II

—Sois vos… extrañado de veros. Señor Galib estar en visita ahora… —El viejo Sajjad no terminaba de creerse que Diego estuviese de nuevo en aquella casa.

Le miró con recelo y con incredulidad.

Una vez quedó atrás aquel castillo calatravo, Diego había recorrido con bastante inquietud las últimas leguas que le separaban de Toledo. El hecho de reencontrarse con Galib le desencadenaba una suma de intensas emociones. Sólo veía el momento de abrazarse a él, hablar sin prisas, desgranar tantas y tantas experiencias vividas, llorar juntos la muerte de Benazir, compartir sus vidas.

—Te veo igual que siempre. —Sonrió a Sajjad.

—Galib ser otro… muy cambiado, sid. También vos… Yo estar muy viejo ya.

El anciano le rodeó con temor. Años atrás, le había acusado de pretender a su ama muchas veces, y en aquella fatídica mañana junto a Galib les habían sorprendido casi desnudos. Seguro que todavía le guardaba rencor, pensó Sajjad mirando a Diego. Por si fuera así, se apartó de él, y no le quitó la vista de encima ni un solo momento.

—Vos parecéis más caballero… ¿Queréis una limo… nada fresca?

—Gracias, Sajjad. Te la acepto con gusto.

Diego se quedó a solas en aquel despacho donde hacía doce años había pasado horas y horas estudiando. Recorrió una vez más sus estanterías y disfrutó al reconocer unos y otros títulos. Sin embargo, halló uno colocado dentro de un amplio hueco que en un primer momento no logró identificar. Al tomarlo en sus manos se emocionó. Repasó con la yema de sus dedos el título en relieve: Mulomedicina Chironis. No podía creerse estar frente a aquella joya de la ciencia equina que se daba por desaparecida. Abrió una página al azar y empezó a leerla. Estaba escrita en latín.

—Esa Mulomedicina me ha costado una fortuna.

Diego se quedó paralizado. Aquella voz…

A sus espaldas estaba Galib, más envejecido, algo encorvado y con el pelo completamente cano.

—Lo imagino, querido maestro…

Sus miradas se cruzaron en un largo silencio, cargado de intensas y vivas emociones, con el peso de un amargo recuerdo.

—Yo… —farfulló Diego—, he de pediros perdón por todo aquello…

—No sigas, Diego. Sé lo que pasó… —Fue hacia él con los brazos abiertos, fundiéndose en un cómplice abrazo repleto de afecto y sinceridad.

—Yo… No sé por dónde… Cómo podría deciros… —La alegría por encontrarse con su maestro, alguien a quien había llegado a considerar su segundo padre, era tal que no conseguía articular una frase coherente.

—Empecemos por donde lo dejamos, y no me trates con tanto formalismo, ya no. Somos colegas. Siéntate, haz el favor, y cuéntame.

—Ha ocurrido algo… algo que debes saber, antes de nada. —Una sombra de angustia recorrió la mirada de Diego. Galib se lo empezó a imaginar.

—Tiene que ver con ella, ¿verdad?

Diego tuvo la sensación de que la garganta se le estrechaba tanto que apenas le permitía respirar. Decidió decírselo sin evitar sus ojos; se lo debía.

—La vi morir en Sevilla, no hará ni un mes…

A Galib se le quebró el corazón al escuchar aquello. Hacía unas semanas había tenido un mal sueño durante el cual ella padecía un gran dolor, y la vio morir, pero nunca pudo pensar que se tratase de algo real. Agachó la cabeza y cruzó los brazos sobre su regazo para llorar, y lo hizo amargamente, con un dolor profundo e hiriente, definitivo…

Diego le observaba sobrecogido, respetando su dolorosa intimidad. Sin soportarlo más, se abrazó a él para compartir juntos la pena.

Una vez agotado su llanto, Galib quiso poner voz y palabra a las sensaciones y pensamientos que le recorrían.

—Nada se puede interponer a los vientos del desierto, ellos poseen un alma libre, como lo era la suya. Mi error fue quererla sólo para mí, Diego, cuando eso no era posible. La amé hasta el extremo, por eso me sentí morir de celos al saber que te había buscado, deseado…

—Yo… no supe mantenerme leal a…

—No te atormentes más —le interrumpió—. Benazir era turbulenta, apasionada, impredecible… Pocos días después, ella misma me confesó lo que había hecho y no lo pude soportar. Aquella noticia supuso un terrible golpe a mi relación con ella, dudaba a todas horas, la imaginaba con otros hombres, no me creía sus besos. Todo había cambiado… La confianza entre nosotros estalló en mil pedazos como si de una copa de fino vidrio se tratase. Tanto me afectó aquello, tanto… que terminé repudiándola. —Estudió el rostro de Diego entre una nube de pena—. Tu respuesta a lo sucedido fue ejemplar. Al asumir toda la responsabilidad y liberarla a ella de cualquier culpa, me demostraste una gran lealtad. Benazir se escurría como el agua entre los dedos, era imposible de contener. Durante un tiempo te quiso para ella como lo hizo en su momento conmigo. En realidad nunca supe aceptarla tal y como era, más bien la quise como yo deseaba.

Diego le narró las circunstancias de su muerte y cuáles fueron también las razones que le habían llevado hasta Sevilla. Mientras se lo contaba, revivió aquellas últimas horas con la misma intensidad de entonces.

Galib le escuchaba destrozado, sin apenas fuerzas, recriminándose una vez más, tal y como había hecho en otras tantas ocasiones, haberla repudiado cuando sólo había sabido vivir con y para ella.

Sin pena de agotar la noche, quiso hablar de su mujer como nunca lo había hecho antes, abriéndole su corazón por entero, revelándole todos los detalles que recordaba de ella. Aquello quiso ser un homenaje a la mujer que había amado hasta el límite de sus fuerzas.

Diego le escuchaba en silencio. Recordaba la pasión que él mismo había sentido por ella. Entonces le parecía que aquella mujer lo era todo, que no podía existir nada mejor fuera de ella. Pero cuando apareció Mencía, años después, se dio cuenta de en qué consistía de verdad el amor a una mujer.

Con el sabor fresco de aquel recuerdo, Diego quiso compartir con Galib todas las experiencias que había vivido desde su salida de Toledo. Viajó por todos los escenarios que le habían acogido y le habló de aquellas personas que habían dejado mella en él, sobre todo de Marcos y Mencía.

—Lo he tenido todo, y lo he perdido todo, Galib. Llegué a ser respetado como albéitar. Pude poner en práctica lo mucho aprendido a tu lado, también lo que llegué a leer en el monasterio de Fitero y lo que la práctica diaria me había enseñado. Pero, sobre todo, me creí amado por la única mujer que de verdad ha arrebatado mi corazón. Luego todo se vino abajo; Marcos me traicionó y Mencía se casó con otro hombre.

—Nunca se pierde todo, como tú dices. Hay momentos peores y mejores; tal vez ahora toque uno malo… Piensa que aún tienes mucho que dar a los demás, todavía muchos años por vivir, y un oficio que en tus manos se convierte en arte. Los albéitares somos útiles allá donde vamos porque poseemos la virtud de sanar, somos sanadores de caballos. Me gusta considerarme como tal, como un sanador de caballos. Ese poder para conseguir salud es una caricia que Allah ha puesto en nuestras manos y en nuestros ojos. A ti, en particular, te ha dado una enorme inteligencia, y ahora, tras oír tus hazañas con los calatravos, constato que también valor.

Diego tomó en sus manos la Mulomedicina Chironis y se dio cuenta del tiempo que llevaba sin estudiar.

—Recuerdo que alguien me llamó un día sanador de caballos y que entonces no me agradó, sin embargo, al escucharte ahora, he de reconocer que es una forma bella de nombrar nuestra profesión… Llevo demasiado tiempo sin practicarla. He dejado el estudio, la lectura, en realidad no he practicado demasiado el oficio durante estos últimos años, y lo echo tanto de menos…

—Me reconforta ver que sigues necesitando el alimento de la ciencia y que a pesar de que en los últimos tiempos has invertido tu quehacer en otros afanes, tu curiosidad sigue necesitando respuestas.

Mientras charlaban, Galib se hizo con dos gruesos leños de madera y encendió la chimenea con ellos. Luego buscó un par de copas y las llenó de un dulce licor de guindas.

—Han pasado tantos años… —Galib repartió el licor por su boca y lo saboreó—. Me sorprende la cantidad de experiencias que has vivido, pero… ¿dirías que has conseguido todo lo que te propusiste?

—Cuando llegué a Toledo, apenas un niño, era un plebeyo, hijo del sudor, la miseria y el esfuerzo de un padre que luchó contra todo, incluso contra su propia limitación física, para sacar adelante a su familia. A ese infortunado ferrador, posadero y antes pastor, pues de todo fue un poco, le juré convertirme en alguien de bien. Quiso que aprendiera un oficio digno para sacar provecho de mis capacidades… —Se detuvo un momento para tomar aire—. Y ahora, me preguntas si he conseguido lo que me proponía… No sé —titubeó—, puede que en ese sentido haya llegado más lejos de lo que entonces deseé.

—Me alegra oírte decir eso…

—Yo también debería, pero en realidad no puedo. Siento que me he dejado lo más importante en el camino; el amor, la amistad, la confianza en la gente que más he apreciado, y te incluyo entre ellos… No sé, todo eso ha pasado por mi vida de una forma tan fugaz…

—La vida es un largo peregrinar por el sendero de la perfección. Tratamos de alcanzar el final y no nos damos cuenta de que lo importante se encuentra en el recorrido. He conocido a muchos que se creen infelices por no haber cubierto al completo sus sueños. Su ambición les ha cegado tanto que ya no ven las bondades que el propio camino les ofrece.

—Te entiendo, pero he de decir que, en mi caso, no he visto tanta bondad, tal vez por haber tenido que recorrer demasiados senderos, casi siempre tortuosos y llenos de contrariedades y obstáculos. Mi condición de plebeyo me ha cerrado muchas puertas, Galib, algunas tan importantes como el acceso al saber. Si conseguí empaparme de ciencia en Fitero, créeme, fue gracias a muchos engaños y a la compra de más de una voluntad… También he tenido que aprender que no debía aspirar a poseer el corazón de una hija de la nobleza. ¡Sólo porque mi sangre para ellos era distinta! Me tocó probar los horrores de la guerra y un forzado destierro por causa de ese amor. Pero si pienso en nuestro oficio, tampoco he encontrado colegas que tuvieran ni de cerca tu nobleza. De uno de ellos, un menescal napolitano, sentí la herida de la envidia por el solo hecho de haber devuelto a la vida a un caballo que él acababa de sentenciar a muerte. Y para remate, sufrí la incomprensión y una sentencia de muerte en Cuéllar sólo por descubrir el origen de un gran mal que asoló a muchos de sus vecinos…

Galib empujó un tronco para que las llamas lo atacaran.

—La capacidad de crecerse ante la adversidad convierte al hombre en un ser grande, y superarse es un sano estímulo para el corazón. Aprender de los errores ennoblece, y sentirse humilde, en un mundo de soberbia, te aseguro que se convierte en la llave de la felicidad. Diego, todo lo que acabas de compartir conmigo son unos cuantos pasos en el largo caminar de tu vida. Debes entender que la felicidad no está en los grandes objetivos. Son esos grandes sucesos los que te van haciendo crecer, y si lo meditas, verás como cada uno de ellos significa algo, piénsalo.

Diego le observó con la misma admiración de antaño. Galib no sólo era el mejor albéitar de Toledo, sino también un sabio y un filósofo; aquel hombre de bien que tanto había recordado… Atendiendo a sus palabras, empezó a repasar mentalmente algunos de aquellos grandes momentos que había vivido, y se asombró viéndolos encajar como si se tratase de un engranaje. Tal y como acababa de decirle Galib, todos le habían aportado algo; puede que unos lo hicieran desde un ángulo oscuro, aunque no habían sido la mayoría.

—¿Qué te falta entonces? —le preguntó Galib.

—Desde hace tiempo sé que he de hacer algo…

—¿En qué piensas?

—Aún he vivido poco… Mi padre me pidió que cuidara de mis hermanas y no fui ni siquiera capaz de protegerlas cuando lo necesitaron, y en Salvatierra conocí a hombres cuyo único trabajo consistía en derrotar al fanatismo almohade. Contaron conmigo y me encomendaron una misión, pero también les fallé…

Galib pasó un dedo por el borde de la copa de vidrio, pensaba cómo ayudarle. Tras un corto silencio le habló desde el corazón.

—Cuando Allah quiso crear el caballo, dijo al viento del Sur: «De ti produciré una criatura que será la honra de mis allegados, la humillación de mis enemigos, y la defensa de los que me atacan». Y el viento del Sur respondió:

—Señor, hágase según tu deseo. —Cogió Él entonces un puñado de viento y creó el caballo…

Diego le miró sobrecogido. Aquella fábula le seguía emocionando tanto como la primera vez que la había escuchado.

—¿Sabes qué más te dije entonces?

—Hablaste sobre mi futuro.

—Cierto, y lo vinculé a tu yegua Sabba como inseparable compañera tuya. Te dije que te llevaría por increíbles lugares, y también que serían esos nobles animales los que acabarían guiando tu camino para hacerte grande, más justo, un hombre importante. Con ellos harías el bien, un gran bien. ¿Lo recuerdas?

—Desde luego, pero ¿qué puede significar todo aquello ahora?

—Significa que no deberías abandonar la ciencia que has aprendido con tanto sacrificio. Cuando tu padre te habló como lo hizo, no quiso encaminarte hacia las armas, aunque ahora ardas en deseos de castigar a esos infieles, que lo son tanto a mi religión como a la tuya. Has de confiar en tu destino, puede que un día, pronto, él te muestre cómo lograr ambas realidades. Para ello abre bien los ojos y escucha a tu corazón, es libre. Y si eso ocurre, ten el valor de hacerle caso.

Se oyeron seis campanadas y Galib se sintió agotado. Debía descansar antes de que amaneciera.

—Debo dormir un rato, Diego. Mañana tengo que estar fresco, tengo una visita. ¿Te gustaría acompañarme?

—Eso significaría volver a trabajar juntos… —Diego sonrió encantado con la idea.

—¿Qué te parecería empezar con uno de los caballos del rey?

Horas más tarde, cuando estaba a punto de amanecer, Sajjad les buscó por toda la casa hasta encontrarlos en las cuadras. Diego hablaba con Sabba en un lenguaje desconocido para él, y vio a Galib echándole su aliento sobre los ollares. Se preparaban para acudir a las caballerizas del palacio real.

Sabba relinchó satisfecha al reconocer a aquel hombre a quien no veía desde hacía tiempo, al sentir sus manos acariciándole la cabeza.

—Sé de nuevo bienvenida a esta casa, mi querida Sabba