VII

Efraím degolló un cordero en presencia de Diego para poder extraerle el hígado poco después de muerto.

—Cuando está caliente, se ve todo mucho mejor —comentó mientras le separaba las tripas.

Diego se mostró escéptico.

—¿Vais a adivinar mi futuro en esa víscera?

—¿Acaso te he engañado alguna vez?

Diego le observó. Era consciente de que estaba adentrándose en las áreas más oscuras de la realidad, de la mano de aquel hombre cuyas últimas intenciones todavía no entendía.

Había que reconocer que Efraím sabía extraer poderes a partir de los objetos más inauditos, y eso era tan real como inquietante. Siempre que le había preguntado cómo lo conseguía, el judío lo atribuía a la conjunción de unas determinadas fuerzas cósmicas, materia sobre la que Diego no opinaba. Sin embargo, le había visto actuar con una piedra o un leño, obteniendo de ellos respuestas completamente ajenas a su propia naturaleza. Era como si, gracias A él, los objetos descubrieran que habían sido creados para otras muchas funciones. Algo inaudito para una mentalidad como la suya.

Diego, por ejemplo, no podía explicarse qué había pasado con Basilio, y nada de lo que le contaba Efraím arrojaba nuevas luces sobre aquel oscuro hecho. Aunque ya habían pasado seis meses de ello, todavía seguía preguntándose si la esencia del filtro había influido en la muerte de aquel canalla, dado como ocurrió.

A pesar de mantener serias dudas acerca de la bondad de su magia, a Diego le seguía interesando aquel personaje. Por ese motivo, quiso verle cada semana, a orillas del Arroyo Grande, lejos de inoportunas miradas y comentarios maliciosos.

A Diego le interesaba saber si en los libros que manejaba Efraím se describía alguna de las enfermedades a las que todavía no había hallado explicación. El judío le aseguró que sí, y le puso como ejemplo algunos remedios, verdaderamente curiosos, que estaban descritos en sus tratados. Según sus indicaciones, cada tratamiento debía ser siempre complementado con un toque especial, según cuál fuera la constelación estelar dominante el día de esa cura; algo verdaderamente difícil de aplicar.

Diego deseaba poner lógica a las extrañas teorías de Efraím, pero eso, casi siempre, se convertía en una tarea imposible.

Un día le inició en las claves y fundamentos de la magia, revelándole que todo provenía del poder de los siete astros al proyectar sus rayos sobre la Tierra. Según su parecer, los cuerpos celestes tenían la capacidad de influir en la esencia de cada individuo, de la misma manera que también lo hacían en el reino mineral y vegetal. En medio de aquella peculiar teoría, le definió el concepto de filtro como una herramienta muy común en los magos, que singularizaba una curiosa mezcolanza entre los tres reinos presentes en la naturaleza, unificados para la consecución de un fin concreto.

Muchas veces Diego se sentía incapaz de distinguir cuándo hablaba de lo real o cuándo de lo imaginado, pues recorría uno y otro mundo con auténtica maestría.

—La vesícula biliar está hinchada.

Diego abandonó sus pensamientos al ver a Efraím aislando la glándula del hígado para enseñársela.

—Eso nos está indicando algo de verdadera importancia. —La manoseó sin reparo y puso los ojos en blanco—. Me dice que un día servirás al más fuerte, y a él le ofrecerás tu oído, tu talento, todo tu saber…

Diego le escuchó con escepticismo, pero estudió los restos de hígado al encontrar en los lóbulos superiores tres líneas de color claro que no recordaba como normales en uno sano.

—No termino de entender qué significa lo que me decís… —Le señaló las marcas blancas—. ¿Veis otro mensaje en esas líneas?

—Claro que sí; son otro buen augurio. Pero ahora calla, necesito concentrarme.

Se colocó un dedo en cada sien y respiró de forma muy forzada no menos de cinco veces. Cuando terminó volvió a hablar.

—Los sumerios empleaban una técnica compleja para ver el futuro. Una vez observado el hígado, lo quemaban para interpretar el resultado de las llamas sobre él. Lo he probado en tan sólo tres ocasiones, pero te aseguro que siempre me ha sorprendido el resultado…

—¿Vais a quemarlo?

—Exacto.

Extrajo el hígado del cordero, lo escurrió y lo apoyó sobre un lecho de paja seca. Luego hizo un fuego y prendió una rama. La acercó a la paja y al hígado, y al instante aquello empezó a producir una columna de humo gris de un olor desagradable y pegajoso.

—Desde ahora, Diego, por favor, memoriza todo lo que te diga. Hazlo así porque yo no podré recordarlo cuando despierte.

Efraím aspiró aquel humo hasta llenarse los pulmones y de inmediato cerró los ojos mientras pronunciaba unas palabras con una voz hueca y ronca. Al volver a abrirlos fijó su atención en las llamas y exploró sus colores, las formas que desarrollaban al bailar sobre los restos de hígado, y estudió las volutas de vaho que se formaban en su combustión. Como si estuviese en un éxtasis, empezó a escuchar los distintos chasquidos del fuego sobre la paja. Y sin previo aviso, Efraím abrió los ojos al máximo y de repente le sobrevino un raro temblor en los labios, como si quisiera hablar, pero tuviera algo dentro que se lo impidiera. Se llevó más humo hacia su boca e hizo ademán de masticarlo. Tras todos aquellos preparativos por fin empezó a hablar.

—La montaña llorará sangre, gloria y amor.

Diego agitó las manos frente a sus ojos y comprobó que se encontraba en trance. Le pareció inútil profundizar en los detalles de esa visión.

El mago se llevó entonces la mano a la boca y lanzó un fuerte alarido.

—Un grito en el aire… un minarete. Huyes… —Tras decir aquello, le asaltó un frenético temblor en sus piernas, y empezó a rascarse. Diego le miró preocupado sin saber qué podía hacer. Efraím siguió hablando.

—Una cuerda, madera, vida y muerte. Resiste.

Nada más terminar de hablar, parecía agotado, como si acabase de finalizar una tarea muy ardua y pesada.

Diego memorizó aquellas tres frases con especial celo, para no olvidarlas.

Al terminar, Efraím escupió una especie de pasta oscura de aspecto asqueroso y se derrumbó sobre el fuego como si fuera un peso muerto. Diego corrió en su ayuda y le rescató de las llamas en estado de inconsciencia, sin entender qué le había pasado. El judío tardó un rato en recuperarse.

—¿Estáis bien?

—Bueno… más o menos… creo que… ya he vuelto… —Entre palabra y palabra forzaba una larga pausa.

Diego no salía de su asombro. De pronto vio cómo fijaba de nuevo la atención sobre las llamas, y le oyó recitar algo parecido a una oración. Luego se dirigió a él, consciente de la importancia del momento.

—No pretendo saber qué te he dicho, tan sólo deseo que lo recuerdes para el resto de tus días. Sólo tú sabrás si esas tres profecías finalmente se cumplen.

Y así hizo Diego. Las retuvo en su memoria sintiéndose incapaz de descifrarlas. Una montaña, sangre, aire, madera, cuerda… Podrían ser tantos los significados que un día decidió dejar de pensar en ello y los guardó en su conciencia.

Marcos parecía estar a punto de desmayarse de puro cansancio. Acababa de volver de Medina del Campo, donde había pasado dos semanas seguidas por culpa de una disputa comercial con un noble de escasa alcurnia que pretendía arrebatarle un fabuloso pedido de lana. Se había tenido que servir de alguna que otra argucia hasta conseguir salirse con la suya. Y aunque se sentía satisfecho, aquellas gestiones le habían dejado agotado.

—Te has ganado los mercados de Tordesillas, Peñafiel y ahora el de Medina. ¿Aún quieres más? —Diego se sirvió una copa de licor de cerezas y echó un leño al fuego—. Lo que de verdad necesitas es una mujer y sentar la cabeza de una vez.

—Imagino que lo dirás por la enorme experiencia que tú tienes… —Marcos le respondió con sorna, pero Diego no se dio por aludido.

—¿Qué fue de aquella Lucía, la hija del señor de la villa? Apenas te oigo hablar de ella últimamente. —Diego sorbió un poco de un suave licor casero, regalo de un pastor.

—Uhmmm… —Se relamió con su recuerdo—. Aquélla era una auténtica joya, te lo aseguro. El problema empezó cuando un día me insinuó la palabra matrimonio… y claro, como comprenderás, me tuve que poner serio.

—Ya, pero después no te he visto con ninguna otra, y eso es muy raro en ti…

—Siempre he dicho que es mejor cambiar, nunca comprometerse sólo con una. No hago como tú…

—Lo dirás por Mencía…

—No precisamente. Ahora pienso en tu protegida Sancha.

—De lo que piensas, no tengo nada con ella. Sabes que es una mujer casada.

—Lo sé, pero a todos se nos hace raro imaginarte tantos meses a su lado sin haber probado ninguno de sus muchos encantos, que me reconocerás que los tiene. —Diego no quiso darle señal alguna de conformidad—. Imagínatelo. Una mujer sola, sin noticias de su marido y después de tanto tiempo guardándole su ausencia… No sé… debe de andar muy falta de…

Diego le detuvo antes de oír una barbaridad.

—He intentado ayudarlas, sin más.

—La gente habla…

—¿A qué te refieres?

—Os consideran amantes, e incluso alguno establece sospechosas relaciones con la desaparición de Basilio, ¿me entiendes? —Diego desvió la mirada para no demostrar inquietud. Si alguna vez se descubría el cadáver en aquel establo, le implicarían con toda seguridad—. Y lo peor es que los rumores de vuestra supuesta pecaminosa relación están llegando a las más altas autoridades de la curia eclesiástica.

—Que se metan en sus asuntos.

—Te entiendo, pero además está ese extraño judío… Para ellos, esa relación huele mucho peor. Sabes perfectamente que en determinadas instancias no gusta ver a un cristiano en compañía de un judío, o un deicida, como les llaman. No sé qué ves en él, pero me han contado que el individuo acarrea tras de sí acusaciones de brujería y una denuncia por prácticas demoníacas. Piénsalo bien, Diego, así es como lo ve el abad. Tú sabrás lo que haces.

—Me interesa lo que él sabe… Eso es todo.

—Me parece bien, pero ten en cuenta que está bajo vigilancia. Cuida tus movimientos y sé más discreto. Y, por favor, deja de visitar a Sancha. En realidad ya no te necesita…

La preocupación de Marcos no era tan desinteresada como quería hacer ver. Las sospechas sobre Diego le podían afectar a él, y por extensión a su propio negocio. Y no estaba dispuesto a ello.

—No sé, Marcos… ya veremos.