Las difíciles circunstancias personales que me han acompañado mientras escribía esta novela hicieron que en ocasiones estuviera tentado de abandonarla, y otras, me aferrase a ella como un bálsamo y consuelo a mi dolor. La larga agonía que ha sufrido mi padre en todo ese tiempo ha estado presente en la mayor parte de sus páginas, quizás también en el trasfondo de la historia que he pretendido contar.
Al igual que Diego de Malagón dedica todos sus logros a su padre, quiero hacer yo lo mismo.
Todo sea por ti, padre…
LA HISTORIA
El entorno histórico al que recurro para novelar la vida del albéitar Diego de Malagón de ninguna manera es casual. La narración comienza en 1195, durante la derrota castellana de Alarcos, y termina en 1212 con la batalla de las Navas de Tolosa. Diecisiete años que, además de suponer una parte bastante significativa para la vida de una persona, en este caso reflejan unos episodios apasionantes por sí mismos y claves en el discurrir de la Historia de España.
La batalla de las Navas de Tolosa marcó un antes y un después en la reconquista de al-Ándalus. Fue una de las primeras contiendas a campo abierto, en una época en que no se prodigaban organizaciones militares tan complejas y eran más comunes las razias o asaltos.
En los albores del siglo XIII el mapa de España estaba dividido en seis territorios: cinco reinos cristianos (Aragón, Navarra, Castilla, León y Portugal) y, al sur de ellos, en permanente lucha, al-Ándalus, bajo el control de los almohades.
De todos los reyes cristianos, la personalidad del de Castilla, Alfonso VIII, me encandiló en cuanto pude adentrarme en su apasionante biografía. Con un reinado de más de cincuenta años, asumió en su persona la consecución del largo y anhelado sueño de sus antecesores: la reconquista de al-Ándalus, y fue el primero que consiguió en esa empresa unificar a todos los reinos cristianos del norte. Alfonso VIII de Castilla fue un gran estratega y un claro benefactor de la economía de su reino. Se supo rodear de hombres de un enorme talento que contribuyeron a conseguir una Castilla poderosa, un reino de hombres libres y una tierra de oportunidades para todos aquellos que no habían nacido de noble cuna.
El contexto histórico de la novela me ha servido para reflejar las circunstancias y sucesos que determinaron que aquel sueño del rey de Castilla se hiciera realidad. Todos los hechos que van acompañando la vida y andanzas de Diego de Malagón son históricos, como también los lugares donde transcurren las sucesivas tramas.
En algunos casos no me resultó nada fácil documentar la vida de algunos de los personajes que aparecen en El sanador de caballos, como fue el caso del rey de Navarra. Con él he padecido verdaderas dificultades para reconstruir sus andanzas, y hubo momentos en que llegué a pensar que la Historia le había querido dejar en el olvido. La anómala relación con la princesa almohade y su larga estancia en tierras africanas coincidieron con la pérdida de la ciudad de Vitoria y los territorios de Guipúzcoa; una ausencia que debió de ser mal entendida en su momento por sus propios súbditos y tal vez luego por sus historiadores.
Otro caso parecido sucede con la excepcional vida del quinto señor de Vizcaya, don Diego López de Haro. La historia de este gran hombre fue singular. Pasó de ser alférez, y como tal el más sólido apoyo que tenía el monarca castellano, a su peor pesadilla. Por problemas familiares y territoriales, don Diego solicitó la desnaturalización de Castilla, lo cual enojó de tal modo al rey Alfonso que le llegó a perseguir por media España hasta encontrarle refugiado en una espectacular fortaleza que poseía la ciudad de Estella o Lizarra. En atención a lo que contaban las crónicas de la época, la solidez de sus murallas y la altura de sus defensas eran tan impresionantes que hacían de ella una edificación infranqueable y la más hermosa de todas las levantadas entre los distintos reinos cristianos que configuraban la actual España. El rey de Castilla asedió sus murallas durante varios meses, junto al monarca leonés, pero no consiguieron su rendición y terminaron abandonando la empresa. Para el que quiera conocerlo, por desgracia, actualmente sólo quedan vestigios de lo que pudo ser aquel magno edificio, pero se pueden ver sus ruinas.
Años después, el suceso que protagoniza don Diego López de Haro con el rey Pedro II de Aragón, favoreciendo su huida en el frente de batalla contra el gobernador de Valencia, fue real. Después de aquel hecho, el señor de Vizcaya se une a la corte del rey de León, ahora enemistado con el de Castilla, y obtiene grandes privilegios de él. Más tarde, regresará a la corte castellana, olvidadas ya sus desavenencias, y ayudará a combatir al califa al-Nasir en las Navas. El rey Alfonso VIII, en su testamento, termina haciendo honor a su nombre y reconoce todos sus servicios a la corona, considerándolo finalmente como el más leal de todos sus hombres.
Existió un traidor castellano, enemigo acérrimo de Alfonso VIII, que se alió con los califas almohades para luchar contra el bando cristiano, aunque su nombre no era el de Pedro de Mora. Le llamaban «el Castellano», y en realidad se llamó Pedro Fernández de Castro, hijo de uno de los más nobles linajes de Castilla y León, los Castro, una familia con un poder territorial excepcional y enormes influencias en las dos cortes reales. Aunque reconozco que su persona me inspiró para crear a don Pedro de Mora, no he pretendido confundirlo con el histórico para añadirle un particular toque de maldad.
Desde mi modesta contribución, el hecho de introducir nombres reales en la trama de esta novela pretende hacer más comprensibles los sucesos y actuaciones que protagonizaron esos hombres, y además pretende homenajear el enorme valor y entrega que demostraron hacia aquellos elevados ideales de reconquista. Aunque, en virtud de la verdad, también he querido reflejar las inquinas que dividían a los diferentes reinos, las deslealtades entre los distintos reyes, las luchas territoriales que les enfrentaban y las afrentas y fracasos que se fueron sucediendo hasta unificar por fin todos los esfuerzos en aquella monumental contienda que se terminó llamando la batalla de las Navas de Tolosa.
Para recrear los sucesos que acontecieron alrededor de esa famosa batalla me he basado en varios tratados relativamente recientes, pero sobre todo en los escritos de uno de sus protagonistas: el arzobispo de Toledo, Rodrigo Ximénez de Rada, en su Crónica Latina de los Reyes de Castilla.
EL OFICIO DE VETERINARIO EN LA EDAD MEDIA
Con mucha más pasión que cualquier otro objetivo, he pretendido hacer de este libro un sentido homenaje a mi profesión, a los muchos miles de hombres y mujeres que la desempeñaron a lo largo de los siglos, a quienes se les llamó de muchas maneras: hippiatras, veterinarius, albéitares, menescales y mariscales, sanadores de caballos y actualmente veterinarios. Honestamente, creo que, además de ser el más hermoso de los oficios, constituye un cuerpo profesional que siempre ha vivido entregado al bien común a través del cuidado de la salud animal.
A pesar de que para muchos lectores la única referencia que pueden tener hoy día sobre la actividad veterinaria puede ser la que se realiza con nuestras mascotas, estamos hablando de un antiquísimo oficio, tan importante en su momento como lo fue para el hombre la propia explotación de los animales, sobre todo del caballo.
El primer documento donde se hace mención a las funciones de un veterinario, y en concreto a los precios que se podían cobrar por una extracción dentaria y otros servicios, aparece en Babilonia, en el famoso Código de Hammurabi (en torno al año 1800 a. C.). También en la ciudad bíblica de Ugarit se encontraron varias tablillas con los fragmentos de un amplio tratado que versaba sobre el arte de la curación de determinadas enfermedades en los caballos, atribuyendo su autoría a un caballerizo mayor del rey de Ugarit.
En el viejo Egipto, los sacerdotes poseían un alto conocimiento sobre la ciencia de la curación animal y ese saber era considerado un valor sagrado, dada la importante connotación animal de sus propios dioses. En el papiro de Ebers (1500 a. C.) se describen algunos tratamientos y remedios para curar, por ejemplo, la gingivitis o los abscesos bucales en los caballos.
También en la milenaria cultura china existen referencias de esta profesión. En el antiquísimo libro del Zuo Zhuan El libro de los animales, fechado hacia el año 600 a. C, se describe cómo identificar la edad y la salud de los caballos a través del estudio de su dentición. También hay referencias escritas a los beneficios de la acupuntura en los caballos por obra del general Bo Le en el año 659 a. C.
El mayor avance en esta disciplina lo encontraremos en la antigua Grecia. Hipócrates, Pelagonius, Aristóteles y otros muchos sabios compendiaron en sus libros y tratados una gran parte de los saberes antiguos, junto con sus propias experiencias, para resolver e identificar algunos de los males que aquejaban específicamente a los animales, sobre todo a los équidos. En Grecia, a quien poseía los conocimientos necesarios para ejercerlos, se le empezó a llamar hippiatra (médico de équidos) o cteniatra (médico de vacunos).
La profesión veterinaria toma importancia militar durante el Imperio romano, cuando los veterinarius se encargaban del cuidado y cura de los caballos en los veterinarium, espacios destinados para ellos dentro del campamento militar romano.
La caballería fue entonces, y ha sido hasta hace poco, una pieza esencial en la estrategia bélica de los ejércitos, y por tanto sus cuidados y conocimiento pasaron a ser, en algunas civilizaciones, un auténtico asunto de Estado.
A lo largo de esta novela son innumerables las ocasiones donde se ha mencionado el término albéitar. Desde que concebí la primera idea sobre cómo transcurriría la trayectoria vital del joven Diego de Malagón, quise convertirlo en un albéitar. Con esa decisión he pretendido darle la justa importancia que tuvo aquella figura en la constitución de la profesión veterinaria no sólo en España, sino en todo el mundo.
La extensión de la denominación de albéitar a los reinos cristianos y en general a la Europa medieval se debió a la influencia que ejerció España, y tiene un evidente origen árabe. Surge en coincidencia con los orígenes de al-Ándalus y fue de uso común en nuestro país hasta bien entrado el siglo XIX. El término recorrió casi todos los reinos cristianos de la Hispania visigoda a lo largo de la Edad Media, y adquirió un gran prestigio debido a la sólida base técnica que poseían y a la eficacia de sus intervenciones. Su difusión incluso alcanzó al euskera, sin embargo, tardó algo más en penetrar en Aragón, donde las actividades que más se asemejaban a las del albéitar las practicaban los menescales en el caso de Cataluña, y los mariscales en el resto de la corona. Pronto se formaron gremios y hermandades en Aragón y Castilla para enseñar a ejercer el oficio, destacando entre ellos el de Barcelona.
Esta profesión también nació en los fogones de las herrerías, por eso los ferradores también ejercieron tareas comunes a los albéitares y fueron antecesores de una disciplina más ordenada y amplia.
La rápida difusión que la albeitería tuvo durante el medioevo se debió a la admiración que sentían los monarcas y nobles cristianos por la cultura árabe, alimentada por el saber bizantino, heredero, a su vez, de la ciencia griega. Un ejemplo de ello se encuentra en el libro de las Siete Partidas del rey Alfonso X el Sabio.
No hay duda alguna de que el origen de las palabras albéitar y albeitería es árabe. De hecho, hoy día, en los países que disfrutan de esa lengua se reconoce al profesional como al-baitar y al ejercicio, como baitara.
LOS CABALLOS
Amo los caballos. Considero que han sido los animales que con más entrega han servido al hombre a lo largo de su Historia. En El sanador de caballos toman un especial protagonismo, en concreto a través de la fiel yegua Sabba. Su raza árabe es portadora de la sangre de la mayor parte de los caballos actuales en el mundo. El caballo español y el lusitano, el pura raza inglés, el cuarto de milla, deben al árabe una gran parte de sus genes. Es, sin duda, una de las más bellas razas que hoy día existen.
La importancia y alto valor que los caballos tuvieron durante la Edad Media hicieron que la profesión veterinaria les dedicara sus mayores esfuerzos y tratados. El ejercicio de la veterinaria se subdividió en dos actividades bastante diferenciadas, casi diría especializadas: la militar, más propia de los mariscales y menescales, y la civil, que tuvo su exponente más notorio en los albéitares. Trasladándonos al siglo XII o XIII, hay que tener en cuenta que no todos podían disfrutar de la posesión de un caballo, era un bien extremadamente valioso. Fueron herramienta de trabajo en el campo, casi único medio de transporte, y arma de guerra en una época en la que apenas disfrutaban de períodos de paz.
Uno de los libros más antiguos que he podido consultar sobre la albeitería es el denominado Lo libre dels cavayls, una versión en catalán de otro manuscrito del siglo XIII, de autor desconocido, al que se le atribuye un origen castellano. Muchas de las referencias técnicas que van sucediéndose a lo largo de la novela han sido tomadas de ese mismo tratado, como también de algunos otros publicados durante el siglo XIV y XV, algo después de las aventuras que tienen como protagonista a Diego de Malagón.
Fueron muchos los libros que trataban los males del caballo en ese tiempo, muchos de ellos englobados en tratados de agricultura. No hay que olvidar que los propios manuales de caballería incluían referencias específicas a cómo curar determinados males que eran comunes en los caballos, junto a una recomendación simple para tratarlos. Será a partir del siglo XV cuando se multipliquen los tratados de albeitería, y éstos empiecen a correr por las universidades de toda Europa. Se empezará a institucionalizar el aprendizaje y examen que permitían el ejercicio del oficio en época de los Reyes Católicos, cuando éstos estrenan los Tribunales de Protoalbeiterato.
La yeguada de las marismas existió tal y como refiero en esta novela, y tanto por su tamaño como por la calidad de animales, tuvo que ser un auténtico espectáculo. He tratado de expresar en palabras las sensaciones que imagino pudo tener alguien que, en esa época, se asomase a tamaña maravilla. Aún hoy se pueden ver algunos ejemplares en semilibertad en las marismas cercanas a la maravillosa aldea del Rocío, catedral mundial del caballo y espacio único para esos animales que tantos servicios han prestado de modo desinteresado a la Humanidad.
AGRADECIMIENTOS
No quiero terminar estas últimas líneas sin agradecer el profundo trabajo de revisión que he disfrutado al lado de mi buen amigo Antonio Quintanilla, un experto ojeador de tramas y oportunidades argumentales, con quien he compartido muchísimas horas y largas conversaciones.
También he de reconocer la inestimable ayuda del catedrático emérito don Miguel Cordero del Campillo, hombre ilustre, orgullo para la profesión veterinaria, y en mi caso proveedor de una buena parte del material documental que me ha servido para desgranar la Historia de una hermosa profesión a la que amo, la veterinaria. Aprecio con mayor afecto todavía el arduo trabajo que me regaló mi madre, quien, con una inagotable paciencia y enorme habilidad, pudo traducirme algunos de los remedios que aparecen en esta novela a partir de un viejo tratado de albeitería del siglo XV escrito en romance.
Gracias, una vez más, a mi editora, Raquel Gisbert, alma de este proyecto y la última responsable de que me dedique a escribir últimamente.
Y por supuesto, quiero reconocer a toda mi familia, a mi mujer, Pilar, en especial, la descomunal paciencia que han tenido para convivir con un proyecto que se ha alargado hasta casi ochocientas páginas. Tantas páginas como motivos tengo de gratitud y cariño…
Gracias a todos.
GONZALO GINER