Capítulo 16

En la década de los ochenta, la edad de oro del terrorismo, se habían establecido unas normas estrictas que entraban en vigor en el momento de producirse un secuestro que tuviese relación con cualquier miembro del Congreso:

A las 2.45 de la madrugada, el agente especial que estaba al mando de la delegación del FBI en Memphis informó a la sede central de Washington que la única hija de la senadora Ruth Martin había desaparecido.

Un cuarto de hora después, a las 3.00, dos furgonetas sin identificación salieron del húmedo garaje subterráneo de la delegación de Washington, Buzzard’s Point. Una de ellas se dirigió al edificio del Senado, donde unos técnicos colocaron dispositivos de grabación y monitores de imagen en los teléfonos del despacho de la senadora Martin, así como un interceptador Title 3 en las cabinas públicas más próximas a la oficina de la senadora. El Departamento de Justicia despertó al miembro de menos rango de la Comisión del Servicio de Información del Senado dando así cumplimiento al requisito de comunicar oficialmente la interceptación telefónica.

El segundo vehículo, una «furgoneta detective» dotada de cristales de espejo y equipo de vigilancia, quedó estacionada en la Avenida de Virginia para cubrir la fachada de Watergate West, la residencia de la senadora Martin en Washington. Dos de los ocupantes de la furgoneta entraron en ella para instalar monitores de imagen en los teléfonos privados de la senadora.

La compañía Bell Atlantic estimaba en setenta segundos el tiempo medio de localización de cualquier llamada de rescate efectuada desde un teléfono doméstico de conmutación digital.

La Brigada de Intervención de Buzzard’s Point duplicó sus turnos por si se producía un aviso de rescate en la zona de Washington y cambió su longitud de onda, sustituyéndola por una frecuencia codificada, para proteger así cualquier aviso de rescate de la intrusión de los helicópteros de los medios de información; esa clase de irresponsabilidad por parte de los medios de comunicación no era frecuente, pero había ocurrido anteriormente.

El Equipo de Rescate quedó en estado de máxima alerta y dispuesto a ser transportado por avión a cualquier punto donde se requiriesen sus servicios.

Todo el mundo confiaba que la desaparición de Catherine Baker Martin consistiese en un secuestro perpetrado por profesionales por motivos económicos; tal posibilidad ofrecía las mayores garantías de supervivencia de la víctima.

Nadie mencionaba la peor de las posibilidades. Y entonces, poco antes del amanecer, en Memphis, un policía que investigaba en la avenida Winchester una denuncia interpuesta contra un merodeador detuvo a un vagabundo de edad que andaba recogiendo basura y hojalatas por la acera. En el carromato de ese hombre, el policía encontró una blusa de mujer abrochada por delante. La blusa estaba rasgada por detrás como una mortaja. En la etiqueta de la lavandería figuraba el nombre de Catherine Baker Martin.

Jack Crawford había salido de su casa de Arlington y conducía hacia el sur cuando a las 6.30 de la mañana el teléfono del coche sonó por segunda vez en dos minutos.

—Nueve veintidós cuarenta.

—Cuarenta, espere para recibir a Alfa 4.

Crawford vio un área de descanso, penetró en ella y detuvo el motor para concentrar su atención en el teléfono. Alfa 4 es el director del FBI.

—Jack, ¿está enterado de lo de Catherine Martin?

—El oficial de guardia acaba de llamarme.

—Entonces ya sabe lo de la blusa. ¿Qué me dice?

—Buzzard’s Point está en alerta de secuestro —contestó Crawford—. Quiero que siga. Si se cancela la alerta, quiero que se mantenga la vigilancia telefónica. A pesar de la aparición de la blusa, no tenemos la certeza de que se trate de Buffalo Bill. Si se trata de un imitador, es posible que llame para pedir un rescate. ¿Quién se encarga de efectuar las investigaciones preliminares en Tennessee, nosotros o ellos? Ellos.

—La policía estatal. Son eficientes. Phil Adler acaba de llamarme desde la Casa Blanca para transmitirme el «extraordinario interés» del presidente por este caso. Un triunfo nos vendría de perillas, Jack.

—Sí, ya lo había pensado. ¿Dónde está la senadora?

—De camino hacia Memphis. Acaba de llamarme a casa hace un minuto. Ya puede usted figurarse.

—Sí. —Crawford conocía a Ruth Martin de las sesiones de presupuestos.

—Está empleando a fondo todos los resortes de poder que tiene a su alcance.

—Lo comprendo perfectamente.

—Yo también —replicó el director—. Le he dicho que estábamos yendo a toda máquina, como en los otros casos. Ella está… está enterada de su situación personal, Jack, y ha puesto un Lear oficial a su disposición. Empléelo; vuelva a casa por la noche, siempre que pueda.

—Gracias. La senadora es un sargento, Tommy. Si se empeña en dirigir el caso, va a haber trompazos.

—Lo sé. Recurra a mí si no tiene más remedio. ¿Cuánto tiempo tenemos como máximo, seis o siete días, Jack?

—No lo sé. Si se asusta al descubrir quién es la víctima, es capaz de liquidarla antes que a las demás.

—¿Dónde está usted ahora?

—A tres kilómetros de Quántico.

—¿El aeródromo de Quántico tiene capacidad para un Lear?

—Sí.

—Habrá uno allí dentro de veinte minutos.

—A la orden.

Crawford marcó unos números en su teléfono y se introdujo de nuevo en el tráfico.