Capítulo 42

Crawford estaba solo, de pie en el centro de su estudio, con las manos hundidas en los bolsillos. Permaneció en esa actitud desde las 12.30 de la noche hasta las 12.33, exigiendo una idea.

Luego envió un télex a la jefatura de tráfico de California, solicitando que se localizase la caravana que, según información del doctor Lecter, Raspail había comprado en California, la que Raspail había utilizado durante su romance con Klaus. Crawford pidió que se comprobasen todos los permisos de circulación expedidos a nombre de cualquier conductor que no fuese Benjamín Raspail.

A continuación, tomó un bloc de notas, se sentó en un sofá y redactó un provocativo anuncio personal para publicarlo en los diarios de mayor tirada del país:

Despampanante, apasionada, dulce, 21 años, modelo de profesión, busca hombre capaz de apreciar calidad y cantidad. Me has visto en muchas revistas anunciando productos de belleza; ahora quiero verte yo. Adjunta fotos con tu primera carta.

Crawford reflexionó unos instantes, tachó «despampanante» y lo sustituyó por «escultural».

Empezó a dar cabezadas y se adormiló. La verde pantalla del terminal del ordenador formaba cuadraditos verdes en los cristales de sus gafas. Repentinamente la pantalla se animó; las líneas empezaron a subir, moviéndose igualmente hacia arriba en las gafas de Crawford. A pesar de dormir, sacudió la cabeza, como si hubiese sentido el cosquilleo de la imagen.

El mensaje era el siguiente:

LA POLICÍA DE MEMPHIS DESCUBRE DOS OBJETOS AL REGISTRAR LA CELDA DE LECTER.

  1. LLAVE DE ESPOSAS IMPROVISADA, FABRICADA CON TUBO DE BOLÍGRAFO. INCISIONES PRODUCIDAS POR ABRASIÓN. HE SOLICITADO A BALTIMORE QUE SE REGISTRE LA CELDA DEL PSIQUIÁTRICO POR SI QUEDAN HUELLAS DE SU MANUFACTURA. FIRMADO: COPLEY, MEMPHIS.
  2. HOJA DE PAPEL FLOTANDO EN EL RETRETE, DEJADA ADREDE POR EL FUGITIVO. ORIGINAL ENVIADO AL LABORATORIO DE LA SECCIÓN DE DOCUMENTOS DE WASHINGTON. SIGUE GRÁFICO DEL TEXTO. GRÁFICO ENVIADO ASIMISMO A LANGLEY.

FIRMADO:

BENSON, CRIPTOGRAFÍA.

Cuando apareció el gráfico, que asomó como a hurtadillas por el borde inferior de la pantalla, tenía este aspecto.

El apagado doble zumbido del terminal del ordenador no despertó a Crawford, pero sí lo hizo, tres minutos después, el teléfono. Era Jerry Burroughs desde el Centro de Información Nacional del Crimen.

—¿Has visto la pantalla, Jack?

—Un segundo —contestó Crawford—. Sí, ya sí.

—El laboratorio ya lo ha descifrado, Jack. Me refiero al gráfico que ha dejado Lecter flotando en el retrete. Se trata de una fórmula bioquímica —C33H36N40—, la de un pigmento que contiene la bilis humana llamado bilirrubina. El laboratorio indica que se trata de uno de los principales agentes colorantes de la mierda.

—Coño.

—¿Ves la semejanza entre bilirrubina y el nombre del asesino, Billy Rubin? Tenías razón en lo de Lecter, Jack. Ha estado tomándoles el pelo. Lo siento por la senadora Martin. Según el laboratorio, la bilirrubina es exactamente del mismo color que el cabello de Chilton. Humor manicomial, así lo han calificado. ¿Has visto a Chilton en el telediario de las seis?

—No.

—Marilyn Sutter lo ha visto arriba. Chilton cotorreaba a todo cotorrear refiriéndose a la «intensa búsqueda de Billy Rubin». Y después se ha ido a cenar con un periodista de la tele. Allí es donde estaba cuando al doctor Lecter le ha apetecido darse un paseo. Menudo gilipollas.

—Lecter le dijo a Starling que «tuviese en cuenta» que Chilton no posee el título de médico —replicó Crawford.

—Sí. Lo he visto en el informe. A mí me da la impresión de que Chilton intentó ligarse a Starling y que ella le dio un corte de cuidado. Ese tío será tonto, pero no es ciego. ¿Cómo está ella?

—Bien, creo. Agotada.

—¿Crees que Lecter también le mintió a ella?

—Quién sabe. De todos modos, seguimos todas las pistas. No tengo idea de lo que estarán haciendo las clínicas; no hago más que repetirme que hubiera debido solicitar un mandato judicial para investigar los archivos. No sabes lo que detesto tener que depender de esa gente. A media mañana, si no hemos sabido nada, me voy a ver al juez.

—Oye, Jack… tú conoces a varias personas de fuera que saben cómo es ese Lecter, ¿verdad?

—Sí, claro.

—Lo que se estará riendo, el tío.

—Quizá no por mucho tiempo —replicó Crawford.