le dice: «Mira, Fredrica, aquí necesitamos a una chica que sepa relacionarse con la gente, una persona que las clientas al verla digan que quieren parecerse a ella, que sea capaz de ayudarlas a elegir una prenda, que sepa decirles si les sienta bien o no. Mira, si haces régimen y adelgazas un poco, vienes a verme enseguida», le dice. «Pero de momento, lo único que puedo ofrecerte es darte arreglos para que los hagas en casa; para eso te cojo a prueba; ahora mismo voy a decírselo a la señora Lippman que es la que se encarga de eso». La señora Burdine, aunque hablaba así de fina, luego resultó ser una arpía, pero yo la verdad es que de momento no me di cuenta.
—¿De modo que Fredrica hacía arreglos para Richard’s, la tienda de modas donde tú trabajabas?
—Aquello le dolió mucho, pero sí, claro, qué remedio. La señora Lippman ya era muy mayor y hacía arreglos para todo el mundo. Tenía más trabajo del que podía atender y Fredrica trabajaba para ella. La señora Lippman era modista y cosía para mucha gente, vestidos y de todo. Cuando la señora Lippman se retiró, su hija o quien fuese no quiso continuar con el oficio, y se lo pasó a Fredrica que se puso a coser para todo el barrio. No hacía más que coser. A veces salíamos juntas Pam, ella y yo; íbamos a casa de Pam a la hora de comer a ver un programa de televisión que nos gustaba mucho y Fredrica se traía la costura y se pasaba todo el rato cose que te coserás.
—¿Trabajó alguna vez Fredrica en la tienda, tomando medidas? ¿Conocía a algún cliente o a algún proveedor?
—A veces, pero muy pocas. No lo sé, porque yo trabajaba todos los días.
—¿La señora Burdine estaba en la tienda todos los días? ¿Podría saberlo ella?
—Sí, supongo que sí.
—¿Mencionó Fredrica alguna vez que trabajaba para una empresa de confección de Chicago o Calumet City llamada Don Cuero, quizá forrando prendas de cuero?
—No lo sé. Tal vez la señora Lippman lo supiera.
—¿Viste alguna vez la marca Don Cuero? ¿La comercializaba Richard’s o alguna tienda que conocieses?
—No.
—¿Sabes la dirección de la señora Lippman? Quisiera hablar con ella.
—Ha muerto. Al jubilarse se marchó a Florida y murió allí, según me dijo Fredrica. Yo no llegué a conocerla. Skip y yo fuimos algunas veces a su casa a buscar a Fredrica, cuando tenía mucha ropa para llevarse a casa. Pero podría hablar con su familia. Le voy a apuntar la dirección.
Esto era sumamente tedioso para Starling, que sólo quería noticias de Calumet City. Los cuarenta minutos ya habían transcurrido. El equipo de rescate ya habría aterrizado. Cambió de posición para no ver el reloj y continuó con el interrogatorio.
—Stacy, ¿dónde se compraba la ropa Fredrica? ¿Dónde se pudo comprar ese chándal de la marca Juno de talla tan grande?
—Casi todo se lo confeccionaba ella misma. Supongo que lo de Juno se lo compraría en Richard’s porque cuando se pusieron de moda los chándals enormes para todo el mundo, para que quedasen sueltos encima de los leotardos, los vendíamos allí. Ella en Richard’s tenía descuento por hacerles los arreglos de taller.
—¿Sabes si compraba ropa en tiendas especializadas en tallas grandes?
—Entrábamos en todos los sitios a ver qué había, a curiosear, ya sabe lo que quiero decir. A veces íbamos a Personality Plus a buscar ideas para ella, en fin, modelos favorecedores para mujeres corpulentas.
—¿En estas tiendas, hubo alguien que os siguiera? ¿Notó Fredrica que alguien se fijase en ella?
Stacy se quedó mirando al techo unos segundos y contestó que no con la cabeza.
—Stacy, ¿entraban alguna vez travestis en Richard’s, o bien hombres que comprasen vestidos de mujer de talla grande? ¿Te encontraste alguna vez con eso?
—No. Yo y Skip vimos una vez a un grupito de travestis en un bar de Columbus.
—¿Iba Fredrica con vosotros?
—¡Qué va! Nos fuimos a pasar el fin de semana juntos.
—¿Puedes hacerme una lista de las tiendas especializadas en tallas grandes a las que fuiste con Fredrica? ¿Crees que podrías recordarlas todas?
—¿Sólo las de aquí o también las de Columbus?
—Las de aquí y las de Columbus. Y anota también la dirección de Richard’s. Quiero hablar con la señora Burdine.
—De acuerdo. Es un trabajo interesante ser agente del FBI, ¿verdad?
—Sí, a mí me lo parece.
—Tendrá que viajar, ¿no?, quiero decir a sitios más apetecibles que éste.
—A veces sí.
—Y hay que ir bien arreglada todos los días, ¿verdad?
—Pues sí. Hay que cuidarse y tener aspecto profesional.
—¿Y qué hay que hacer para ser agente del FBI?
—Primero hay que ir a la universidad, Stacy.
—Eso cuesta mucho dinero.
—Sí, es verdad. Pero existen becas y otras ayudas. ¿Quieres que te envíe folletos de información?
—Oh sí. Estaba pensando que Fredrica se alegró muchísimo por mí cuando conseguí este trabajo. Estaba como loca, porque como ella nunca había trabajado en una oficina, le parecía que conseguir empleo aquí era meterse en algo de mucho futuro. Esto, rellenar fichas de cartulina y escuchar todo el santo día a Barry Manilow por los altavoces, le parecía maravilloso. ¿Qué sabría ella, la tonta?
Los ojos de Stacy Hubka se llenaron de lágrimas. Y los abrió mucho y echó la cabeza hacia atrás para no tener que retocarse el maquillaje.
—¿Me haces la lista, Stacy?
—Prefiero hacérsela en mi mesa. Allí tengo el tratamiento de textos, la libreta de direcciones y todo lo demás.
Y salió con la cabeza echada hacia atrás, orientándose por el techo.
Era el teléfono lo que fascinaba a Starling. En el momento en que Stacy Hubka salió del despacho, Starling llamó a Washington para averiguar noticias.